El arte de sonreír

Nunca me he sentido tan desconcertado en un viaje en el transporte público que cuando escuché hablar a dos personas acerca de la sonrisa. Si bien es un tema interesante, pues todos sonreímos y creo que son pocos a los que les disgusta hacerlo, en ese caso la sonrisa era tratada como una estrategia comercial. Así como lo lees, amable lector, así lo escuché. Una de las personas le decía a la otra cómo sacar el máximo provecho al sonreír para vender mejor. No supe qué vendían, pero los consejos, me parece, se podrían aplicar a cualquier negociación. La persona experta en el arte de sonreír, inclusive le proporcionó ocho consejos sobre dicho arte a su acompañante. Dado que no lo recuerdo con la exactitud de una grabación, me atreveré a parafrasearlo punto por punto. Lo primero era tener una sonrisa saludable, pues, aunque sea sincera, una risa fea podría causar temor y no alegría. Sonreír puede ser el mejor modo de cerrar un trato, pues promete felicidad. Conectado con el punto dos, el tercero sentenciaba que nada genera tanta confianza como una amable sonrisa. Nunca, pero nunca, había que sonreír demasiado, pues podía ser señal de inseguridad o incluso podría sugerir tendencia a la locura. El quinto punto era muy interesante, pues señalaba que la sonrisa podía ocultar cualquier estado de ánimo; era la máscara perfecta. Había que entender que una cosa es sonreír mostrando los dientes y otra sólo dibujando una silueta; se debe evitar la segunda, pues cuando se hacía, sugería que algo se escondía. Las carcajadas debían reservarse para un momento especial, pues también tienden a considerarse una exageración; era preferible una sonrisa breve a una carcajada acompañada de una sonora palmada. Y el último consejo era bastante misterioso, pues decía “hay que sonreír para decirse a uno mismo que se es feliz”. ¿Qué relación tenía que ver con los negocios?, ¿el que quiere hacer un trato nunca debe desconfiar en que tendrá éxito y la mejor manera de motivarse es sonriendo? Como no fui nada discreto al escuchar a las dos personas referidas, notaron que las miraba. Entonces, quien dominaba el arte de sonreír me miró con seriedad y sonrió brevemente, sin mostrar los dientes. Inmediatamente descendió del transporte y no supe qué pensar de todo lo que habían dicho y de su misteriosa sonrisa.

Yaddir

Fábula sobre el amigo que se pierde

Tenían razón después de todo. El viejo lobo, el zorro, el de las mil poses, tenían razón con respecto al mundo. Había que tallarse una máscara a fin de cuentas. Había que aniquilar al otro con la ausencia de uno, forjarse un otro y malabarear el alma para no sucumbir. Había que tener una personalidad doble, triple, hacia afuera.

Y así lo hizo.

Lo que nunca le dijeron fue cómo no perderse en esa laberíntica y vacía otredad que terminaría siendo uno mismo.

Gazmogno

La máscara

Cuando se quitó la máscara se dio cuenta de que quienes algún día fueron sus amigos lo habían abandonado. ¿Realmente podía culparlos? Y si ellos no eran los culpables, entonces quién, ¿él, la máscara? La responsabilidad de su soledad quedaba reducida al vacío en el que había vivido detrás de la máscara, escondiéndose en el útero de una nada, en una trinchera desde donde todo se confundía, se distorsionaba. Cuando se arrancó la máscara se le fue con ella el rostro, como se le habían ido los amigos, como se le había ido la vida misma. Una vida que ya no valía la pena vivir, nunca había valido, pero al menos habían estado el alcohol, las mujeres y la máscara. Ahora ya n quedaba nada. Ni siquiera el arrojo de quitarse la vida, pues como todo en su vida, no valía la pena.

Gazmogno

De Máscaras

Cada vez resulta más difícil portar la máscara. Se vuelve más pesada, menos manejable. Uno pensaría que es más sencillo quitársela; arrancársela de la cara y respirar por fin el aire puro; ver las cosas sin distancia; articular palabras sin dificultad. Pero no. Desde niños nos enseñan a usarla, a adornarla; a volverla cada vez más rígida, más estorbosa, más obsoleta, pero a cada momento más necesaria. Nos van metiendo el miedo de a poquito. “Si te la quitas te lastiman. Si la extravías puedes morir, lenta, dolorosamente.” Primero viene la asfixia, luego la pérdida de sentido y al final la muerte. Además es algo contagioso. Si no la llevas puesta te ven mal, te rehúyen. “No te acerques a quien no traiga su máscara bien puesta. Es gente mala.” Pero cada vez resulta más difícil portarla. Digan lo que digan estorba, pesa, duele… deforma. Y no sólo el rostro, también el alma. Se cuelga de ella como un parásito, como un tumor que crece cada vez más pútrido desgarrándola, desgajándola, hasta convertirla en un revoltijo de carne con madera. Pero por mucho que uno quiera no encuentra la forma de quitársela; de arrancársela aunque se vaya con ella el rostro mismo. Tal vez eso es lo que tanto tememos, que se nos vaya la cara y perdamos el rostro; que nos quedemos sin rasgo alguno, sin definiciones, sin fronteras. Tal vez en eso consiste vivir sin máscaras: en la absoluta libertad que otorga un rostro sin características, completamente vacío de formas, líneas y sombras. Un rostro como el rostro de dios ante la nada; como el rostro de un bebé antes de que nacieran sus padres. Pero, ¿cómo lograr arrancarse la máscara?

Gazmogno

A un viejo amigo

Y cuando por fin se quitó la máscara vio con terror que lo que sostenía entre las manos era su propio rostro.

Gazmogno

El baile del mundo de Dannae… (parte I)

En las mañanas, cuando el cuerpo despierta y la mente está deseosa de hacer lo mismo, Dannae se siente suicida, busca entre sus cosas la máscara que portará ante la audiencia de hoy…¿de ayer? Para ella es lo mismo. Entre más busca menos encuentra, es la misma agonía de todos los despertares, puesto que en todos ellos mostrarse tal cual uno es puede perturbar, es más sencillo mostrar algo que es propio a todos que aquello que es a uno mismo. Dannae se contraría al pensar en esto, le suena un tanto ilógico, sin embargo regresa a su sitio habitual, lista para su rutina…

 

¿Qué sería de su sentir suicida sin esta agonía? Su semblante se ensombrece a medida que sus manos acercan la baladí máscara del día….Dannae se pierde detrás de ella, mira al espejo y no ve nada…

 

Dannae en el jardín, saluda sin pesar al fétido desfile que se mueve incesante frente a ella, charla brevemente con las tinturas, los materiales, los adornos y las falsas expresiones, se pregunta si habrá alguna real, si alguna de ella es suicida también. Las caretas llamativas se acercan a ella tímidamente, le susurran el buen trabajo que ha hecho con ella misma…Súbitamente una voz se adentra por los huecos que aparentan ser ojos y grita: ¡En ti misma!…La voz que grita siempre rompe…Dannae cubre su rostro y no repara en los trozos de la falaz careta, se mueve presurosa a su cuarto donde ya la aguarda aquel cofre que guarda más disfraces, se detiene un momento y una lágrima recorre su piel y desesperadamente cae al suelo, esa lágrima que se lamenta por aquella rota, aquella suicida cansada de intentar sostener lo insostenible de Dannae.

 

Cansadamente posa sus manos en el cristal de su ventana, desea tocarla, no se ha percatado que aún lleva la máscara puesta, se siente pesada a estas horas, mira a su alrededor y se ve sola, afuera no hay quién pueda mirarla tal cual es, sin embargo siente que alguien la observa ¿será acaso la voz? La voz escondida entre las sombras que ahora susurra lo que antes gritó. Le aterra tener que escuchar de nuevo ese grito, siente que la voz está esperando solo el momento adecuado para volver a gritar, pero ahora, sin careta ¿qué va a romper? el deseo de la noche embriaga a Dannae, para ella es más sencillo convivir con sombras, al menos ellas se muestran, las otras se rompen con voces que gritan, las sombras se esfuman en susurros. Haciendo memoria, el primer obsequio recibido fue una máscara con facciones finas, profundas e inocentes, se le dijo que la inocencia es una poderosa arma que  por desgracia se perdía pronto, pero puede inmortalizarse en una máscara, si ella perdía su inocencia, aquella embaucadora pieza la haría regresar. Triste recuerdo, Dannae sabía que no regresaría para ella, pero sí para los demás. Su madre una vez más le había dado algo que ha sido muy útil en mucho tiempo…Nunca quiso ser como su madre, pero tampoco sabía qué ser entonces.

 

Por suerte para Dannae, el baile de sombras se aproxima, descubre su rostro, al mirar de nuevo la careta del día se ensombrece y en un susurro se pierde….

 

 

Etna