Un cuento de Navidad

-¡Ya nació! ¡Ya nació!- cantaban los ángeles en el cielo. -¡Ya llegó!, ¡Ya ha venido!- decían entre sí los pastorcitos. El Mesías, que nos salvó, nació en un humilde pesebre. La profecía se cumplió, la promesa divina llegó.

En ese momento el mundo se alegraba…los magos a la estrella vigilaban y con trabajos un largo viaje preparaban.

Al recordar el nacimiento, la creación de luz se llena, hay gozo y regocijo…Pero no en todas partes, ya que no todos los hombres con la llegada de un nuevo rey se alegran.

En un palacio frío y oscuro, en medio de una ciudad, creo de nombre Tiberíades, un monarca, que amoroso con el pueblo se decía negaba lo que la realidad constantemente le indicaba.

Sabía de escrituras y profecías, incluso a su disposición interpretes de la ley de Dios tenía, pero acostumbraba a no escucharlos, ya que ellos acudían con él por las mañanas, horario en que el rey prefería escuchar frente a un empañado espejo, de sus cortesanos, alabanzas.

Un día los magos desde oriente llegaron, al monarca de Tiberíades por el nuevo rey le preguntaron, los intérpretes le dijeron al rey que los sabios orientales deberían de ir a Belén.

El rey, contrariado por la noticia, decidió que era necesario encontrar a quien el poder le disputaba y mandó a los sabios a averiguar dónde es que el mesías se encontraba, dijo que para adorarlo, cuando su intención en sí era callarlo.

En Belén a Dios hecho hombre se le adoraba y en Tiberíades de las noticias sobre el mesías se renegaba. Hasta que el rey, un día en una mañanera discusión pensaba que era mejor tener otros datos que a mantener el poder le ayudaran, en lugar de simplemente aceptar que no era él el mesías al que su pueblo esperaba.

-¡Maten a todo infante menor de dos años!- el rey mandó -así la llegada del mesías no será algo que a mi poder amenace. Y si les preguntan, nieguen lo que aquí se hace, nosotros tenemos otros datos que indican lo falso de esa llegada. Diremos que un mesías sin poder político no es tal. Muchos habrá que nos crean, y sintiéndose santos, en el futuro el poder buscarán. Les diremos que el reino del mesías es de este mundo y que se funda en una débil honestidad, que al mesías cualquiera lo reconoce, porque es un ser de discurso, que poder alcanza aunque finja austeridad-

El pequeño, que nació en el pesebre, se salvó al ir a Egipto, y años más tarde se mostró como camino para redimirse del original pecado y para salvarse al amar al prójimo, que no es lo mismo que darle dádivas.

Pero, aquellos que creyeron en los datos ofrecidos por Herodes, que así se llamaba el rey de Tiberíades, siguen esperando: algunos lo hacen hablando, otros lo hacen culpando a los romanos por haber invadido Tierra Santa, otros lo hacen descalificando a quien se atreve a decirles que los hombres ya estamos salvados y otros lo hacen buscando poderes ilimitados.

La Navidad ya fue, el nacimiento del mesías es algo que ya ha pasado en Belén, al menos es lo que consideran los cristianos, y si es el caso no veo porque algunos dellos siguen repitiendo como Herodes que poseen en sus manos otros datos.

Maigo

La lucha por los terrenos

La lucha por los terrenos. Me gusta como título de una película. Lo he visto en repetidas ocasiones en redes sociales y como tema de conversación. Es el tema de Navidad. ¿Será simplemente por bromear o una repulsa a las celebraciones navideñas?  Tal vez no a las celebraciones, sino a la reunión con ciertas personas de la familia. Hay muchos familiares a los que no se les ve en mucho tiempo. Uno podría no tener mucho en común con ellos. Pero hacen algo, recuerdan ciertos momentos, y ya son parte de la familia. Quizá el chiste de la pelea por los terrenos sea otra mala manera de manifestar el cariño. En eso somos expertos, en no saber manifestar nuestro cariño. Las llamadas relaciones tóxicas son prueba de ello. Nietzsche decía algo parecido, aunque no de modo cómico cuando afirmó: “El último hombre se pregunta qué es amor y parpadea”.

Yaddir

Cenas enredadas

Empieza diciembre y arrancan las reuniones navideñas. Uno se imagina una cena digna de comercial: los niños riendo, contagiando alegría; los padres unidos y contentos, conversando sabrosamente con sus otros familiares; los adultos mayores siendo tratados con el mayor respeto y consideración; inevitablemente, en el fondo hay un árbol navideño rodeado de juguetes, esferas, luces y otros objetos brillantes. Sin embargo, en pocas ocasiones se logra una postal como la mencionada. La principal razón atribuida a la poca convivencia navideña muchos la encuentran en la adicción a los smartphones. Esos espejos negros que representan la propia complacencia en uno mismo y que permiten su extensión en comentarios e imágenes. Eso explicaría por qué las cenas navideñas tienen tan poca repartición de palabras. Aunque, a diferencia de un espejo normal, el espejo negro no refleja nada.

Otro problema de las fiestas decembrinas es que la poca convivencia parece impedir el tránsito de una conversación. ¿De qué platican quienes no se han visto en mucho tiempo?, ¿de qué temas pueden conversar?, ¿saben de qué asuntos les gusta o les disgusta departir?, ¿qué cosas pueden hacer? Supongo que ese problema es un falso problema si las personas quieren reunirse; si sólo se manejan entre compromisos, cuya base es una tradición que ellos mismos no logran entender, se recurre al espejo negro como escape del tedio. Si las personas que sólo pueden (quieren) reunirse una vez al año tienen un pasado, como los hermanos, los primos, tíos o las personas con cualquier relación filial, el pasado siempre será un tema. El problema es que cada año se va vaciando el tema y, al momento en el que al fin se acabe, ni el pasado de contar el pasado podrá dar conversación. El presente de esas relaciones no se quiere mantener; sólo se quiere dar sentido al presente con unas relaciones que impiden olvidarlo. Pero el pasado sin presente es tan vacío como el presente sin pasado. Visto así, el reflejo del pasado en el futuro no tiene nexo por su carencia de presente.

Pero no todos los encuentros navideños están teñidos de acartonadas, tediosas, largas e insustanciales conversaciones; hay lazos que no se rompen ni con los silencios más atronadores. Quizá con esos trozos de tela se pueda tejer una convivencia que cubra el frío de las solitarias mesas navideñas. Quizá sólo se trate de que las personas quieran reunirse y sepan por qué es bueno que se reúnan.

Yaddir

8-M

Autores como Chesterton nos recuerdan la vitalidad de lo ceremonioso en la vida del hombre. Haciendo más divertido de lo que es, el inglés afirma que Comte hubiera penetrado más en el imaginario popular por sus ritos. Prender una vela a Darwin influiría más que una crítica milimétrica a la metafísica tenebrosa. Nuestros días cotidianos están empapados de ceremonia, a veces más de lo que quisiéramos (los días de asueto disfrazan su recurrencia por la comodidad). Un pequeño chocolatito, suspender el trabajo, o reunir lejanamente a los familiares cercanos son pequeñas ofrendas a los eventos especiales. Sean más importantes que otros, cívicos o personales, religiosos o tradicionales, las ceremonias resaltan en nuestros calendarios.

El 8 de marzo está asignado a la mujer. Avanzan en las calles contingentes púrpuras, integrantes de Pussy Riot, cánticos feministas, cartulinas con exigencias resabidas, clamores jubilosos. Las revistas culturales abren espacios para escribir sobre el papel de la mujer en la sociedad; los periódicos, para lamentarse los pocos avances en la materia. Los noticieros invitan a especialistas e intelectuales para defender la figura femenina y reivindicar la conmemoración. Una fracción (mayoría o minoría) alega  que demasiada conmemoración termina por banalizarla. Dar un abrazo, traer flores a casa, invitarla a cenar son cortesías que disuelven el significado real del 8-M. Las atenciones reabren las heridas de la desigualdad.

Pretendiendo ser novedoso y crítico, las tradiciones más cursis o más tradicionales se tornan nimias para el joven contemporáneo. Dichas atenciones, de ser sinceras, resultan innecesarias. Fútiles, sin cabida en nuestra vida. Son tan abismales que terminan por absorber lo importante: la represión a las mujeres neoyorkinas o los comités socialistas. Es cierto, numerosas cortesías nacen de la urbanidad e hipocresía. Las encubren perfectamente. La iluminación forzada apaga el esplendor de la virtud. Sin embargo no todas son así. Un abrazo puede ser ruin y un vehículo para que las manos transgredan las cinturas, pero no todos los abrazos son así. En ocasiones los detalles cursis, no prueban nada, nacen de un amor irracional y noble. No son recordatorios de posición inferior; son ofrendas a lo bellamente superior.

Las ceremonias irrumpen en la cotidianidad. Una misa, con toda su majestuosidad, es una reunión de feligreses. Quizás el hombre de corbata no abandona a Dios de su corazón, pero su única oportunidad de hablar con su correligionario es el domingo por la mañana. Su corazón que lidia, por un día a la semana, puede bajar la guardia y gozar plenamente. La ceremonia rompe sus días para alentar lo esencial. Muchos hijos ingratos cumplen su requisito de llevar a sus madres a desayunar. Pero otros más el 10 de mayo refrendan el amor que le tienen, pagándole un viaje u ofreciendo una sonrisa. Se les puede culpar de mal gusto, pero no de falta de sinceridad. Lo seguro es que casi nadie piensa que el día fue una estrategia publicitaria-ideológica para humillar a la mujer o destacarla únicamente por efectuar los partos. Lo ceremonioso puede ser subversivo. Para enmendarse, la injusticia requiere de eso. Leí que es de tarados afirmar que el 8 de marzo es la navidad de las mujeres, y es cierto: la Navidad es más universal que una rememoración estoica.

Preguntas familiares

Las celebraciones decembrinas nos trajeron, además del cambio en nuestra propia materialidad, una reflexión sobre las propias tradiciones. Al menos eso pude apreciar en cada amigo y colega al que le preguntaba cómo le había ido en navidad y año nuevo. Que el año nuevo traerá muchas cosas buenas, que te deseo lo mejor a ti y a toda tu familia, que las tradiciones familiares solidifican nuestra unidad individual, que el año pasado fue tan malo que sería imposible que este sea peor, entre otras frases que quizá tú no escuchaste fue lo que más me dijeron. Pero hubo una respuesta menos trillada que mis preguntas: “Bien. En resumidas cuentas me fue bien. Pero me di cuenta que la mayor parte de la gente sólo convive con su familia por mera convención.” Intrigado ante la originalidad y sinceridad de su respuesta le pregunté que si lo que dijo nacía de una experiencia negativa en sus últimas reuniones. Ante esto me contestó: “No. Siempre han sido así mis reuniones familiares. A los amigos los escoges, a la familia no.” Asentí sobre esta última aseveración, tan simple como compleja, pero le dije, para animarlo a hablar, que esa frase era casi un cliché. “Pues no creo que los demás piensen lo mismo que yo. Yo pienso que convivimos tanto con la familia que inevitablemente mostramos nuestros defectos, nuestras ambiciones y lo poco que nos preocupamos por nuestros semejantes. Con la familia convivimos a todas horas, en todos los momentos y a distintas edades. ¿Es posible esconder nuestros peores estados de ánimo las veinticuatro horas del día? Imposible.” Quedé asombrado por su reflexión, fruto quizá de un constante silencio en sus reuniones familiares, de un desapego familiar argumentado. Así como a ti, si eso pensaba dicha persona, me surgió la duda de por qué seguía asistiendo a reuniones familiares. Pero, para que no se molestara más, le pregunté si eso también le pasaba en su trabajo, donde tampoco se escoge a los superiores y a la gente con la cual se convive. Riendo, respondió: “Ahí paso menos tiempo. El trabajo es temporal y, si uno se dedica a lo suyo, los jefes casi no molestan.” Le di la razón y le añadí que en el trabajo nos daban una paga y, para algunos, una buena paga era suficiente motivo para soportar a cualquier compañero. “Eso es discutible. Siempre discutible. Pero a los compañeros los puedes reportar, a los tíos insoportables no. Tampoco puedes renunciar a la familia…” Pero sí puedes renunciar a las reuniones familiares, me apresuré a interrumpir. “Sí”, contestó secamente, “pero tanta convivencia ayuda a uno a saber cómo convivir mejor con los demás. La familia es una escuela. Además, si se reconocen, aceptan y perdonan los peores defectos, la convivencia puede tomar otro rumbo. Nadie es perfecto, pero podemos intentar entender a los demás y, en consecuencia, portarnos bien.”

Yaddir

Merry Xmas

Esta temporada, la mayor parte de las veces, se sacrifica la sapiencia por el poder, la espiritualidad por las luces artificiales y el amor verdadero por un dibujo sonriente de comprensión entre consumidores.

Maigo

Palabras para las fiestas decembrinas

Festejar y celebrar parece algo propio de estas fechas; los buenos deseos cunden hasta en las bocas viperinas. Las fiestas parecen volvernos más amena la convivencia familiar. Aunque pocos se preocupan de qué decir a personas que no se ha visto en casi un año o poco más y con las cuales se convivirá, mínimo, cinco horas. Además de la deslavada “Feliz (navidad o año nuevo, según sea el caso)” y de la casi insustancial “que todos tus deseos se cumplan” (que viene a ser semejante a “que el siguiente año esté lleno de éxitos”), ¿qué más se puede decir a gente de la que ni siquiera sabemos si todavía se conduce dentro de la ley? Hay quienes gustan de preparar lo que dirán; extraños sujetos que hacen de la palabra su vida y sus noches de convivencia decembrina se vuelven más amenas si utilizan lo que en otros momentos les proporciona trabajo y felicidad. También hay quienes se dejan llevar por el momento (estimulados por vinos y licores o por los comerciales de la época) y van armando sus discursos según sea propicio o incorrecto hacerlo. He sabido de otra raza extraña, seres de alma paradójica, aunque no como los personajes de las novelas rusas; ellos hablan poco y no preparan lo que dicen, aunque parece que sí lo hacen, pues siempre resuenan de sus bocas las mismas palabras, las mismas preguntas, de cada año. (No quiero aburrirte, estimado lector, recordándote lo que cada año has escuchado y seguirás escuchando).

Por suerte, en estas fechas, yo tengo una estratagema que quiero compartir contigo, amigo lector: escucho a las personas, les sigo la plática, y voy pensando qué les orilla a decir eso, por qué si ellos están tan incómodos como yo, siguen asistiendo a las reuniones (¿por qué yo sigo asistiendo a esas reuniones?). Si ya agotaste los cuestionamientos anteriores, puedes juzgar qué tan falsas o sinceras son las expresiones de cariño, los obligatorios abrazos de estas fechas, así como podrás analizar cuándo quieren compararse contigo o quieren compararte con tus primos u otros familiares para no sentirse tan mal ellos mismos. Si todas estas estratagemas las has agotado desde hace cinco años o más, podrás observar y analizar quién ya armó sus pláticas previamente o le gusta improvisar. ¿La gente con más ingenio improvisa más y la que carece de este prepara menos sus palabras?, ¿qué discurso es mejor, en cuanto a estilo y en cuanto a verdad?, ¿puede ser más inofensivo quien, sin proponérselo, dispara las frases más agudas a quien ya ha afilado sus estoques argumentales?

El rey de los ensayistas también se hace estos cuestionamientos y parece dejar en el aire las respuestas. Pero nos puede ayudar a responder el recordar que un ensayo antes habló de los que mienten ante la sociedad y en el ensayo sobre el pronto y el tardío hablar habla de ambos modos de discursear según el oficio o vocación de quien lo hace. Podemos ver que la palabra es un arma y que hay quien necesita afilarla para usarla mejor y hay quien sabe cómo atacar y defenderse casi con los ojos cerrados. También podemos ver que hay quienes hablan desde el fondo de su corazón, pero no se hacen responsables de sus palabras porque las dicen “sin querer” o, dicho de otra manera, no se responsabilizan de lo que realmente quieren decir apelando a que lo dijeron sin meditarlo mucho; los ejemplos de ello se pueden ver en los malos políticos, la gente famosa y en los malos ensayistas.

Todas estas cosas las pensé mientras una tía me contaba algo sobre un primo súper exitoso, gracias a que en la mañana había estado leyendo a Michel de Montaigne. Creo que la mejor manera de pasar estas fechas es reflexionando sobre ellas.

Yaddir