Ante la ineficiencia e ineptitud sólo le quedaba la ridiculez, por eso siempre reía en las fiestas y reuniones, mostraba lo que comía y se entretenía en diversiones.
Marco Antonio se divertía, mientras César afianzaba su poder, para hacerlo había doblegado a una ciudad que en memoria sería eterna, aunque ruinas ahora sólo queden de ella
Mientras el ridículo bailaba y con pronunciamientos se desdecía, los generales se peleaban: César y Pompeyo en pos de la gloria rumbo a Egipto se mataban.
El hombre ridículo, en tanto, bailaba y con palabras suaves pretendía calmar los ánimos, miedos e inseguridades que había sembrado su general en en jefe con tal del poder afianzarse.
Al ver que los discursos, y el recuerdo de las buenas madres romanas no servía, Marco Antonio se desesperaba y para calmar a la turba embravecida hacía un pronto y mal uso de las armas.
¿Cuántos Marco Antonios no ha habido? De esos que destrozan ciudades eternas en pos de tratar de calmar los ánimos de las turbas a los que con sus discursos y ridiculeces despiertan.
Maigo