La vista es un sentido muy generoso, pues podemos pasar nuestra mirada por casi tantas cosas, como belleza hay en el mundo. Flores, automóviles, letras, pinturas y personas se nos presentan para poder ver detalles, semejanzas, diferencias; ver el mundo en general. Pero vemos y no conocemos. Vemos rostros y no entendemos el porqué las caras buscan desaparecer los rasgos. Vemos y no entendemos la destreza de las emociones que recorren los pliegues más diminutos, que pretenden taparse, pero que moldean una vida. ¿Saben las mismas personas que se observan al espejo qué buscan, qué desean?, ¿tendrán anhelos que pugnan por romper con la vida que han creído que podría proporcionarles la felicidad? Y si esos anhelos surgen desbordantes, ¿serán como si un retrato se cuarteara?, ¿será suficiente el deleite que proporciona la vista para entender qué pasa en el alma humana?
La agenda de las preocupaciones que suele compartir la gente que está a la moda desató fuertemente la polémica adormilada el fin de semana: las secuelas de lo que ocurrió en Europa, la marcha de algunos políticos y la marcha por el orgullo LGBTTTI. De entre todos estos sucesos complicados, el más difícil de comprender es la marcha del orgullo, pues creemos que ya entendemos que se trata de un espectáculo de gente exótica. Pero además de música y colores, gritos y susurros, hay problemas que nuestra manera de mirar no alcanza a comprender. Por ejemplo, ¿qué diferencia, además de la que muchos pueden pensar en diez segundos, hay entre un transexual y un trasngénero? Es decir, ¿cómo se sienten, por qué decidieron ser de tal modo y no de otro?, ¿se sentirán plenamente seguros de su decisión? Esto, por considerar un problema medianamente complicado, pero también podemos pensar en qué sea la familia y si la familia siempre deba pensarse en términos de procreación. Si la familia tiene como cometido cuidar a los hijos y hacerlos personas buenas, ¿eso no lo pueden hacer las parejas de mujeres así como las de hombres? Aunque algunos han pensado: la sociedad rechazará a esos niños, los mirarán con malos ojos. Ante eso, la comunidad podría pugnar, defender y demostrar que pueden ser buenos padres, que no abandonarán a sus hijos con una sola persona y que intentarán evitar la infelicidad de sus niños con quiebres en la propia unión familiar. La dificultad no radica en aceptar eso que nos parece tan raro, sino en entender el porqué esas uniones pueden ser buenas; la dificultad radica en pensar para la familia y la sociedad y no buscar un mundo individual.
Yaddir