Libertad a la moderna

Los sueños de libertad sólo los tienen los esclavos, quizá por eso el estandarte de la libertad es portado por las manos de los modernos.

Maigo

Dieta

Hipócrates señala en su tratado sobre la dieta que para saber lo que hace bien al hombre es necesario saber qué es el hombre.

El antiguo médico parecía tener razón y la medicina moderna lo confirma toda vez que sabe cómo atender al cuerpo, pero suponiendo que éste es materia originalmente inerte, pero puesta en movimiento hasta que una fuerza contraria se opone al mismo.

Maigo.

Secuestro de palabras

Siempre he temido que me plagien alguna línea o párrafo de los que aquí escribo. Aunque me sentiría extrañamente halagado si llego a observar alguna de mis frases en una tesis; más que halago, sería sorpresa e incertidumbre; ¿sería capaz de leer el índice y la introducción del trabajo para saber qué clase de persona me robó el brazo o el cuerpo de mi escrito? Temo que se lean mis textos con un objetivo distinto para el cual fueron pensados; evidentemente no son pensados para cumplir con un compromiso académico, pues quien roba frases sin intentar entenderlas, sólo le interesa cumplir compromisos, sin que lo haga de buena o mala manera. ¿Fracaso de una educación que tiene como núcleo la efectividad de la producción? Es decir, la educación que pone como puerta del jardín del Edén al éxito está fracasando; un jardín siempre soñado, nunca alcanzado.

¿Cuántos nos hemos preguntado qué significa cuando alguien te dice, con todo su sincero aprecio, “ten mucho éxito”? ¿En qué consistirá el éxito?, ¿será un eufemismo para decir “ojalá hagas algo sin mediocridad y eso te proporcione un sustento”?, ¿será más fácil de decir  y de aceptar eso en vez de “el fin justifica los medios”?, es decir ¿importa más hacer algo que garantice una abstracta aprobación que la probidad con la cual se realiza? La finalidad de la educación siempre vuelve al mismo estudiante; sale y regresa, sin importar si se desestiman las ideas de los demás. ¿Qué puede hacer una institución para mostrar que la educación no sólo consiste en calificar, planear premios y dar resultados numéricos? Supongo que lo que siempre hacen: engalanar esos premios o calificaciones con ostentosos discursos señalando por qué quien o quienes los han ganado son un gran ejemplo y una luz para la sociedad.

También pueden existir otros motivos para plagiar, como los que se cuentan de un viejo estudiante de la UAM, un tal Julio Valdivieso. El joven, inseguro, enamorado, listo, pero poco brillante, vio una tesis de un estudiante Uruguayo sobre el grupo de artistas “Los Contemporáneos”. El trabajo le daba forma a las ideas que él había estado pensando y escribiendo en su tesis; ambos adoradores de la buena literatura tenían intuiciones semejantes sobre el grupo, pero el sudamericano las llevaba más lejos. Julio se enteró que su compañero de gustos había sido asesinado y aprovechó para titularse e irse lo antes posible del país con su adorada Nieves (mujer de la que estaba enamorado y con la que partiría del país a un lugar mejor, donde sus recuerdos ingratos no los persiguieran). Pero su amor no justifica su robo, pues se aprovechó del pensamiento de otro para conseguir sus objetivos, para fingir que era más inteligente y labrarse un futuro de donde saldrían los frutos de su éxito. La misma realidad le demostró que se necesita más que éxito para ser feliz.

La educación no promueve la reflexión ni la investigación cuidadosa cuando plagiar es tan fácil como sólo asistir a clases. Repetir viejas ideas, sin darles un nuevo enfoque, mostrar su pertinencia o ahondar en ellas, es lo que se hace y estimula normalmente en una tesis. Algo más tendrán que hacer los guardianes de las instituciones educativas; quizá haya que empezar a modificar el modo en el cual se practican las clases o, más importante aun, los contenidos que se pretenden dar en los egregios recintos académicos. ¿El viejo sistema podrá revertir tanto atropello con las palabras, tanto robo de ideas?

Yaddir

Impiedad disfrazada

La grandeza del creador se aprecia en cada una de sus criaturas, hasta la más pequeña responde a un orden específico, de ahí se agarran quienes quieren aparentar piedad y al mismo tiempo ateísmo.

El orden maravilla a quien pregunta por la causa del mismo, pero cuando ya no se pregunta por las causas, tampoco se abre la puerta a la capacidad para asombrarse y menos al deseo de agradecer.

 

Maigo.

La medida del placer

Pero yo solo soy un hombre, Marge
— Homero J. Simpson

Quienes tienen más tiempo de conocerme a un nivel personal, sabrán que fui un fumador excelente. Me gustaba echar humo más que cualquier otra cosa en el mundo, me daba identidad y me hacía sentir todo un garañón. No había actividad en mi día a día que me llenara de más placer, ni me hiciera sentir tan importante. Si me lo preguntan, hoy en día con cuatro años de haber dejado el cigarrillo, sigo sosteniendo un par de cosas: la primera es que me arrepiento de haberlo dejado, la segunda es que era feliz mientras fumaba. Ya usté sabrá si creerme o no, lo dejaré a su consideración.

La razón por la que dejé atrás ese cochino vicio, no fue simple y llano amor, como debió haber sido, sino una razón más vulgar y mezquina: la salud. Dejé de fumar porque estaba sintiendo a un nivel insoportable todos los estragos que traía ese maldito vicio: amanecía con la garganta irritada, reseca y nauseas insoportables, una ansiedad infernal y con más sed que ganas de desayunar. El mal aliento y el mal olor del cigarro me acompañaban, así como todas esas desventajas físicas que acarrea consigo el cigarrillo. De eso hay un montón de información en Internet. No importa, lo que importa es lo siguiente: me gustaban los cigarrillos marca Camel, eran los mejores, tenían la conjunción exacta entre la suavidad y el sabor que me hacía sentir feliz. Los Marlboro, eran los que le seguían de cerca, pero estos eran mucho más fuertes y mucho más violentos a la hora de fumar. Cuando los impuestos empezaron a pegarle a los precios de los cigarrillos, el costo de una cajetilla de Camel, me alcanzaba para cubrir dos de cigarros Delicados con filtro. No por eso me mudé, pero sí por eso, llegaron a ser estos mi segunda opción o mi primera opción para consumo social, es decir, los compraba para reuniones con mis amigos. Los mentolados me mareaban y me daban asco y los lights no raspaban ni poquito, pero sí me daban muchas nauseas. Los Lucky estaban decentes pero su sabor simplemente no era lo que me gustaba. Cabe señalar, que prefería encender mis cigarrillos con un encendedor cualquiera, de los que venden en los Oxxos y valen de cinco a diez pesos. Los prefería sobre los cerillos comunes y corrientes e incluso sobre los cerillos de madera. Los prefería incluso sobre mi Zippo, cuya gasolina le daba un sabor especial al cigarrillo (sin importar la marca) y podría jurar que de no ser tan exigente con mis gustos, podría haberme enganchado solo al sabor de la gasolina, ya que tenía un encanto especial.

¿Por qué vengo a hablarles de cigarrillos y del mal hábito de fumar? Olvidé mencionar que los puros también eran de mi gusto y que su sabor y textura era algo único que me emocionaba probar de vez en cuando (y sí, les daba el golpe también). Bueno, en esta semana tuve una experiencia cercana con los cigarrillos electrónicos, mismos que en otros tiempos hubiera desechado sin siquiera darles el beneficio de la duda, los hubiera tachado de maricones y no los hubiera volteado a ver. Sin embargo, estos son tiempos distintos, y me llamó la atención el hecho de que son “inofensivos”. Por si no fui muy claro en el primer párrafo de este texto, extraño fumar, tanto como el primer día que lo dejé, aunque ya sin el ansia y los síntomas de abstinencia. Creo, que aunque sea un mal hábito, era algo que en verdad disfrutaba en este cochino mundo. Una vez hecha esta puntualización, comprenderán por qué mi mirada se volcó hacia los cigarrillos eléctricos o “vapeadores”. La premisa es muy sencilla (o eso me pareció en un principio), puedes tener la misma experiencia del cigarro sin pagar por las consecuencias. ¿Qué éste no es el sueño de todo villano maestro de los malos hábitos? ¿Qué éste no es el mismísimo sueño de la modernidad? ¿Qué a caso no es ésta la finalidad de la ciencia moderna? La respuesta a todo eso es un rotundo sí. ¿Por qué me iba yo a negar a tan atractiva situación? Bueno, pues no lo hice, así que me monté en el viaje de investigar más al respecto. Antes de compartirles mis descubrimientos, debo contarles que, dejando a un lado todos los aspectos psicológicos que enumeré anteriormente como motivos de mi hábito fumador, la razón física para hacerlo es que encontraba mucho pacer en la sensación rasposa que se tiene al darle el golpe. Es sencillamente muy placentera para mí.

Ahora bien, llevo medio día leyendo acerca de los vapeadores, al principio no encontré gran cosa, son un instrumento electrónico al que le hechas un líquido especial y luego le aprietas un botón al dispositivo para que queme esta sustancia y es entonces cuando la aspiras, le das el golpe y la sacas. Los vapeadores tienen la intención de ayudar a los fumadores a dejar de fumar, tal vez funcione y tal vez no. En lo personal, la duda que me hace ruido en el alma es si ya dejé de fumar, ¿por qué carajos debería probar un vapeador? Es como tropezar con la misma piedra solo haciéndome menso fingiendo como que ya no fumo. Bueno, leyendo un montón de foros y páginas de Internet, encontré con varias personas que están clavadas en el hábito de “vapear”. Todas ellas manejan términos muy especializados de su gremio, pero el asunto no se detiene ahí, no basta con juntarse en un espacio cibernético a compartir experiencias de vapeadores. Los cigarrillos eléctricos funcionan con un líquido que tiene diferentes sabores, éste líquido está compuesto de dos sustancias (y aquí es donde se empieza a poner interesante el asunto), una se encarga de dar el sabor a la inhalada, la segunda se encarga de hacer más o menos vapor a la hora de sacar lo aspirado. ¿Ok? Resulta que los practicantes de este hábito tienen manera de regular qué cantidad de cada una de estas sustancias se le agrega a su tanque, de manera tal que o bien tenga más o menos sabor o bien tenga más o menos vapor, por lo tanto tenga distinta sensación a la hora de darle el golpe. Bueno, pues una vez que entras al mundo de los vapeadores, lo primero que debes hacer (no es acostumbrarte a fumar de estas cosas) sino a medir la manera en la que te sientes más satisfecho a la hora de fumar. Ojo, quiero que tengan en mente que la mayoría de los que fuman en estos dispositivos vienen de fumar cigarrillos reales (hay incluso quienes fuman las dos cosas en lo que pueden dejar la más dañina), lo que me hace pensar que están buscando encontrar la misma satisfacción que les da el cigarrillo con más o menos líquido agregado. Bueno, el asunto no para aquí, resulta que eventualmente, si te gusta este hobbie, puedes ir armando tu propio vapeador a partir de partes “sueltas” que puedes comprar. La idea de esto es bastante curiosa. En general un vapeador tiene cuatro partes, una batería, una resistencia, un inhalador y un tanque donde se le deposita el líquido. En las boquillas o inhaladores hay tres distintos dispositivos, que hablando en general se distinguen en que uno tiene un pedazo de algodón o tela que se sumerge en el líquido para darle un sabor distinto a la hora de la fumada. Los otros dos, si no mal recuerdo son uno sin esta tela y otro que es la síntesis de los dos anteriores. En fin, la idea es que las baterías vienen en distintas presentaciones ya que el dispositivo que se activa para hacer ignición y quemar la sustancia que va a convertirse en humo, viene en distintas presentaciones dependiendo su resistencia (resistencia hablando en sentido eléctrico, por ahí hay tutoriales de cómo aplicar la ley de Ohm a este asunto). Bueno, el chiste es que hay resistencias que se calientan muy rápido y hay otras que tardan más y requieren más potencia de las baterías. Esto influye en el sabor y la textura del vapor que vamos a exhalar, por lo tanto en la experiencia de la fumada. Se habla incluso de que si no se calibran bien las medidas de las resistencias, se puede llegar a quemar el líquido y dar el sabor no deseado. Bueno, ya para terminar, y la razón por la que he contado todo este asunto es la siguiente. Me parece que estos cigarrillos electrónicos son el ejemplo perfecto de la ciencia moderna y su meta: están tremendamente complicados, hay un montón de variables con las que podemos jugar de tal manera que logremos simular en una experiencia doblemente artificial, una experiencia un tanto más natural. Todo con tal de no pagar las consecuencias de estar haciendo algo nocivo o que va en contra de nuestra salud.

No pretendo sonar como que estoy dando moraleja aquí, no, para nada, si cualquiera de ustedes me pregunta acerca del cigarro yo siempre les voy a decir que no lo dejen. Lo que vengo a comentar hoy es que justamente, todas estas cualidades de los cigarros electrónicos, todas estas posibilidades de personalización del dispositivo para darte la experiencia más placentera me hace pensar que ninguna de ellas sirve. Creo que todas y cada una de ellas son mero placebo y que no importa si tu “vaper” se autoregula para darte más o menos sabor o más o menos vapor, nunca vas a estar satisfecho porque la experiencia placentera que buscas está justamente en otro lado. Vaya, antes si quería tener una experiencia distinta a la hora de fumar, bastaba con comprarme otra marca de cigarros y listo (y sin embargo, seguí fumando insatisfecho durante años). Ahora, en esta nueva modalidad, hay que jugar con un sinnúmero de esencias, sabores y texturas, a su vez con un montón de aditamentos y temperaturas, todo para tratar de encontrar la justa medida algo que es imposible de satisfacer: nuestro deseo de placer.

La cocina y sus recetas

Me contaba un cocinero que el regalo más grande que había recibido era un recetario. Se lo había dado su padre, también cocinero, y estaba hecho de cuadernitos y hojas unidas por clips, lleno de notas escritas a mano durante sus más de cuarenta años de preparar platillos en una fonda cerca del centro de la ciudad. Era su tesoro. Me relataba que por más que hubiera querido seguir las instrucciones paso a paso, casi nunca conseguía que sus platillos fueran tan buenos como los que preparaba su padre. Puede haber sido el sazón del recuerdo cariñoso, o podría estar diciendo la verdad. Tenía que hacer una labor muy ardua de interpretación. Entre la letra apresurada del señor, la pérdida de nitidez del lápiz y los viejos enigmas como la equivalencia actual del tostón de rábano, había mucho que podía salir mal. Por algo, de un modo o de otro, había escrito meticulosamente procedimientos, combinaciones, sugerencias y advertencias: esperaba que todas las indicaciones salvaran a un futuro curioso de tener que descubrirlo todo de nuevo.

Eso son los recetarios: legados de descubrimientos, mapas trazados para ahorrarle tiempo al aventurero, recordatorios para consolar al olvidadizo y además, salvoconductos contra el error. Son el trazo de un camino, y en ello disuaden de la exploración. Se les dice así a los recetarios, colecciones de recetas, por el latín recepta que nombra lo que uno recibe. Son, pues, el legado de quien espera que uno reciba todo lo que necesita para continuar, sumar más avances al camino señalado, juntarlo todo, y acrecentar el recetario. Cada nueva ocasión el actualizado amasijo de generaciones de cocineros haría al nuevo aprendiz un maestro entre ollas sin tizne y platos sin despostillar.

Y con todo, este cocinero me contaba que no alcanzaba al sazón de su padre. Todos conocemos a alguien que dice no encontrar versión mejor de cierto platillo que la que prepara tal o cual pariente suyo. No es una idea muy alocada: no cuestionamos demasiado que haya sabores que mejoran con un cuidado especial y un conocimiento para nosotros desconocido. Si tratamos de encontrarle sentido a esto, notaremos lo importante que es para el cocinero el descubrimiento. Para el bueno en la cocina los aromas y sabores no acotan, sugieren. La exploración está siempre imbuida de finalidad. El recetario no puede ser substituto ni de la curiosidad ni del empeño de esta hazaña. La cocina requiere mucha imaginación. Si en la cocina el indoctrinado puede privarse de la excelencia, ¿qué tan malo será creer la promesa del recetario moral?

Arrepentimiento moderno

En el diario íntimo de un hombre, atormentado por el dolor de un gran descubrimiento, vi la siguiente entrada. En ésta el sujeto solicitaba que quien leyera le diera escapatoria a sus palabras; las cuales me dedico a transcribir. Y lo hago por chismosa, si no, por qué leer intimidades, y quizá esperando que los dolores de este hombre para alguien puedan servir. Le doy pues la palabra y dejemos que lo no íntimo salga de entre lo que sí lo es, y aunque algunas partes del texto son ilegibles procuro dar lo que de éste se conserva íntegro:

Invierno del año 1**7 de la era de Nuestro Señor.

Puse mis esperanzas en los sentidos, pero me di cuenta de que estos se engañan con facilidad, sienten calor cuando hace frío, y engrandecen lo que demasiado cerca está. Desconfiando de tan infieles guías y negando la verdad en lo que ellos pudieran decirme, confié en pesos y medidas, y con razones obtuve certezas que dejaron lejos las bellezas que antes viera con placer.

Las razones me perdieron, y a un lago me fui a llorar, sentí que el corazón me latía y dejé los pesos, las balanzas y las medidas; y decidí a mi corazón escuchar. Llanto, temor y lamentos me oprimieron sin cesar, di rienda suelta a mis sentimientos y afirmé mi libertad. Pero libre me vi solo, sin amigos para conversar, no hallé quien me diera consuelo, cada uno de quien esperé se encerró en su individualidad.

La soledad pesa y cala, no me gusta sin amigos estar. Hace frío en este invierno y no tengo con quien platicar. Pensé que era bueno estar solo, sin molestias, sin los otros, sin sus cuitas aguantar. Pero ahora, ahora que estoy muriendo, comprendo que la raíz de mi desdicha se ubica en aquello en lo que llegué a confiar ciegamente, creí que sólo de mí dependía ser feliz y que con trabajo duro y duras dudas conquistaría lo que sólo brinda la amistad.

Negué la salvación del hombre por afianzar mi grandeza, esperé ser reconocido y servido por ser grande, pero en lugar de grandezas todos nos perdimos en una mísera igualdad, estoy sólo y sin amigos con los que me pueda salvar. Mi pluma ya se debilita, ya no puedo escribir más, la muerte se acerca a mi lecho y sólo a mí me llevará, ni un amigo me acompaña, porque creí poder solo con esta horrible soledad, tengo…tarde veo que ni los sentidos, ni las razones, ni las explosiones de sentimientos me darían la salvación que pretendía conquistar…

Hasta aquí la página sobreviviente de un diario extraviado en las soledades de un viejo laboratorio.

 

Maigo.