¿Quién es…quién mató al sueño?

Fair is foul, and foul is fair:

Hover through the fog and filthy air.

Shakespeare.

Se dice del engañado por las brujas en el bosque, quien alguna vez soñó con cambiar el mundo, y para hacerlo acabó con el régimen pasado, mientras lo alojaba en palacio, que fue un tonto y un malvado, porque pensó que con el asesinato todo lo había cambiado.

Macbeth, mató al sueño al buscar poseer la corona de Duncan, cazó y culpó a inocentes muchachos para lavar su culpa, el bosque lo persiguió y se movió hasta sus almenas y el pobre mortal perdió lo que pensó era una promesa.

Qué bueno que esos engaños de brujas funestas, sólo funcionan con quienes confunden a las seguidoras de Hécate con inocentes sirenas; si es que la inocencia cabe en esas criaturas que no aparecen en los páramos desiertos sino entre las turbulentas aguas.

La muerte de Duncan no fue en vano si es que los hombres sensatos aprenden a no esperar cambios que sólo se fundan en el discurso vano.

Quién fue Macbeth es algo que sólo sabemos por el engaño que las brujas muy divertidas le hicieron, lo que para ellas es comedia para el pobre iluso es una tragedia.

Pero, ahora los hombres no confunden lo justo con lo mezquino, pues saben que las brujas engañan y que hablar en los salones de los palacios desde la mañana no es señal de un buen sueño, sino de insomnio.

Sólo los ingenuos creen que todo el que madruga logró dormir bien.

Maigo

Sobre el gusto por los disfraces

¿Por qué nos gusta disfrazarnos? Que sigamos tradiciones sin cuestionar, mucho más si son divertidas, parece que no responde totalmente, pues siempre queremos disfrazarnos de algo en específico, no de cualquier cosa. Parece que la vanidad nos motiva a usar disfraces; queremos lucir aterradores,  elegantemente tenebrosos o provocativamente espeluznantes; queremos causar alguna reacción en nuestros espectadores. Pero responder que es simplemente por vanidad, o entender así a la vanidad, nos traslada a otra pregunta: ¿todos los días nos estamos disfrazando? Aunque la pregunta ya se volvió malévola, pues se estaría suponiendo que todos los días estamos ocultando algo con nuestra apariencia y queriendo que nos vean como queremos ser vistos y no como realmente somos; sería como suponer que somos tan endemoniados como queremos mostrar con nuestros disfraces. Pero la ropa que nos ponemos cotidianamente siempre es la misma, lo cual hace que, incluso para el más malévolo, sea complejo mantener su engaño; por otro lado, las palabras o incluso las propias acciones puedan ocultar más de lo que lo hacen los trajes que usamos. Volvamos a la pregunta inicial.

El primer ensayista inglés decía que el gusto que teníamos por la mentira se veía en nuestro gusto por los disfraces de los carnavales o las vestimentas del teatro. ¿Será que nos gusta mentir y por ello nos disfrazamos? Ya no es mera vanidad la que nos orilla al disfraz, sino una búsqueda de decidir lo que el otro va a decir de mí. ¿Para qué controlar lo que la gente opine de mí?, ¿se buscará un uso político con la venta de la propia imagen?  O acaso, como Macbeth cuando ve la daga imaginaria y dice que la bondad es un niño cabalgando en medio de la tormenta, el disfraz y su efecto nos permiten justificar nuestras intenciones más oscuras, más malvadas. ¿Los disfraces nos ayudan a ocultarnos a nosotros mismos nuestros deseos más malvados?

Yaddir

¿Crimen sin castigo?

Siempre me he preguntado qué clase de motivos orillan a las personas a matar a otra persona. Muchos intentan encontrar algo dentro del pasado del criminal que, como una planta venenosa, se va gestando hasta que por fin el letal elíxir alcanza su culmen y exige salir. Pero esa opción ha sido frecuentemente cuestionada, mucho más cuando la causa no se corresponde en lo más mínimo con el efecto. Por ejemplo, en Crimen y castigo, Dostoyevski da pistas para que el lector se percate de que Raskólnikov fue un joven bien educado, sensible, ajeno a cualquier acto de crueldad; la crueldad cometida contra un caballo casi le hace no realizar su famoso crimen. Otra respuesta semejante que se suele dar es afirmar que las personas matan por necesidad, por encontrarse en un estado de profunda pobreza y el matar les traerá algún beneficio. Nuevamente podemos hacer uso de la figura del estudiante de la Rusia del siglo diecinueve, pues el joven es plenamente consciente de lo costoso e ignominioso que podría ser que lo descubrieran, además sabe la facilidad con la que puede ser capturado. Una tercera respuesta, menos habitual pero algunas veces dada, surge cuando se piensa qué debe sentir el asesino en comparación con la persona asesinada. Aquí el Maestro de Petersburgo nos vuelve a dar las luces necesarias para comprender esta idea. Raskólnikov cree que es mejor quitarle la posibilidad a una usurera de seguir desarrollando su oficio que ayudarla con su negocio. ¿Pero no será un muy bien pensado pretexto del estudiante para seguir adelante con su ambición? Me parece que la ambición no es lo que le motiva principalmente, aunque el egoísmo necesario en la ambición nutre el motivo principal. El ansia de sentirse superior, de creer que domina completamente sus circunstancias, de que doblega a la fortuna, hacen sentir al joven en el trono de la falsa superioridad; lo encadenan a una letal lucha contra su consciencia. Es decir, Raskólnikov debe disfrazar sus propósitos con la elegante vestidura de que hará algo justo, algo por el bien común, para probar su idea, para demostrar que, debido a su inteligencia, él puede disponer de la vida de una persona y de que él merece lo que a todos sus camaradas le ha sido arrebatado. ¿Todo villano deberá enfrentarse con la imagen de que no está haciendo nada malo, de que su crimen es benéfico o, en todo caso, tan sólo una daga ilusoria?

Yaddir