Tiempo libre de responsabilidad

 

¿Cómo saberlo, cómo sacarte de la multitud
del tiempo, de los apretados espacios, ponerte frente a mis ojos como un discurso impreso,
como una tinta fluvial en las venas del mediodía?
–David Huerta, Incurable

Uno, primero, no puede realizar una actividad significativa en sí misma,
excepto con una actitud de apertura receptiva y de silencio atento.
–Josef Pieper, Trabajo, tiempo libre, ocio

Vive en la vanidad quien se abandona. Para éste, la vida es sólo para sí misma, como si no fuera él mismo. Deja que ella, aparte, se viva sola. La vanidad está hinchada en el mundo del mercado, donde la dedicación predilecta es negar al ocio. Se le niega por principio. Aparte, no concede discusión porque lleva prisa. Asunto decidido, a lo que viene. Claro, el mundo del trabajo no es el mismo que el mundo del mercado, aunque lo incluya. Se trabaja por necesidad, pero no es necesidad que lo único que haya en la vida sea trabajo. Quien comercia incluso con su vida es presa de la necesidad y por eso no puede ver otra cosa sino lo trágico: hasta la decisión está en manos del destino. La vida es un solo viaje efímero: nacimos cuando se soltó la catapulta. Pero se engaña quien piensa que, una vez observado este problema, es fácil vivir el ocio estando inmersos en el mundo del mercado.

El que pronto quiere escapar de la fatiga del trabajo recurre al tiempo libre como si fuera ocio; pero no lo es. El tiempo libre es la sombra del ocio que el mundo del mercado ofrece al que tiene la liquidez económica para consumirlo. Hay de varios tipos, tamaños, colores y presentaciones según el gusto (cuya infinita variedad es culpable de haber roto miríadas de géneros), y según las posibilidades del bolsillo: gimnasios, balnearios, cuadernos para dibujar mandalas, vueltas al mundo, guías turísticas, libros, paquetes de masajes, futbol en la tele… Es una sección del mercado, una muy importante, muy útil. Sin tiempo libre, el que negocia truena. No sólo eso, el negocio truena también, lo que es mucho peor para el mercado. El que trabaja todo el día requiere tiempo libre para descansar, relajarse, divertirse y distraerse. En suma, necesita preparar sus fuerzas para seguir trabajando. El tiempo libre es requisito laboral, entonces es para el trabajo, para el negocio. Es subordinado, es parte del mundo del mercado. El ocio, en cambio, no está dedicado a nada que no sea la vida. En este sentido, el ocio se dedica a sí. El ocio no es un estado, ni siquiera si queremos revestirlo de honores y decir que es el estado propicio para, con él, dedicarse a los asuntos más elevados del espíritu. Esto es un engaño: el ocio no es para nada más, no es útil. El profesional que se hace un cachito en su agenda para tener el ocio que necesita para reflexionar hondamente, sigue confundiendo ocio y tiempo libre, buenas intenciones aparte. Vive en la vanidad. ¿No es su agenda sino un reflejo a escala del peso trágico de la necesidad?

¿Dónde ve uno, entonces, al ocio? Josef Pieper piensa que se encuentra en la creación artística. Tiene sentido, porque en la dedicación artística el ser humano reconoce, y celebra, la vida por cuanto ésta es mucho más que el día de trabajo; en ello, él mismo se celebra como mucho más que trabajador. Me gustaría pensar en otra posibilidad también: la responsabilidad. Responde sólo alguien que puede vivir entre palabras, o dicho de otro modo, responde el ser de la palabra. Sólo éste pregunta. Si miramos al otro como responsable es porque nos responde, y esto es únicamente porque es nuestro interés y a su palabra podemos dirigir nuestra pregunta. Hay algo que queremos saber de él. Sin juicio nadie puede ser responsable ni esperar respuesta tampoco. Sin palabras no tienen caso las preguntas. Las bestias «no son responsables de sus actos», como solemos decir: no tiene caso preguntarles nada. Más aún, nos sabemos implicados, tanto en lo que se pregunta de nosotros cuanto en lo que respondemos. Hay modos peculiares de preguntar y responder en toda comunidad, distintos por multitud de causas. Con los otros nos damos en la palabra. ¿Y qué tiene todo esto que ver con el ocio? Que el obscurecimiento, cada día más profundo, entre el ocio y el tiempo libre, depende de que creamos que hay tiempo que es únicamente nuestro, que es nuestra potestad administrarlo, y que en su neutralidad ejercemos la libertad de recrearnos como nos dé la gana. Nos sentimos poderosos viendo en nuestras manos el cuchillo para repartir las cronométricas rebanadas. El ocio, en cambio, debe pensarse de otro modo: se vive el tiempo, no se le usa como lote o como predio. Interesarse en el otro se hace a su tiempo, y en ello es que no se puede uno hacer responsable ni de sí mismo ni de otros sin ocio. No es susceptible de prisa ni de aceleradores. No es una reacción que requiere catalistas. Nadie puede apurar la amistad. La responsabilidad es admisión de la razón; como tal, sólo puede encontrarse en el cuidado mesurado por la palabra. El trabajo nos distrae de nosotros mismos, pierde la palabra, y en su exceso la tergiversa, desprecia la razón. Estas cosas son invisibles para el que está trabajando porque su atención está en lo que tiene a la mano, en la tarea enfilada, en la secuencia del producto. El hombre responsable se encuentra a sí mismo en los otros, y viceversa, a su tiempo.

En la responsabilidad puede uno encontrar el ocio porque es una forma de la vida en la palabra, del encuentro con que uno es más que uno solo. Esto, por su parte, ilumina que el ocio sólo puede vivirse si no estamos solos. En la acción de la razón nos presentamos: por un lado, dándonos a quien se pregunta por nosotros y por el otro, preguntando por el otro. Sería atrabancado pensar que la responsabilidad es cosa fácil en el mundo del mercado, claro. Si a algo nos ha acostumbrado el mundo del mercado es a rehuir de la responsabilidad, aunque sea la que así se entiende hoy, y aunque sea fugazmente, en la ilusiva desconexión de la vida durante el tiempo libre que tanto bien le hace a nuestra salud. «Responsable del área de recursos humanos», le decimos al que tiene el puesto en la compañía. «Fulano es responsable de esto, nos encargaremos de encontrarlo donde sea que se esconde para que enfrente la justicia», se dice del criminal que no tiene la entereza de mirar a nadie a los ojos, pero que bien que hizo lo que sabemos que hizo. «Menganito es muy responsable» se ufana la mamá de Menganito porque hace todo lo que le dicen los profes en la escuela, sin rechistar. Estos días es fácil llamar responsable al que puede llevar a cabo una tarea eficazmente. No olvidemos, sin embargo, que nada especialmente digno hay en esto, que para lo mismo se inventó la palanca. Y la palanca tan bien puede prensar los tipos entintados para hacer libros, cuando puede cimentar una fatal catapulta.

Rutina

La rutina no es cansada, lo que cansa es la falta de alimento para el alma.

Sigue leyendo «Rutina»

Problemas de -y por- la familia

Problemas de -y por- la familia

(El narco y la familia)

Juegan con cosas que no tienen repuesto

ni recuerdan que en el mundo hay niños

Las matanzas que se dan a lo largo y ancho del país son el resultado de disputas entre familias, así como entre hermanos, primos, cuñados, compadres, etc., etc., que cual serpientes en un sólo cuerpo adelantan la lengua para saborear el aroma mortífero que detenta el poder a la dignidad de los que quedamos en medio de sus mordidas. ¿Podríamos definir con esta imagen al narcotráfico? Yo creo que sí, miles de cabezas que piensan cómo joder a los otros miembros del cuerpo, cuerpo que sólo se compone de vientre y cabezas, es decir, de rabia, de hambre de poder ser la única cabeza. El apetito de poder es infinito si sólo es apetito. Es molesto si se comparte. El hambre de odiar a los demás se hereda al que queda tras el jefe caído. El problema es que no sólo es una familia, no es una hidra nada más, son varias mordiendo a todas partes. ¿En qué enredo venenoso está metido el país? Todos los sabemos: familias de infaustos que haciendo el mal quieren ser reconocidos como los únicos reyes del negocio. Pero en todo este caos ellos no ven lo que a su paso destruyen realmente. Están ciegos y sólo ven enemigos, los demás no existimos. Incluso las serpientes en la cabeza de Medusa veían a cada una de sus víctimas. Este amasijo de maldad, al que llamamos narcotráfico, es más que un monstruo.

Intentemos otra imagen. En el reino animal hay un comportamiento que los depredadores usan cuando se encuentran entre sí, por ejemplo, dos cobras negras cuando luchan por su territorio inflaman los alerones que les rodea la cabeza y el cuello y mientras más grandes sean, más fácil es amedrentar al oponente.  Las membranas que rodean a las cabezas de los capos son los brazos armados con los que cuentan; las relaciones en el gobierno; el territorio que se ha podido dominar; las relaciones en el exterior; la cantidad de negocios que se manejan; la cantidad de dinero que gastan en protección… Pero la comparación es, otra vez, insuficiente, pues en este caso, todo lo mencionado no sólo es temido y odiado por los rivales, sino que, en un giro de la maldad del hombre, es, sobre todo, envidiado. ¿Qué animal envidia y quiere ser más muerte que la muerte?

Volvamos a lo de las familias. Las familias que ejercen el narcotráfico no sólo son venenosas dentro de ellas, ni entre ellas, sino que quiebran a dentelladas el núcleo social de México. No me refiero sólo a la familia, que ya es una gran herida, sino a las instituciones públicas: policías, militares, políticos, médicos, estudiantes, –muchos no lo habrán hecho por su voluntad; lamento su muerte y su silencio forzado. Hace poco se cumplieron dos años del resquebrajamiento de 43 familias que en un giro del deseo de paz y justicia nos invitaron a no quedarnos con nuestras penas, a acompañarlos en las suyas, pero no con los sollozos de la lástima, sino con deseo estruendoso de justicia, de paz… Es que ellos no ven el daño que hacen, por eso no responden. Son más que monstruos, más que animales, menos que hombres. Es que nosotros tenemos la culpa por atravesarnos en sus negocios. Familias que se gestan para hacer negocios no pueden tener como base el amor, ni como fin la felicidad, no son parte del Estado, sino de un gremio que va enlamando al país. Estas familias son a las que hay que atacar, por las que hay que sentir vergüenza, si no, todos acabaremos en el vientre de la hidra, o como miembros de una familia así.

Javel

Para seguir gastando:

El problema de la familia no está en los elementos que la componen, quién la integre, sino en el fin para el que se crea. Las personas de la comunidad lésbico-gay también pueden ser padres y madres, ya que ser padre o madre tiene que ver con el deseo de criar con amor a otro ser humano para que sea buen hombre o mujer. Si la ley imposibilita el bien, también es un negocio injusto.

El nihilismo escondido

En una lectura que Leo Strauss dio en 1941 en Nueva York, propuso, como un inicio muy superficial para empezar a pensar un problema muy hondo, que el nacionalsocialismo llegó a ser fecundo por la tendencia de los jóvenes alemanes de ese tiempo a aborrecer el prospecto de un mundo sin espacio para la grandeza humana. Según la perspectiva de éstos después de la primera Guerra Mundial, las ideas democráticas liberalistas eran débiles y apoyadas por minorías ignorantes, y los únicos argumentos persuasivos eran los de un comunismo de creciente popularidad que celebraba el cercano fin de la lucha del hombre contra el hombre, la paz perpetua conquistada por la organización técnica y la plena equivalencia de todos los habitantes del mundo en una sociedad completa e inevitablemente abierta. Tan convincente fue el discurso comunista, que persuadió a esta Alemania recién derrotada de que la predicción historicista era inevitable siempre que la civilización continuara su progreso. El horror ante lo que entendieron como la única posibilidad imbuyó a miles de jóvenes y adolescentes de un ímpetu destructivo contra la civilización que comprendía el proyecto occidental utilitario y, finalmente, los llevó del pecho hacia afuera a actuar sin ninguna visión positiva de la mejor vida. Tenían más bien frente a sus ojos, sugiere Strauss, la sombra que se proyectaba de negar que la vida digna pudiera continuar como estaba encaminada hasta ese entonces. Odiaron la hipocresía de los teóricos, la irresponsabilidad de los políticos, la decadencia de las costumbres. Su protesta moral se encauzó a través de la «más baja, más provincial, menos instruida y más deshonrosa» forma de nihilismo, y su prejuicio se alimentó del error de suponer refutadas todas las alternativas de vida por la superioridad que conferían a la forma contraria del proyecto occidental de educación progresista: su razón se convirtió en la devaluación y el desprecio de la razón, y al apoyar el despertar de un modo de vivir cerrado que destruyera el futuro, transformaron en el baluarte del mejor hombre al guerrero. La violencia vistosa se popularizó como virtud, fácil de señalar y encomiar, y así los peores vicios se escondieron del juicio honesto.

Hoy vale la pena atender la sugerencia de Strauss de que lo anterior es apenas un rasguño en la superficie del problema. Muchos de los elementos de la predicción comunista son más bien maneras de interpretar la promesa de la Modernidad de que la ciencia bien entendida mejorará para siempre al ser humano. El predominio actual del capitalismo no nos ha exentado de las copiosas caras de este anhelo. Una de las noticias que se repiten estos días y que con frecuencia se tratan como sorprendentes es la del alto número de jóvenes de países primermundistas que migran a oriente medio y se unen a la lucha contra la civilización occidental. No sería demasiado sorprendente saber que muchos de ellos no están principalmente motivados por su adherencia a la ley de Dios: la hipocresía, la irresponsabilidad, la decadencia, y también la deshonestidad, el odio, la violencia, los excesos y la exaltación del vicio, son constantemente señalados hoy en nuestras ciudades. La vanidad del mundo del negocio en efecto nos aqueja en lo político, y aunque esto se diga menos, también en la vida personal. La suposición de una superioridad moral ante esta figura de devaluación humana es una inflamación del ánimo indignado. Cuando germina en quien se cree justiciero, lo hace fácilmente un hombre sordo a las razones. Por eso el que encuentra virtud en la guerra cree que el discurso pacífico sólo puede ser uno, y sólo puede ser cobardía despreciable. El habla de la lucha de civilizaciones es también un modo preocupante de malentender un escenario polimorfo como poblado únicamente por dos bandos enemigos. ¿No es esta fiebre una erosión de la comunicación y un olvido de lo valioso? La indignación que motiva la negación de la vida actual y el deseo de esterilizarlo todo no es necesariamente un discurso religioso, así como la civilización no es necesariamente la ciudad del capitalismo progresista que desea conquistar la naturaleza. La plaga del nihilismo puede anidar en los discursos religiosos tan fácilmente como puede enmascararse una guerra de bárbaros con los nombres huecos del llamado profético, histórico, o evolucionista, a fundar civilizaciones, aunque para ello tengan que erradicarse a su paso todas las otras.

El Ocio Responsable

“El hombre maduro sabe mandar y sabe acatar mandatos.”

-Proverbio marinero

Hacer un elogio apropiado del ocio es de lo más difícil. No sé si siempre haya sido de la misma manera o si esta época prueba ser peor que todas las anteriores para ello, pero sospecho que se debe a la disposición de la mayoría de las personas para admitir un modo de vida distinto al más práctico. Cuando alguien escucha un elogio, en el más aciago de los casos, debe estar abierto a que lo que se discute tiene algo de bueno; pero vivimos en un mundo dominado por la idea de que el ocio es madre de los vicios (nunca de las virtudes), cuna del capricho, deleite de los vagos y guarida de los perezosos. Por el contrario, el trabajo duro es valorado como lo más importante de la vida, el hombre de negocios es modelo de excelencia y los más poderosos y tomados por mejores hombres también son los mejores negociantes. Evidencia de esto es que nuestra sociedad está infinitamente más dispuesta a decir que un buen hombre que hace lo que quiere es autoempleado, el objetivo de muchos, antes que admitir que es un desempleado, que suena hasta a insulto.

Mientras más dominante es el mercado como el modelo de organización de todos los asuntos vitales, obviamente también es mayor la inmersión de las personas en los negocios. Los negocios son mejores cuando son veloces, cuando son muchos, bien dirigidos y eficaces. Los negocios deben tener resultados visibles porque deben producir. El trabajo que no produce nada es inútil, y por tanto, se le toma por indeseable (apostaría a que pocos pensaron en la posibilidad de trabajo inútil y deseable). Ahora, por ejemplo, la palabra económico se usa como sinónimo de rápido y eficiente. Sin embargo, la maestría de esta técnica tiene un precio (como todo negociante sabe bien): consume el tiempo del exitoso empresario en el interés de todas las cosas que lo rodean y éstas lo alejan de cualquier pensamiento ajeno a sus negocios. Los primeros pensamientos exiliados son los que conciernen a uno mismo: es imposible conocerse bien a uno mismo sin pensar en uno mismo, pero como hacer tal cosa no produce nada, es tiempo desperdiciado desde el punto de vista práctico. Hay muchas cosas en este mundo que no tienen una buena respuesta cuando se pregunta “¿y eso para qué?” Todas ellas las desdeña el hombre práctico. El buen negociante tiene que desprenderse de la posibilidad de pensar en sí mismo demasiado, o en cualquier cosa que no sea útil. Este escrito, para empezar, ya es demasiado largo como para que merezca ser leído por un buen negociante. Obviamente, la sugerencia de que el ocio es deseable no vale la pena siquiera considerarse porque se pierde tiempo para el negocio.

Hay una consecuencia interesante de todo esto. A mi juicio, un adulto hecho y derecho es una persona responsable. Me parece que responsable quiere decir que puede responder por lo que hace y lo que dice, que puede enfrentar las consecuencias de sus acciones porque sabe por qué las hizo (hasta cuando las hace por equivocación) y, en caso de errar, está preparado para encarar el error de la que considere la mejor manera. Por supuesto, nadie puede ser completamente dueño de sus acciones porque nadie conoce el futuro; pero el responsable debe serlo en la medida de lo posible. Un hombre responsable vale tanto como vale su palabra y como vale su acción. Él es quien da cuenta de quién es, y también se da cuenta de quién es. Eso no se puede pedir de un niño porque las más de las veces hace cosas sin saber qué hace. Ya sea que interpretemos que “el impulso” lo domina, o simplemente que no tiene un juicio plenamente formado, el niño no es responsable de sus acciones porque al querer darse cuenta de lo que hace sigue sin entender bien qué pasó. Lo bueno y lo malo de sus palabras y acciones no es suficientemente evidente para él como para que tome decisiones, plenamente hablando. Resulta, pues, que el niño no puede actuar como adulto porque aún no puede juzgar y aún no puede juzgarse. El hombre de negocios, por su parte, se obliga a alejarse de pensar en sí mismo. Como ven, esto lo acerca más al niño que al adulto.

Un buen comerciante, un hombre práctico y productivo, suele actuar sirviéndose de una base para juzgar, misma que ha asumido por su educación tradicional o simplemente por el sitio en el que nació, pero no tiene el tiempo de someter esa misma base a juicio. Cualquier esfuerzo por hacer eso requiere mucho ocio. O sea, que no puede dar cuenta de sus acciones plenamente. Se ha dicho que en nuestros días la “adolescencia” se extiende por mucho más tiempo que antes, ¿no será ésta una buena razón para explicarlo? Una segunda consecuencia resulta de percatarse de que el hombre responsable “responde por sus actos y palabras” ante otras personas responsables. El adulto no puede ser responsable ante los niños; y no por desdén, sino porque ellos no entienden aquello de lo que él da cuenta. Regresando al punto inicial: hacer un elogio del ocio es responder por la vida contemplativa, pero si éste es el mundo dominado por los negociantes, tal elogio no tiene mucho sentido. El ocio es necesario para someter a juicio nociones como, por ejemplo, que el ocio puede ser indispensable para una buena vida. La negación al ocio sin derecho a juicio es parte de la tradición del negociante, es un prejuicio, y escuchar cualquier discurso que intente acabar con el prejuicio tomaría demasiado tiempo. Es una inversión inútil, y eso se nota en el hecho de que los negociantes hoy en día siguen produciendo muchísimo sin necesidad de valorar la vida contemplativa. Esta reflexión no les aporta nada.

Curiosamente, otro de los prejuicios tradicionales del negociante es que el adulto es el hombre práctico, y eso suele ser lo que se toma por madurez aunque quien tenga la supuesta edad para juzgar no se haga responsable de sus actos. En estas condiciones la vida responsable es confundida muy fácilmente por una vida infantil, porque el que juzga con este prejuicio mira la vida contemplativa y mira la vida del niño caprichoso y mira la vida del vago perezoso y no encuentra entre las tres ninguna diferencia. Como un adulto no puede responsabilizarse de sus actos frente a un niño, ¿cómo elogiar el ocio en nuestro mundo? Desafortunada o afortunadamente, supongo que este escrito sólo será leído sin desdén por los que ya desde antes estaban de acuerdo conmigo.

Respuesta a “Apología Nimia y sin Razón del Ocio” de la Cigarra

Como siempre que respondo, recuerdo al lector la importancia de tener presente el texto al que respondo. En este caso, el de la Cigarra. [Buscar vínculo abajo].

Por A. Cortés:

El título de la Cigarra nos dispone a leer una apología del ocio, y aún así, nos equipa sin dilatarse de razones para repudiarlo. La conclusión de su apología no es que el ocio sea bueno, sino que por ser indiferente a los juicios de valor ético, es tan malo como lo es el trabajo. ¿Y qué clase de apología es ésta? Su argumento, mucho más débil que convincente, pinta al ocio desde la perspectiva del negocio, y así, nos impone desde el principio de su interpretación como si fuera el “tiempo libre”. Es libre del trabajo, y por eso, se comprende que el ocio es solamente el residuo que queda de la vida normal en la que nos la pasamos haciendo lo que no nos gusta hacer. Por esto, nos dice la Cigarra, no puede pensarse que el ocio sea el padre de los vicios, porque no a todos nos gusta lo mismo, y por eso es más bien el gusto por lo enfermizo lo que engendra el vicio, no el ocio. Esta comprensión, según sospecho, está íntimamente vinculada a la confusión al respecto de lo que es el vicio.

No es cierto que un vicio sea la afición extrema a algo que merma la salud. Tampoco es cierto que la adicción sea el superlativo del vicio. Para empezar, porque los extremos no tienen superlativos, y para continuar por la perspectiva que nos compete, porque si entendemos que el vicio es predominantemente detrimento físico, es imposible explicar por qué es que el ocio debería ser justificado. Resulta en la vida cotidiana que el “tiempo libre del trabajo” es a la vista de cualquiera el momento para hacer lo que siempre se está queriendo hacer y que no se ha podido por estar trabajando; si en esta condición resulta que se dan los vicios, no importa si es porque a uno le gusta ser vicioso o si es por otra cosa, hay razones buenas y de peso para impedir que los hombres tengan la posibilidad de dedicarse a lo que los dañará. Desde la perspectiva de la salud pública tenemos dos caras: la saludable y la enferma. Y se debe hacer lo que se considere que conservará la salud. De ese modo, es evidente que vale la pena sacrificar unas cuantas horas de vacaciones si acaso eso garantiza que la población se mantendrá lejos de lasadicciones. El hecho de que haya quienes no se dedican a nada malo para su salud no es razón suficiente para pensar que los demás seguirán el ejemplo, o que no deben preocuparnos. Como hay razones para protegerse del vicio, y si se mantiene la salud en el trabajo, el ocio no tiene por qué defenderse ni conservarse. Como esta censura del ocio no dice que todos los ociosos siempre son viciosos, demostrar que existe quien no es vicioso en el ocio no toca en absoluto el punto importante. Entonces, lo que dice la Cigarra de “no es cierto que el ocio sea malo porque cuando yo estoy ociosa, sólo duermo y no hago nada malo”, no sólo es insuficiente y nimio, sino que no es un argumento razonable en absoluto. Su texto es, por lo menos, fiel a su título.

¿Y por qué sería digno de calificación moral el ocio, o la actividad en el ocio, si su influencia es con respecto al buen mantenimiento del cuerpo? Esto es lo que no se puede responder desde la perspectiva de la Cigarra. Si acaso el ocio debe de ser sopesado para intentar alguna justificación o apología, no debe de pensarse en qué sentidos no es dañino, sino en qué sentidos puede ser benéfico. Es notorio que en lo que se refiere a la salud no es posible más que, si acaso, como fomento del deporte, pero esta perspectiva también se refuta fácilmente diciendo que pocos decidirán dedicar su tiempo libre a ejercitarse en vez de vacacionar, descansar o dormir. Si el ocio tiene algo de bueno, es porque es la condición indispensable para que el hombre se dedique a lo más humano: la conversación.  O si se quiere, al arte (pues hay quienes defienden mucho este punto y no es éste el lugar para discutirlo). Eso es el ocio, no el tiempo que sobra, sino las condiciones humanas de vida en las que las necesidades más básicas ya no ocupan al hombre y, por tanto, puede dedicarse a todo lo que no le es común con los demás animales. Y esto no tiene que ver con que tengamos más o menos propensión a la diabetes.

No toda la actividad ociosa es buena, pero sí toda ella es digna de juicio moral. La –según la Cigarra- diabolización del ocio que se dedica al vicio no tiene nada que ver con un prejuicio supersticioso que malamente ataca la caída a la enfermedad confundiéndola con perversión; más bien, es el juicio que nace de la posibilidad de notar que los malos hombres actúan mal, y que la acción mala es evidente para la mayoría. Notamos que hay quienes son perversos. Los que notan que los viciosos se destruyen a sí mismos se dan cuenta también de que su destrucción proviene de la maldad de su acción, no de que les dé mucha tos, diarrea o enfisema pulmonar. Y por ello es tan importante reflexionar sobre las posibilidades humanas en el ocio, porque sólo en él es posible que las acciones más benéficas de los hombres se lleven a cabo, pero también es posible que en él se caiga en el vicio. El buen ocio promueve la virtud, que no es la salud sino la buena acción; y el mal ocio promueve el vicio, que no se parece a la adicción más que en la disminución de quien actúa mal. Finalmente, la reivindicación del inocente padre ocio no depende de lo que más nos gusta hacer, sino de lo que es mejor que hagamos. Si no vemos eso, entonces estamos –dándonos cuenta o no- de acuerdo con todos los partidarios del mundo del negocio en el que se debe erradicar por completo cualquier posibilidad de conversar sin trabajar, y con esta cancelación, acabar toda condición para dedicarse a algo distinto de lo que tenemos en común con todos los otros animales.

http://ydiceasi.wordpress.com/2010/05/22/apologia-nimia-del-ocio/