El silencio en el desierto

Por lo regular pensamos en el desierto como un sitio terrible: árido, frío durante las noches, excesivamente caluroso en las horas en las que más resplandece el sol y extremadamente seco. Quienes estamos acostumbrados a las comodidades que proporciona una buena sombra, y un árbol cercano del que podemos obtener cuanto fruto nos apetezca, no tenemos imagen más aterradora que la de un desierto creciente y capaz de hacernos perder entre sus inmensidades todo aquello que nos proporciona alguna seguridad.

Pero, no todo en esta vida son las sombras frescas y las aguas, a veces cristalinas y a veces cenagosas, que las alimentan. El desierto también tiene una peculiar belleza, posee una hermosura que pocos saben apreciar pues hay quien en el silencio del desierto siente la necesidad de ver hacia el cielo y de escuchar su propio silencio, tal como ocurriera con muchos anacoretas y santos; en su aridez ve su incapacidad para crear la vida que muchos pretenden poseer como sucede con quien se percata de los límites de su sapiencia;  y en los extremos de calor y frío, hay quien ve un reflejo claro de los movimientos que padece el alma, la cual entre amaneceres y ocasos se reconoce como un ser necesitado y ansioso por recibir una fuente de agua viva que no sólo apague su sed, sino que también cambie su vida.

Si dejáramos de temer tanto al desierto quizá prestaríamos más atención al desolador silencio que nos acompaña y nos perderíamos menos entre el ruido con el que fingimos estar escoltados.

 

 

Sabiduría popular.

Así lo hizo Aarón, y salieron tantas ranas que cubrieron todo el país de Egipto. Los brujos de Egipto hicieron lo mismo, y también hicieron salir ranas por todo Egipto.

Ex 8:2,3

Tener fe en que la cura para un mal proviene de la fuente del que el mismo mal emana es algo muy común, si no fuera el caso no se citaría con tanta frecuencia aquel dicho que reza que un clavo saca a otro clavo, y menos se le tomaría por cierto. A veces parece que hay ciertas experiencias que muestran que la entrada de un clavo en un tabla efectivamente ayuda a la salida del mismo, en lo que no se fijan esas experiencias es el estado de la tabla una vez que ya se han extirpado los clavos no deseados.

Me perece que un buen sitio para ver qué tan efectivo es el remedio tan comúnmente visto como una panacea es el periódico, y no estoy pensando en la secciones de sociales o espectáculos, donde se nos dice quién anda con quién y cómo es que algunas personas morales y decentes hacen para olvidar sus penas de amores;en realidad estoy pensando en las diarias imágenes que vemos sobre cómo es que se pretende curar grandes males con esos mismos males.

La guerra contra el narco, ha mostrado que se pretendió curar la violencia mediante el uso de más violencia, que se pretendió borrar la mancha que dejara la sangre derramada por tanto tiempo con un río de sangre que si bien ha durado menos, no por ello carece de abundancia.

Ahora, resulta que la sangre no se borra, que deja su huella en todas partes, que hasta en el aire se percibe, por lo que es necesario tapar su aroma desagradable a como dé lugar, y la lógica de los clavos nos dice que para tapar un olor desagradable hace falta otro mucho más desagradable, o al menos capaz de hacernos olvidar el aroma anterior.

Pensando en la necesidad de olvidar el dolor y el olor de la sangre y de la pólvora que hasta ahora inundan el ambiente es que tiene mucho más sentido pensar en lo ventajoso de legalizar a las drogas. Pues hacerlo será clavar un clavo en el sitio donde ya había otro, sería curar el mal causado con un mal mayor, con un mal que nos haga olvidar el carácter maligno del pasado, y que nos haga ver con una sonrisa que todo tiempo pasado fue mejor.

Maigo