Felicitación

Ahora que estoy por cumplir años me preguntan: ¿qué se siente cumplir años?

Pienso: es como si un fruto se convirtiera poco a poco en piedra y cayera a la tierra.
Reflexiono: la imagen es agridulce, o agridura, mejor dicho. En la vida hay dulzura y sabores insípidos; alegrías que nos permiten plenificarnos y dolores que nos impiden movernos.
Digo: el tiempo pasa tan rápido que sólo cuando me lo recuerdan caigo en la cuenta de lo que he cambiado.

Yaddir

Adiós sin despedida

Albert Camus afirmaba que la respuesta más importante que nos damos todos los días es por qué vivimos un día más. Se responde así a la totalidad de nuestra existencia. De nuestra propia existencia. Afirmaba con esto que nuestra existencia era lo más importante para nosotros; la existencia de los demás no es tan importante, según este argumento. ¿Es más importante existir que existir bien?, ¿Se vive bien si no vivimos con otras personas?, ¿Las decisiones más importantes son aquellas que tienen que ver con el amor?

La pandemia nos ha mostrado otros aspectos de nuestra existencia, nos ha hecho pensar nuestra vida en su totalidad. Pero qué ¿significa pensar en totalidad nuestra existencia? La pregunta aparece imposible, pues los aspectos de los que se compone nuestra vida, con los que estamos componiendo nuestra existencia, son diversos, profundos, problemáticos, contradictorios. Sabemos cuando somos felices, pero no podemos responder en qué consiste exactamente la felicidad; tal vez sí sepamos indagar qué nos hace felices a cada uno, pero sólo si indagar nos hace felices. Podemos ser felices, pero no decidir cuándo estaremos felices.

La muerte de un ser querido nos muestra que nuestra existencia empieza en algún lugar dentro de nosotros pero no sabemos dónde termina. La vida y la existencia encuentran su sentido en el cariño hacia los demás. Encontramos lo que más importa en la compañía de los otros. Sin amistad ni amor no vale la pena vivir.

Yaddir

Pandemia y soledad

Para Olivia.

Sola, casi abandonada y postrada junto al cuerpo, antes rebosante de vida, la mujer que ahora llora se sabe privada del consuelo de dar sepultura a su anterior compañero de vida.

Aunque nunca se desposaron, porque eso sería un desatino, ambos compañeros sabían que al final compartirían el mismo destino.

Ahora la hora de bajar al sepulcro ha llegado y ella se encuentra llena de ausencia, llena de llanto, casi desesperada, casi perdida, casi apagada.

En estos momentos de llanto, ella se sabe madre, sabe que hace tiempo fue esposa y que a sus padres los dejó hace tiempo, pero también sabe que a diferencia de cuando se fueron los ancianos y el terrenal compañero no estuvo sola bajando hacia lo que sería el doloroso depósito de sus recuerdos.

Ahora es diferente, ahora entierra sola a su hijo amado, por la bondad de un ser casi desconocido, ella logra sostener en sus brazos a lo que antes fuera el hijo querido y sin más recuerda que bondad ajena lo cargó por vez primera, y que ahora esa bondad le permite sostenerlo por vez postrera.

Afortunada madre que logra abrazar de nueva cuenta el cuerpo de quien fuera su hijo, muchas ni eso tienen y sin comparar dolores, sabemos que ambas están solas, casi abandonadas despidiendo a los seres queridos sin poder rendirles los funerales merecidos.

Hace mucho tiempo, pudimos ver la dolorosa imagen de María, sola, casi abandonada dejando en el sepulcro a quien fuera su luz, sin ritos funerarios, con prisa y sin descanso, depositaba a su hijo en un sepulcro a la casa lejano.

Sola, casi abandonada, llorosa y triste más no desesperanzada María comprende lo que ahora muchos viven y sienten, especialmente  cuando se quedan en este mundo, y ni siquiera logran dejar con los debidos ritos, propios de un sepulcro a quienes antes vieran rebosantes de vida, a quienes ahora son parte de los rojos números.

Sola, pero no por ello desesperada, María sigue esperando porque ha visto y compartido la fe que viene de donde hay vida, esa que perdura, esa que consuela y que nos salva de la amargura.

Maigo

Morir de amor

 

Morir de amor

 

a 95 años del fallecimiento

de Antonio Gómez Robelo

Lo dijo bien José Emilio Pacheco: “Antonio Gómez Robelo fue el hombre que murió de amor”. Definición que sigue la observación de José Vasconcelos en El desastre: “Pereció Rodión devorado por el deseo”. Cosa curiosa, el apodo juvenil marcó el destino del poeta. Para Julio Torri, Gómez Robelo se encontraba entre los hombres “deliberadamente inadaptados al medio ambiente, atentos sólo a un alto designio espiritual”. Quizá por ello, como señaló Jaime Torres Bodet, “aplazaba la obra para un mañana improbable”. De su único poemario, En el camino (1906), comparto el poema intitulado “Anochecer”.

Cuando, solo, en el bosque milenario,

A la hora triste paso, y en la bruma

De un pálido crepúsculo se esfuma

El camino silente y solitario,

 

 

Cuando agobia mis hombros duelo inmenso

Y en la misma avenida en que te he visto

Me asalta tu recuerdo, y no resisto

Mi soledad, y lloro y en ti pienso,

 

 

La adoración que me consume el alma

Desborda al fin en quejas y clamores;

Oídos da a los árboles: te nombra,

Y aguarda su respuesta…

                                      Triste calma

Se extiende, quedan mudos los rumores

Y al bosque y mi pasión cubre la sombra.

Soneto de sombras, “Anochecer” da la impresión inicial de describir un solo instante, de crear una escena germánicamente romántica: un solitario en el bosque rodeado por la noche y con el corazón destrozado. Y bien puede ser así, aunque eso no lo sea todo. El poema, véase bien, es un soneto, pero con el doceavo verso partido. ¿La extravagancia formal es mero capricho o una sabia orientación para leer el poema? Los dos cuartetos tienen un inicio semejante, pues ambos sitúan dos escenas, dos momentos, de los que da cuenta el poema. Tras la partición del doceavo verso torna evidente la reunión de ambas escenas. La extravagancia formal resalta la comparación que sucede en el poema. Por la partición de la tristeza en el verso doce es posible la noche del alma. Expliquémoslo.

La primera escena sí aparece en un inicio como clásicamente romántica: un caminante solitario pierde el rumbo en el bosque. ¿Qué bosque? El bosque milenario. A primera vista nada añade el adjetivo, pero eso es sólo una impresión inicial. Gómez Robelo adjetiva con precisión toda la estrofa: el bosque es milenario, la hora es triste, el crepúsculo es pálido… sólo el camino tiene dos calificativos. Los adjetivos no están de más; el bosque no es cualquier bosque sino el milenario. ¿Qué es el bosque milenario? Nótese por el camino inverso: el camino silente y solitario sorprende al paseante, pues regularmente el bosque ha de ser rico en voces y compañías. El bosque milenario es la vida de los hombres, la vida de las presencias y las voces. ¿Cómo se silenció la vida? La vida adviene silenciosa en la hora triste, en el pálido crepúsculo… en la muerte. Que la muerte es un pálido crepúsculo no ha de resultar sorprendente: la muerte no brilla y sólo por imaginación nos aparece como ocaso. La muerte pierde el brillo de la vida como el muerto en vida no puede volver a brillar. La primera escena nos presenta a un hombre ante el tiempo de la muerte, el hombre para quien vivir ya no tiene sentido.

Habilidad del poeta, ante el sinsentido aparece el segundo cuarteto. Aparentemente, el segundo cuarteto ya no es rural, sino citadino. Un hombre al filo de la avenida —¿por qué no a un lado de la vía férrea?— cuitado por su soledad, apesadumbrado, abandonado… Note el lector la reiterada presencia de las “eme” en la estrofa. Véase la reiteración como la presentación de la carga y la pena que ensombrecen al solitario. La carga es alevosa ante el recuerdo. El recuerdo es interno; la ciudad, un hecho externo. ¿Y no es la ciudad tan novedosa que pone en peligro los recuerdos? De ahí la avenida: cada uno ha tomado su camino y en la inmensidad de la urbe no volveremos a encontrarnos, no encontraremos a nadie igual. El duelo inmenso del solitario se origina en la vida perdida: nunca más tendrá la misma compañía. En el bosque, el solitario perdió el sentido de su vida; en la ciudad, perdió la mejor compañía. Si el bosque es la palabra, quien renuncia a ella ya no podrá saber por qué vivir. Si la ciudad es la amistad, quien renuncia a ella ya no podrá saber que no sabe. La partición entre amistad y palabra es tan artificial como la del doceavo verso, por ello el poeta ha de reunir en el mismo solitario al bosque y la ciudad.

En los unidos tercetos, el alma da oídos a los árboles. ¡Bellísima imagen! Los árboles, claro, son las voces que conversan en la vida y el solitario presta atención a dichas voces. Sin embargo, las voces no le dicen nada. Palabrería, verbosidad, charla inútil… El solitario nombra aguardando respuesta pero ya no hay quien cuide la palabra. Que muchos dicen muchas cosas es cierto, pero no por ello uno se encuentra entre todos esos dichos. Es la charla vana, superficial, la que agrava la pesadumbre del solitario. No es que no haya alguien para entretenerse pasando el rato, sino que la vida se cubre de sombra cuando la palabra no vale. Renunciar a la palabra, a la amistad, a la vida, a la idea: el solitario se descubre en la sombra del nihilismo, acepta la muerte como recurso último porque ya no atisba lo mejor. El nihilismo se extiende como una triste calma, como la calma triste en que nadie podría morir de amor.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Lea usted la historia de la aprobación e implementación de la LEI (Ley de Existencia Indeseada) por la que en México se prohíbe que alguien sea más inteligente que el Supremo Líder. 2. Denuncio leal y patrióticamente la deficiencia del servicio de internet, en particular de los proveedores de los tres ciudadanos y líderes de opinión comprometidos con la tetratransformación histórica que guardaron silencio mientras las feministas destrozaban una zona de la Ciudad de México. El animador de televisión y dos veces doctor Ackerman, el productor de narcoseries y gerente de bots Epigmenio y el difamador moralista don Fede no dijeron nada sobre la inacción de los funcionarios. ¿Se quedaron sin internet o todavía no habían recibido línea? 3. Perdón, me corrijo: la manifestación y los destrozos de ayer no ocurrieron, pues La Jornada online, SDPnoticias y AristeguiNoticias no registraron los hechos. Caray, si yo fuera malpensado.

Coletilla. “For life is quite absurd and death’s the final word”, ¡Hoy se cumplen 40 años!

Gracia

— Eso ya no da risa, ya tiene mucho que Joaquín se murió.
Nos reprendió mi santa Madre aquél día en que el tedio nos llevó irremediablemente a buscar refugio en anécdotas desgastadas del pasado. El problema es que, desde aquél entonces, no habíamos podido encontrar algo que nos causara gracia similar. Y ella lo sabía, es solo que, de alguna manera, nos culpaba a nosotros de su aburrimiento, al mismo tiempo en que nos exhortaba a sacarla de allí.

La falsa temperancia

La falsa temperancia

El tiempo no enmienda la ignorancia, como si la sola vivencia fuera el elemento purificador de la tabula rasa. Uno no sabe más de sí por acercarse a cierta edad ni logra reconocerse por haber tenido mayor seguridad. El equívoco que sufrimos al hablar de vida recae en el extravío que implica creer que es algo cuyos contornos están a la mano. Na3da ha sido hecho por nuestra mano. La duración de las cosas útiles se extiende con vívida indiferencia cuando no sirven al uso. Los atisbos de inmortalidad no son una garantía expedida por el poder de producir: no es el poder personal lo que hace lo inmortal, sino que es lo inmortal lo que da forma a la obra milagrosa. Pero esa está lejos de la sombra. Los muertos vivificados mediante la sangre son voces aullantes, divagantes. Curiosa operación la de dialogar mediante la vida con lo extinto. ¿Qué clase de vida puede llevar quien ha obstruido sus deseos, fabulando voces que no le pertenecían? Cualquier versión de la vida se dice que es pertinente ahora, y esto constituye un aullido general de la sombra. Nos purificamos ofreciendo a la rectitud, al compromiso, a la mentira. ¿No es verdad que debe uno siempre desconfiar de lo que dice saber con seguridad? Lo bello no lo produjo mano humana alguna, por lo que no es posible pensar el deseo como tendencia libremente fijada. Camina uno en círculos sobre la misma trivialidad: la procaz e inventada soledad, inmarcesible en su vulgaridad.

 

 

Tacitus