Salud y Suerte.
La técnica propia de la medicina no es tan fácil de aprender, al parecer se requieren más de diez años para poder decir que se tiene algún dominio de la misma; sin embrago, el estudio de ésta no garantiza que el médico siempre mantenga los pies en el suelo (bien arraigados a sus propios límites). Más bien parece todo lo contrario, porque un buen médico es aquel que no acepta en sus diagnósticos la presencia de la buena suerte, pues considera que todo funciona debido a causas perfectamente asequibles al entendimiento humano.
Quien es médico difícilmente verá que los límites de su técnica están junto a los linderos de la fortuna; y si llega a ver tales considerará su deber para con la humanidad que esos linderos se pierdan después de las debidas batallas por conquistar a esa dama escurridiza y caprichosa, que impide que las cosas salgan tal y como la razón lo ordena.
Considerando estas cosas, no es de extrañar que aquellos que pretendan ver en el cuerpo político a un cuerpo enfermo necesitado de la mejor de las medicinas se vean a sí mismos como médicos, capaces de curar cualquiera de las enfermedades que amenazan la supervivencia de su paciente, y que emprendan las batallas más difíciles con tal de dominar a la fortuna, la cual ha de ser desterrada del Estado con tal de éste llegue a las condiciones óptimas de salud.
Un buen médico según nuestra visión moderna de las cosas, no es aquel que suministra remedios para soportar los males que aquejan el cuerpo, pues el soportar no es lo mismo que curar, y la salud es necesaria cuando se pretende hacer mucho en la vida, como progresar en la búsqueda de placeres perfectos, es decir, aquellos que no traigan daño consigo.
Si tomamos en cuenta que aquel que se considera buen médico siempre sabe qué recomendar para mantener o recuperar la salud del cuerpo, no es de extrañar que veamos entre médicos y técnicos discursos enfocados a decir qué es lo que debe hacer el Estado para vivir bien, sin que ello exija que se diga con detalle en qué consiste vivir bien, pues parece que todos los que escuchan a los doctores están de acuerdo, sin necesidad de hacer exploraciones al respecto.
Escuchando la conversación de un médico y la de aquel que pretende curar un Estado es muy fácil notar que ninguno de los dos acepta la presencia de la fortuna en lo que hace o en lo que recomienda que se haga, más bien al contrario ambos ven que sus recomendaciones tienen como fundamento lo racional y el funcionamiento mecánico de aquello que pretenden curar, lo que destierra y aleja lo más posible a la fortuna. Quien deja de ser una juguetona diosa y pasa a ser una esclava conquistada y sometida por la fuerza de la razón.
Pero, no sólo la conversación del médico y del doctor delata su confianza en la razón, a veces también sus actos, en especial cuando estos conducen al fracaso aquello que pretenden realizar, siempre se presentan excepciones a la regla, y hay pacientes que mueren aún a pesar de los esfuerzos de los médicos por controlar todo lo que en sus cuerpos pasa, de igual manera los doctos fallan en sus recomendaciones, y lo que se supone sería un estado feliz se convierte con facilidad en un estado totalitario, que ordena la felicidad que no se ve en el rostro de los ciudadanos.
El médico falla y doctor también, y ambos lo hacen debido a que se presenta nuevamente la desterrada, cuando menos se le espera, como siempre ha sido, y nuevamente juega y deja ver que parte de su juego era la confianza que había otorgado al médico y al doctor en ellos mismos, pues por esa misma confianza ambos olvidan fácilmente que lo que hacen se encuentra en constante contacto con la buena suerte.
La suerte se desquita, y lo hace llevándose consigo la vida del paciente, o bien ayudando a que éste recupere su salud en la medida en que pierde al médico y al doctor que la arriesgaron en aras de una razón, que irracionalmente olvidó su sitio en el mundo
Caro pagan el médico y el doctor cuando olvidan que el hipo se cura con un incontrolable estornudo.
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