El silencio, es en muchas ocasiones deseable, un diálogo se compone no sólo de palabras, gestos y sonidos, el silencio también dice y bastante. Difícil resulta hablar sobre el silencio, al hacerlo lo rompemos y dejamos de ser guardianes de algo tan frágil para convertirnos en habladores.
Se dice que los Tiranos condenan a sus opositores al silencio, debido a que les ordenan callar los discursos que no endulzan sus oídos, pero esa es sólo una verdad a medias, el tirano que condena a los demás a callar, los condena a estar escuchando su canto.
¿Acaso hay peor castigo que tener que guardar silencio para escuchar, no sé, cada mañana, la necia perorata de un tirano? Si lo pensamos calmadamente, en la medida en lo que nos lo permite nuestro ajetreado mundo de palabras, nos podemos dar cuenta de que no, no hay nada peor.
Los prudentes son aquellos que guardan silencio en los momentos adecuados, procuran escuchar y hablan sólo cuando es necesario, los tiranos en cambio, ordenan silencio para que en las salas sólo sean escuchados sus discursos.
¿Se puede tener derecho a a no escuchar al otro cuando en lugar de diálogo se acude a una perorata vacía? Me parece que sí, no es lo mismo guardar silencio para escuchar algo que nutre, que tener que callar para escuchar discursos que dividen o que manchan con rencores del pasado semejanzas del presente.
El silencio cuando viene del prudente es para escuchar atentamente, antes de emir un juicio, cuando proviene de un tirano hablador sólo es señal de desprecio, de miedo o de desconocimiento.
Antonio jamás pudo conversar con Cicerón, éste le había criticado por revivir los rencores del pasado. Con César muerto y la oposición huyendo en desbandada Marco Antonio optó por callar a quien lo criticaba.
A falta de conversación, el pensador fue silenciado y expuesto, como monumento a la renovación contra el pasado, su destino fue emular a los que fueron condenados por un régimen anterior al que combatió César, antes de su pequeño reinado.
El silencio impuesto por Antonio al orador, que fue asesinado. demuestra que el tirano sólo calla a quien le indica lo que no está haciendo bien o a quien lo señala como malvado.
Así que emulando a Sila, viejo rencor romano, Antonio mató a Cicerón y lo expuso para que el Senado viera que el gobierno ahora era diferente, pues ya había cambiado.
A veces parece que tras la caída de alguien que dice no saber de derrotas, como quizá tampoco lo supo César, los Antonios, menores en virtud, salen en defensa de los caídos procurando traer a la memoria los rencores que contra los anteriores se tenían.
Pero eso sólo pasa en la lejana república romana, el calor del trópico suele librarnos por acá de esas andanzas ¿o no?
Maigo
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