Respuesta a “El Origen Sonoro de la Política” de Námaste Heptákis

Leyendo cómo Námaste Heptákis comentó el poema del códice Matritense, me parece que bien dice que se nota en nuestra relación con la poesía que no somos comunidad. Además, late la necesidad de entender por qué. No es sencillo darnos cuenta de qué nos falta cuando nos falta, y por eso está presente el peligro de pensar que lo anterior, todo, era simplemente bueno y mejor. Es la posición más fácil (y errada) que nace de sabernos incómodos y en disgusto, y concluir que si todo está mal es porque ha decaído. El sentido de la falsedad de esto se puede esclarecer haciendo notoria la diferencia entre “lo que pasó primero” y “lo que sostiene lo que pasó”.

Me explico. Decir que se establecía el canto y se fijaban los tambores, que se dice que así principiaban las ciudades, pues existía en ellas la música, suena a que es lo primero que se hacía cuando se fundaba una ciudad, como si este fuera el primero de muchos pasos en el tiempo. Creo que a eso se refiere Námaste al decir sobre el poema que “leerlo así es perder el sentido de lo mejor, obstinarse en la idealidad de lo primitivo, confundir lo salvaje con lo natural, lo pleno con lo caduco, lo real con las ensoñaciones de los confundidos”. Sin embargo, “fundar una ciudad” es una metáfora, porque la ceremonia de fundación es representativa de un estado que ya existe entre hombres que mantienen un modo de ser entre ellos, y no pueden elegir hacerse así. O bien, tal vez no hay tal ceremonia y la ciudad se funda naturalmente sin que los que en ella viven hagan nada más que relacionarse como lo hacen. ¿Y cómo es esto? Pues en concordia, como cuando se entona un canto al ritmo de un tambor, o se tensa el cuero de un tambor afinándolo con la voz. El ritmo es igualdad o semejanza, posibilidad de comparar en proporción; y esto no es en el tiempo. No es lo primero que se hizo para que hubiera una ciudad, sino lo que está allí si acaso existe una ciudad.

El ritmo es una imagen solamente, pero es una muy fuerte. El ritmo entre quienes viven juntos es su acuerdo sobre lo que es mejor para todos, y el canto es la voz con la que cada cual se presenta ante los otros. Ese acuerdo no existe entre nosotros (no escribí “ya no existe”, porque el tiempo no hace diferencia). Por eso no sólo le prestamos tan poca atención a la poesía, sino que cuando llega a suceder que lo hacemos, poquísimas veces hablamos sobre las mismas cosas. Nuestras voces son tan disímiles y nuestros ritmos tan distintos, que si cada quien de los que vivimos en este país sostuviera su parte de canto y su parte del tambor, compondríamos una espantosa pieza de “arte” contemporáneo, mucho antes que una sinfonía.

http://ydiceasi.wordpress.com/2011/05/07/el-origen-sonoro-de-la-politica/

Respuesta a “Pureza en tres cortes” de Perro de Llama

Definición de substancia pura:

Son líquidos que pueden ser peligrosos ya que son puros y no se le ha agregado alguna cosa más química.

Aquello que es de la naturaleza.

Algo que no tiene gérmenes.

Es cuando no se le agrega nada a la sustancia y es original.”

-Niñitos de secundaria respondiendo un examen de química real.


El escrito sobre la pureza de Perro de Llama tiene, según entiendo, tres descripciones de la pureza en diferentes carices. Cada una parece que responde a tres modos diferentes de preguntar: primero en general, luego según lo que se dice, y finalmente vista a través de nuestros hábitos. Es interesante de por sí que el discurso que trata específicamente aquello que notamos como único, como libre de trazas impropias, lo sugiera implícitamente como algo que es comprensible de mejor modo cuando lo vemos en estados diferentes.  El problema de comprender la pureza es intrincado, y lo raro no es la complejidad, sino que sea la pureza lo que resulta complejo.

Es llamativo que de cualquiera de los modos en que pensemos en la pureza, siempre está presente la idea de que la cosa pura no tiene ni un solo rastro de algo ajeno. Es como cuando decimos “puras mentiras”, pintando la imagen de que las mentiras tienen todo lo necesario para ser llamadas así, y ni un poco menos, además de que no vienen acompañadas de nada más. Lo que nos imaginamos está librado por completo, ya sea por naturaleza o por artificio, de todo lo demás que no es él mismo. Es lo que quiere decir que  la cosa pura sea idéntica a sí misma según Perro de Llama, a mi juicio. También es por eso que la juventud puede ser “pura” en una analogía cuando imaginamos que los adultos son seres humanos descompuestos por la suma estimulante de elementos que devoran con los años, como información sobre el mundo y costumbres impropias (noción que desaparece si pensamos que los adultos son hombres completos, y no hombres desviados). La pureza como higiene también tiene ese sentido -aunque creo que es demasiado suponer que son igualmente tratables higiene e “higiene del alma” sin mucha aclaración-, pues mantener exento de contaminantes es también conservar algo alejado del peligro de que lo ajeno lo destruya.

De cualquiera de estos modos, parece por el escrito que la pureza no puede tratarse puramente, pues es necesario que sepamos qué cosas son las que tienen relación con nosotros de manera que las vemos así. O dicho de otro modo, no somos puros nosotros mismos. Esto puede tener mínimamente dos sentidos: el primero es que el ser humano es una especie de monstruo que no es naturalmente una sola cosa, sino la combinación inesperada y trágica de varias que por sí mismas sí son simples; la otra es que la impureza del hombre es natural. El último caso me parece el más probable porque explica mejor las tres formas en las que Perro de Llama habla sobre las cosas puras, y como en general las pensamos: si somos monstruos, es muy extraño que nos parezca habitual y sano mantenernos lo más posible alejados de los excesos que al mezclarse con nosotros nos destruyen. Pienso que el caso de que nuestra naturaleza es compleja y, por lo tanto, impura, es una opción más cercana a nuestra experiencia. Ahora bien, a esta perspectiva habría que darle aún otro giro: si naturalmente somos complejos, eso quiere decir que somos impuros solamente si comprendemos la pureza como un estado general que únicamente concierne a las cosas simples (ya sean varias o sea una sola); pero si puede entenderse cada cosa en su pureza, entonces el estado natural de algo es una suerte de noción pura de lo que cada cosa es. Me refiero a que las cosas que conocemos nos las imaginamos en su estado puro y alejado de lo que no son ellas mientras las miramos con claridad, bien delimitadas (tal como dice Perro de Llama al principio).

Lo que no tiene mácula alguna es puro, porque nada ha caído encima de él que lo marque con la sombra de lo ajeno; pero si acaso hay naturalezas que tienen necesariamente manchas, entonces están ellas incluidas en lo que sabemos sobre su pureza. Y así como no diríamos que la piel del leopardo está arruinada por ser manchada, así también podríamos pensar que cierto orden de la disposición compleja humana también puede, con todo y la ausencia de simplicidad, anunciar un estado de pureza.

http://ydiceasi.wordpress.com/2011/02/26/pureza/

Calcineo Monte (cont.)

El gélido abrazo veló un engaño:
la dulce mirada de Amor y su faz
con esa expresión reveláronme más
que el triste rumor que hizo tanto daño.

Me había equivocado pensando que el fin
en árido monte fue a hallarme helado,
que cuando mi aliento volvió delgado
ya nada del mundo quedaba ante mí.

Culpable fui de mi grande ceguera,
oculto me fue que ese frío no es
ni un poco, después de muerte postrera

Y ahora que quiero sentir en mi tez
el hielo gozando la vida entera,
no hay frío ni calor, ni lozana vejez.

 

http://ydiceasi.wordpress.com/2010/12/04/calcineo-monte/

El Guarda Silente

Y se detuvo detrás de él, tomando el rubio cabello del Pélida 
a quien solo se manifestó: ninguno de los otros viéndola: 
maravillado Aquiles, diose la vuelta y llegó a reconocer 
a Palas Atenea: terribles lucían sus ojos. 
Y a él habló con palabras aladas.

– Ilíada, I, 197 – 201.

Por A. Cortés:

De todos los guardas, el templario debiera ser el más silente. Cuidar el templo y hacer frente por él hace de su guardia un sosegado cuidado, una diligencia respetuosa. Si se tiene que luchar por el templo, es porque hay quien ha sido suficientemente canalla como para desacrarlo, o como para mostrar la intención. Como el respeto a lo sagrado no es cosa liviana, no es sorprendente que el templario guarde de la compostura aún durante la batalla para honrar lo divino. Pero la imagen del templario como una clase de guerrero es en cierto modo una canallada de por sí, porque su cuidado no es el de quien está para pelear, más que incidentalmente. Originalmente él no es un azuzador de la guerra, sino un guarda de la paz.

Obviamente no hablo de la histórica Orden de los Templarios, pero sobra decir más que eso. Me llegó de lejos un recuerdo de cuando escuché con atención por primera vez la frase “¡guarda silencio!” (gritada y todo), y pensé que era muy curioso que el silencio fuera cosa que se guardara. Me inquietó que si comprendemos la frase como un eufemismo de “calla”, omitimos el sentido importante que parece mandar con más fineza que proteja uno el silencio, que se esfuerce por mantenerlo a salvo. Y es curioso que justo sobre estas líneas vine a darme cuenta de que miento: ésa no fue mi primera reflexión, sino la segunda. Sin embargo, aunque fuera la tercera o la cuarta, lo más escandaloso del descubrimiento es que casi siempre que guardamos silencio pensamos antes que estamos “dejando de decir”, y no que estamos cuidando lo que se mantiene sin el habla.

Si uno estudia música, tarde o temprano llega a conocer “los silencios”, esos signos que indican un tiempo específico en el que el intérprete tiene que guardar el silencio. No todos tienen el mismo valor, unos duran más y otros menos, pero cualquier buen músico dirá que su valor es el mismo que el de los sonidos. Un cuarto de do dura lo mismo que un cuarto de silencio (como con el chiste del kilo de plomo y el de plumas). En el caso de la música se hace más notorio que en ningún otro que el silencio no es el hoyo entre el sonido, y no es negación de nuestra expresión, sino de hecho algo que vale por estar guardado. Y con esto quiero decir que no confundimos la pausa después de una mala noticia con el que se calla a la mitad de una oración porque lo interrumpe alguien más. Ni son tampoco lo mismo la sonrisa silenciosa entre amigos, que la sordera de la vejez. Ya leeremos qué dice a este respecto Némaste Heptákis. El silencio no es lo mismo que la ausencia del sonido, es una curiosa manera de guardar la palabra, y de proteger algo que no me atreveré (o tal vez sí) a decir qué es.

Respuesta a “Cuando lo Privado sale a la Luz” de Maigo

Que se comprenda esta respuesta depende de que el lector haya leído el escrito de Maigo al que se refiere. [Buscar vínculo abajo].

Por A. Cortés:

El escrito propuesto por Maigo sobre el chisme está dividido en tres partes: la que corresponde a la caracterización y exposición de la corriente infamia que enviste al chisme, la que se dedica a su defensa por voz de los chismosos, y al final la respuesta a la defensa. Primero, su delineado del chisme me parece la descripción mínima acertada, sobre todo por referir lo que a todas luces notamos todos: que el habla que con descuido hace público lo que era privado, en la mayoría de las ocasiones tiende a extenderse más allá de lo visto, y cuando no, es por lo menos una imagen fuera de su contexto que malentiende los hechos de los que se está hablando. Expone en su ausencia al que no quiere ser expuesto y engrosa su ignominia. El chisme mancha el nombre sin otorgar chance de réplica al afrentado y con eso, hace un gran mal. Esto creo que es claro por el escrito de Maigo y, si bien no es muy enfática al exponer el malestar público que ocasionan los regueros de los chismosos, apoyo el acento que se sigue de lo que ella propuso. Sin embargo, al momento de la defensa lo que llama chisme es en realidad denuncia y, el chisme con el que se riegan las abundantes y secas conversaciones casuales se queda sin voz. Digo que lo confunde con la denuncia porque lo propone ante una asamblea y en público haciendo visible un mal que estaba oculto a los interesados, como una acusación sobre el vicio que se hacía pasar por virtud. Pero esto no es lo que hace el chisme, esto es un juicio público, y una denuncia. Como la denuncia pueden hacerla mentirosos y honestos, sólo vale la mitad de lo que se denuncia. Y no cabe esperar que a ésta pertenezcan los chismosos porque son descuidados al hablar. Por esta confusión, la conclusión que responde a su defensa termina por obviar la mentirosa intención del chismoso y lo descalifica; con ello hace la misma injuria que con indignación le adjudicaba: lo vitupera a sus espaldas y no lo deja defenderse. Pensar de alguien que es un mentiroso mientras da razones de sus acciones es lo mismo que no escuchar sus razones, y por eso no es válido -si queremos argumentos- descalificar la posible apología del chisme con este prejuicio.

No queriendo concluir qué tan malo o bueno es el chisme en la comunidad (que, siendo susceptible de cuidado tanto como de descuido podría ser ambas cosas), intentaré solamente complementar el escrito de Maigo ensayando la defensa que, según me imagino, podría hacer el chismoso ante las acusaciones que sobre él se ciernen. La tercera parte que correspondería al esquema del escrito sobre el chisme, la respuesta a la defensa, será cosa que cada uno de nosotros podrá hacer por su propia cuenta.

Podría decirse: “No hay razones para descalificar al chisme, como tampoco las hay para mirar torvamente al chismoso. Las palabras hacen manifiesto el pensamiento, y lo que es tan íntimo como la voz interior sale inevitablemente a la luz cuando con otro se hace resonar el viento con la voz. Esto, y no otra cosa, es lo que se hace en todo tipo de conversaciones: hacer que salga a la luz lo que era íntimo. Cuando hablamos de las acciones, podemos nombrar las nuestras y podemos nombrar las de los demás, pero hablar de lo que hacemos nosotros puede resultar fácilmente en el exceso enojoso; por eso es natural, en toda conversación que habla de acciones, platicar de presentes y en mayor medida de ausentes. Esta situación le es tan corriente al ser humano, que parecería que nos rodea como el aire en todo momento, todos los días: somos platicadores y contar lo que se ha hecho nos gusta. Escucharlo nos gusta aún más. Por eso está más allá del sano límite quien se molesta con el chisme, porque es necesario admitir que todos nos sentimos atraídos hacia él.

“Aun siendo de ojos opacos y de transparente terquedad, quien no admite la evidencia de que así son las cosas en la vida cotidiana puede darse cuenta de sus causas, que son diáfanas y fáciles de mostrar. Hablamos más gustosamente de lo que nos interesa, y todos, en nosotros mismos, notamos esta diferencia en el ímpetu con el que se habla o se escucha. Cuando se nos hace patente lo que los otros hicieron, estamos más interesados en saber de quienes nos parecen importantes que de quienes no consideramos dignos de mención o de nuestro pensamiento, y debe ser muy obvio que pocos son los que tienen este mayor peso en nuestras vidas junto a nuestros conocidos. Por eso todos queremos naturalmente saber lo que el otro tiene que decirnos sobre los que nos importan, y este interés en sus acciones hace que la conversación casual fluya sin esfuerzo. Cuando sabemos de cómo actuó alguien, nos place mucho contárselo a alguien más que esté igualmente interesado en él.

“Y no es otra cosa que ésta el chisme, el modo natural que tenemos de platicar sobre lo que han hecho nuestros mutuos conocidos, o sobre quien compartimos interés. La exageración, la mentira y el despretigio son accidentales al chisme: éste tiene de suyo estas tres cosas tanto como las tiene cualquier otro modo de hablar. Si alguien de buen juicio escuchara a un científico hablando sobre sus descubrimientos al respecto de las maravillantes propiedades del flogisto, no desecharía al discurso científico por entero sólo por opinar que no hay tal cosa como el flogisto. De la misma manera, decir que el chisme es desdeñable y descalificable es una confusión: pretende que el error sobre lo contado viene del hecho de que sea chisme -y por eso es un mal juicio-, no de que quien lo cuenta miente en ello y sobra sus palabras más allá de la justa medida.

“Como no tenemos ninguna alternativa a hablar con lo que sabemos (hasta cuando mentimos), todas nuestras palabras siempre tienen como límite el horizonte de nuestra propia comprensión de lo que hablamos. Y si del chisme decimos que es malo por contar “fuera del contexto” lo que pasó, lo que estamos diciendo en realidad es que son indeseables las malas interpretaciones y los errores al hablar sobre lo que ocurre. Éstos, los errores o las mentiras malintencionadas no son el chisme, sino una disposición perjudicial de quien cuenta mal. Así, los merecedores de nuestra indignación son éstos: la mentira, el engaño, la exageración, la ignorancia, y no el chisme. Si éste se encuentra mezclado con alguno de éstos es por ellos que se vuelve nocivo, como también vuelven vil todo otro tipo de discurso que tocan y corroen, y son ellos solos los que merecen nuestra reprobación. Haríamos tan mal en desechar el chisme por culpa de éstos como haríamos al deshacernos de alguien enfermo en lugar de curar su mal.”

Así pienso que hablaría quien defendiera el chisme. ¿Estaremos de acuerdo con él?

http://ydiceasi.wordpress.com/2010/06/26/cuando-lo-privado-sale-a-la-luz/

Respuesta a “Apología Nimia y sin Razón del Ocio” de la Cigarra

Como siempre que respondo, recuerdo al lector la importancia de tener presente el texto al que respondo. En este caso, el de la Cigarra. [Buscar vínculo abajo].

Por A. Cortés:

El título de la Cigarra nos dispone a leer una apología del ocio, y aún así, nos equipa sin dilatarse de razones para repudiarlo. La conclusión de su apología no es que el ocio sea bueno, sino que por ser indiferente a los juicios de valor ético, es tan malo como lo es el trabajo. ¿Y qué clase de apología es ésta? Su argumento, mucho más débil que convincente, pinta al ocio desde la perspectiva del negocio, y así, nos impone desde el principio de su interpretación como si fuera el “tiempo libre”. Es libre del trabajo, y por eso, se comprende que el ocio es solamente el residuo que queda de la vida normal en la que nos la pasamos haciendo lo que no nos gusta hacer. Por esto, nos dice la Cigarra, no puede pensarse que el ocio sea el padre de los vicios, porque no a todos nos gusta lo mismo, y por eso es más bien el gusto por lo enfermizo lo que engendra el vicio, no el ocio. Esta comprensión, según sospecho, está íntimamente vinculada a la confusión al respecto de lo que es el vicio.

No es cierto que un vicio sea la afición extrema a algo que merma la salud. Tampoco es cierto que la adicción sea el superlativo del vicio. Para empezar, porque los extremos no tienen superlativos, y para continuar por la perspectiva que nos compete, porque si entendemos que el vicio es predominantemente detrimento físico, es imposible explicar por qué es que el ocio debería ser justificado. Resulta en la vida cotidiana que el “tiempo libre del trabajo” es a la vista de cualquiera el momento para hacer lo que siempre se está queriendo hacer y que no se ha podido por estar trabajando; si en esta condición resulta que se dan los vicios, no importa si es porque a uno le gusta ser vicioso o si es por otra cosa, hay razones buenas y de peso para impedir que los hombres tengan la posibilidad de dedicarse a lo que los dañará. Desde la perspectiva de la salud pública tenemos dos caras: la saludable y la enferma. Y se debe hacer lo que se considere que conservará la salud. De ese modo, es evidente que vale la pena sacrificar unas cuantas horas de vacaciones si acaso eso garantiza que la población se mantendrá lejos de lasadicciones. El hecho de que haya quienes no se dedican a nada malo para su salud no es razón suficiente para pensar que los demás seguirán el ejemplo, o que no deben preocuparnos. Como hay razones para protegerse del vicio, y si se mantiene la salud en el trabajo, el ocio no tiene por qué defenderse ni conservarse. Como esta censura del ocio no dice que todos los ociosos siempre son viciosos, demostrar que existe quien no es vicioso en el ocio no toca en absoluto el punto importante. Entonces, lo que dice la Cigarra de “no es cierto que el ocio sea malo porque cuando yo estoy ociosa, sólo duermo y no hago nada malo”, no sólo es insuficiente y nimio, sino que no es un argumento razonable en absoluto. Su texto es, por lo menos, fiel a su título.

¿Y por qué sería digno de calificación moral el ocio, o la actividad en el ocio, si su influencia es con respecto al buen mantenimiento del cuerpo? Esto es lo que no se puede responder desde la perspectiva de la Cigarra. Si acaso el ocio debe de ser sopesado para intentar alguna justificación o apología, no debe de pensarse en qué sentidos no es dañino, sino en qué sentidos puede ser benéfico. Es notorio que en lo que se refiere a la salud no es posible más que, si acaso, como fomento del deporte, pero esta perspectiva también se refuta fácilmente diciendo que pocos decidirán dedicar su tiempo libre a ejercitarse en vez de vacacionar, descansar o dormir. Si el ocio tiene algo de bueno, es porque es la condición indispensable para que el hombre se dedique a lo más humano: la conversación.  O si se quiere, al arte (pues hay quienes defienden mucho este punto y no es éste el lugar para discutirlo). Eso es el ocio, no el tiempo que sobra, sino las condiciones humanas de vida en las que las necesidades más básicas ya no ocupan al hombre y, por tanto, puede dedicarse a todo lo que no le es común con los demás animales. Y esto no tiene que ver con que tengamos más o menos propensión a la diabetes.

No toda la actividad ociosa es buena, pero sí toda ella es digna de juicio moral. La –según la Cigarra- diabolización del ocio que se dedica al vicio no tiene nada que ver con un prejuicio supersticioso que malamente ataca la caída a la enfermedad confundiéndola con perversión; más bien, es el juicio que nace de la posibilidad de notar que los malos hombres actúan mal, y que la acción mala es evidente para la mayoría. Notamos que hay quienes son perversos. Los que notan que los viciosos se destruyen a sí mismos se dan cuenta también de que su destrucción proviene de la maldad de su acción, no de que les dé mucha tos, diarrea o enfisema pulmonar. Y por ello es tan importante reflexionar sobre las posibilidades humanas en el ocio, porque sólo en él es posible que las acciones más benéficas de los hombres se lleven a cabo, pero también es posible que en él se caiga en el vicio. El buen ocio promueve la virtud, que no es la salud sino la buena acción; y el mal ocio promueve el vicio, que no se parece a la adicción más que en la disminución de quien actúa mal. Finalmente, la reivindicación del inocente padre ocio no depende de lo que más nos gusta hacer, sino de lo que es mejor que hagamos. Si no vemos eso, entonces estamos –dándonos cuenta o no- de acuerdo con todos los partidarios del mundo del negocio en el que se debe erradicar por completo cualquier posibilidad de conversar sin trabajar, y con esta cancelación, acabar toda condición para dedicarse a algo distinto de lo que tenemos en común con todos los otros animales.

http://ydiceasi.wordpress.com/2010/05/22/apologia-nimia-del-ocio/

Respuesta a los Pensamientos tras la Lectura de “Hamlet” de Martinsilenus

Por A. Cortés:

Por ser este escrito una respuesta, pido al lector que tenga bien presente el texto de Martinsilenus al leer aquéste. [Buscar dirección al escrito abajo]

Heaven make thee free of it!

Mientras leo el escrito de Martinsilenus, me pregunto si acaso es resabio de la tragedia shakespeareana el sentimiento de arrojo sin sentido que parece permear cada letra suya; o si no será por ella que el hombre que vese reflejado en el espejo de la vida refuerza su vital apego al mundo. ¿Qué será esto que obra el poeta en el alma con su Hamlet?

Parece ser la sugerencia que es la belleza “terrible” la que infunde en nuestro ánimo la sensación de pequeñez que nos expone como espíritus simples, débiles y quebradizos. Es ésta una belleza erigida como monstruosa gigante, alejada de todo alcance humano, y brillante con un fulgor que quema por dentro los ojos. Si trata de tenérsele como botín, rebasa toda jaula y destruye todo abrazo: es inapreciable e inapresable. La mirada mortífera de la belleza actúa inmediatamente sobre la lengua y la paraliza, y todo aliento se estanca en la boca del estómago en un súbito espasmo. Si no es así que actúa sobre nosotros, ¿por qué nombrarla terrible?

Acaso es ésta la belleza supuesta por los enfermos de romanticismo, y por los moribundos del veneno de un amor que, como a Hamlet, carcomen por mucho tiempo. Y debe de ser mucho el sufrimiento de esta índole que, aunque los pensamientos del amor que lo provocan sean veloces como el impulso de su venganza, perdure por tanto tiempo. Es una fuerte corrosión que no termina, un alarido doloso que con cada ápice que decae la voz, se fortalece. Quien sufre de este mal sólo mira en la hermosura su sentencia de muerte. Pero sólo es posible entender así la belleza si se vive como Hamlet: no como el espejo de la tragedia shakespereana, sino como uno de sus personajes. Hace falta haber sido injuriado por la más voraz afrenta para que la vida de verdad valga tan poco, y para que la hermosa y joven Ofelia nos parezca la más lúcida imagen del destino perdido.

¡Pobre de esta joven!, grita Martinsilenus. No hacemos nada, y la vemos perecer, hundidos en la impotencia: eco de la vida propia. Eso es ciertamente doloroso y pesado; mas no es la señal que recuerda lo vano de tener algo por sagrado; muy al contrario, es la imagen que lo subraya y enaltece. Que el hombre pueda tener algo como sagrado, y que le sea tan terrible el arrebato del canto de la joven, muestra que lo sacro es por él adorado sin otro móvil que su natural impulso; no puede más que ser en definitiva, una de las más asequibles muestras de una frágil belleza que se tiene con cuidado. Es una belleza tierna y cálida, maravillante y de dulce sonrisa, que no quema los ojos sino que les da más brillo. No grita ensordecedoramente, canta. Después de haberla visto, las cosas no parecen secas y viejas, no se caen los edificios como escombros mal cimentados; sino que todo parece más fuerte y verdadero. Hamlet es la imagen de quien tiene desde el inicio el veneno en su sangre: no puede más que contemplar en la belleza el signo de la decadencia de lo humano, es la “terrible” belleza. Muy por el contrario está la bella Ofelia, frágil y delicada, que nos hace sentir que no hay cosa que se mantenga siendo la misma después de su última voz en la tragedia, canto fúnebre dirigido al Cielo.

La belleza, que no es lo mismo en Hamlet o en Ofelia, tampoco es lo mismo para Shakespeare; y si en algo concuerdo con Martinsilenus es en que no es posible concluir de Hamlet que a la muerte se reduce todo. Parece que el contraste es necesario en el sentido de la tragedia, y que la confrontación de éste es en realidad un encuentro con nosotros mismos. Es un choque entre fuerzas que no se dejan ver plenamente distintas, ni se separan para tener cada una su voz: son la misma tragedia. Parecería que la tragedia verdadera no podría ser espejo de la vida, sino más bien, una multitud de espejos de lo humano que enhilan las vidas y acciones grandiosas lanzando en todas direcciones rayos que alumbran ora esto, ora aquello. A veces la venganza nos dice mucho de quiénes somos, a veces los banquetes, y a veces las negras noches fantasmales.

Si doy por cierta la declaración que hace Martinsilenus de que dijo puras mentiras, entonces todo lo anterior deja de ser diálogo para convertirse en un monólogo inspirado por lo que de él leí en el blog, y parece que eso esperaría de mí porque atribuye el mismo grado de mentiroso a Shakespeare cuando él lo lee; pero si, como poeta, en lugar de mentir él imita para decir alguna verdad que no se deja decir en prosa directa, entonces lo que aquí digo no está solamente lanzado hacia la nada (arrojado al mundo), sino que tiene un sentido y responde a alguien que hablando con nosotros se deja ver en alguna medida y después, como imagen fantasmal impresa en la obscuridad de la noche, se desvanece sin contestar escapando de ser interrogado sobre la verdad más importante.

http://ydiceasi.wordpress.com/2010/04/17/algunos-pensamientos-surgidos-tras-la-lectura-de-hamlet-de-william-shakespeare/