La musa contra Cronos

Resentidos llegamos a admitir que la historia está escrita por los vencedores. Las páginas de la historia estarían redactadas por las plumas de los opresores y sus respectivos intelectuales. Las mieles de la victoria tendrían su amargura al considerar que fueron conseguidas por medio de violencia y sangre. En este sentido cada triunfo escondería una atrocidad: un vencimiento quizá injusto. Un triunfo político o cultural socavaría otros grupos humanos o alternativas y no necesariamente por tener una verdadera superioridad. El triunfo estaría basada en otras condiciones no concernientes a lo virtuoso del acto político o la belleza en la obra; estaría en los dados aventados por la fortuna.

Aducirán ciertos universitarios, por ejemplo, que no alcanzamos a reconocer el esplendor mexica por la culpa de la invasión española. Escasean testimonios escritos y arquitectónicos por la destrucción ibérica. O la riqueza de la religión mexica ha sido rebajada a salvajismo por las mojigaterías del cristianismo. Bajo esta dualidad no sólo malentendemos los sucesos políticos y económicos, incluso lo creemos en el arte. Así diversas corrientes o artistas se establecieron por su dominio político. Ciertos artistas posrevolucionarios, conscientes del problema, no permitían que ni un exhalación porfirista pudiera emanarse en los nuevos aires. En las páginas, piedras y muros mexicanos sólo podía haber rastro nacional. O se volvía perfectamente aceptable contener y repudiar al escritor predilecto por el Príncipe en la segunda mitad del siglo XX.

Tal creencia de que la cultura está impuesta por los vencedores destrona a los clásicos. Para algunos esto resulta una humanización: no existe obra inmaculada y toda está mancillada por su creador. Si bien en un sentido es cierto, tomarla al pie de la letra resulta una falsedad. Ya muy bien se dijo que en el fondo todos tienen la probabilidad de ser artistas. El escritor genio es de carne y espíritu como sus lectores. Sin embargo su genialidad radica en tener el primor en su imaginación o la destreza en sus facultades. A pesar de ello, como todo mortal, también falla y su recibimiento no siempre es exitoso con su público o la posteridad. El clásico es aquella obra que su único vencimiento está en el tiempo, es decir, todavía resulta vigente para los lectores. Si perdura hasta ahora no es principalmente por su momento histórico, sino por el acierto que tuvo en mostrar algo que aún importa e interesa: el hombre. Los clásicos ya son humanos sin que haya un afán por destronarlos.

La historia o condiciones materiales brindan la oportunidad para entender nuestra realidad. La inspiración surge de los alrededores. No se necesita un manual o tratado sobre cómo perdurar, basta con ser observador y esperar algún susurro de la musa. Y ésta no reserva o condiciona sus triunfos a los opresores, burgueses, vencedores, etc. Alguna vez Reyes respondía a los preservadores del mito revolucionario que la calle era demasiado ancha para que cualquier escritor. Y es cierto, es demasiado ancha porque todos hemos transitado por ahí. Los genios de nuestros clásicos del arte fueron los mejores paseadores en esa calle.

Moscas. En meses anteriores Enrique Krauze advertía el fascismo inherente en el candidato estadounidense Donald Trump. Ahora en El País lanza otra advertencia inminente: llegando a la presidencia el susodicho desataría una guerra en distintas escalas. Asimismo el documentalista Michael Moore señala cinco hechos por los cuales Trump podría lograr la presidencia.

II. Todos aplaudían la ruina de los circos y los circenses lo lamentaban. Los diputados verdes se colgaban la medalla por la iniciativa progresista y los animales parecían obtener justicia por fin… ¿Qué fue lo que sucedió? 80% de los animales muertos.

III. Y mientras el gobierno de Mancera se preocupa por patentizar el nombre de su ciudad —el cual no pondré por temor a reclamos—, quizá debería preocuparse por uno de sus barrios peculiares.