El doctor Franz

El doctor Franz

“porque los seres, en sí mismos considerados, son incognoscibles; y sólo es objetiva la relación”, Antonio Caso

Hoy quiero hablar de un hombre solitario, será un ejercicio de la imaginación hasta el punto de negar el tiempo, o quizá, acelerarlo. En quien pienso es un hombre ya maduro. Ha vivido por espacio de treinta y siete años abandonado a su suerte en este islote. No está tan mal, ya que siempre hay fruta por todos lados para satisfacer su hambre, agua para beber también hay casi en toda la isla. No habla. Vive en la obscuridad racional. Ni siquiera es conducido por sus instintos a buscar raíces, estira la mano y lo consigue todo. El paraíso de la autosuficiencia ha llegado para este amigo, pero él no lo sabe. Animales no hay, es un espacio virgen de movimiento sensorial. Las hierbas que lo acompañan a veces silban con el viento y él se asusta, huye al primer agujero que encuentra. No sabe más que ese miedo y esa hambre, lo mismo que esa tranquilidad y goce cuando cesan. Vive atrapado en su isla, en su cuerpo. No le reporta nada la pasividad caribeña. Como ha vivido tan poco, no ha aprendido las relaciones del tiempo, hablo de cambio estacionario, sólo siente frío y calor. Tampoco sabe de sí, más allá de la piel.

Un día, hace años, mientras caminaba a orillas del río, vio su reflejo -claro, él no sabía que era suyo, porque no sabe nada de lógica. Lanzó piedras al intruso, éste se desvaneció en ondas infinitas. Luego pensó en regresar. Cuando volvió, ahí estaba él esperándolo. Nuevo ataque ahora con los puños, que él otro también levantó. Se hizo su voz un gruñido sordo. El otro mudo, sólo hizo ruido al golpear el agua. Por un tiempo, sólo iba de noche a saciar su sed, y únicamente cuando todo era obscuridad. Un día, él se levantó por la mañana, había olvidado ya el incidente aquél. Cuando estuvo a metros del río recordó algo que lo hizo alejarse un poco, pero la sed de saber lo llevó otra vez al río, en plena luz solar del solsticio de verano. Ahí estaba no él, ni el otro, sino otro más, con la piel más marchita, con la cara enjuta y amenazantes, entre vellos faciales, unos ojos de odio. Él no sabía que esto era miedo y odio al individuo. No volvió más, porque ese verano murió. Cuando entramos a revisar su “isla”, encontramos unos dibujos algo extraños que al fin hemos identificado como aves y un hombre con un bastón.

-Doctor, ¿cómo sabe que eran aves?, y ¿cómo no registraron el proceso de creación aun con todo el equipo de grabación que hay en la “isla”?

– A lo primero, porque también dibujó la isla, o al menos una parte de ella y encima estos seres que volaban. A lo segundo, lo único que sabemos es que, al parecer, el hombre, aún en este nivel de la existencia, cuenta con un secreto, con un deseo por lo íntimo, por lo suyo. Se busca, pero siendo sólo uno, es estéril la búsqueda.

-¿Y el hombre con el bastón?

-Era yo. Cada año se presentaba un invierno en verdad crudo. No resistí más, así que me dirigí con la aprobación del equipo médico de investigaciones antropológicas a la isla. Llevé unas mantas que después él perdió, y le encendí una fogata. Una noche, cuatro años antes de su muerte, cuando encendía el fuego, el sujeto despertó, creí que me atacaría, pero no, sus ojos se dulcificaron entre las manchas de sol caribeño. Dibujó, para mí, un barco. Seguro que recordaba el día en que lo tiré en la isla. La voz del doctor Franz se apagó por un momento, pero continuó: Para él que todo era nuevo cada día, seguro que en su ADN se revolvía un vértigo por los cambios tan repentinos, así que optó inconscientemente por tener un punto de toque, un recuerdo, una idea fija, un ideal. Lamentablemente su ideal era tan fijo como el río, ¿un barco que huye?

-Doctor, el sujeto vivía en la opulencia, en la abundancia bíblica del fin de los tiempos. Ustedes controlaban entre otras cosas la dirección de los ríos, el crecimiento de las plantas, cada día llevaban para él árboles nuevos, fruta exótica. ¿Cómo es que murió tan pronto aun con todo este paraíso?

-Bueno, lo que hemos aprendido es que la conservación de la especie, incluso cuando éste fue sólo un individuo, depende de la interiorización de su propia existencia. Es decir, del saber de sí mismo, de otro modo la conservación no tiene ningún sentido. La autoconservación, lo mismo que la autosuficiencia, dependen de este saber íntimo, así como de una relación estable o mínima con el mundo. Al no haber yo, ni otro -pensemos que su mundo siempre cambiaba-, no podía haber idea de algo. La inteligencia es la capacidad de establecer relaciones y para ello la mismidad es necesaria. Todo su mundo era ilógico o mejor dicho ilusorio. Inteligible. Creamos el río que nunca cesa. Murió rápido porque no tenía necesidad de vivir. Nada lo ataba. No podía atarse ni comprometerse con algo. Las fuerzas creadoras de su ser más íntimo, seguro que lo destruyeron o volvieron loco los últimos momentos.

-¿Qué vendría a representar el arte encontrado en la “isla” y el barco dibujado para usted, doctor?

Después de un ceñudo suspiro respondió el doctor Franz: No podemos llamar arte en sentido estricto al ejercicio de exteriorización imaginativo que encontramos en la “isla”, lo que podemos decir es que había una mínima relación entre su percepción del mundo y su recuerdo, pero aún así no había otro, ni mucho menos “yo” como sensación. Porque el arte no es una exteriorización del mundo, eso sería un absurdo. El arte al significar algo, depende de un campo conceptual, de una historia de vida y de un espacio para cambiar o resignificar o alumbrar algo distinto de lo que se ve a simple vista. El artista sabe que su acción es una herramienta que sirve para alcanzar algo que se nos escapa, la realidad, por ejemplo.  En la era primitiva de la humanidad el arte sí representaba una herramienta, y esto lo saben bien los antropólogos, esas herramientas nos dicen de qué manera se entendía el mundo, y por ende lo que los hombres intuían de sí. Repito, este individuo lo más que hacía era representar un momento de la existencia, necesario a todas luces por su hambre de permanencia… El barco significa que su memoria se resistió, en algún sentido, a la mutabilidad tan caprichosa de la isla.

-Por lo cual…

Siguió el doctor nuevamente como en un soliloquio. Todos los asistentes a la conferencia en el Palacio de Cristal universal, no pudieron más que guardar silencio ante las nuevas y emocionantes palabras que diría el nonagenario mentor de la humanidad. Hasta el segundo al mando, que fue quien quiso tomar la palabra, tuvo que sentarse alisando la corbata de su traje y sonriendo en una inclinación de medio cuerpo al doctor Franz.

-Pensemos, siguió el doctor, que las herramientas dependen de una ley, es decir, de unas ciertas cualidades de la materia a las que está destinada el utensilio. El cuchillo, por ejemplo, no puede ser mejorado en el sentido de que su utilidad es la de cortar, y esto depende de la tensión más o menos suave de la carne o fruta que se intente cortar. El arte es una extensión no del cuerpo y sus necesidades más económicas, sino de la mente, es una sutileza del ocio, casi su coronación. ¿A qué atiende el arte?, al alma, jóvenes, pero -volvió a consumirse ese fuego en triste ceniza- lamentablemente nuestro sujeto fue adormecido hasta que no supo de sí, mucho menos de su alma.

-¿Qué es alma?, -No sé, respondió el adulto al lado del niño. El niño siguió atento a su casco transmisor, por el cual se veía la entrada de un nuevo ponente.

-El doctor ha tenido que retirarse a su domicilio, pues no se encuentra bien de salud. Explicó de la forma más cortés el interlocutor. Entonces, sonrió nuevamente para las cámaras, lo que ya no pudo decir el doctor Franz fue el grande éxito que obtuvimos en este experimento de corte científico, político, antropológico. La idea de un hombre social tal y como lo conocemos no es más que una eventualidad que lo llevó -al hombre como especie- a fraguar una sarta de mentiras y convivir con embaucadores, de los que el doctor fue discípulo, pero a los que, por el bien de la humanidad, decidió enterrar en el olvido. Lo que conseguimos, es grandioso para todos. Descubrimos que el ser considerado en sí mismo, en el aislamiento total, es incognoscible para sí, es decir, que es libre cuando ignora. Además, que el todo son relaciones imaginarias. El doctor, el último sabio y principal enemigo de la identidad, o idealismo del bien en sí mismo, hizo mucho por nosotros desde que, por fortuna, cayó en la antigua tierra un meteorito capaz de hacer millonarios a todos los hombres y que portaba esporas de crecimiento o abundancia para esta tierra nuestra. El paraíso también nos alcanzó, ¿no creen?, nuevas sonrisas.

Sonrió, por última vez el hombre, al tiempo que entre un dulce estertor suspiraba fuertemente y dijo al final de soltar el aire: ¡Alégrense humanos! Ya no habrá “yo”. Causante de guerras e injusticias en el pasado. Ahora tenemos la receta de la verdadera pasividad, del mejor de los bienestares. Al advertir que el mundo es inconexo con el hombre de la isla, notamos que el conocimiento es, por sí mismo, imposible. La posibilidad de algún conocimiento es voluntad de poder, lo cual quiere decir que podemos no saber de nosotros, como de hecho demostró el experimento social, es lo más natural. El intelectualismo ha muerto y todos son interpretaciones de hechos que nada tienen que ver con nosotros a menos que así lo deseemos. El mal no es posible, porque no hay leyes. El bien no existe, vivamos así, sin arte, sin ley.

-La ley, -el doctor Franz reposó su sien en la mano del bastón e inspiró hondo-, ¿qué hemos hecho?, azotó el bastón en el piso del transportador. La nada, tensó la quijada, es un misterio que no convoca.

Se alejaba la nave del doctor a algún lugar en el espacio.

Javel

Para seguir gastando: Las armas, como muchos otros instrumentos, son una forma de la utilidad intelectual. Esto quiere decir que el arma le es cómoda y útil al supremacista blanco, por ejemplo. Idea y acción siempre van de la mano. O Como decía mi maestro Pancho, en la hechura del edificio, se conoce al arquitecto. El tiroteo sucede desde que quien gobierna no piensa en la idea de bien en sí misma, y hace intentos absurdos por justificar su presencia. Las supremacías, lo mismo que la voluntad popular, son hitos para el statesman.

Coletilla: Oscilias cavilosa, tan alegre vida, imponiendo (sin poder) (el) oceánico juego del amar en la palabra. Diálogo le dices tú.

Variación sobre el milagro

 

Variación sobre el milagro

 

a 60 años del nacimiento de Tedi López Mills

 

And there’s no time when I’m alone

 

¿Quién es el yo que lee el poema? ¿Quién es el yo que mira al mundo? ¿Quién es el yo que puede seguir el oráculo délfico? La experiencia de uno mismo, el saber de sí, tan de sabido, suele olvidársenos. Yo está por descontado. Y sin embargo, yo no se olvida: es misterio sin ser extraño; es extraño que a veces no sea misterio. Sí, hay quien se extraña de sí mismo, quien deja de ser misterio y se conoce tan plenamente que ya nada puede saber de sí: ahí lo vemos arrastrando sus días, parapetado en sus deberes, escudado en su dignidad y jactancioso de su libertad. Hay, en cambio, quien no puede extrañarse de sí, permanente misterio que nunca termina de sondear los límites de su alma, cartógrafo incansable de los litorales del deseo: todo se le va en pensar, en pensarse, en pensarnos… ¿Cómo vive? ¿Cuál es su experiencia? ¿Cómo hablar de un tal yo? Todo esto me viene a la mente al leer el poema “Milagroso movimiento” de Tedi López Mills [Ciudad de México, 1959].

Viene del horizonte este sueño

Y los pájaros de la brisa

Traen el cielo mojado en sus alas.

 

¿Quién te enseñará a vivir?

 

Memoria y deseo aquí también se mezclan:

Fulgores en los quebrantos del agua;

No el recuerdo, su brillo imperfecto.

Mar de voces y cuerpos,

Suave manto de ruido se hunde

Bajo la espuma que lo criba.

 

Festejo el milagroso movimiento:

Blandos confines picados de aletas,

El tenue oleaje que abandona sus orlas en la arena,

Otro tiempo que se iza ensortijado y se estrena despacio.

 

Otros sueños que hechizan las corrientes

Huyen de la orilla que los nombra.

 

Nótese el lugar privilegiado del cuarto verso. Véase que ese verso solitario, esa tenaz pregunta, incendia al poema todo: un sol que ilumina el horizonte del poema. “¿Quién te enseñará a vivir?” es la pregunta maravillada de quien contempla el milagro. ¿Qué milagro? ¿Qué se mueve en el poema?

“Milagroso movimiento” es un poema de la segunda parte de Cinco estaciones [Ediciones Toledo, 1989], poemario con el que Tedi López Mills se dio a conocer en las letras mexicanas hace treinta años. Como en su tiempo observó Adolfo Castañón [Vuelta 169], el título alude al calendario espiritual de Ángelo Silesio: del invierno del pecado al otoño de la plenitud y la muerte inaugurando la quinta estación. El “solitario paisaje del alma” (Christopher Domínguez Michael dixit) que es “Milagroso movimiento” pertenece a la primavera: nacimiento del deseo, maravilla del mundo, despertar de la conciencia. “¿Quién te enseñará a vivir?” es la maravillada pregunta de quien ve claramente el mundo quizá por primera vez. “¿Quién te enseñará a vivir?” pregunta el yo que se descubre misterio. El extraño de sí mismo, en cambio, cree no necesitar a nadie que le enseñe. ¿Cómo llegamos a la pregunta maravillada?

La primera estrofa parece la antesala de la pregunta. Sin embargo, la apariencia es ambigua. Quien habla en el poema ve llegar al sueño, tanto como podría ver la llegada de los pájaros. ¿Sueño y pájaros llegan desde el horizonte? Siendo así, la llegada no podría ser la misma. Vemos a los pájaros llegar en el tiempo, sólo podemos ver la llegada del sueño en el espacio. El horizonte se disocia. Los pájaros, dice quien habla en el poema, traen el cielo mojado en sus alas. ¿Vemos caer la lluvia? O más bien, la temporalidad expuesta por la llegada de los pájaros refresca como la brisa. ¿Cómo no ver en el vuelo de un pájaro la suspensión del tiempo? ¿Cómo no sentir la frescura del mundo cuando el tiempo se suspende en el vuelo? Mas el sueño también podría traer el cielo mojado en sus alas, pues quien despierta del sueño, lo mismo que quien sabe disfrutar de él, redescubre al mundo. ¿En qué difiere la brisa del día de la brisa del sueño? El cielo mojado diluye la diferencia entre el hombre y el mundo; a veces el llanto anticipa el milagro del encuentro.

¿Cómo llegamos al llanto? Tras la pregunta maravillada, la poeta nos da la clave: “memoria y deseo aquí también se mezclan”. Es decir, el poema perteneciente a la segunda estación, el poema de primavera, también se vive en abril. ¿Por qué en abril? Porque “Abril, el más cruel entre los meses, injerta lilas en la tierra inerte, cruza memorias con anhelos, remueve raíces perezosas con lluvias vernales.”, ha dicho Eliot en La tierra baldía. Si hay milagro es porque la muerte hace posible la vida, porque el florecimiento también es posible cuando Dios muere. ¿No es ya un milagro maravilloso?

Va más allá. ¿Cómo se cruzan las memorias y los anhelos? ¿Dónde se mezclan el deseo y la memoria? “Fulgores en los quebrantos del agua” es la imagen de la aparición de las ideas en la propia mente. No hay idea sin memoria, no hay idea sin deseo. Pensar es la reunión de la memoria y el deseo. Pensar es el dón de las hijas de la Memoria a quien cunde en Deseo (cfr. Timeo 51b y Fedro 275a-e). Por la idea se encuentran las materias del sueño y del mundo El maravillado no sólo recuerda las ideas, sino que ve a las ideas desde un brillo imperfecto. Quien deja de pensar, quien se abandona, quien deja de ser misterio, confunde el brillo con cualquier lustro, pierde el sueño, se pierde en el mundo, deja a su sola luz la iluminación sola de su vida: camina solo sin ver nada más allá de sí mismo.

¿Qué es, en cambio, lo otro para el maravillado? Lo otro, “mar de voces y cuerpos”, llega a la ribera de las almas, aparece como Venus en las orillas de los ojos: la luz que brilla tras el llanto de amor. El maravillado ha de cribar los ruidos para reconocer las voces, ha de mirar con cuidado en la espuma para distinguir el agua, ha de observar la precipitación de la arena arremolinada. La espuma es idéntica para quien no se maravilla: todo deseo es el mismo, nada es mejor ni peor. Para quien ya no se maravilla, el remolino de arena es sólo una apariencia; conocedor del tiempo, el hombre ya no puede sorprenderse. Quien no reconoce las voces, no distingue entre el campo oloroso en el jazmín y la ceniza pálida. Quien ha dejado pasar el milagro nunca podrá ver la muerte eterna; ya no vive.

Quien ve el milagro, continúa el poema, está de fiesta. El mundo aparece como la superficie del mar, palpitante de vida; la vida aparece como la fuerza del mar: infinita, infatigable, frágil, tenue, fresca. “Otro tiempo que se iza ensortijado y se estrena despacio”, una nueva oportunidad para seguir sabiéndose. Se vive para izarse a la vida. Se vive para estrenar la vida. La maravilla de saberse vivo es la de saberse misterio todavía.

¿Tanto para eso? Tanto elogiar la maravilla para sólo saberse misterio. Tanto elogiar el misterio para seguir soñando. Tanto para… Precisamente, “otros sueños que hechizan las corrientes huyen de la orilla que los nombra”. Nosotros, tan finitos, tan tenuemente presentes, tan permutables, apenas vamos mirando cada sueño. El resto de los sueños se nos van. Un sueño a la vez. A diferencia de quien deja pasar los milagros, el maravillado quisiera apresarlos todos. ¿Cómo es que alguien podría abandonar un milagro? A veces los sueños nos huyen. Pero a quien abandona el milagro no le huye el sueño, sino que se le escapan los nombres: huye de sí mismo por despreciar a la palabra, huye de sí por temer a la verdad. ¿Arroparse en la tragedia para evitar la dicha? Quizás alguien lo quiera. Y queriéndolo, ¿podría ser yo todavía? Sólo se puede enseñar a vivir cuando yo sigue siendo un misterio. ¿Quién soy yo?

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. «Antes no se podía tocar ni al presidente ni a la prensa, eso ya se acabó», dijo el Señor Presidente mientras amenazaba a la prensa. 2. Las arbitrarias revisiones de los militares de la Guardia Nacional a civiles en el metro de la Ciudad de México no son inconstitucionales porque no son todos los días, dijo Rosa Isela Rodríguez, secretaria de Gobierno de la CDMX. 3. Es peligrosa la nueva Ley de Extinción de Dominio. Sergio Sarmiento apunta: «No hay mayor garantía contra la tiranía como la propiedad». Y Jaime Sánchez Susarrey advierte de la delación normalizada que la nueva ley implica. 4. Interesantísima discusión en la patria: ¿qué corresponde garantizar a las leyes: la libertad sexual o la fidelidad? ¿Bajo qué criterio jerarquizarlas? Importante resolución de la Corte. 5. La secularización no necesariamente barbariza, pero sí contribuye a la incultura. 6. En China se ha producido un ser en gestación parte mono y parte humano.

Coletilla. Bellísimo el último concierto de Joan Baez. Eligió Madrid para despedirse de los escenarios. Tres grandes momentos del concierto. Primero, cantando «Joe Hill», canción que un colectivo liberal adoptó en su lucha contra el franquismo. Segundo, el recuerdo de Rosalía de Castro con «Adiós ríos, adiós fontes». Y, por último, «No nos moverán», que ante los totalitarismos y las discordias bien haríamos en recordar. Bello final.

Notas insomnes

Notas insomnes

De modesta simplicidad es el reconocer la presencia de lo misterioso en el sueño; me refiero al hecho completo del sueño: a la experiencia limitada de él y a su necesaria aparición, que se echa de menos con dolor en el insomnio, que se siente como una enfermedad. Distinto quizá a lo misterioso en la religión, pues no requiere de fe como tal para relacionarse con ello. Ese misterio que es asequible en mayor o menor medida al alma desde sus primeras experiencias de él. Eso que vincula los trabajos de la imaginación, los sentidos y el entendimiento en un escenario alterno que no deja de ser real, aunque sea en el sentido de lo imaginario.

He soñado cosas que derivan de una preocupación latente a la hora sacra en que se besan ambos párpados. Me he visto en fantasías infantiles, hechas realidad y sentidas como verdaderas con una extraña sensación de placer ante la verosimilitud. No hace falta ser cartesiano para admitirlo. ¿Será sólo el reposo de la agitación, la vuelta de las energías a un cuerpo que desfallece día con día? ¿Para qué soñar? El descanso es la muerte. El sueño es una actividad: eso es parte de su misterio. Existen siestas reparadoras de cinco minutos, felices y lisonjeras embusteras. Pero nunca he obtenido descanso del sueño. No tengo la experiencia del reposo dormitivo hasta que me he despertado y, aún allí, se siente como un consecuencia, no como un actualidad. No niego la natural relación entre el placer y el descanso en el sueño: he dicho que el insomnio se siente con dolor, una privación de algo que se requiere para vivir.

No es necesario aceptar el subconsciente para entender el sueño. Si no entiendo mal, el inconsciente sólo se vuelve razonable hasta que se requiere interpretar el contenido de los sueños. Tiende el puente entre la naturalidad y la sexualidad, entre las pasiones sepultadas como germen en los deseos y preocupaciones profundas. No dudo, por otro lado, que, de cierto modo, en él se manifiesten los deseos más extraños y heterodoxos de todo hombre. Don Quijote arremetía sonámbulo a un montón de cueros rellenos de vino, creyendo estar fustigando con la fuerza de su brazo a un gigante abusivo, razón de la pertinencia de su oficio. ¿Habrá una relación eterna entre lo erótico y lo onírico que esté al fondo de la interpretación psicoanalítica de ella?

La respuesta parece fácil. Pero eso sólo responde por una parte de la experiencia onírica. En él tienen influencia tanto lo erótico como lo adivinatorio. ¿Qué puede abarcar el reino de infinitas proyecciones? No basta la imaginación como respuesta. Porque también se requiere para el arte y la poesía en vela. No es manifestación llana de la inspiración. Para inspirarse se requiere de la vela. Puede que un poeta describa su sueño de manera épica o romántica, pero necesita estar despierto para llevarlo a la palabra. No hay poesía sin palabra. Soñar el infierno no es poético: lo poético está en saber manifestarlo con arte, para que pueda bien enseñar lo que el poeta ve. Lo decía Reyes en un brillante ensayo que ponía a Jacob como camino para dar una idea de la poesía.

La consciencia poco sirve para resolver la cuestión. Uno puede comer moscas como lagarto en un sueño y poderlo recordar gracias a que, aunque no estaba en vela, podía presenciar el deseo de saborearlas y buscarlas, incluso verse, para ello, en tercera persona. No hay una diferencia enorme, salvo por el hecho, por siempre señalado, de poder realizar ese tipo de fantasías, asequibles siempre en un sueño. El mundo que en él se presenta puede ser semejante al de la vida entre los despiertos porque recordamos nuestra vida ahí. Uno duerme con la incertidumbre de lo que terminará soñando, incertidumbre distinta frente a la costumbre de lo cotidiano en la vela. Sólo puedo decir que en él se ve que la fantasía no es lo mismo que la falsedad. Digo fantasía en tanto aparición, vaguedad que se experimenta en un mundo que no es ajeno, pero que, también misteriosamente, se distingue fácilmente de la experiencia de estar despierto. Es una medianía. Tal vez por eso se le puso el mote de ebrio.

Tacitus

Tanteando terreno

Había descubierto aquel botón por accidente. Era la primera vez que paseaba por allí y no hacía más que tantear el espeso terreno que se abría a su paso cuando de repente se encontró con él. En ese momento no supo de qué se trataba, pues apenas si lo había rozado pero, tratándose de algo completamente desconocido, decidió que era mejor apartar la mano con cuidado y regresó enseguida por el camino andado.

Volvió un par de días después cuando hubo reunido el valor suficiente para enfrentarse con el misterio que representaba el botón aquel, aunque no sólo eso le intrigaba sino también el paraje donde se encontraba, el cual le resultaba maravillosamente novedoso y extraño. Dispuesto a repetir la experiencia, intentó hacer el mismo recorrido que la vez anterior y aunque terminó por otro camino, pronto dio con el botoncito ese que le despertaba una curiosidad tremenda.

Su emoción era tanta que tuvo que esperar hasta tranquilizarse un poco y luego se acercó cautelosamente a él para rozarlo, cuidando de hacerlo sólo con la punta de su dedo índice. El botón respondió al sutil toque vibrando débilmente y en cuestión de segundos un suave ronroneo rompió el silencio que llenaba aquel espacio. El ronroneo parecía provenir de la vibración y si bien aquella reacción no lo espantó, decidió aguardar un momento para ver qué más sucedía. Cuando estuvo seguro de que eso había sido todo, continuó explorando los contornos del pequeño botón, cuya vibración –así como el ronroneo– aumentaba con cada toque.

Viendo que aquella vibración era inocua se animó a tocarlo también con el pulgar, pero fue tal la reacción que desencadenó ese movimiento que nada podría haberlo preparado para ello. El botón ya no sólo vibraba, sino que ya tampoco era pequeño, pues con cada roce de sus dedos se iba hinchando un poco más. Temía que el botón explotara en cualquier momento y aunque pensó en detenerse, una fuerza interior lo impulsó a terminar lo que había empezado aun cuando cierta parte de él fuera presa de un miedo indescriptible a lo desconocido.

Sin pensarlo dos veces, decidió que era mejor que él reventará el botón antes que esperar a que éste lo hiciera por sí solo y en un arranque instintivo presionó con firmeza su centro, lo cual le pareció enseguida la peor de las ideas concebidas. Sin que pudiera dar marcha atrás, el terreno comenzó a inundarse con un torrente de agua salada y ahora, en lugar del habitual ronroneo, se escuchó un bramido que retumbó en todo el lugar.

Estupefacto por lo que había causado, retiró temblorosamente sus dedos de aquel botón y fue entonces cuando notó que la hinchazón ya había comenzado a ceder. Ahora sólo quedaba el eco de aquel grito ensordecedor y una mancha que indicaba que ahí había ido a parar el torrente de agua salada. Había conseguido develar el misterio del pequeño botón y la chica que yacía al lado suyo se lo agradecía infinitamente.

Hiro postal

Monólogo de un Hombre Nuevo

Hoy miré las palmas de mis manos, y me sorprendí: no las conocía. Una espontánea línea, un extraño recoveco, un callo inexplicable, una sombra nueva. Reconocí en mi añoranza tantas cosas tomadas, pero más fueron las que no recordé, y muchísimas más las que anhelé y no pude tomar. ¿Y de las que me hice, las tomaron estas mismas manos? No lo sé. ¿No fueron otras, unas más jóvenes, unas más inexpertas y suaves? ¿No había bajo esta misma mirada las manos blancas de un niño sin juicio? No reconocí los dedos, largos aunque nunca suficientemente; fuertes al sujetar pero temblorosos, torpes; deseosos de descanso. Las arrugas innumerables recorriéndolo todo como caminos que iniciaron a cavarse sin aviso y cuyos trazadores invisibles trabajaron con tanta delicadeza que nunca se pudo saber cuándo habían ya terminado, todas ellas me miraban de vuelta sin reconocerme a mí tampoco. Cada una era la huella de una pregunta que no entendí. No reconocí ninguna de estas honduras, eran el mapa de una ciudad intrincada construida con el plano de un laberinto malicioso, y yo era un forastero solitario. ¿Qué habían hecho estas manos en todos estos años? ¿A cuántos habrían saludado, a cuántos desdeñado? ¿Qué hombros habían consolado y qué personas habían sucumbido a su roce? ¿Qué acuerdos habrán sellado, qué seños secado, qué bridas sujetado, qué nudos azocado? No conozco ninguna de estas respuestas. ¿De quién son estas manos? No lo sé, no las conozco, no sé quién soy. Me temo, mis palmas rosadas se abren también al temor. Hasta hace algunos días, estaba seguro de que éstas era las manos de un hombre que no podía perdonar; hoy que las miré, no las conocía. Si hoy perdono, ¿he olvidado el mal? No, lo veo muy claro. ¿Soy más fuerte contra el mal? No, el dolor está presente, pulsando como mi sangre. ¿Está lejos, está borroso, está vacío, estoy vacío yo mismo? No: todo parece seguir igual. ¿Quién hizo esto? Yo no he hecho nada. Miro mis manos, y nada ha cambiado, pero algo no es igual, no las conozco. No sé quién soy: de pronto, he perdonado.

Jaque mate

Érase una vez, en un país muy lejano, un rey que tenía vastas y fructíferas tierras, un ejército que resultaba más letal y eficiente que una plaga de hormigas y el dinero suficiente como para mantener holgadamente a cinco generaciones venideras, si es que algún día tenía descendencia… Ése era su más profundo y quizá hasta último deseo en la vida, por lo que sus días transcurrían con el temor de hacerse viejo pronto y jamás verlo cumplido. Cuando hubo perdido la esperanza, el monarca tuvo no uno sino dos hijos varones, a los cuales amó por igual tan pronto abrieron sus ojos. El rey nunca había sido más feliz. Sin embargo, no todo era dicha y felicidad para la nueva familia real.

Los pequeños príncipes crecieron sin su madre, pues ésta había muerto al momento de parir, y tuvieron que criarse entonces en el regazo de las distintas nodrizas de pechos turgentes que el monarca buscaba para asegurar el bienestar de sus hijos. Al poco tiempo comenzó a notarse el increíble parecido que había entre ambos hermanos, lo cual hizo imposible que la gente pudiera distinguirlos, a excepción de su padre que los conocía como la palma de su mano. Los niños crecieron sanos y fuertes, pero sobre todo con un amor incondicional entre ellos, pues al carecer de madre intuían que, en caso de que su padre faltara, sólo se tendrían a ellos mismos en este mundo. Por si esto fuera poco, sus vínculos fraternales se hicieron aún más estrechos por su calidad de gemelos. En un abrir y cerrar de ojos, los príncipes pasaron de ser unos niños para convertirse en los dignos herederos que tanto había anhelado el monarca, su padre, quien ya vivía al acecho de la muerte.

Un día la fatalidad tocó a la puerta del castillo real y el monarca cayó presa de una terrible enfermedad que lo dejaría encamado hasta el final de sus días. Llegaron médicos de todas partes del mundo para intentar curar al rey, pero todo esfuerzo resultó inútil y vano. Los gemelos, si bien ya no eran unos jóvenes imberbes, tenían miedo de tomar decisiones equivocadas respecto a su padre y a la administración de su reino, pero aún así tomaron las riendas del asunto a sabiendas de que sólo uno de los dos terminaría heredando todo el reino. Esto no causaba conflicto alguno entre los hermanos, sin embargo los enemigos del monarca veían en esta sucesión la oportunidad de arrebatarle al viejo moribundo el reino que había estado tanto tiempo entre sus manos. El monarca lo sabía y si en su momento había ansiado con tanto fervor tener descendencia había sido para tener a quien dejarle todo aquello, por lo que no iba a permitir que su reino cayera en manos ajenas. Mandó entonces llamar a su consejero principal, quien tenía el deber de escribir el legítimo testamento del rey y cuidar de que éste se llevara a cabo al pie de la letra, para revelarle un oscuro secreto que concernía a sus hijos y que había guardado por todos esos años con la esperanza de no tener que revelarlo nunca, y como ya no podía darse ese lujo, había llegado el momento de revelar la verdad.

Cansado de que la reina no pudiera darle descendencia, ideó un plan para quedarse viudo, de tal modo que buscaría a otra doncella que fuera fértil para casarse con ella y así cumplir el deseo que en su corazón habitaba. Fue entonces que la reina le anunció que estaba encinta y que pronto le daría un heredero. Aunque esto alegraba al rey como nunca antes, también significaba que debía abortar su plan, el cual ya estaba en marcha: el monarca, adelantándose unos pasos, ya había puesto su semilla en el vientre de otra mujer, una joven pueblerina a la que después llevaría como sirvienta al castillo real. Nadie sabía de su fechoría, ni siquiera la joven pueblerina, pues había cuidado hasta el último detalle para salir bien librado de ella. Fue así como el rey se hizo de dos hijos varones, los cuales tuvieron el buen tino de nacer el mismo día a la misma hora y no sólo eso, sino que demostraron ser de su sangre al dejar que sus respectivas madres murieran desangradas por el esfuerzo del parto. Bastó con mandar matar a las parteras para que el secreto quedara a salvo. De este modo, los cabos sueltos se ataban y el rey conseguía lo que siempre había querido: una descendencia.

El consejero principal, el hombre de más confianza que había tenido el monarca, escuchó la historia en completo silencio, sin interrumpirlo y cuando el rey calló, comprendió horrorizado que sus hijos no eran gemelos y que además uno de ellos era un bastardo y por tanto no tenía derecho alguno a subir al trono, por mucho que su padre lo hubiera amado igual que al otro. En ese momento, el rey palideció y su cuerpo comenzó a temblar frenéticamente, le dio un ataque que duraría no más de cinco segundos y que lo sacudiría sin piedad y con la fuerza suficiente para que en el último estertor el aliento de la vida lo abandonara, dejándolo en su lecho inerte y con el rostro desencajado. Parecía como si la enfermedad hubiera estado esperando a que el monarca confesara su culpabilidad para poderlo castigar finalmente.

No hubo tiempo para escuchar la última voluntad del rey. Sus hijos, aunque idénticos, no eran gemelos. Uno de ellos era el legítimo y el otro no era más que un bastardo, ¿pero cómo diferenciarlos si su padre era el único capaz de hacerlo? ¿Cuál de los dos tenía que subir entonces al trono? Eso sólo podía contestarlo el rey y el rey había muerto…

Hiro postal

Demasiado

“Harold March was the sort of man who knows everything about politics

and  nothing about politicians. He also knew a great deal about art, letters, philosophy,

and general culture; about almost everything indeed, except the world he was living in.”

Chesterton

 

Aquellos ojos Emilio no los olvidaba. ¡Qué cosa tan bella! Sólo por ellos se levantaba y por la mañana llenaba su bolsillo de pequeñas invenciones baratas. Una noche –como todas- se había puesto a pensarlos, a recordarlos, a sus ojos y a ella. ¿Qué los hacía tan especiales? Debía ser lo grandes que estaban. Debían ser sus hermosas y enormes pestañas. Debía ser su color, ese azul profundo como del mar de sus sueños… ¡No! Era el brillo, ése que parecía agua en sus ojos. Ése que escondía quién sabe cuántas cosas, que guardaba secretos. Sí, sin duda eso era. Ojalá nunca contara esos secretos –pensaba Emilio-. Mejor que callara, no fuera a ser la de malas y se le esfumara el brillo. María se moría de hambre ¡qué horror tener hambre! No entendía por qué, había estado comiendo más que bien. Su panza rugía, su cabeza dolía; no podía más. Por fin llegó la hora, la deliciosa hora, su madre era excelente cocinera. Había crema de espárragos, chuletas de cerdo, puré de papa, espinacas, queso y coliflor. Luego su arroz con leche de todos los lunes. Se lo comió todo. Se lo comió tres veces. Se enfermó. Su madre se lo advirtió, ¡esto te pasa por atascada! –añadió. Román era un joven como todos, y como todos tenía algo especial. A él los dioses le dieron el don de escuchar el pensamiento; escuchaba a su madre, a su padre, a su hermana. ¡Qué maravilla! –pensaba al principio. Pero poco a poco se le acabó la dicha, se acabó el misterio. Después ya no fue bueno; el pobre supo demasiado. Supo que su padre amaba más a su hermana, que su madre no amaba a su padre, y que María no lo amaba a él. Tal vez los dioses no lo querían tanto. No fue feliz.

¿Qué tanto es tantito? ¿Qué tanto es demasiado? Demasiado es un extremo, como todos, peligroso. Demasiada comida, demasiada información. Saber, saber, saber. Saber quién sabe por qué. Saber sin pensar para qué. Hoy somos hombres que queremos, decimos querer o creemos saber demasiado. Invadimos y nos gusta que nos invadan el mundo (real y virtual). Me pregunto si descubrir todos los secretos es lo ideal.  Tal vez nos caiga de peso la demasiada información, no sé si esto es lo mejor. No nos vayamos a empachar, enfermar, aburrir o desilusionar. Mejor (saber) poco pero (pensarlo) bien.

PARA APUNTARLE BIEN: “Ya no llora. En cierto modo usted le ha sustituido. Las lágrimas del mundo son inmutables. Cuando alguien empieza a llorar, alguien deja de hacerlo en otra parte. Lo mismo sucede con la risa. No hablemos mal de nuestra época, no es peor que las pasadas. Pero tampoco hablemos bien. No hablemos.” –Pozzo. En Esperando a Godot (de Beckett).

MISERERES: Los números del mundo se mueven: la incertidumbre griega tiene a la economía mundial temblando. Hoy empieza la segunda mitad de las campañas. Siguen los muertos y más muertos. No hay que rutinizar la violencia (ahora fueron 49 muertos de un jalón en Cadereyta). Para esto de la violencia no parece haber unidad en las propuestas, ¿quién convoca a la unidad? No aparecemos. Acá hay un análisis del debate: http://www.sergioaguayo.org/html/columnas/Jugadaexitosa.html