El mundo agotado

Mundo agotado

El mundo está agotado

su esperanza se acabó,

el agua de vida no mana

el manantial se secó.

El mundo está agotado

porque el desierto creció,

la fe quedó por un lado

sólo el llanto se quedó.

El mundo está agotado

vida nueva no hay más,

sólo muerte ha quedado

sin Cristo al hombre verás.

El mundo está agotado

por su gran falta de fe

el descanso es vedado

sólo vemos lo que ya fue.

Sin Dios el hombre muere,

poderoso se sintió.

Hoy el hombre solo perece

Su soberbia así lo dejó.

El mundo está agotado.

El hombre está cansado.

Dios está abandonado.

 Y sólo la soberbia quedó.

Maigo

El silencio del orador, recordando a Cicerón

El silencio, es en muchas ocasiones deseable, un diálogo se compone no sólo de palabras, gestos y sonidos, el silencio también dice y bastante. Difícil resulta hablar sobre el silencio, al hacerlo lo rompemos y dejamos de ser guardianes de algo tan frágil para convertirnos en habladores.

Se dice que los Tiranos condenan a sus opositores al silencio, debido a que les ordenan callar los discursos que no endulzan sus oídos, pero esa es sólo una verdad a medias, el tirano que condena a los demás a callar, los condena a estar escuchando su canto.

¿Acaso hay peor castigo que tener que guardar silencio para escuchar, no sé, cada mañana, la necia perorata de un tirano? Si lo pensamos calmadamente, en la medida en lo que nos lo permite nuestro ajetreado mundo de palabras, nos podemos dar cuenta de que no, no hay nada peor.

Los prudentes son aquellos que guardan silencio en los momentos adecuados, procuran escuchar y hablan sólo cuando es necesario, los tiranos en cambio, ordenan silencio para que en las salas sólo sean escuchados sus discursos.

¿Se puede tener derecho a a no escuchar al otro cuando en lugar de diálogo se acude a una perorata vacía? Me parece que sí, no es lo mismo guardar silencio para escuchar algo que nutre, que tener que callar para escuchar discursos que dividen o que manchan con rencores del pasado semejanzas del presente.

El silencio cuando viene del prudente es para escuchar atentamente, antes de emir un juicio, cuando proviene de un tirano hablador sólo es señal de desprecio, de miedo o de desconocimiento.

Antonio jamás pudo conversar con Cicerón, éste le  había criticado por revivir los rencores del pasado. Con César muerto y la oposición huyendo en desbandada Marco Antonio optó por callar a quien lo criticaba.

A falta de conversación, el pensador fue silenciado y expuesto, como monumento a la renovación contra el pasado, su destino fue emular a los que fueron condenados por un régimen anterior al que combatió César, antes de su pequeño reinado.

 El silencio impuesto por Antonio al orador, que fue asesinado. demuestra que el tirano sólo calla a quien le indica lo que no está haciendo bien o a quien lo señala como malvado.

Así que emulando a Sila, viejo rencor romano, Antonio mató a Cicerón y lo expuso para que el Senado viera que el gobierno ahora era diferente, pues ya había cambiado.

A veces parece que tras la caída de alguien que dice no saber de derrotas, como quizá tampoco lo supo César, los Antonios, menores en virtud, salen en defensa de los caídos procurando traer a la memoria los rencores que contra los anteriores se tenían.

Pero eso sólo pasa en la lejana república romana, el calor del trópico suele librarnos por acá de esas andanzas ¿o no?

Maigo

Sin decir adiós… y sin despedida

Decir adiós nunca es fácil, se llora mucho con las despedidas. Cuando nos despedimos de alguien solemos hacerlo, a veces con la esperanza de volver a verle, decimos hasta pronto, pero difícilmente decimos adiós.

El carácter de la despedida depende de la esperanza, cuando se mantiene la fe en un rencuentro posterior hablamos pensando en él, pero ay cuando se pierde esa fe, el adiós duele más que nunca.

Decir adiós, duele, porque no sólo se arremolinan los recuerdos de lo que fue y ya no será o de lo que se planeó y jamás se realizará, quizá por eso a nadie le gustan las despedidas.

Pero mucho se dice de nosotros mismos si nos fijamos en el modo como decimos adiós, hay quienes se aferran a lo que ya no puede ser y patalean ante la posibilidad de una despedida, hay quienes aceptan, aunque sea con dolor, que es momento de la partida.

A muchas cosas debemos decir adiós, en estos terribles días en los que el mundo se revuelve entre cinismos y dolorosas despedidas, hay muchos más motivos para llantos que para sonrisas, o al menos es lo que vemos en la revoltura que se avecina.

Si somos indolentes al dolor, no pensamos en las despedidas, si vemos sólo las incomodidades, todo nos sabe a renuncia y no queremos saber de las angustias que otros viven.

Si somos cínicos y no nos importa nada ni nadie armamos tragedias donde no las había y minimizamos lo que sí es trágico para ver lo que no lo sería.

Se dice que Nerón lloró al firmar una sentencia de muerte, pero también se dice que tocó su citara mientras miles morían, cual nerones vivimos y criticamos las despedidas, mientras no nos tocan, y en lugar de acompañar en silencio y en oración a los dolientes hablamos de lo que hacer deberían.

Los que dicen adiós no siempre quieren hacerlo, los que dicen adiós se quedan mientras ven a los otros realizar la partida.

Envío un abrazo a todos los que han debido decir adiós porque no es fácil, porque duele y porque no son números, ni curvas, ni estadísticas.

Maigo

El mundo simulado

Se dice que entre la cenizas de lo que antaño fue un gran palacio, vive un loco que tiene fama de incendiario.

Algunos con justicia consideran que él quemó todo lo que en ese sitio había: las cortinas, los cuadros, los libros; y que dejó desnudo lo que al palacio hacía, las piedras y quizá algunos escombros que no cayeron ante los efectos del calor.

Otros simulan que ese loco no fue responsable de que todo se convirtiera en cenizas, por incendiario que fuera, él no puso la cortinas, la puertas de madera, los cuadros y los libros que ahí estaban.

La culpa no es de él aunque en su mano llevaba la antorcha que inició al incendio, el día en que todo se convirtió en cenizas, la culpa es de quienes antes que él dejaron material inflamable como compuestos de la casa.

-No hay que culpar al incendiario, él realmente no hizo nada, sólo llegó a mostrar lo que de inflamable había en la casa- eso dicen sus defensores, amantes de las piedras y por qué no también de las alabanzas que salen desde el palacio que hiede a humo y se jacta de todo lo que fue quemado señalando que su antorcha tan sólo está limpiando.

Los amantes de las simulaciones dicen que todo está muy bien y agradecen a las llamas que se hayan llevado lo que sólo es boato y adorno para dejar lo que vale la pena para los hombre de bien.

Vivimos en un mundo simulado, donde fingimos que todo está maravillosamente, donde agradecemos las cenizas, aunque en el fondo no nos guste que se haya vuelto presente la destrucción de todo aquello que se había tenido siempre.

Vivimos un mundo simulado, simulamos querer ser buenos cuando en realidad queremos ser muy malos.

<p class="has-text-align-right" value="<amp-fit-text layout="fixed-height" min-font-size="6" max-font-size="72" height="80">MaigoMaigo

Maigo.

El discurso de unidad

Y el discurso de unidad acabó por devorarse a sí mismo…

El plato del buen beber

Hay quienes piensan que con gráficas y estadísticas se compone al mundo, que al cambiar pirámides por platos o jarras se consigue una vida saludable, un espíritu libre de prejuicios y la igualdad que supone la existencia de una democracia.

Hay quienes ven al mundo como un cúmulo de colores atractivos, bien acomodados y con un sentido maravilloso, para leer al mundo hay que leer al mundo, para ver el mundo gráficamente hay que pasar mucho tiempo creyendo en gráficas y creyendo en el poder del discurso que dan los colores.

Esos pensadores, amantes de colores que ven enemigos en las pirámides y que creen que al cambiar la forma se cambia el fondo, ven al mundo como un objeto que se construye y manipula desde los discursos.

Coloridos discursos que se fundan en la fuerza de números, de estadisticas o de curvas planas, forman el mundo casi irreal en el que las tragedias se convierten en risotadas, en que todo va bien a pesar de las matanzas y en que el amor gobierna a pesar de las constantes pedradas.

Coloridas formas y atrayentes palabras procuran enseñar a comer y beber a poblaciones que ya están envenenadas, el agua se convierte en antídoto de cualquier veneno y el veneno se convierte en el pan de cada mañana.

Con coloridas formas y hueras palabras, se colman los platos de los hambrientos para que se nutran con las aguas negras del rencor y la venganza.

Maigo

El espejo roto

Tanto cuestionó al espejo, tanto alimentó la esperanza de ver algo distinto en las mañanas, que sólo se sintió satisfecho cuando el polvo y el tiempo le quitaron su lustre a la superficie en la que se veía todos los días.

Así pues, la realidad dejó de ser lo que la superficie bien pulida mostraba, porque lo que era aceptado como real es lo que  se veía entre el polvo y las manchas del tiempo.

Pero,  un día limpiaron el espejo y con la plena visión de lo que era, el que en éste se reflejaba se sintió molesto con el artefacto, lo arrojó al suelo y terminó por ver muchas veces el reflejo de lo que era.

Miles de pedacitos mostraban pequeños rostros gesticulando y dando a entender el enfado y desparpajo del que producía los reflejos, miles de pedacitos le dijeron un millar de veces que no era lo que simulaba ni lo que pensó que era.

Miles de pedacitos lo invitaban por todas partes a hacerse a sí mismo pedazos, una vez que aceptara la verdad. Pero como buen cobarde, el que se reflejó en el espejo recién limpiado, optó por dejar esos miles de pedacitos y buscar una superficie más amable con él y menos fiel a la verdad.

Maigo