Aparición de la nostalgia

 

Aparición de la nostalgia

(Mi afición a Reyes I)

 

A 130 años del nacimiento

y 60 años del fallecimiento

de Alfonso Reyes

 

Adverbiando la vida te recuerdo. No estás aquí; mi mundo es más pequeño. Pasan los días, normales, rutinarios, tan pasajeros y de pronto aparece tu recuerdo. Miro el cielo nublado y en la despejada mente reluce tu ausencia. Atiendo a los ruidos que pautan la madrugada del insomne y solo oigo que faltas tú. Por la calle veo a todos los que no son tú. Mejor ya no hablo; intercambio simplemente lo necesario. ¿Qué es una vida sin adverbios? Nostalgia. Sorpresiva nostalgia. ¿Por qué?

         Copio el poema “Apenas” de Alfonso Reyes, compuesto en 1927, durante su estancia en Buenos Aires.

A veces, hecho de nada,

sube un efluvio del suelo.

De repente, a la callada,

suspira de aroma el cedro.

 

 

Como somos la delgada

disolución de un secreto,

a poco que cede el alma

desborda la fuente un sueño.

 

 

¡Mísera cosa la vaga

razón cuando, en el silencio,

una como resolana

me baja, de tu recuerdo!

 

Sencillo, como dice la mayoría de sus estudiosos, el poema es una pequeña perfección. Cumple a cabalidad, como es usual en él, las rimas y los acentos. Menos usual, casi contrario a la opinión general sobre la poesía alfonsecuente, es la intensidad desgarradora del poema. Nótese, si no, cómo resalta la estrofa central en la figura misma del poema: sólo una coma marca la pausa; el resto se acota como la nada, la callada, el silencio y el recuerdo. La nada y el recuerdo se anudan en el secreto del alma. El poema apenas sugiere el huracán interno.

         El verso inicial da la impresión de situarnos en lo ocasional, ese terreno incierto en que nos pasamos entre la sombra de la costumbre y el claro de lo inesperado. A veces pasan las cosas. Sin embargo, quien habla en el poema oculta el drama del mismo: no se habla de cualesquiera veces, sino de esas veces en las que uno se siente particularmente mal, en las que uno se encuentra personalmente solo, en las que a uno lo sorprende la nostalgia. Por ello, el segundo verso identifica lo que pasa a veces: sube un efluvio del suelo. La tierra huele, la tierra clama… pero no clama la sangre en la tierra, en el poema no se acusa ningún crimen. La tierra huele como cuando llueve… pero no está lloviendo. La tierra todavía nos sostiene cuando nos diluvia el alma. A veces, cuando lloramos, la nostalgia nos aparece como hecha de nada.

         ¿De veras podemos llorar como si nada? No se habla de la situación pesarosa de un hombre al que acaba de ocurrirle una desgracia. No es el dolor de un enfermo. Tampoco es la consternación de aquel al que le ha ido mal. Ni se trata del abatimiento del derrotado. El llanto hecho de nada es el de la ausencia. ¿Por qué?

         Quien habla en el poema se encuentra a la intemperie. En torno a él pulsa la vida. El cedro, vecino pero no prójimo, suspira. El cedro suspira calladamente. Quien llora, el triste, escucha su desconsuelo, oye una lágrima arar por la negrura de los ojos, siente el ahogo de sus suspiros. Pero no hay nadie allí, todo es silencio. Si el cedro está presente, no dice nada, no puede: suspira a la callada. Quien habla en el poema recibe el aroma del cedro vecino. Llorando, al suspirar, el aire pasa por detrás de la nariz y el cedro se presenta: madera y ámbar, aire libre y viento del amanecer, luna llena y un día juntos… Las notas del cedro enfatizan la ausencia: salífero llanto frente al aceite maderoso; la lluvia reaviva lo externo, el llanto escuece al interior. Un llanto hecho de nada; inhóspito es el llanto de la ausencia.

         La estrofa central es uno de los momentos de Alfonso Reyes que más admiro. El hombre cuyas letras me devuelven la sonrisa, el poeta que me templa cuando todo me excede, el escritor al que leo cuando todo va tan mal, quien me pide recordar a mis amigos, quien me invita a no abandonar la civilidad, el literato que me hace vivir otro tanto con gusto presenta nuestra existencia como “la delgada disolución de un secreto”. ¿Por qué?

         La estrofa central comienza con la apariencia de una explicación. Quien habla en el poema y recorre el mundo llorando la ausencia y sintiendo la vida circundante, quizás indiferente a su pena, quiere comprender su propia situación. Se sabe triste, pero quisiera claridad sobre su propia tristeza. ¿Cómo es que de pronto a uno le vuelve el llanto? ¿Cómo es que la nostalgia escapa al propio control? ¿Cómo es que el ajetreo diario es insuficiente para disipar el peso de la ausencia? “Desborda la fuente un sueño”, señala Alfonso Reyes. La nostalgia aparece súbitamente cuando al alma es claro lo que pudo ser… Quizá la ilusión de controlarse plenamente es una renuncia a las claridades del alma. El conformista no necesita nada claro, sólo algo cómodo. El realista no ama la claridad, sólo la diferencia. El apocado prefiere la penumbra que justifica sus miedos. Sólo cuando se quiere saber la verdad de uno mismo al alma se le acosa con claridades y la fuente le desborda sueños: fe después del pensar, ha dicho Antonio Machado. Sólo cuando se quiere saber la verdad de uno mismo es posible descubrirnos como la delgada disolución de un secreto. Somos el secreto de nosotros mismos para nosotros mismos. Somos el secreto de nuestra vida junta. Somos el secreto que se deshila por las cisuras del llanto, las estelas de la alegría, los pliegues de la ilusión y los cauces de la esperanza. Somos la delgada disolución de nuestro propio secreto porque al conocernos abandonamos las seguridades, flotando apenas por encimita de la verdad. Saberse es siempre apenas. Saberse es ser misterio.

         El personaje del poema, lloroso y nostálgico, se sorprende de sí, del recurso de su razón. ¿Acaso no había planificado ya los modos en que podría sobreponerse a la ausencia? ¿No es verdad que se había trazado la estrategia para los momentos de debilidad sentimental? ¿Acaso no se tenía una salida de emergencia por si el alma volviese a ver apenitas la verdad? Razón miserable la del que cree controlar la verdad. Vaga razón apenas la que cree disponer plenamente del mundo. En el silencio, sin ninguna razón contrapuesta que ponga en duda la disposición, el personaje en el poema descubre la limitación de sus planes. Sí, la seguridad que esperaba habitar evitando el recuerdo se ha mostrado falsa. Desolado ante la derrota de su razón, el personaje del poema se arrincona en el frío del obstinado: abandonados quedaron sus planes, helada quedó su astucia. Oponerse a la verdad es autoengaño. Pero incluso ahí, en su obstinación, donde está desolado, donde la nostalgia se muestra plenamente inhóspita, aparece la resolana del recuerdo. Tu presencia evocada por mi memoria es el cálido abrazo de la esperanza. La nostalgia hiela el alma; el recuerdo apenas la conforta. ¿Podemos vivir entre recuerdos? A veces los recuerdos son como llamados, como la humana nostalgia de quien no quiere perder la esperanza.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Importantes las aclaraciones de Manuel Cluthier sobre la manipulación del expediente que el CISEN elaboró en torno a su padre. El régimen de la simulación da nombre de transparencia al maquillaje. 2. «Repitiendo siempre las mismas frases como si fueran sublimes hallazgos de sabiduría, vanagloriándose constantemente de su teatral humildad, sermoneando diario a la República sobre el camino de la santa virtud y la verdadera felicidad, insistiendo en que en su voluntad radica un poder mágico que cambiará la historia de la patria, fustigando a los demonios y a los pecadores, el Presidente empieza a convertirse en una figura tan cautivadora como un tele-evangelista». Jesús Silva-Herzog Márquez 3. Jean Meyer reflexiona sobre los antagonismos que sustentan el ascenso populista: en el mejor de los casos se crea una nueva «mafia del poder», en el peor de los casos una dictadura «popular». 4. Aunque para María de Jesús Patricio, excandidata presidencial del Consejo Nacional Indígena, la estrategia del nuevo régimen es la imposición totalitaria, cual puede verse en el plan de desplegar a la Guardia Nacional en las regiones indígenas para imponer los proyectos «progresistas». «Tenemos que estar preparados para lo que sea», concluye Marichuy. 5. «Si el totalitarismo te preocupa, salir de la dinámica política, crear espacios de arte, espiritualidad, cultura e individualidad sin otro fin que ellos mismos es una forma audaz de la resistencia», señala Emilio Lezama.

Coletilla. “El poeta no es el que escribe versos, es el que mira poéticamente”. Javier Sicilia

Sellos en alumnos

Con ojos infantiles siempre hallé cierto encanto en los maestros. De niño recuerdo cuando un sello calificaba las virtudes y vicios de cada estudiante. El loro era para el más hablador; el mono para quien gustaba columpiarse entre las filas; el burro para quien arrastraba sus patas en el camino del conocimiento; el marrano no era para el más glotón, sino el que hacía de su cuaderno un chiquero. Aparte de los conocimientos puestos a prueba, los docentes valoraban la conducta. Creían que la comida podría ser una distracción o la suciedad en la tarea sería una mancha en la disciplina. Además de sellos punitivos, también había otros que nos reconocían positivamente. El búho para quien trabajaba amparado por Minerva, el estudiante que sobresalía por su tenacidad recibía una gacela bizarra.

Personalmente, recuerdo que en Inglés también se utilizaban esos sellos (obviamente con leyendas en dicho idioma), mas ésa no era la mayor presea.  Durante varios años aquel departamento organizaba el Spelling bee, concurso basado en el deletreo de palabras. En las versiones televisadas, en Estados Unidos, el público es americano, a lo largo y ancho del país; aquí la invitación era abierta y usualmente asistían nuestros papás. Yo tenía una rival un año mayor a mí. Tenía cabello rizado, ojos chiquitos y rasgados, mejillas circulares y una piel bonita de blanco. No recuerdo bien el marcador final, sin embargo creo que ella acumuló más triunfos. Su madre siempre la presumía, era su orgullo, incluso al grado de fastidiar a sus amigas. Al terminar, supongo, su entusiasmo no cabía cuando su hija ganó la beca para el Tec de Monterrey. Cursó la preparatoria y terminó ahí su carrera. El par de veces que lloró por calificación, el empuje de su madre, el amor por el triunfo, la graduó en una de las tres universidades más reconocidas del país.

La escuelita me arropó en el sendero a la excelencia. Nunca me sentí con suficiente flaqueza para abandonarlo. Los elogios, cumplidos, porras, dieces y, por supuesto, sellos, siempre me impulsaron al cumplimiento de mis metas. Al menos las escolares. El trabajo en conjunto entre alumno y docente rinde frutos. Las fustigaciones en tinta coadyuvan a la disciplina y motivan a aclarar el entendimiento. Si es sumamente significativo el acceso por imágenes en los jóvenes, mis tareas y dictados evaluados bajo sellos debieron haber dejado una impresión alentadora en mí. Junto a esto, festejar los cumpleaños eran lapsos que rompían de manera excitante la rutina. El maestrito repartía pastel y gelatina a todo mundo (subdirectora,  secretarias, otros profes, señoras de limpieza, el resto de mis compañeros). El receso no era el mismo y trocaba en una fiesta infantil. Trabajo y recreo, esfuerzo y juego, rectitud y relajación. Entrando a la universidad, perdí mucho de este encanto. A pesar de que mis ojos se tornen acuosos, es inevitable voltear a mi  primaria y secundaria con nostalgia.

Espejo a media noche

Espejo a media noche

 

Al amainar la lluvia, la gota de un suspiro inunda neblinosa la tristeza. De pronto el claro: sólo vaho paciente a la intemperie. Y apenas media noche…

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Héctor de Mauleón presentó la historia del «Comandante Fierro», el hombre detrás del aumento de la violencia en Colima. 2. Algunos dirán que es estilo personal, yo creo que se trata de convicción democrática: periodista censurado que sale de una estación de radio y que en lugar de ponerse al centro a protagonizar el drama persecutorio aprovecha la atención pública para reflexionar sobre el estado actual del periodismo, de la radio y las condiciones políticas que favorecen la censura. Lean a Leonardo Curzio. 3. Entre las iniciativas rousseaunianas tras el terremoto del pasado 19 de septiembre, cabe destacar doblemente una de ellas dedicada a verificar la información compartida en redes sociales de manera que fuese posible distinguir las fake news de las notas reales. Me llamó la atención que al grupo de verificadores no le interesara verificar las versiones que afirmaban «el rebasamiento del gobierno». Las sospechas se me hicieron más fuertes al leer el sábado 23 las dos notas principales de La Jornada, una en que se mentía sobre la esposa del señor que ostenta el puesto de gobernador de Morelos y otra «nota» editorializada como «el gobierno rebasado ante la tragedia». Proceso del 24 siguió con lo mismo. Para los días siguientes los verificadores no se interesaron en verificar la información. Y el pasado 11 de octubre, cuando un señor adinerado presentó el informe de sus donaciones (o para ser más preciso: de lo que sus empresas recaudaron en donaciones), la sentencia del multimillonario fue que en el sismo «el gobierno se vio rebasado», que por ello «la sociedad se organizó sola». Y no sólo se dejó su afirmación sin verificar -como ya había pasado en enero-, sino que al día siguiente me encontré con toda una carta de amor revolucionario en el sitio progre de una romántica irresoluta. A qué don Carlos, tan transparente en sus donaciones y tan opaco en sus campañas mediáticas. 4. ¿Ya vieron el programa de La ciudad de las ideas? ¿Ya vieron la promoción «humanista» del Yunque? ¿Y vieron que entre los invitados está un empresario que, ¡chin!, es aliado de AMLO? Insisto: no se trata de ganar, sino de posicionar la agenda.

Coletilla. Segundo encuentro «Libertad por el saber«. En esta ocasión dedicado a las revoluciones: mexicana, cubana, rusa, pero también a Darwin, Lutero, Bach… Y si no pueden ir al Colegio Nacional, hay transmisión en vivo. Y si no pueden verlo en vivo, podrán verlo en Youtube después del evento.

Los duelos de la memoria

No recuerdo cuando comencé a beber café sin azúcar. Sí recuerdo que mi motivo no fue seguir ninguna moda, sólo deje de endulzarme mi bebida predilecta para ahorrarme unos pocos pesos al mes. Beber café en la soledad de mi lectura siempre me hace evocar los ágiles diálogos en los que mi reflexión fluía más rápido que las palabras febriles, aquellas que siempre querían colocarse en el centro de lo discutido.  Recuerdo y veo todo lo que fue, lo que dicen que lo constituye a uno. Pero principalmente veo todo lo que pudo ser, lo que quise que fuera, lo que hubiera sido. Observo las brumosas imágenes de aulas repletas de ideas, momentos donde algo más siempre pudo constituir a todos los escuchas. Los intereses individuales siempre amurallan la conversación colectiva. Elegir el éxito en vez de lo mejor destruye la comunidad. El pasado nos revela el inicio de la nostalgia. Pero del presente también se mira hacia delante, hacia el futuro: a lo que puede ser, a lo que se quiere que sea y a lo que será.

Es impresionante todo lo que se puede aprender al leer relatos coloreados de la grisácea nostalgia. El pasado parece estar mejor delineado, tener límites claros, llevando a no pocos a vivir su presente con las enseñanzas de la vida pretérita. Pero las condiciones presentes y pasadas, lo que condiciona nuestra vida, se ven impedidas por factores, a veces, incontrolables. Cuando el pasado se mira con luminosidad, le roba colores al presente, o el presente se los otorga sin demasiada resistencia. El futuro, hermano menor del pasado y el presente, siempre pasa desapercibido, su forma no se muestra definida y siempre nos parece irracional. Pero el futuro no prescinde de sus hermanos mayores. Conviviendo con los tres hermanos estamos los hombres. El de alma joven quizá vea mayor el futuro que el pasado; el de alma veterana tal vez verá casi todo como pasado. Todavía se puede dialogar. Todavía queda tiempo.

Yaddir

Fotografía de una calle

Todo empezó con una fotografía. «Si tuviera suficientes fotos –pensó el genio inventor Elpisiano Anquilón–, podría imaginar toda la calle». Esa noche se la había pasado contemplando la vieja fotografía en la que se apreciaba uno de sus tíos cuando era niño, corriendo en el patio de ésta que ahora era su casa (el tío se había mudado ya hace mucho), y en cuyos bordes se alcanzaban a adivinar porciones de la calle. ¿Cómo habría sido? Algunas cosas no existían ya, como esa maceta o aquella base para alimento de pájaro; pero muchas otras se veían aún: la acera, la casa del vecino de la izquierda (sin su remodelación, claro), el modo en que se inclinaba el Sol. Había tratado de hacerse una idea por horas sin descanso ni fruto de qué demonios había en la esquina de su cuadra en ese entonces. Esa noche fue la que tuvo por primera vez la idea: «Si tuviera una fotografía como ésta, pero de cada posible punto en la calle, podría imaginarla entera».

Por alguna razón, mirar a su tío con la playerita blanca e imaginar a su madre metida en la casa, teniendo las preocupaciones que hayan tenido en un día de hace tantos años, tal vez ayudando a hacer de comer la sopa de habas que hacía su abuela, lo hacía sentir una nostalgia pesada como un ancla. Estaba seguro de que los ojos de ese niño no tenían la tristeza de estos tiempos. «En ese entonces había esperanza. En ese entonces creían que estaba en sus manos mejorar las cosas; ahora ya es tarde, ya ningún niño tiene esos ojos», pensaba. Cómo le habría gustado estar allí, y no aquí –que eran el mismo lugar, dicho de paso–.

Esa noche encendió la hoguera. El ingeniero Elpisiano se dirigió meses después a todos los inversionistas que pudo encontrar con su idea. Ésta era más ambiciosa que los mapas satelitales, más costosa que los viajes virtuales a los museos importantes, más completa que todas las descripciones de todos los Atlas de todos los tiempos: un lugar virtual exacto. Contendría la imagen completa de todos los sonidos, aromas, colores, texturas, circunstancias, efectos, rincones, secretos… en general, haría acopio de todo lo que los armatostes ingenieriles pudieran captar para grabar en un instante la calle de su casa y poder mostrársela a sus hijos y nietos exactamente así como era hoy, sin importar el momento del tiempo en el que estuvieran. Siempre que quisiera podría caminar ese día y revivirlo. Nunca más se perderían en las voraces corrientes del reloj los eventos que hacían a esa casa ser lo que era, ni a él ser lo que era entonces. Entonces sería siempre.

Pero el proyecto no terminó allí. La idea, que casi de inmediato maravilló a las grandes compañías que lucraban con la nostalgia de los inadaptados al veloz cambio de las grandes compañías, fue reforzándose, cada ola más poderosa, cada ventarrón más voraz. Del mercado de las interacciones por internet pasó a enamorar a los historiadores (que suelen sentir amor por pocas cosas), a los científicos, a los gobernantes de los países predominantes, y al mundo entero. Conforme esta empresa avanzaba, la dureza del presente parecía doler más y más. Ya no quedaba mucho, y lo sabían bien.

El mapeo global de cada calle de cada ciudad de todo el mundo tardó tanto tiempo, que para cuando terminaron la primera muestra de imagen completa en sus tres dimensiones, ya habían pasado cincuenta años de que se tomaron las primeras fotografías de la calle del ya entonces difunto inventor. Pero su legado estaba por fin en las manos de todos, tal como lo soñó. Miles de millones de seres humanos de todo el planeta pudieron experimentar durante todas sus vidas el seductor placer de transitar las calles de un mundo que no era el suyo, de una época en que las cosas eran más sencillas, cuando los ojos de los niños aún brillaban y los padres confiaban en el porvenir; antes de que todas las compañías internacionales se volvieran mucho más poderosas que los países mismos y que El Sistema (tan odiado por todos) gobernara cada movimiento de sus vidas con sus lazos invisibles e impersonales. Por fin todos los miembros de la unida humanidad pudieron descansar en las tranquilas calles de un tiempo antes de que los grandes inventores hubieran hecho del mundo un lugar detestable, inerte y sin esperanza.

Braúl de los recuerdos

Y si me hundo en mi nostalgia, ¿quién habrá de sacarme ahora?

¿Y si me pierdo en el olvido, quién me hará recuperar el camino?

Porque dos mil cinco era el año y septiembre corría, un jueves llegaba y veintinueve era el día…

Hiro postal

El Jardín de Adán

Antes de juzgar la labor del jardinero como un trabajo fácil, o indigno por exigir un constante contacto con la tierra, habrá que preguntar a Adán si el cuidado de un jardín es efectivamente un quehacer sencillo.

Como único habitante capaz de darnos razón sobre las maravillas que componen al jardín más famoso del mundo, él nos podrá decir si lo que ahí se encuentra es digno de ser observado constantemente. Es verdad que Adán no sembró el jardín en el que vivía antes de conocer la paternidad, pero también lo es que lamentó amargamente la pena de tener que abandonarlo.

Pero aún cuando no sembró el jardín sí cultivó sus frutos, sí los nombró y cuidó de todo lo que en él había, estaba realizando un buen trabajo hasta que dejó de ver el jardín completo por concentrarse sólo en la presencia de un árbol.

Hay quienes son injustos con el jardinero que colocó a Adán en el jardín, dicen que su capacidad para cuidarlo era poca y que la responsabilidad que implicaba dicho cuidado era demasiada para los frágiles hombros del hombre que saliera del barro.

Pero la confianza del jardinero en el cuidador no es vacía, ni está llena del amor que ciega a los padres que ven en sus hijos un cúmulo de perfecciones y ninguna ausencia de las mismas, aún cuando Adán debió salir del Edén, éste sigue llevando algo del mismo consigo.

Eso que lleva con él, es lo que le hace sentir nostalgia por el jardín, y es lo que hace que sus descendientes pretendan tenerlo cerca, aun cuando no se han mostrado del todo dignos de regresar al mismo, y que siempre realicen ensayos para traer de nuevo las delicias del jardín a su lado.

Lo que no ven quienes pretenden esto último es que es imposible tener a la mano un bello jardín cuando se ha despreciado a todas luces el trabajo del jardinero, y sólo se confía en quien incapaz de cuidarlo debió dejarlo por su interés en contemplar otras cosas que van mucho más allá del Edén mismo.

Maigo.