Atonía monótona

Atonía monótona

 

Revisitó libremente “Monotonía” de Constantino Petrou Cavafis, que me ha resonado en la cabeza durante estos días en que todos tienen tantos planes, todos quieren tantas cosas y todo sigue siendo más o menos lo mismo.

 

 

Sigue monótono día

a un día monótono

que idéntico pasará.

 

Luego de nuevo lo mismo.

Pues los instantes iguales

nos dejan y nos encuentran.

 

Pasa un mes y trae otro.

Cualquiera sabe fácilmente

lo que luego pasará:

 

lo terrible de ayer

se convierte en mañana

cuando futuro no hay.

 

Escenas del terruño. 1. Interesante la explicación de Jean Meyer sobre el conflicto entre Rusia y la yihad. El asunto va más allá de lo geopolítico, tiende a problema religioso. 2. Isabel Turrent ha sido la única que ha notado las implicaciones teológicas de la decisión de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel. Lectura indispensable. 3. Primer acto. Cerca de la hora de cierre de edición de los diarios nacionales, herido en su orgullo filtró la información de su sustitución… pero los medios esperaron el comunicado del Vaticano. Segundo acto. Tras el posicionamiento de su sucesor sobre la Ley de Seguridad Interior reunió a un grupo de obispos para posicionarse en el Senado de un modo diferente… pero el posicionamiento de sus alfiles no interesó ni a los medios ni a los partidos de oposición. Tercer acto. Intentó ofertar sus apoyos a un partido político… pero Morena se alió con los grupos evangélicos. ¿Cómo se llamó la obra? El cardenal R. no tiene quien le haga caso. 4. Para la conformación del Frente que postulará a Ricardo Anaya se contó con la entusiasta participación del PRI, a través de Osorio Chong, del Verde, a través de Manuel Velasco, y de Morena, a través de Dolores Padierna y René Bejarano. La historia la cuenta Raymundo Riva Palacio. 5. Lea usted el decálogo del chairo.

Coletilla. Interesante receta para agradar a las galeras. Si se tiene que reseñar una obra extensa y por momentos complicada. Si nada de la narrativa anterior del autor sirve para alumbrar los recovecos de su nueva obra. Si ha de decirse algo sobre la nueva novela de Paul Auster aunque nada se haya entendido de ella. ¿Qué hacer? El domingo pasado en el suplemento cultural de La Jornada se decidió afirmar que 4 3 2 1, la nueva novela de Auster, es la Rayuela en lengua inglesa. Ya veo a los intelectuales de la Republica Socialista de Coyoacán con 4 3 2 1 bajo el brazo, vasito de El Jarocho en la mano y sus mismas pútridas opiniones de siempre. Al fin que la nueva novela de Auster tiene tal complejidad que ni con sus fetiches la podrían entender.

El lago apacible

Despertó. Pero volvió a ver lo mismo que el día anterior: el buró del lado derecho donde dejaba su celular, llaves, bebidas, tarjetas; enfrente tenía el clóset con su ropa estrictamente ordenada junto con sus siete pares de zapatos para toda la semana; la pared decoraba su lado izquierdo, que regularmente evitaba por miedo a golpearse. Sentía que no despertaba, pero después del chirrido de su alarma no podía volver a dormir.

Todos los días caminaba hacia el mismo pasillo que lo llevaba al elevador, luego al sótano y ahí tomaba su coche. Podía contar cada paso que daba hasta subir a su coche, de no ser porque eso lo hubiera deprimido aún más. Al llegar a su trabajo el edificio lucía como siempre. Llegó a la misma entrada de todos los días y fue engullido. Adentro las cosas parecían diferentes. Había querido ver algo distinto durante mucho tiempo. Se imaginaba que un temblor despertaría a sus compañeros y podrían hablar de asuntos humanos, cosas que los distinguieran, que no fueran las mismas pláticas que todos devoran y desechan en todas partes. Imaginó un temblor y cómo verían sus vidas con esa consciencia que da el sentirte en peligro, el ser consciente de lo ya hecho y lo todavía por hacer. Pero el temblor pasó. La gente se conmocionó, pero al día siguiente parecía que nada había pasado. Todos querían volver a la normalidad. Todos se aferran a la normalidad. Incluso él; le daba miedo que algo estuviera pasando. Le dijeron que no era lo más conveniente permanecer en las oficinas y le dieron el día libre. Como nadie sabía qué hacer con un día libre en horario de trabajo, todos se quedaron platicando afuera. Hubo algunos que intercambiaron ideas; inclusive algunos estaban haciendo juntas en la banqueta. De repente él sintió un estremecimiento. Algo vio en todo ello y decidió irse a otro lugar.

Fue a un parque que visitaba cada que podía, aproximadamente cada mes. Le gustaba todo ahí. Sus numerosos y altos árboles, los niños animando cada parte del lugar, las bancas que parecían más troncos que se habían caído accidentalmente que obra de la técnica humana, aunque lo que más le gustaba era ese apacible y extenso lago. Le gustaba mirarlo por horas enteras. Le habría gustado dibujarlo, si pudiera hacerlo, escribirle un poema, pero ni siquiera sabía diferenciar un verso de una estrofa; algo debía hacer para expresar lo que sentía. De repente saltó al agua la rana. Tan rápido, que ni siquiera supo por dónde vino, ni siquiera si pasó por una serie de saltos previos para acabar ahí. Imaginó a la rana salir de sí. Puso atención a la estela del salto y por fin pudo sonreír.

Yaddir

Un camino

Un hombre común caminaba por algún lugar. Su vista siempre al frente le impedía distinguir los lugares por los cuales pasaba; no había tiempo para permanecer en ninguno, mucho menos para voltear. ¿Los lugares por los que pasaba aquel imperturbable hombre carecían de interés?, ¿eran llanos y descoloridos? En algunos el ruido era espantoso, chillón; en otros el silencio impedía hablar, era como un lugar con un extraño pacto para ahuyentar el ruido. Pasara por donde pasara, el hombre caminaba; nunca hablaba, nunca comparaba nada, hasta parecía que nunca pensaba.

Durante su marcha, el hombre comenzó a percatarse del malestar que le producían las piedras en el suelo. No le importó; siguió caminando. Mientras avanzaba encontraba piedras mucho más grandes, tan grandes que era inevitable tropezar. Aunque tropezara a cada paso, el hombre no debía dejar de caminar. Siguió así hasta que cayó. Contempló el suelo con una sorpresa que crecía conforme captaba el dolor en su codo derecho y sus rodillas. Intentó levantarse una vez, viéndose imposibilitado por las piedras que le rodeaban; intentó levantarse una segunda ocasión, detenido por el dolor de sus miembros lastimados; al tercer intento logró levantarse, no sin cierto trabajo, usando la fuerza de su mano izquierda, su pierna menos herida y recargándose en los pocos espacios libres de piedras.

Una vez de pie, el hombre miró en derredor. Vio un desierto donde había tantas piedras como si eso fuera lo que lloviera ahí. Miró sus heridas y supo que estaba muy lastimado; la sangre en su codo le recordó su dolor. Por primera vez en su vida, aquel hombre no supo si caminar o quedarse inmóvil. Seguidamente comenzó a darle muchísima sed, sentía que su lengua se había convertido en una lagartija.

Triste, inmóvil y con sed, el hombre miró hacia el cielo. Justo en ese momento comenzó a llover. La lluvia convirtió todas las piedras en polvo y luego en lodo. El empapado hombre se alegró al ver la fuerza del agua y porque pudo satisfacer su sed en una poza. Ya sin sed y contento, continuó, lentamente y fijándose en todo lo que le rodeaba, por dónde continuaría su camino. Pero qué choque tan fuerte se dio el pobre hombre cuando se percató de que ya había pasado por todo eso, de que había caminado en un círculo.