El poder de las palabras

Cierto día, creo que durante una conferencia, me sorprendí por conocer a un eminente, grande y reconocido maestro. Estaba enfrente de mí. ¡Me tendió la mano para dirigirme un breve saludo! Cuál no sería mi sorpresa al percatarme que el sabio, insigne y reconocido profesor no era más inteligente que mi compañero el impuntual. La segunda sorpresa venció a la primera porque ésta se basaba en las palabras con las que destacaban los títulos y la trayectoria del famoso catedrático. La primera sorpresa era una vacía impresión que los socios (cómplices) del funcionario se esmeraban en construir para que los jóvenes supieran quiénes eran los buenos, a quiénes debía seguirse. No me avergüenza decir que tardé bastantes clases en notar que el falso sabio no sabía mucho, pues los datos, anécdotas y chismes me sorprendían en la misma medida en la que me entretenían. Lo que más me sorprendió fue percatarme de hasta qué punto las palabras pudieron moldear mi disposición a escuchar y aceptar sin chistar cualquier cosa que dijera una persona vitoreada y afamada. Las palabras convencen rápidamente.

Quienes somos ajenos al funcionamiento de las instituciones sabemos más de política por lo que escuchamos que por el funcionamiento mismo de la política. Quizá no sabemos nada y suponemos mucho. Creo que por eso adoptamos un partido con viva vehemencia. No específicamente un partido político, sino un lado entre la mayoría de funcionarios electa democráticamente y la minoría (aunque en la mayoría también hay secciones con sus respectivas divisiones). En el caso de México, el partido que ostenta el poder es el del presidente, quien con discursos floridos, aunque bastante claros, intenta convencer día a día que él es una de las mejores cosas que le ha pasado al país; la cuarta mejor, según sugiere con la falsa modestia que nunca abandona a los políticos. Para no colgarle generalidades a una persona tan importante en la vida política de los últimos años en el referido país, conviene ponerle atención a unas breves frases que, desde mi opinión, resume el estilo de sus discursos: “Antes yo pensaba que el estrés era pues una exquisitez de la pequeña burguesía. Pero no, este, sí existe. Este, eh. Y no todos estamos hechos para resistir presiones.” El contexto, para no juzgar con unas pocas palabras al uso vano de las palabras, fue su respuesta sobre un cuestionamiento de un reportero por la renuncia de uno de sus funcionarios federales. La frase más llamativa fue la “exquisitez de la pequeña burguesía” (hay varios memes en la red con ella). Pero la idea de que el estrés era un invento, y de que el presidente descubrió que no era un invento hasta que no le pasó a uno de los suyos, es un reflejo de qué tan fuerte cree que él es y qué tan débiles son los demás, sobre todo los pequeños burgueses (que, según entiendo una de sus ideas más populares, son una parte la población que no lo quiere). Los pequeños burgueses, según ha sugerido en otras ocasiones el mandatario federal, no son el pueblo bueno, quienes lo apoyan y a quienes parece que mayormente habla en sus discursos.  Aunque en sus actos, no en sus palabras, ha afectado al disminuirles la cantidad de medicamentos a los niños con cáncer, principalmente, y a otras personas que no pueden costearse sus medicamentos sin la ayuda de los servicios de salud públicos. Con sus palabras principalmente, el actual presidente pudo hacerse de su actual poder. En sus actos y omisiones es donde principalmente se ve el alcance de su fuerza. Pero sus peculiares palabras, vertidas en más de diez horas semanales, lo blindan de los ataques que debilitaron a su predecesor. ¿Las palabras son más peligrosas que las acciones?

“Es un instrumento inventado para manejar y agitar turbamultas y a plebes alborotadas, y un instrumento que, como la Medicina, sólo se utiliza en los Estados enfermos: a aquellos donde el vulgo, donde los ignorantes, donde todos lo pudieron todo, como los de Atenas, Rodas y Roma, y donde las cosas estuvieron en perpetua turbulencia, allá fluyeron los oradores.” Sentencia como en pocas ocasiones Michel de Montaigne. Tan fluctuante y ambiguo como el poder son las palabras. Dan dirección, fijeza, a aquello que no se puede asir con facilidad. Las palabras bien dirigidas, con base en lo bueno, fundamentan la autoridad. Pero las mismas palabras se pueden utilizar para justificar el mando de un régimen o imperio, como en los golpes de estado o en las traiciones políticas. Tal vez la pregunta por el mejor régimen sólo pueda responderse con pocas palabras.

Yaddir