No quiere dialogar, está claro. Dialogar significa encontrarse con el otro y respetar su existencia. Respetar no es dejar de lado, sino encontrarse en lo importante. Lo que él quiere es imponer su visión, no superar un desacuerdo, sino aplastar al oponente, porque hay que decirlo, no hay otredad en la polémica injusta. Injusta es su argumentación, casi irracional, porque se ha puesto en el lugar de los oprimidos, los injuriados, los lacerados por los de allá arriba. Pensar, mejor dicho, sulfurar palabras desde esta posición sin pensar en la justicia es injusto, es víscera. Sentir la injusticia sin pensar el bien: paranoia.
Pero tiene su orgullo, que es su humildad. No necesita consejos de nadie porque ya lo ha visto todo desde la tierra. ¿Cuántas veces no la ha recorrido?, pero estos sabedores del amplio espectro del alma humana que van con parsimonia dando, regalando, consejos, por lo regular son más egoístas y orgullosos hasta el enojo que ningún otro hombre. Su humildad es su orgullo. Tentación del bien más pedestre. Ya conoce el bien, por eso actúa así. Miedo a perder lo que conquistó. Existen pequeñas vanidades que ante cualquier ofensa se levantan. Pero él no es de ésos.
Él es un hombre de sabiduría casi incansable. Sabe hablar al pueblo, a los no expertos. A los que zalameros confían en él. Las conferencias matutinas son para el pueblo, los medios son sólo altavoces. A los expertos les contesta con guante blanco entre líneas. De lo que nos queda suponer que hay una política pública y otra que sólo se susurra en las catacumbas. Ideas que no entiende el pueblo han de ser discutidas en otro palacio. Y en ese palacio, desdeñar al anfitrión. Todo es público, excepto la verdad. Al pueblo le ofrece triunfos; a los expertos les hace oídos sordos con sus preguntas. Existen altezas que desean el tesoro de los más insignificantes.
Claro, su mundo es una pirueta. Hoy dice lo que mañana refutará. Sería un gran ejercicio de memoria y literario dar unidad a cada una de sus afirmaciones o sentencias. Está desesperado, porque el poder lo alcanzó y no sabe qué hacer con él. El poder institucional, de gobierno, que él representa existe porque atiende alguna necesidad. Poder y necesidades siempre van uno junto al otro. ¿Cuáles son las necesidades del México de hoy?, ¿el amor?, ¿la vuelta a lo nacional?, ¿el desprecio a lo fifi, como la virtud ciudadana? Sus respuestas son ideologías, por no decir prejuicios de clase. Tampoco digo que sea representante del marxismo o socialismo. Del humilde si acaso, pero el humilde que quiere ser poderoso, aunque no sepa para qué.
Quiere a México unido, aunque no pretende unidad (como todo gran demagogo sabe mentir, sabe aprovechar el mal como bien, aunque la bola de nieve crezca en contra suya y de todos los que le sirven), desea unicidad, sin amistad, sin libertad, donde la medida sea él. No quiere que los otros confluyan en un bien, quiere ser él, el único bien.
Javel
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