Alguien puso semillas en mi mano:
treinta árboles mañana,
un bosque cincuenta años más tarde.
Jorge Galán
Quizá tienen razón todos aquellos a quienes desconcierta la actividad pública reciente de Javier Sicilia, pues él es desconcertante.
Javier Sicilia desconcierta a los revolucionarios por no ser suficientemente revolucionario. Lo acusan de conservador por no aprovechar su posición ante las condiciones objetivas para generar el gran cambio que el país necesita, y en cambio sentarse a platicar con la clase política sobre el camino de vuelta a la legalidad; porque lo realmente progresista y revolucionario, dicen ellos, sería cambiar el sistema por completo, no reparar el sistema ahora roto.
Javier Sicilia desconcierta a los conservadores por ser suficientemente revolucionario. Lo acusan de incitar a las personas a exigir la rendición del Estado ante el Crimen, de forzar a la claudicación del orden de lo legal para entregar a la nación a las manos fraudulentas de los criminales; cuando todos sabemos, dicen ellos, que el único camino posible para la sobrevivencia del país es la lucha frontal contra el narcotráfico y el abatimiento de los líderes de todos los cárteles.
Javier Sicilia desconcierta a los apáticos de la política por hacer público lo que debería ser privado, por rebasar los límites de la púdica decencia y exhibirse oportunista en la promoción de su dolor. Él es, piensan ellos, como todos los padres que han perdido a un hijo, sólo que ha sido puesto bajo la luz los reflectores mediáticos para darle una importancia inmerecida; mejor sería para él guardarse a llorar a su casa, plasmar el dolor en sus versos y dejar nuestra vida pública en paz.
Sin embargo, con o sin Javier Sicilia, nuestra vida pública no tiene paz. Ese es el hecho. Y ante las propuestas en boga (Revolución, Leviatán y Pax Œconomica), creo que la propuesta de Sicilia ofrece una oportunidad única: reconocernos como partícipes del mal. Nada podrá Sicilia, seguramente, contra los revolucionarios que tomen las riendas del movimiento, poco hará ante un Estado fortalecido con una Ley de Seguridad de emergencia, y todavía menos será posible ante el enorme grupo de los apáticos hartos de sus oraciones, abrazos, rosarios y besos, pero si acaso logra que nos dejemos de gritar, que dejemos de intrigar entre nosotros, que dejemos de meternos el pie, conmovidos por el dolor de la caída, algo habrá logrado: al menos habrá sembrado la semilla de la esperanza en que algún día podremos volver a vivir con dignidad.
Námaste Heptákis
Ejecutómetro 2011. 7931 ejecutados hasta el 5 de agosto.
Ideas en vuelo. ¿Por qué alcanzan las mofas al padre Solalinde? Supongo que algún día será reconocida su labor. En camino a ello, una vez más la poesía ha tomado la iniciativa. Versos del joven poeta español Daniel Rodríguez Moya, sobre ´La Bestia´:
Es mejor no pensar en las mutilaciones,
en la muerte segura que hay detrás de un despiste.
O en los rostros tatuados
que igual que los jaguares amenazan,
aprovechan la noche y sus fantasmas
y ya todo es dolor y más tragedia.
Coletilla. “No puedo nunca decidir si mis sueños son el resultado de mis pensamientos, o mis pensamientos el resultado de mis sueños”. D.H. Lawrence, carta a Edward Garnett, 29 de enero de 1912.