Algunas notas sobre la libertad de expresión

No todos podemos decir lo que sea cuando queramos y como queramos. Estaría dispuesto a afirmar que nadie puede hacerlo. Al menos nadie puede hacerlo sin que medien consecuencias. Las frases no se quedan en letras escritas, voces o señas. Hablar por hablar muestra un trasfondo vacío.

Las polémicas son parte de la natural disensión que encarna y permite un régimen con rasgos democráticos. Ninguna postura va a satisfacer a todos los ciudadanos. Mucho menos una provocación. La provocación concentra la atención, pero también la disuelve.

El disenso nace de la libertad de expresión. Pero si no se disiente con razón en los temas importantes, la libertad de expresión se transforma en libertad de provocar, en libertad de insultar. En las redes sociales parece que todos tienen la razón; por eso nadie la tiene.

Las posturas, las enseñanzas y las doctrinas son vitales. Las palabras pueden llevarnos a entender la justicia, a vivir mejor. Pero con palabras el orador se hace fuerte. El que convence para ser fuerte cree domar a la justicia. De ahí la importancia en reflexionar en la verdad de lo que se dice. Por una mentira han muerto millones de injustamente.

Yaddir

Conductores virtuales

¿Se puede, mediante la palabra, incitar a la acción? Los más optimistas caminan hacia una máquina, la encienden, preparan determinados programas y comienzan a teclear creyendo que cambiarán el mundo. Pero la palabra escrita en los medios virtuales, específicamente en las redes sociales, carece de vitalidad. Más si se dirige a lectores avezados en dichas redes. No resulta raro que algunos internautas  crean que argumentan, y en consecuencia que refutan posturas contrarias a las suyas, usando memes y likes. Aunque habrá quien arme sus discursos en Facebook como discutiría con una persona cara a cara, como si estuviera dando un consejo a un amigo. Desafortunadamente en redes se tiene a una amplia cantidad de contactos, seguidores y otra clase de desconocidos, lo cual dificulta saber cómo afectó mi comentario a alguno de mis contactos (en un discurso público el tema y el modo en el que se dice son tan importantes como el efecto buscado). No importa si alguien comenta o reacciona, pues se reacciona a un espacio, no a una persona, es decir, no se piensa a quién se responde lo que se responde. Si esto no fuera poco, esta despersonalización acostumbra al preocupado por la educación (por el diálogo cara a cara) a escribir con desparpajo, con un descuido que sólo podría ser explicable si él se hubiera infectado de algún virus semejante a los que se cuelan en las computadoras y afectan su funcionamiento. Más que desafortunado sería si este descuido al usar la palabra infectara sus conversaciones pedagógicas. ¿Cuántos profesores no se habrán visto más afectados que beneficiados por creer que Facebook era una extensión de sus preocupaciones educativas, que ahí podían completar las breves enseñanzas a las que se inevitablemente se veían conducidos por dar clases durante un puñado de horas? Visto así, las redes dañan más de lo que se cree que podrían beneficiar. Pero el profesor que utiliza las redes para educar, podría defenderlas diciendo que él se daría cuenta cómo afectan sus comentarios a sus estudiantes cuando los vea. Aunque su respuesta tiene sus claros límites, pues ¿el efecto de lo que dice es igualmente claro de ver cuando recién se dice que muchas horas después de que se dijo?, ¿qué pasa con lo que padecen aquellos que no son sus alumnos pero son sus contactos?, ¿cómo ven a su docente los alumnos al conocer sus gustos, al entrever la imagen que el docente presenta a amigos y familiares? Además, pocos profesores serán tan atentos y perspicaces como para ponerles la debida atención a sus alumnos en redes y en el aula. Sobre los pesimistas se puede decir mucho, aunque sobre ellos se hablará a detalle después. Baste por el momento con decir que sólo podemos saber hacia dónde vamos, así como saber si tomamos una buena o mala dirección, con la adecuada comprensión de las palabras que nos decimos a nosotros mismos. El maestro es quién mejor debe comprender lo que dice.

Yaddir

Aquestos datos

Entiendo que el pueblo, por muy sabio que sea, no tiene por qué enterarse de todo, mucho menos dar el visto bueno sobre cada asunto de materia pública.

Entiendo que nuestro presidente tenga que ocultar información para poder hacer su trabajo.

Lo que no entiendo es qué carajos significa que tenga otros datos.

Si tiene otros datos implica una de dos cosas:

• los datos que son públicos son falsos

• los datos públicos son verdaderos y los suyos son falsos

Si los datos a los que tenemos alcance son falsos, ¿por qué no mantenerlo así y dejar que las cosas funcionen como mejor le convenga?

Si los datos que tenemos son verdaderos, ¿por qué no hacer públicos sus datos falsos para traer más confusión y volver al punto anterior?

Seguramente mi razonamiento está chueco y me falten algunos puntos para sostener esto, pero yo no dejo de pensar, cada que oigo que él tiene otros datos, que alguien le está diciendo mentiras al presidente y él se las está creyendo.

¿Unidad para qué?

No quiere dialogar, está claro. Dialogar significa encontrarse con el otro y respetar su existencia. Respetar no es dejar de lado, sino encontrarse en lo importante. Lo que él quiere es imponer su visión, no superar un desacuerdo, sino aplastar al oponente, porque hay que decirlo, no hay otredad en la polémica injusta. Injusta es su argumentación, casi irracional, porque se ha puesto en el lugar de los oprimidos, los injuriados, los lacerados por los de allá arriba. Pensar, mejor dicho, sulfurar palabras desde esta posición sin pensar en la justicia es injusto, es víscera. Sentir la injusticia sin pensar el bien: paranoia.

Pero tiene su orgullo, que es su humildad. No necesita consejos de nadie porque ya lo ha visto todo desde la tierra. ¿Cuántas veces no la ha recorrido?, pero estos sabedores del amplio espectro del alma humana que van con parsimonia dando, regalando, consejos, por lo regular son más egoístas y orgullosos hasta el enojo que ningún otro hombre. Su humildad es su orgullo. Tentación del bien más pedestre. Ya conoce el bien, por eso actúa así. Miedo a perder lo que conquistó. Existen pequeñas vanidades que ante cualquier ofensa se levantan. Pero él no es de ésos.

Él es un hombre de sabiduría casi incansable. Sabe hablar al pueblo, a los no expertos. A los que zalameros confían en él. Las conferencias matutinas son para el pueblo, los medios son sólo altavoces. A los expertos les contesta con guante blanco entre líneas. De lo que nos queda suponer que hay una política pública y otra que sólo se susurra en las catacumbas. Ideas que no entiende el pueblo han de ser discutidas en otro palacio. Y en ese palacio, desdeñar al anfitrión. Todo es público, excepto la verdad. Al pueblo le ofrece triunfos; a los expertos les hace oídos sordos con sus preguntas. Existen altezas que desean el tesoro de los más insignificantes.

Claro, su mundo es una pirueta. Hoy dice lo que mañana refutará. Sería un gran ejercicio de memoria y literario dar unidad a cada una de sus afirmaciones o sentencias. Está desesperado, porque el poder lo alcanzó y no sabe qué hacer con él. El poder institucional, de gobierno, que él representa existe porque atiende alguna necesidad. Poder y necesidades siempre van uno junto al otro. ¿Cuáles son las necesidades del México de hoy?, ¿el amor?, ¿la vuelta a lo nacional?, ¿el desprecio a lo fifi, como la virtud ciudadana? Sus respuestas son ideologías, por no decir prejuicios de clase. Tampoco digo que sea representante del marxismo o socialismo. Del humilde si acaso, pero el humilde que quiere ser poderoso, aunque no sepa para qué.

Quiere a México unido, aunque no pretende unidad (como todo gran demagogo sabe mentir, sabe aprovechar el mal como bien, aunque la bola de nieve crezca en contra suya y de todos los que le sirven), desea unicidad, sin amistad, sin libertad, donde la medida sea él.  No quiere que los otros confluyan en un bien, quiere ser él, el único bien.

Javel

La voz parca

La voz parca

¿No es también desconfianza en la palabra el no examinarse? ¿Por qué la segunda navegación socrática no era empresa reconciliable con el intelecto de Anaxágoras? ¿Es bello el ordenamiento del cosmos o también puede lo bello inundar la percepción de lo humano? Quisiera detenerme ahí, pues sería demasiada presunción en mi caso creer que lo bello es algo seguro. Creo más bien que el deseo de lo seguro produce ingratitud, se alimenta de la ceguera ante la imposibilidad de que el alma exista en su insondable actividad, de que ame. Negación del alma, no sólo de las tipologías sentimentales, que esas también nos aseguran el color público de las inclinaciones, es el apelmazamiento del deseo ante la gracia inaudita de la vida, de nuestra vida como animales que hablan deseando. Rousseau se imaginaba el surgimiento de las tosquedades del lenguaje por la punzada de la pasión que se revela enardecida en una interjección. Pero, además de la pasión, que para el solitario contemplador termina siendo algo que debe vincularse a la dulzura de la existencia individual, emanada al fin de la fuente natural, ¿no es verdad que las actividades solitarias pueden hallar un calor distinto al de la balsa en medio del río? La imagen de la balsa nos mantiene en el círculo de las navegaciones.

Si es verdad que el calor no proviene de uno mismo, que ni la inteligencia se reduce al talento para algo, a menos que mantengamos al alma alimentada por un solo canal, ¿por qué ocurre que preferimos la ceguera, el sabor de la sangre que derraman las cuencas oculares, como si redujera uno la vida a lo que cree saber, y que uno adereza con su imagen de la fatalidad? Entra uno al yermo, donde el alma apenas puede irrigarse, pero ya no está la palabra ajena. El alma solitaria que no mira el amor sólo resiente su sed. Pero no es el mundo el yermo, es la propia sangre. Apenas mira sus propias palpitaciones, apenas recuerda que es alma. En el mito de Hesíodo, la raza de hierro fenecería al mismo tiempo que lo aidos desapareciera de este mundo. El alma que se vuelve sólo a la elucubración sobre el origen del placer olvida aquello que permite el goce, aquello que hace que le placer exista como humano. ¿No es otra vez el mismo círculo que teje la palabra en uno mismo?

¿Es la intervención de la palabra en el examen propio el origen del engaño? Ni siquiera el estilo de Musil renunció a la seducción por hablar de las profundidades de lo más cercano y lejano. El problema de la moral revela una cara más difícil: el deseo de examinarse no es un anhelo de propiedad, sino un deseo de lo que no muere. La desvergüenza se da ante lo que denigra al amor; y uno no puede denigrar a Eros sin haber cedido al examen de sí. El silencio elegido atrofia la voz. Uno no puede producir lo bello: lo que sí puede permear es la vulgaridad. El silencio ante uno mismo, la momificación del deseo, la curva lenta de la esclavitud. Los ojos pesan, como en un parpadeo remoto, cansado. Entre las sombras, resuena el eco de la imagen propia, y las horas propias naufragan ante la perplejidad de la falta de valor.

 

Tacitus

Paradoja política

Paradoja

Había una vez, hace unos cuantos siglos, un político que decía que todos los políticos mienten, roban y traicionan. Lo señalaba como si esa fuera la naturaleza propia de los políticos, y creo que la generalización la permite sólo una experiencia de vida, aquella que se tiene cuando se vive en un estado fallido, como aquel en el que se formó el político del que ahora hablamos.

Cuando ese hombre comenzó a señalar mediante las generalizaciones el modo de ser de los políticos de su Estado indicaba al mismo tiempo que él no robaba, ni mentía, ni traicionaba.

Recordando que este hombre se formó como político entre políticos que mienten, roban y traicionan, ¿qué tan creíble es la afirmación de este político cuando dice que él no miente, ni roba, ni traiciona?

Maigo

Inocente preguntilla: ¿Qué es portarse bien?

Vanidad moral

Entre muchas de las distinciones que hace Dostoievski, hay una que me parece muy importante para el momento actual, ésta es la del cinismo superficial y el cinismo verdadero, interno, depravado. La cuestión la pone en juego el autor de Los hermanos Karamazov cuando habla de las costumbres pueriles de los colegiales de diez y once años, quienes para divertirse azotan al pobre de Aliosha con palabras sobre el asunto de las mujeres, palabras que ni los soldados pronuncian ni saben de qué se trata. La reflexión, como en muchos otros casos, me vino después de cuatro o cinco veces de haber leído el libro completo, pero he de advertir que sólo como una tenue luz.

Pensé que existe un mal verdadero y otro que es falso. Pero como el propio ruso nos advierte, hay una falsedad que usamos para divertirnos, como las comedias, por ejemplo. En cambio, llamaría cinismo exterior al que busca un reconocimiento como sólo lo hacen los adolescentes. Pavonearse de experiencia sexual o de gandul, parece que sólo tiene el propósito de construir un mito en torno nuestro, pues de qué otro modo se entienden los adolescentes si no es como rebeldes ante el mundo. En todo caso, ninguno de estos dos males hace daño, pues muy en el fondo se sabe que es mentira. Anima a ciertas cosas, pero su influencia es limitada. El problema es, obviamente, cuando el cinismo está ya arraigado en el ser, hacer, pensar y sentir de las personas. Es decir, cuando el cinismo pasa de ser un asunto de bravuconada juvenil, a un desarraigamiento de toda posible cordialidad (como en Fiodor), de una posible esperanza en el bien (como Iván) o posible remordimiento (como Smerdiakov). El cinismo pueril como el de Krasotkin puede llegar hasta la intolerable falsedad de Smerdiakov, el suicidio.

Pensé también que hay un bien verdadero y otro superficial. Éste último me parece que comparte los mismos fines que el cinismo pueril. Ambos buscan la aceptación de los más, a parte de que sólo son aceptados por las personas que se dejan impresionar fácilmente como la señora Jojlakova quien dice que no puede amar al prójimo “si es que a cambio no recibe -ella misma- el amor que da”, pues le gusta sentirse deseada por el amor que expresaría a los leprosos. Lo tenue de su cinismo nos lleva a reír y pensar que nos parecemos un poco a ella. Apoyamos una causa no tanto por haberla pensado y repensado, sino sólo para recibir elogios y flores por nuestra disposición altruista de quines consideramos dignos. Esto último no nos empuja a ser cínicos y decir: ¿Qué más da?, sino a repensar aquello que creemos y por qué accedemos a apoyar o denigrar algún asunto ya sea de fe, político, científico o artístico.

Todo esto lo pensé porque me sorprendí una ligera risa ante el asunto de las faldas escolares. Me dije, me río, pero apoyo la causa, sólo fue la sorpresa del momento, sin embargo, considero que hombre no deja de ser quien es mutilado de alguna extremidad, tanto como el que ha nacido débil en alguna cuestión mental, ni mucho menos quien quiera vestirse con faldas siendo varón. Su dignidad reside en algo distinto, aunque aún no pueda decir bien en qué, quizá en la posibilidad de amar y ser amado. Quizá en la libertad que gozan los hombres que se encuentran sin vanidad ni temores al rechazo y pueden hablar entre ellos como iguales, como amigos.

Javel