En explicaciones pomposas, quizás exageradas, se piensa que la poesía es el oropel del lenguaje. Los versos sirven para hablar adornadamente de las cosas. Aquellos versados en versos tiene la elocuencia capaz de cautivar a quienes los escuchan. Se piensa que la poesía es el encomio por excelencia, incluso la miel que esconde lo amargo de los alimentos cotidianos. Los supuestos poetas pasan su vida escribiendo madrigales y odas. En sus sienes les ponen la corona de laureles y reciben aplausos de mujeres y admiradores. La poesía que logre cautivar más gana el certamen. Al igual que las sirenas, las palabras son bellas en tanto avasallan a quien las escucha.
El triunfador de certámenes reconoce que las palabras deben ser llevadas a su último grado para cautivar. La perfección de ellas radica en su máxima expresión. De ahí que no dude en abusar de arcaísmos, latinajos como trazos frenéticos o construcciones gramaticales asfixiantes. Su propósito es desgastar el lenguaje para que se perciba casi ininteligible y la tribuna pueda aplaudir sus creaciones. Llevar el lenguaje hasta su máximo grado es violentarlo y de sus cenizas hacer resurgir el fénix; el mismo acto de exprimir una fruta hasta dejarla seca y sin sabor. Para este poeta la belleza es difícil, casi inaccesible y todo lo contrario a lo vulgar. Lo que no sabe es que el sabio o exquisito alguna vez fue ignorante o basto.
Buscando cautivar, el decorador del mundo escarba en su baúl de figuras retóricas y selecciona sus mejores imágenes. Declarándole a la musa su independencia, sabe que su alta instrucción podrá deleitar a los oyentes y lectores. Quizá las imágenes y metáforas sean profusas y complicadas, pero eso, lejos de ser negativo para el poeta, sólo es una muestra de lo elevado y etéreo que se encuentra. La perplejidad y el oído ansioso son quienes dan la aprobación al poema, por ello el creador se esmera por hilar metáforas que asombren. No importa si se adecuan al resto del poema, los versos pueden ser sólo el pretexto perfecto para unirlas. No es sorpresa que estos poetas lleguen a las maneras más prontas y fáciles para asombrar: lo amarillista u original.
Siendo la poesía así, se convierte en una actividad social, y de las más vulgares. El poeta no responde a su vocación, sino a otros lujos personales. Es decir, la poesía para él no es la dicha, sino un medio para ella. Los versos nunca abandonan al poeta y aparece el riesgo de que jamás lleguen verdaderamente al lector o quienes los escuchen. Esta clase de poesía no adorna el mundo, es un pedazo de bisutería para el poeta. De este modo señalamos en la lectura aspectos que nos guste y el verso llega hasta ahí. Frente a la pregunta de si vale la pena que uno que otro poema haya perdurado tantas décadas, en realidad no tenemos una respuesta suficiente. Pueden ser los desatinos o las decisiones arbitrarias de quien estaba sentado antes de mí en la tribuna. Hacer cantos con un remanso fastidioso es útil; logra conformar un éxito tangible para el poeta.