A lomos de un león

¿Por qué nos gusta escuchar música? La pregunta parte de una obviedad: nos gusta la música; increíble nos parecería alguien que dijera en cualquier conversación, bajo cualquier contexto: “no, a mí no me gusta la música; no sé qué le ven”. Esto dota a la pregunta de un sentido humano, es decir, preguntar por nuestro gusto hacia la música es buscar una respuesta sobre una parte o un aspecto del hombre mismo. Somos musicales.

Un reconocido flautista mexicano decía que en todo momento tenemos contacto con la música, no sólo por el sonido que al trinar las aves hacen, el rumor del viento al correr por todos lados o el ritmo de la lluvia cuando cae; somos musicales por el latido de nuestro corazón, el ruido de nuestra respiración, el sonido de nuestras pisadas al andar. Por eso odiamos tanto la estridencia del tráfico. Por eso los gritos nos producen tanto miedo o nos hacen estallar. Quizá sea eso, lo que produce la agitación del corazón, lo que nos hace suspirar o respirar con rapidez, lo que nos hace correr o caminar más lento, ese es el motivo por el cual nos agrada tanto la música. Nos gusta tanto escuchar música porque nos permite explorar nuestras pasiones.

El cantante y compositor español Nacho Vegas hace una exploración de distintas pasiones con su nuevo disco doble “Violética”. Ahí, si es que puede hablarse de un lugar cuando de música se trata, el cantautor presenta piezas de un hondo y sincero amor como “Ser Árbol”, donde nos deleita con versos como “Nos quisimos en lo bello y lo salvaje/ Nos recorrimos por dentro/ Y así, fuimos inventando nuevas formas de respirar/ Así, fuimos inventando una nueva manera de imaginar”, hasta canciones de intensa indignación política, cual lo vemos en “Crímenes cantados”, donde se narra el trato inhumano al que someten a los migrantes ilegales en las cárceles a donde los encierran en España: “Y morirá la verdad si no podemos cantar/ Que lo que llaman suicidio en realidad fue un asesinato”. Incluso somos testigos de un acto de locura colectiva en “A ver la ballena”, donde se cuenta, con un humor negro atroz, la destrucción del hombre a la naturaleza que admira. El disco cuenta también con algunas canciones de desamor (“Los sabios idiotas”, “Todo o nada”, “(Pasamos) el Negrón”) e inclusive una cumbia (“Todos contra el cielo”), que nos muestra que Nacho nunca se queda en el mismo lugar cuando de música se trata. En resumidas cuentas, “Violética” es un disco para diversos estados de ánimo y diferentes caracteres, para cualquier momento. La música de Nacho, como la música en general, nos permite sentir, conocer y reconocer nuestras pasiones.

Yaddir

La música para el profano

«Pero en tu alma de verdad, poeta,
sean puro cristal risas y lágrimas;
sea tu corazón arca de amores,
vaso florido, sombra perfumada».

‒Antonio Machado.

La música lleva mucho tiempo ya de no ser entendida como ‹sacra y profana›. No sólo eso, cada vez es menos común quien pueda expresarla como ‹culta y popular› sin ser tenido por pedante. No es de sorprender, pues somos generaciones profanas. Dos son las imágenes que me parecen encarnar la palabra «profano». Una es el exterior del templo rodeado por los tesoros que le fueron saqueados; la otra es la del lego, especialmente si es al que le falta tanto aprendizaje cuanto ganas de aprender. De este lado están los ignorantes, siempre listos a correr con mínima provocación a donde indique el experto y, una vez allá, al por éste señalado revestirlo de adulaciones o embestirlo hasta quebrarlo; del otro lado tal experto, el erudito, quien con vena antropológica de la más alta filantropía organiza excavaciones al interior de tumbas antiguas y templos antes venerados, de los que extrae todo el oro y, espléndido en su ánimo de divulgar, lo pone en circulación como moneda. «¡A dar en tierra con los cantos sacros!: antes proclamaban inspirar el entusiasmo ante el misterio, hoy aburren». «¡A dar en tierra con la música culta!: lejos de hacer eco de las grandezas posibles del ánimo humano, prodiga el mensaje de un odioso clasismo que desdeña temas simples, penas corrientes y deseos pedestres». Ambas son profesiones de profanidad. Hoy, como un niño al que sus padres distraen con juguetes, dulces y aparatos coloridos para que deje de atosigarlos en su aburrimiento; así escuchamos nosotros nuestra música.

Esta profanidad es «no estar abierto al mundo», escuché alguna vez. Sin dar por un buen tiempo con la fuente de algo tan serio, de esta idea solamente me hacía de una imagen vaga. Pensaba yo en un individuo con aquellas cerrazones del testarudo que jamás aceptará nada sino lo que él crea que se le ocurrió a él solito. Una obstinación tal, esta cerrazón al mundo, que no le dejara probar su gusto de otras expresiones, su deleite con sonatas u óperas por ejemplo, o su posible sorpresa ante una obra sinfónica o una pieza tradicional del oriente. «De lejos habrá decidido lo que le digusta sin siquiera conocerle», decía de éste. Pero no caía yo en cuenta de que esta imagen no es menos profana que el terco al que acusa. El error fue concebir al que está abierto al mundo como un individuo bien dispuesto a dejarse mover por lo que está afuera. Probar si a uno le gusta Beethoven tiene lo mismo de sagrado que bailar quebradita por primera vez; o dicho de otro modo, cultos hay que oyen lo mismo a Bach, a Prokofiev o a Iannis Xenakis. Y la razón es que un individuo siempre está cerrado, esté o no bien dispuesto a meter lo exterior. Está cerrado precisamente por ser individuo, o «sujeto individido» si se prefiere. El que se concibe individuo se piensa completo, cree que nada puede dársele que no sea él mismo en cuanto se haga de ello. El que se concibe individuo sólo puede verse a sí mismo en la música que escucha, y por eso, la música no puede ser nada más que materia de gusto: el gusto es la potestad únicamente individual. Es precisamente el individuo el que oye a Bach desde fuera, sea lego o erudito, creyendo como lo hace que todos estamos afuera de todos los demás. El lego dirá que «ese tipo de música» no es lo suyo, mientras que el erudito explicará que Bach creía en un dios cuya perfección alababa la música que él imperfectamente componía. Y que digan estas cosas no es de sorprender, pues somos generaciones profanas.

A las generaciones profanas nada maravilla. La maravilla está en el umbral de la apertura a la que las palabras que malentendí se referían. Si imaginamos un templo, lo más probable es que pensemos en un edificio suntuoso de altos y sólidos muros; nos es difícil evocar un templo sin paredes. La idea del templo cerrado con nosotros fuera, su interior lleno de reliquias, íconos y tesoros enjoyados guardados en solemne silencio, delata nuestra atrofia. El que tiene al templo por sagrado sabe que su sitio en la tierra es un símbolo, y que el templo está siempre abierto. Ése es el que está abierto al mundo y a la maravilla. La música en particular y la poesía en general pueden aún tocarnos en esta profundidad misteriosa, si acaso rara vez, aunque por legos o por eruditos seamos ineptos para hablar de ello. No por poco ha despertado las más extrañas descripciones: Josef Pieper, por ejemplo, habla de «una guía hacia el bien por cuya gracia nuestro anhelo existencial interior encuentra realización»; John White refiere a una sabiduría «más profunda que el conocimiento, una que habla sobre otra clase de inmortalidad»; Kurt Riezler menciona la «vida, y no una que ocurre tan sólo en algunos lugares de un mundo sin vida, movimiento vivo, el contrapunto del ser y el devenir en una sola canción»; Antonio Machado escribe «Y en toda el alma hay una sola fiesta, tú lo sabrás, Amor, sombra florida»; y Platón sugiere en voz de Sócrates un alma que debe cuidarse siempre de no profanarse en las aguas del río del olvido. La obsesión profana del individuo olvida el mundo como una clase de Narciso. Por otra parte, el que está abierto al mundo es quien no es solamente él mismo. Obviamente esto causa ora estupor, ora asombro, ora terror. Esto maravilla. A diferencia del profano, quien tiene al templo por sagrado sabe que sus tesoros no pueden saquearse. El que saquea una tumba primero ha de profanarla: no puede robar la maravilla, tan sólo hurtar el oro y fundirlo para venderlo luego en el mercado negro. Para él un ícono no simboliza nada, por las mismas razones por las que en la música no hay ningún peligro y en su banalidad no puede sospechar ningún barato autoengaño. ¿Cómo podría tocarlo la canción más allá del cosquilleo de su humor? ¿Cómo podría ser conmovido por la verdad de la poesía?

Permítame el lector evocar una imagen más. Alcibíades fue acusado de mutilar las imágenes de Hermes en Atenas. Esta denuncia fue escandalosa y severa; tanto, que terminó con una condena de muerte a la que el acusado escapó. El que entienda que este cargo fue por daño a propiedad ajena no entiende nada. El que explique, sintiéndose más aguzado que aquél, que los atenienses tenían la creencia de que les acaecería mala suerte por culpa de las transgresiones del aristócrata, entiende lo mismo. Alcibíades no encontró a su verdugo en Atenas. Murió en el exilio, cremado por el fuego de la casa en llamas de la que escapaba cuando fue atravesado por flechas enemigas. ¡Qué imagen del profano! El encierro en el exilio contra la apertura del templo. Uno está confinado a los muros de lo que siempre es extranjero, el otro tiene en todo el mundo su casa. Para el individuo la «vida interior» significa una verdad personal, un secreto que nadie puede ver, incomunicable. Para él el alma está cerrada y no tiene nada más que ella y sus fantasmas. Para él, lo más sagrado que puede haber es siempre invento suyo. Si el mundo está afuera, no lo sabe más que por los ecos que éste hace en las paredes de su celda. Sócrates, a quien tanto se culpó de la perversión de Alcibíades, habló una vez del alma humana proponiendo que dentro del hombre que se mira hay un monstruo de numerosas cabezas pegado a un león pegado a un hombre. ¿Y no tendrá este hombre también dentro un monstruo y un león y un hombre? Esta alma, si bien es tan sólo «un modelo de palabras que más fácilmente que la arcilla se modelan», tiene dentro de sí una multitud de almas. Está abierta porque no es solamente ella, es el mundo, por decirlo así («el alma es, en cierto modo, todas las cosas»). El mismo Sócrates dijo a Alcibíades que nuestro rostro se refleja en la mirada del otro. Para Alcibíades, el profano, esto no es sino obviedad superficial. El profano no acepta la verdad de la totalidad, por eso mutila las imágenes. Lo mismo mutila su música: sus diferencias no son sino distinciones de género, rupturas que obedecen a la variedad del gusto. La música podrá entibiarnos o hacernos arder, podrá todo lo que está en medio y tal vez más, mientras estemos encerrados; pero sin tenerla por sagrada nunca podremos maravillarnos, «vueltos ya de espaldas a la vida», nunca escucharemos en ella algo que nos sugiera que nosotros no somos solamente nosotros.

Felicidad a lápiz

Felicidad a lápiz

 

and the white man dancing

 

I

Leonard Cohen murió de cáncer… quizá no podía ser de otro modo. El cáncer es la marca de la demasiada vida, el exceso que acaba desde dentro a través de la abundancia. La metáfora médica propone que el cáncer es un crecimiento desmesurado de células malignas que desde dentro pudren la vida. Yo creo que el cáncer es putrefacción de la vida por exceso de actividad natural (dicho sea de paso: las plantas no pueden tener cáncer porque no tienen vida), la naturaleza arrasando a la vida. No creo que sepamos lo que Leonard Cohen pensaba del cáncer, pero al menos sabemos que por su causa murió. Hacia el final de su vida admitió públicamente que se aproximaba su hora de morir; reservó para sí su enfermedad y dio a la publicidad su natural: cualquiera sabe que la vida se desmorona con el tiempo, cualquiera se explica el fallecimiento de un anciano, cualquiera cree entender la naturalidad de la muerte. Se fue Cohen dejando a su público la explicación natural. Murió el poeta dejando al pueblo sin metáfora. ¿Con qué metáforas lo recordarán los que se quedan?

II

Afirmaré una idea impopular: Leonard Cohen fue un nihilista. No quiero ser ingrato y peyorar al difunto, sino que quiero ser justo con su memoria, con la conmemoración del personaje público. A más de uno extrañará, sin duda, que afirme nihilista a un poeta que –cosa más rara- afirmó públicamente su espiritualidad, que cantó de modo tal las cuitas del hombre moderno que condujo a quienes lo escuchaban a mirar su fe e incluso, en los mejores casos, a pensar en ella, que creó piezas evidentemente espirituales, inspiradas, conmovedoras y profundas. Y aunque todo eso es cierto, yo creo que Leonard Cohen fue un nihilista. Si bien no hay en su obra destrucción de símbolos sagrados, aniquilamiento o profanación maliciosa, su espiritualidad afirma la nada. De la obra de Cohen la nada es el centro y la periferia. En la obra de Leonard Cohen el drama amoroso encuentra su vitalidad en la nada: la nada posterga el amor, la nada distancia a los amantes, la nada tensa a los amorosos, el amor culmina en la nada. En Cohen el amor es una insatisfacción prometida, una plenitud imposible, una felicidad a trazos esbozada. El amor coheniano es preludio de su espiritualidad: borrones sobre un papel blanco, rastros de una letra arrepentida, un fue que a veces nos recuerda la memoria. Por ello muchos ven en Cohen melancolía: confunden los restos con las piezas, el naufragio con el rompecabezas. No por ello fue un adorador de la piedra: Cohen fue un nihilista contemplativo que expresó la quietud del suspenso, el vaho en la ventana de la alegría, el eco de un dios soñado. Leonard Cohen fue una sombra de sencillez en un mundo ensimismado en neón. Tras Cohen la nada… y nos lo dice su muerte.

III

Vivimos un tiempo prosaico, ayuno de metáforas, misológico. Nuestro logos tiene cáncer, pero lo creemos viejo para suponer la naturalidad de nuestra decadencia. Vivimos un tiempo contra las palabras que desborda de palabras. Tenemos razones contra la razón y metáforas contra las metáforas. Por ello es sintomático que la muerte de un poeta torne tan natural, tan explicable, tan evasiva del cáncer. Que si Cohen murió en el momento justo del triunfo de la barbarie, que si Leonard Cohen ahora sí nos hará falta, que si el hombre fue un ejemplo en vida, que si el poeta estaba preparado para su muerte… Algo dice que a la muerte del poeta nihilista Leonard Cohen no se le pueda homenajear con metáforas. Leonard Cohen murió de cáncer… quizá no podría ser de otro modo.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Imprescindible la lectura del más reciente reportaje de Óscar Balderas, quien entrevista a un niño de Nuevo León que encabeza búsquedas de desaparecidos en regiones de difícil acceso en su estado. Ahora con 15 años, Ramiro es un experto buscador de desaparecidos. Hay que leer la historia de esta vida desgarrada desde los 9 años, de este sobreviviente en nuestro infierno. 2. En las elecciones federales de 2018, además de la ya anunciada candidata del Congreso Nacional Indígena (CNI-EZLN) -que será presentada en diciembre-, también participará alguien con el respaldo del Frente Orgullo Nacional MX (FON-Mx), el grupo que encabezó el apoyo a la iniciativa por los matrimonios entre personas del mismo sexo, iniciativa rechazada en comisiones el pasado miércoles (PAN, Verde, PES y Panal votaron en contra de la iniciativa; PRD y MORENA votaron a favor; MC se abstuvo y el PRI tuvo voto divido). El lunes 8, en entrevista radiofónica, dieron a conocer que los miembros del FON piensan constituirse en partido político a fin de promover los temas de la agenda LGBTTTI. Urge una investigación periodística sobre este grupo político. 3. Si Julio Scherer entrevistó al narcotraficante Ismael “El Mayo” Zambada en un lugar clandestino, el círculo rojo reverencia al maestro del periodismo crítico y el entrevistado continúa prófugo. Si Carmen Aristegui entrevista fuera del país a Kate del Castillo, el círculo rojo reconoce el valor de la periodista y compadece a la autoexiliada actriz, pues juntas reivindican la libertad periodística. Si Anabel Hernández entrevista al narcotraficante Rafael Caro Quintero en un lugar clandestino, el círculo rojo aplaude a la periodista que sí se atreve a decir la verdad y el entrevistado continúa prófugo. Si Ciro Gómez Leyva entrevista en vivo y en una ubicación pública al prófugo Guillermo Padrés y el entrevistado anuncia que al término de la entrevista irá a entregarse a las autoridades, el círculo rojo denosta al periodista, denuncia un circo mediático y fabula un pacto entre potentados. La crítica, ya lo hemos dicho, tiene doble racero. Padrés está detenido, Zambada y Caro siguen prófugos, y del Castillo no ha cumplido con la declaración a la que fue requerida. ¡Periodismo comprometido!

Coletilla. “La ciencia y el arte se besan en un acorde”. Jesús Silva-Herzog Márquez

La palabra y el sonido

La palabra y el sonido

Sólo los seres humanos tienen una capacidad específica para escuchar que ningún animal tiene y que lo saca de los esquemas biológicos comunes. Involucra su facultad del oído, pero no tiene nada que ver con el mero funcionamiento sensible. El ser humano es el único capaz de escuchar palabras; es el único capaz de apreciar la música. Ambas actividades se realizan por medio del sentido del oído: los sordos jamás podrán saber lo que es la música, por más señas que se gasten en intentar ilustrarlos, y las señas no son, como tales, palabras. Por eso se llaman señas. Son quizás sólo partes de la sensibilidad auditiva, pero considero que son las más complejas experiencias que muestran la complejidad de esa palabra llamada sentido en el hombre.

En sentido estricto, el sonido de una palabra podría ser separado de su significado. Un niño puede escuchar a su padre discutir con su madre sobre la quincena sin tener idea de lo que quieren decirse. Pueden ser sólo sonidos, pero, aun así, los distingue del ruido que produce el choque de sus zapatos con los charcos acumulados en la calle. Quizá algo parecido suceda al escuchar un idioma ajeno. Puede que la manera en que los animales domésticos aprenden su nombre y las órdenes parezca idéntico, pero no lo es en realidad. No lo es simplemente porque, aunque distingan su nombre del sonido del timbre de la puerta, no saben lo que es una palabra. El hombre podrá no saber definirla, pero vive utilizándolas, no sólo reaccionando a ellas. Su mundo y esa facultad, introducida por medio del oído y asimilada, dotada de sentido por la inteligencia, tienen una relación de intimidad.

Los sapos tienen algo semejante al aparato auditivo, el cual, según los biólogos, no les sirve para oír. No pueden siquiera oír los gritos ni zumbidos. Perciben vibraciones por medio de sus patas. No experimentan el sonido: no son capaces de esa actividad. Don Quijote y Sancho perciben sonidos extraños, temibles, en la oscuridad, un estruendo parecido tal vez a las pisadas de un gigante. Uno teme y el otro se envalentona. Ninguno de los dos sabe a ciencia cierta lo que escucha, pero saben que están escuchando. El animal teme frente a los truenos en una tarde de lluvia, pero no sabe que son truenos. Lo que el animal y el hombre escuchan no puede ser equiparado no tanto por su reacción, sino por la diferencia en el trabajo de la inteligencia. Ni siquiera en el caso de don Quijote puede hablarse de una experiencia meramente funcional del oído. Rocinante no podía tener hipótesis sobre el origen de los estruendos. Evidentemente, ni siquiera el ruido es oído de la misma manera por ambos entes. No es sólo problema de la frecuencia de sonido para la que cada oído fue diseñado. El ruido puede aislarse, pero sólo en el caso del hombre es reconocido como ruido.

No sé si la música valga como ejemplo para reflexionar en este caso, pues es evidente que sólo el hombre ha nacido con el don de acceder a ella. La labor de la imaginación en relación con el sentido es, en este caso, muchísimo más compleja. No es ajena a la razón, como nada lo es para el ser humano, lo cual se prueba en el hecho de que hay una ciencia a partir de ella: la notación y la composición. La música está hecha por unidades. No por puntos de sonidos acumulados, sino, como en una línea euclideana, por un continuo limitado (por más contradictorio que parezca). El punto no es la única posibilidad de la unidad. Unidad, no átomo. Tanto las canciones populares como las sinfonías, con toda la enorme diferencia que entre ambas hay, poseen dicha característica.

La música queda en la memoria, lo cual se prueba por las tonadas chifladas y el tarareo, con todo y distinción básica de los tonos. El sonido que de ella proviene no se encuentra en la naturaleza. No nos engañemos, la inspiración concreta para que los instrumentos musicales y los primeros arreglos surgieran no pudo provenir del deseo de reproducir el canto de las aves. Y si provino de ahí, llevó al descubrimiento de que sólo las aves pueden graznar o gorjear y no cantar en sentido literal, sino metafórico. Por eso la imaginación intervino de manera decisiva en su surgimiento. Los instrumentos de viento y de cuerda, la afinación de una voz tienen algo que las aves no. Si las aves «cantan» es gracias a una relación con el hecho musical; el hecho musical no es gracias a lo natural. El viento no es musical hasta que viaja en esa forma cilíndrica que lo expulsa y lo retiene a la vez en distintas formas. Lo que se requirió para la creación de un instrumento fue el aprovechamiento del potencial de los materiales y el sonido, cuya organización se debe a la obra de la imaginación. Ninguna otra cosa pudo dar el orden de las cuerdas en una cítara, ni el acomodamiento de los dedos en una flauta. Nada más pudo después hacer música atonal, que no caótica, porque el caos nunca es musical.

Si es así, el gusto tiene relación evidente con la imaginación. Lo que no se puede sopesar fácilmente, es la manera en que la imaginación es educada, o si acaso es educable. Si, como los románticos creían, la música puede incidir en el “espíritu” de los hombres a partir de la guía de esa facultad de manera evidente. Esa idea se convierte fácilmente en el prejuicio burgués que Nietzsche observaba al hablar de la ópera, sin coincidir con los revolucionarios, pregoneros de la protesta. Podemos simplificar el problema de la educación y de la música por esa vía, y eso decía el hombre de Sils-Maria. Sólo puedo agregar que, hasta ahora, las diferencias en el carácter que pueden relacionarse con la música parecen apuntar, según veo, una cosa: Eros se manifiesta de manera templada hasta en el gusto. No hablo del erotismo como impulso. No hablo del gusto como reacción a la estimulación sensitiva. Hablo de algo que se hace patente en las emociones y su saludo a la musicalidad. Un rasgo de humanidad distinto a la palabra, pero no enemistado con ella.

Tacitus

Música entre líneas

Encontré, apenas hace unos días, que una canción que conozco desde niño tiene un significado muy diferente del que yo creía. De niño no entendía la letra pero la canción me parecía muy triste. Su paso es lento, su vaivén pesado, su instrumentación austera y muy sentida, y su voz un lamento. Después de la niñez le dediqué tiempo, y creí haber encontrado el sentido de las palabras, también muy tristes. Pero ¡cuál fue mi sorpresa al toparme con la transcripción de una entrevista al compositor, hecha hace treinta años o más!: según lo que ahí dice, no tenía en la mente ninguna de las cosas que yo había creído que entendía. La canción no tiene la intención que yo pensaba. Visto por ahí yo sencillamente estaba errado, nada más que decir; pero ¿hay otro lado por donde verlo?

Estaba pensando que un poeta, un músico, o si se quiere llamarle artista, un artista, pretende mostrar algo verdadero a través de su ficción. Esto es lo que algunos expresan como que «tiene algo que decir». No estoy diciendo que esto se ciña a una forma estática de mensaje. Si así fuera, según nuestra predilección a tal o cual de esas formas, por las razones que tengamos para preferirlas, acabaríamos, por ejemplo, buscando en toda literatura las moralejas de cuento cautelar, o descalificando la pintura abstracta por no ser representación clara de ningún par señalable en este mundo. Estas verdades se buscan en una experiencia mucho más amplia, y debemos decir que son en efecto algo que se pretende verdadero, porque para los espectadores es claro que son alguna forma de presentación de algo que se alcanza a ver, que se puede ver, con ayuda de aquello en lo que lo manifiestan. Disculpe el lector la vaguedad de estas palabras, que es adrede: estoy intentando no echarme a bucear en la discusión sobre la naturaleza de las bellas artes y su orden interno. No hace falta tanto para admitir que los poetas tienen algo que decir. Pero con todo y que pretenden mostrar algo verdadero (tampoco quiero entrar en si es a sabiendas o no), la totalidad de las cosas no está bajo su control. Ni bajo control de ninguno de nosotros. Me parece bien verosímil que algunas veces alguien, que no se conoce completamente a sí mismo, y que no conoce completamente todo de lo que habla, pueda regalarle a quien lo escucha la oportunidad de contemplar algo verdadero en lo que dice, incluso sin querer.

Ya si esto es o no el significado de la obra, si es o no la intención secreta del poeta, si es lícito adscribirle todas las interpretaciones, si es error, acierto, asunto de originalidad, creatividad, genio o posesión entusiasta divina, todos esos, son otros asuntos. En realidad no son importantes ahora mismo. O no, por lo menos, junto al hecho de que pueda verse algo verdadero en las palabras que fueron pronunciadas con algún propósito. Es un hecho que a veces decimos algo de nosotros por cómo decimos las cosas, incluso si no estamos atendiendo cómo las decimos. Tratar de entender lo que se dice en la ficción, en la representación, en la imitación, también enseña algo sobre nuestro placer por aprender, y nuestra disposición a admitir que quien escuchamos puede enseñarnos algo. En los sueños parecemos estar en un exaltado estado de sensibilidad y haciendo un trabajo muy prolijo de la imaginación. La música, como el sueño, puede ser también finamente sensible. Por eso, no debemos olvidar que ante la duda de si el poeta enseña algo por error o por técnica, siempre es más provechoso asumir que ésta fue su intención. Es más probable que seamos nosotros los que vayan a beneficiarse comprendiendo el sentido, porque somos quienes más desconocen sobre la totalidad de la que habla el poeta de quien podemos aprender. Si no tenemos ninguna buena razón para pensar contra lo más bello y es más bello lo que se hace con propósito, ¿por qué diríamos que no fue así como más probablemente ocurrió de todos modos?

Anotaciones por aniversario

1-. A casi un año de haber ingresado a este sitio, creo que resulta pertinente contar un detalle casi insignificante. En un principio creí que Cuentagotas sería el título adecuado para lo que escribiría. Siempre tuve que presente que tal vez no me haría presente por la belleza en mi pluma (¿o teclado?) o la profundidad en mis párrafos, sin embargo me empeñaría por resaltar detalles que me parecerían importantes. Exprimiría cada gota para que fuese expuesta a la luz. Me sentía bastante cómodo con los cuentos, por la diversión que tenía en elaborarlos o por la naturalidad que recorría mis dedos al escribirlos. Quería que cada gota se iluminará por medio de ellos. No obstante, posible lector, se ha dado cuenta que el rumbo ha sido un tanto distinto. Si pudiera asignarle un nuevo nombre, definitivamente sería Tertulia (¿coincidencia?). Curiosamente este año tuve oportunidad de acercarme a hombres que me dejaron enseñanzas, una de ellas fue la importancia de sentarse a la mesa para comer. No sólo se deleita uno con los sagrados alimentos, sino que las palabras favorecen que saboreemos cada instante detrás del plato. Por ello pensé que este espacio para escribir podría ser nombrado como tal, cada entrada sería una oportunidad para conversar. Ya no sería un simple señalamiento o una fría exposición sobre una caja de Petri, ahora seríamos afortunado en compartir realmente una experiencia. Para algunos esto puede tomarse como una cursilería entusiasta propia de un joven cándido. Al final quizá nunca nos conoceremos ustedes, lectores, y yo. Como alguien bien dijo, puede que nunca tendremos el gusto de estrecharnos las manos. Sin embargo creo que esta deficiencia puede ser la misma que nos motive a seguir intentando. Advertidos de que nunca nos veremos frente a frente, confiamos en que leernos pueda consolidar alguna comunidad entre ambos. No sólo se trata de que yo transmita información a los lectores, en ese caso ustedes guardaran el mensaje y terminará nuestra relación. Mientras logre que ustedes y yo tengamos una experiencia, una idea o un gesto semejante, estaremos cerca de tener una conversación.

2-. Pacientes lectores, no podría comenzar este año sin pedir una sincera disculpa. Aunque, para empezar, sería bueno preguntarnos qué es una sincera disculpa. Muchas veces abusamos de esta petición sin realmente queriéndola hacer. En vez de buscar redimir nuestro error, nos concentramos en tener una excusa que oculta la equivocación misma. Adelantamos la disculpa porque no confiamos que nuestras habilidades puedan satisfacer nuestra futura empresa (una limpia de manos con apariencia de advertencia). O lo hacemos por el fracaso acontecido sólo para librarnos de sus consecuencias nefastas. Ahí en la disculpa no se asume realmente alguna culpa. En el caso presente, no se trata nada de eso. Al revisar lo escrito en el año pasado, existen alguna entradas por las cuales estoy arrepentido. Unas que no sé por qué están ahí, otras que parecían mejor cuando fueron concebidas y unas que verdaderamente me causan vergüenza. Incluso algunos bocadillos pueden haber parecido insípidos al paladar de algunos asistentes del banquete. Reconozco que no han sido las mejores y pido una disculpa de corazón si no han sido justas para sus expectativas. Por otro lado, también hubo entradas que me terminaron por gustar y hasta hacerme sentir orgulloso.   A pesar de que fue un año fatídico, todavía existen cosas por que celebrar.

3-. Recuerdo cuando me invitaron a pertenecer a esta banda de músicos. Apreciaba mucho sus presentaciones diarias y en alguna medida me ilusionaba por algún pertenecer a ellas. Sin embargo nunca creí que sería realidad. Seguramente ayudó a mi ingreso el que haya estado tanto tiempo en el conservatorio. Creo que no es ninguna sorpresa, ya que en el estilo de mi interpretación se evidencia tal hecho (a veces de manera que ni yo quisiera). Parece como si mi instrumento sonara en un recital, frente a un público que me aprueba si aprendí mi bien mis lecciones en el conservatorio. No digo que mi auditorio sea como describo, si no que parece que mi modo de tocar lo pide así. Afortunadamente, en los últimos meses del conservatorio me fui acercando a esta banda. Ya conocía a varios de sus integrantes y, como bien dije, los había visto en presentaciones. No obstante me fui haciendo su amigo hasta que me invitaron a tocar con ellos (para algunos sería una imprudencia porque el buque titánico se hundía mientras ellos seguían tocando). En estos meses he aprendido algunos errores que me dejo la formación del conservatorio, notar que ha sido incompleta pese a las opiniones de tomarme como un músico arriba del promedio. Dicen ellos que estoy preparado para enfrentarme al mundo, para poder brindar una presentación, incluso, en cualquier foro europeo. Pertenecer a esta banda ha desmentido eso, con el talento —a veces pulido, a veces en bruto— visto y con la consistencia en sus piezas melódicas. El foro europeo puede estar sobrando, lo importante es la perfección en nuestras ejecuciones y en nuestros espíritus de músico. Y en este propósito, es fundamental el papel de ustedes, público querido. Mediante su observación se verá si esto es posible o cierto, quizá descubra uno que otro que también es músico y decida seguir el mismo camino que nosotros (pero ¡cuidado! Queda advertido que no sabemos si tocaremos tierra algún día en este regreso a casa).

Por este año grisáceo, por todo el auditorio, por la banda, por el amor que nos une por la música, ¡salud!

Bocadillo de la plaza pública. El año que terminó dejo muchos momentos a resaltar. Entre algunas despedidas —como el lamentable casi adiós de ICA, hubo supuestos triunfos que varios hombres celebraron. Uno de ellos fue la aprobación del primer amparo para consumir mariguana recreativamente. Varios asumieron que se había ganado una garantía más. Sin embargo, oh, sin embargo diría el gran Machado, quizá sería útil que también opinaran sus detractores, principalmente porque su experiencia con la yerba puede brindar otra perspectiva para un buen juicio.

Mondadientes. Agradezco mucho el haber compartido cada sábado con Námaste y, como bien adelantó, él retomará escribir cada semana. Por mi parte, estará mi publicación cada jueves quincenal, es decir, cada dos semanas. Fue divertido hacer relajo con los juguetes, ahora me toca guardarlos en el baúl para que pueda divertirse su dueño.

Señor Carmesí