Pandemia y soledad

Para Olivia.

Sola, casi abandonada y postrada junto al cuerpo, antes rebosante de vida, la mujer que ahora llora se sabe privada del consuelo de dar sepultura a su anterior compañero de vida.

Aunque nunca se desposaron, porque eso sería un desatino, ambos compañeros sabían que al final compartirían el mismo destino.

Ahora la hora de bajar al sepulcro ha llegado y ella se encuentra llena de ausencia, llena de llanto, casi desesperada, casi perdida, casi apagada.

En estos momentos de llanto, ella se sabe madre, sabe que hace tiempo fue esposa y que a sus padres los dejó hace tiempo, pero también sabe que a diferencia de cuando se fueron los ancianos y el terrenal compañero no estuvo sola bajando hacia lo que sería el doloroso depósito de sus recuerdos.

Ahora es diferente, ahora entierra sola a su hijo amado, por la bondad de un ser casi desconocido, ella logra sostener en sus brazos a lo que antes fuera el hijo querido y sin más recuerda que bondad ajena lo cargó por vez primera, y que ahora esa bondad le permite sostenerlo por vez postrera.

Afortunada madre que logra abrazar de nueva cuenta el cuerpo de quien fuera su hijo, muchas ni eso tienen y sin comparar dolores, sabemos que ambas están solas, casi abandonadas despidiendo a los seres queridos sin poder rendirles los funerales merecidos.

Hace mucho tiempo, pudimos ver la dolorosa imagen de María, sola, casi abandonada dejando en el sepulcro a quien fuera su luz, sin ritos funerarios, con prisa y sin descanso, depositaba a su hijo en un sepulcro a la casa lejano.

Sola, casi abandonada, llorosa y triste más no desesperanzada María comprende lo que ahora muchos viven y sienten, especialmente  cuando se quedan en este mundo, y ni siquiera logran dejar con los debidos ritos, propios de un sepulcro a quienes antes vieran rebosantes de vida, a quienes ahora son parte de los rojos números.

Sola, pero no por ello desesperada, María sigue esperando porque ha visto y compartido la fe que viene de donde hay vida, esa que perdura, esa que consuela y que nos salva de la amargura.

Maigo

El reinado de María

María siendo digna hija de Dios se asumió como una esclava,

siendo reina del cielo se dedicó a pedir posada,

siendo madre del salvador, se convirtió en madre de pecadores,

y siendo consuelo dejó que una espada le atravesara el corazón.

 

María entiende de dolores, de abandonos y sin sabores, entendió lo que es el frío y calentó una cueva con el amor que sintió hacia un pequeño niño.

 

Nosotros, en cambio, siendo esclavos nos asumimos como reyes,

negándonos a la salvación, nos preferimos pecadores

y evitando espadas buscamos que nos atraviesen el corazón.

 

Nosotros, no entendemos de dolores, nos abandonamos a nuestros propios dolores, sentimos frío sin entenderlo y somos incapaces de calentar cuevas con amor.

 

Maigo

 

10 de mayo

Sólo en el regazo de María es posible encontrar el cobijo que la modernidad es incapaz de proporcionar.

El dolorido corazón del hombre, acude tembloroso a los brazos de la madre, antes de presentarse con el padre y pedir el perdón, que amorosamente se le concede en el momento de la salvación.

Sólo en el regazo de María la salvación encuentra el calor materno y amoroso de la madre que nos fue entregada en el dolor y que nos disculpa por hacer lo que no sabemos cuando lastimamos a nuestro salvador.

Sólo en el regazo de María nosotros renacemos como hijos de Dios, ya que el hijo bien amado del padre desde la cruz nos lo otorgó. Benditos somos por tener el regazo de María, porque nos entregó a su hijo y nos mostró la dulzura del servicio desde antes de la venida del salvador.

Pero ingratos, celebramos a las madres exigiendo las perlas que la virgen jamás pidió.

Maigo.

 

 

 

 

Llena eres de Gracia

No hay mayor bien para los hombres que la gracia de Dios, quien está fuera de esa gracia está negado a la salvación. Pero la negación de ese supremo bien no procede del Dios vivo, sino del hombre que se niega a recibirlo.

Cuando María es saludada por el ángel que le anuncia la venida del Salvador su sorpresa se encuentra en la gracia que recibe, al grado de no comprender a qué se debe semejante saludo (Lc, 1, 28), la apertura a la comprensión surge una vez que se le anuncia que será madre, de haber surgido antes, la historia de la salvación sería muy diferente.

Si el origen de semejante saludo fueran las cualidades o méritos propios, la obtención de la Gracia Divina dependería completamente del hombre, y al ser de esta manera la libertad del salvado se perdería, pues éste en todo momento se vería sujeto al temor de perder aquello que lo muestra digno del favor de Dios. Así pues la gracia de Dios es gratuita en tanto que no depende del modo de ser del hombre.

Sin embargo, hay que ser cuidadosos con la comprensión de esa gratuidad, porque si bien Dios no está obligado a salvar al hombre haciendose uno de nosotros, y de todos modos lo hace; eso no implica que una vez recibido el mensaje de la salvación sea posible salvarse sin seguir la senda de la Gracia, que no es otra que la senda de Cristo.

Al aceptar la voluntad de Dios, por incomprensible que esta fuera,  María acepta el favor de la salvación y encuentra gracia al ser agradecida ante tan mistico suceso: la llegada de Cristo y la perfección de la ley mediante la entrega que se ve en el amor al prójimo.

 

Maigo.

Dios te salve, María

El servicio a Dios es servicio al prójimo, quien pretende disociar a uno del otro no comprende que el hombre está hecho a imagen y semejanza del creador. Y menos aún ve que el Dios que nos salva se hizo a sí mismo hombre para enseñarnos desde su llegada cómo es que hay que vivir entre los hombres.

El hombre, vive siempre entre hombres. Aún siendo una voz que grita en el desierto, éste es una voz que clama para llegar a los oídos de otros hombres; de aquellos que están dispuestos a salir del abismo que supone el ensimismamiento, y así ver a los demás como hermanos en una misma fe.

Pero, la salvación no se consuma sólo con el nacimiento del Mesías en el pesebre, también es necesaria la acción del hombre, pues como ser con libre albedrío siempre tiene abierta la posibilidad de condenarse, al negarse a sí mismo la gracia del servicio a quienes son sus hermanos en Cristo.

La caída del hombre tiene como punto de partida a su libre albedrío, de modo que su salvación también tendrá como punto de partida a su poder de elección. El hombre elige ser salvado al atender a la voz que llama a su corazón, ya sea que ésta provenga del desierto y lo invite al arrepentimiento o bien que venga directamente de los cielos anunciando gracia y solicitando un poco de fe.

Quien no cree en la voz del desierto dificilmente reconoce en Cristo al salvador, del que se ha de dar testimonio mediante las acciones; y quien no atiende a la voz del mensajero enviado desde el trono celestial pierde la voz y la capacidad de oír, es decir, se cierra en sí mismo y debe esperar para dar cuenta de los milagros que hace Dios en el silencio.

Por otra parte, quien en Dios cree atiende a la voz que saluda y apunta a la gracia encontrada en el saludado, y acepta gustoso lo que se le encomienda, y gustoso sirve a quien se encuentra en su mismo estado, este es el caso de María, quien sorprendida al saberse agraciada, acepta agradecida la tarea que que le corresponde en el plan de la salvación, y acude a atender a quien en su estado se encuentra.

Como peregrinos en la tierra todos estamos en un mismo estado y si bien no somos llamados a servir con un mensajero del cielo, que no es necesario una vez que el Mésías ha pisado la tierra y ha vivido entre los hombres; sí somos llamados a dar testimonio de fe en el más seco de los desiertos.

Maigo.

Familia en Servicio

La falta de claridad respecto a la finalidad de la familia se aprecia en la oscuridad que obnubila nuestra comprensión de la comunidad política. Aunque el buen entendimiento sobre la primera nos ayude a vislumbrar lo que sea la segunda.

Nuestra habla cotidiana algo nos puede decir respecto a la relación que normalmente vemos entre ambas. Hablamos a la par de la desintegración de la familia y de la disolución de la comunidad, por lo que no debería extrañarnos que se piense en la primera como base para la segunda. Sin embargo, la familia no es igual a la comunidad y ésta no puede sostenerse si se le tratara como a la primera, ambas son diferentes, aunque se vivan simultáneamente o se puedan comparar debido a determinadas semejanzas, tal y como antaño lo hicieran algunos pensadores del siglo XVIII.

Pero, las semejanzas entre una y otra, tales como las respectivas desigualdades que hay entre sus diversos miembros o las igualdades que pudieran tener, no bastan para aclararnos lo que sea una o la otra. No es el caso que la ignorancia respecto a lo que sea la ciudad implique necesariamente la carencia absoluta de saber cuando pretendemos hablar de lo que sea la familia.

Con lo anterior no pretendo que nuestra experiencia basta para indicar lo que sea familia o la finalidad que tenga, pues tan variadas son las experiencias que tenemos como individuos vivimos en las sociedades que vivimos y medio nos movemos en ellas.

No obstante, hay una experiencia a la que sí es posible recurrir y de la que todos podemos ser partícipes, me refiero al servicio que podemos hacer por otros sin esperar alguna gratificación por ello.

En el servicio nos hacemos familiares en tanto que nos preocupamos por el otro y procuramos aquello que le resulte benéfico; si damos por dar todo aquello que se nos pide somos malos sirviendo, pues las manos extendidas no siempre son lo que el otro necesita, en especial cuando lo mejor es un compañero con el cual andar.

El mejor ejemplo de servicio lo tenemos en el maestro que sirve a sus discípulos y con ello ls hace mejores, y en la virgen que acepta la voluntad del Creador asumiendo su papel como sierva del mismo al tiempo que nos muestra que en el servicio se encuentra la vía para la salvación del hombre condenado.

Maigo.

Esperanza…

El silencio de sus tumbas es ruido en mis recuerdos; las paladas con la tierra, me dejan ver el material del que estamos hechos. Ambas se han ido pronto, la madre primero; la hija siguendo los piadosos pasos de quienes sus padres fueron.

El llanto me ciega, los dolorosos golpes de la despedida ensordecen a mi alma, cualquiera diría que se impone sobre mí la desesperanza. Me duele su partida, fui nieta y fui sobrina de dos personas que en su sencillez fueron ayudando a dar sentido a mi vida. Que las extraño es muy cierto, pero no me siento vacía, pues cuando oigo los rezos veo el tesoro que sembraron en el alma mía.

Una me enseñó el rosario, con paciencia y con silencio, la otra se ocupó del canto dirigido a quien todo debemos. Así entre el silencio y el llanto cuando rezo y canto a María veo que la esperanza mía se renueva no sólo en el nacimiento, sino en quien todo el tiempo dirigió sus largas vidas.

Dejando sus tumbas camino con pasos lentos, y al elevar el rostro veo con cuidado el cielo… de pronto el dolor cesa y abre paso a la alegría pues Isabel y María ya están con quien nos ha concedido la vida.

 

Maigo.