El Fondo

Hace años, muchos años, antes de que su nombre famoso se adelgazara en las memorias y las generaciones acallaran su eco, antes incluso de que los huesos se le llenaran de reclamos y los músculos de rencores, Jadgaalo se había preguntado muchas veces cómo sería el fondo del mar. Para él era una cosa común: el fantasma del Sol aún estaría vibrando en sus ojos cerrados por el espejismo sobre el agua, mientras él pensaba en la negrura plena, en el sonido amortiguado, en la gélida presión, en el corazón vibrante de la tierra más honda en lo más bajo del mundo. Le aterraba y, a la vez, lo invitaba a sumergirse en su pensamiento. La mayoría de las veces la pregunta se le había hecho silencio, pues tenía la impresión de que sus palabras estaban rengas, incapacitadas para compartir por entero su duda; cada una de las veces que la había expresado, las respuestas que recibía eran tan toscas como para convencerlo de que su pregunta no podía entenderse. Estaba seguro de que su pregunta era exclusivamente suya, y por eso casi siempre la callaba. ¿Cómo sería el fondo del mar?

Finalmente, como ocurre con todo lo que vino de las manos del hombre, las pesadas vigas del Gigante Glauco se deshicieron; el mástil corrompido, los camarotes rebosantes de agua salina, las velas derruidas ya hilos y pasta ligera, los hombres centenares de granos de polvo, los amores olvidados: todo había sido ofrecido a la fiera venganza del tiempo. El último aro de hierro aún completo se había hundido kilómetros en un viaje inexplicable del que sólo hacían parciales testigos peces y crustáceos, y especímenes cuyas raras características no han sido nunca investigadas por el ojo taxonómico. Y con el aro, al tocar el último de todos los pisos, por fin Jadgaalo supo cómo era el fondo del mar. La iluminación no era leve ni el ruido atrapado, ni tampoco hacía frío; en realidad, no hacía nada. No había allí luz ni sonido, ni aromas o gustos, ni sintió más presión; supo qué era ese atrio del centro de la tierra: el fondo era idéntico a él mismo.

Entre el mar y el desierto.

Anoche, bajo la pálida luz de una luna plateada, vi a un anciano que lloraba. En silencio sus ojos derramaban gotas de agua salada como la del mar. Pero la carencia de sonido hacía que la distancia entre lo que salía de sus ojos y el anchuroso ponto fuera mayor. El mar no llora -me dije al ver los ojos del anciano- aunque es salado, acuoso y llama la atención como las lágrimas que silentes mojan la mejilla arrugada que hoy concentra mi atención.

El hombre sostenía en sus brazos un chiquillo, que al igual que él, lloraba, pero su llanto era muy diferente, era sonoro y casi carente de lágrimas, sólo el dolor se reflejaba en sus ojos que nada sacaban al exterior. El llanto del niño era seco como seco es un desierto, pero era sumamente escandaloso y esto alejaba al llanto infantil de las calmas soledades del desierto.

Pero algo vi entre el desierto y el mar que acercaba, a estos gigantes, unía mediante un abrazo al niño y al anciano, que fundía al desierto con los mares y a la carencia de lágrimas con la copiosa presencia de las mismas. Miré más de cerca y noté que ese algo era el dolor, y cuando pude ver la desesperanza en los ojos que lloraban frente a los míos, por más que mi cabeza se hizo hacia atrás y se agitaba como el viento, no pude evitar que el llanto brotara, y que en él se reflejaran los llorosos ojos en los que me había visto.

Maigo.

Velas

“Duermo, luego vuelvo a remar”

Un fenicio

Esta es la historia de un hombre que, como todos, era cuerpo y algo más que cuerpo. Que comía y bebía. Cantaba, bailaba, pensaba y acaso también amaba. Este hombre también soñaba. Soñaba con las estrellas y el mar. Soñaba que no tenía alas pero podía volar. Soñaba que amaba y era amado por aquélla que siempre quiso, por aquella que nunca se fijó en él. Soñaba con islas lejanas, con Diosas y aventuras profanas. Soñaba paraísos perdidos, el cielo y el infierno. Soñaba con rosas y con máquinas del tiempo. Soñaba también cosas feas. Soñaba minotauros y laberintos. Soñaba infinitos y espejos. Que no lo amaban, que no hablaba, que no podía soñar. Soñaba, y este era tal vez su sueño más feo, que veía hombres con caras que no eran las suyas, hombres que parecían usar máscaras pero no las tenían. Veía a su madre, a su padre, a su hermana y a su único amigo, pero sus rostros no eran los mismos, eran otros. Sus gestos bailaban de otro modo, sus arrugas y cicatrices contaban cuentos de otra vida y dolores de otros colores. Y ella, ella también era otra; ese lunar ya no estaba en su boca, esa boca no era la boca que tantas veces quiso besar. Esos ojos no eran ya aquellos que nunca lo miraron. Este hombre nunca supo por qué soñaba, nunca supo por qué los laberintos, el mar y las caras. Nunca supo, y jamás se lo digas, que él era ese mar y ese viento. Nunca supo que él era el cielo y las islas lejanas. Mucho menos supo que él era todas esas caras.

Aquel hombre me dejó pensando en las caras, en los rostros que cada uno cargamos, sentimos y somos. ¡Qué maravilla! Todas con ojos, labios y boca, pero todas tan diferentes. Cada una con un movimiento tan suyo al hablar (así como el tuyo). Cada una con una arruga que cuenta algo especial y único, con ojos propios sólo de esa cara, con ojos que cuentan dichas y tristezas. Caras que se iluminan y que iluminan. Míralas, todas cantan un himno propio, todas causan asombro –me dijo alguien alguna vez. Y era cierto. Todas cuentan una historia: su historia, y cada una vale la pena descifrar y tal vez luego contar. Cuando se muere un hombre, leí un día, muere una cara que no se repetirá; mueren miles de circunstancias, miles de recuerdos. Recuerdos de infancia y rasgos humanos demasiado humanos…Es bueno recordar esto en días como los de ahora en que mueren más de la cuenta y, creo yo, más de los que debieran. Estos días en que la muerte es sólo “un efecto colateral e inevitable”. Perder hombres es soplar velas que nunca volverán a brillar.

PARA APUNTARLE BIEN: Les dejó el inicio doce del Paraíso Perdido de Milton (que fue resultado, dicen, de un sueño):

As one who in his journey bates at noon,

Though bent on speed; so here the archangel paused

Betwixt the world destroyed and world restored,

If Adam aught perhaps might interpose;

Then, with transition sweet, new speech resumes.

Thus thou hast seen one world begin, and end;

And Man, as from a second stock, proceed.

Much thou hast yet to see; but I perceive

Thy mortal sight to fail; objects divine

Must needs impair and weary human sense:

Henceforth what is to come I will relate;

Thou therefore give due audience, and attend.

This second source of Men, while yet but few,

And while the dread of judgment past remains

Fresh in their minds, fearing the Deity,

With some regard to what is just and right

Shall lead their lives, and multiply apace;

Laboring the soil, and reaping plenteous crop,

Corn, wine, and oil; and, from the herd or flock,

Oft sacrificing bullock, lamb, or kid,

With large wine-offerings poured, and sacred feast,

Shall spend their days in joy unblamed; and dwell…

MISERERES:   Al PRI lo sigue persiguiendo, y alcanzando, su pasado en Coahuila. Pero Peña Nieto se desliga. El debate del próximo domingo no será transmitido en canales estelares; a esa hora hay fútbol. Ahora Bolivia, tal vez siguiendo a Argentina,  nacionaliza eléctrica española.

Una mañana lejos del mar

En mi cama de franela,

me caliento yo los pies

con ayuda de calcetas;

así duermo más que bien.

 

Si a la mañana siguiente

hace frío como hoy,

evito si es conveniente

salir y ni el paso doy;

 

y como evitarlo puedo,

en cama me he de quedar

cual barco anclado en el puerto,

lejos de lo hondo del mar.

Hiro postal