Desidia y democracia
Evagrio Póntico concibió la imagen definitiva para la desidia: el demonio del mediodía. Ha de pensarse, inicialmente, en la vida monacal. No es el desidioso quien evita levantarse temprano e iniciar su día entre el frío de la madrugada y la frazada de la oración. No es el desidioso quien asume esforzado su labor en la fragua del extenso día templado en un balde de rezos: ora et labora, dice la Regla de San Benito. No es tampoco el desidioso quien vela en medio de la nocturna oscuridad apenas guiado por el titilar de las cuentas del rosario. El desidioso es quien tras alumbrar con el rosario el velo noche, o forjar la longitud del día en el yunque de la oración, o abrigar la mañana tiritante, al mediodía rehúye agobiado, tan ansioso de sombras como temeroso de claridad, tan acalorado de pretextos como por caprichos entumecido, tan apto para seguir como dispuesto a renunciar, rehúye agobiado de la vida. El demonio que invade el mediodía apaga la luz con el Sol en su cenit, exhala exangüe cuando el viento sopla brioso, desmiembra a la persona aglutinando excusas, decepciones y rencores. Quizá la desidia es un pecado contra la claridad.
La imagen de Evagrio podría ayudarnos a pensar nuestro momento político, o al menos eso me sugieren dos situaciones: el intento de regulación de la violencia y las costumbres electorales.
Por intento de regulación de la violencia me refiero a la polémica por la “Ley de Seguridad Interior”. La “Ley” se ha aprobado con el fin de dar un marco jurídico a la actuación del Ejército, la Armada y las Fuerzas Aéreas en la preservación y garantía del orden civil, así como el combate al crimen y la disuasión del delito de alto impacto. La “Ley” tornó necesaria tras las condiciones del “Estado” respecto al conflicto derivado del poder efectivo de los grupos criminales en el país. Los defensores de la “Ley” la afirman como indispensable a partir del hecho de la participación castrense en el combate al crimen, así como la asunción de las labores de vigilancia y abatimiento en las muchas regiones del país en que el orden civil se ha roto o el poder de las fuerzas legales locales ha sido rebasado. Los detractores serios de la “Ley” la impugnan porque reconoce la ruptura del orden civil y permite aceptar la necesidad del régimen militar en los lugares desastrados por las fuerzas ilegales. La superficialidad de la polémica, empero, impide reconocer la pregunta de fondo: ¿cuáles son las condiciones legales en que el régimen militar ha de sustituir al civil? Es decir, deberíamos estar discutiendo la constitución legal del estado de excepción. Negados a ello, se nos dificulta captar la situación extrema y se nos difuminan los contornos de la situación normal: evitamos juzgar la situación extrema porque suponemos el orden civil democrático como una construcción definitiva, mientras que excusamos su imperfección como consecuencia del retraso de la resolución perentoria. ¿No es la desidia la renuncia a la vida democrática por adopción de un modelo de construcción definitiva? Que la “Ley” acabe con la violencia; que se solucione la violencia sin la necesidad de aplicar la “Ley”. La desidia de la democracia descarga toda culpabilidad en el otro.
Por costumbres electorales me refiero a las críticas opositoras a los modos priistas de selección del candidato presidencial. ¿Puede concebirse mayor falta de imaginación que la unanimidad crítica de lo “pasado de moda” del estilo priista de selección? Con un poco de aire fresco casi cualquiera podría percatarse de lo apolítico de la crítica que sólo atina a apuntar lo vintage del asunto; no sólo porque lo que nos queda de patria no es una pasarela, sino porque allí donde la democracia solamente es un estilo, allí es donde la democracia no es un modo de vida. Si las críticas más profundas son las más superficiales, estamos ante lo infructuoso de la contradicción idiota. La transición a la democracia o es algo radicalmente distinto a un cambio de peinado, o no hemos entendido qué es la vida democrática. Nuevamente nos engañan nuestros supuestos. Si se cree, como la señora Zavala de Calderón, que la democracia es un proceso histórico en el que no se deben dar pasos atrás, sólo se muestra la desidia que renuncia a pensar la democracia como un esfuerzo permanente por vivir democráticamente. Si se cree, como el señor López Obrador, que la democracia es la construcción de un régimen definitivo a partir de las cualidades de su fundador, se muestra la desidia por la acción democrática y se exhibe el deseo de utilizar un método democrático para hacerse del poder. Y si, finalmente, se cree que la vida democrática puede surgir de las inertes organizaciones antidemocráticas, como supone el señor Meade Kuribreña, se ve la desidia que confunde la acción con la publicidad, el trabajo con la ganancia y la oración con la ovación. La desidia democrática culpa al otro por la imperfección del sistema democrático y exculpa al desidioso suplantando la irresponsabilidad con la legalidad. La desidia democrática inventa el pecado contra el progreso, olvida que la democracia es -como la vida- fácil pero esforzada, e ignora que está siempre flanqueada por el peligro constante de la tiranía y la demagogia. A veces la democracia es como el perseverante esfuerzo por permanecer en el mediodía.
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. 1. Octubre de 2017 fue el mes más violento, letal e inseguro de los últimos 20 años. 2. El hijo de un empresario dedicado a la producción de sopas de pasta, que es regidor de un municipio mexiquense, ha logrado reunir el apoyo del obispo de Toluca y del Frente Nacional por la Familia en un evento con el que mostró su fuerza para la campaña del próximo año: será diputado. Interesante, la aspiración de José Antonio Monroy Mañón adelanta el apoyo priista a un clérigo que no había levantado la mano para la otra sucesión. Le ganó la partida al favorito: en la misma semana ambos hicieron un evento por «La Familia», pero sólo los de Toluca lograron la cobertura de medios. ¿Cómo responderá la otrora poderosa diócesis? 3. La patria se salvará con un plagio. 4. ¿Qué es un órgano colegiado? ¿Cómo toma sus decisiones? ¿Qué pasa con un órgano colegiado dedicado a la difusión del saber cuando acepta los prejuicios populares? Según los políticamente correctos el Colegio Nacional debe ser lugar de propaganda y grilla, como el resto del país. Según los políticamente correctos ya nada podemos aprender de los que saben. Quizás el Colegio Nacional tiene sus días contados. La libertad por el saber superada por el saber interesado.
Coletilla. Julio Hubard nos advierte: nos falta un Aristófanes que haga una Lisístrata inversa, es decir, hombres en huelga de abstinencia. Véase también el video comentado por el autor de Hacéldama.