Días sin ruido

Pocas veces escucho un silencio tan largo. Quieto; casi imperturbable. Vivo en una gran ciudad, así que el ruido se ha convertido en una canción de cuna. Si alguna reunión se pone muy ruidosa, comienzo a cerrar los ojos sin control.  Dormir sin ruido es difícil. ¿Qué pasa afuera que provoque tanta calma?, ¿qué estará por pasar? Algo se está tramando, parece sugerir la quietud del silencio.

La cuarentena trajo al intrusivo silencio como invitado recurrente. Acrecentó la incertidumbre del virus. Si tuviéramos ruido, actividades por hacer, discusiones que encender, tal vez sería más llevadero el encierro. Pasó así con la influenza. Pese a que contamos con una vacuna, desafiamos al virus por tener cosas más importantes que hacer en lugar de tomarnos un momento para ir a vacunarnos. Temo que así suceda con el Covid-19: cuando contemos con una vacuna, creeremos que ya lo vencimos. Volveremos a sepultar el silencio.

Niños corriendo, preocupándose por no ser alcanzados o queriendo ser los primeros en llegar a los juegos, padres vigilándolos a la distancia, contentos por lo alegres que están, disfrutando de una soleada tarde en un parque. La descripción cambia, pero debajo de la imagen siempre se recuerda lo felices que éramos y la ignorancia que sobre ello teníamos. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. La felicidad parece perderse por no saber disfrutar lo pequeño, por ambicionar lo absoluto. Pero otras imágenes, el tráfico en su apogeo, grandes concentraciones de personas, gente disputando un asiento en el subterráneo, el smog entrando tranquilamente por nuestra nariz, se burlan del estrés cotidiano; también señalan que antes éramos felices y no lo sabíamos. ¿No hay felicidad sin malos momentos como no tenemos ruido sin silencio? No es que todos fuéramos felices por poder usar de los espacios públicos, simplemente podíamos salir. No éramos libres, simplemente no estábamos encerrados.

¿Extrañaremos el silencio cuando regresemos al constante y sonante ruido?, ¿buscaremos desaparecer el silencio para olvidar las sensaciones desagradables que experimentábamos por estar involuntariamente encerrados, a veces con muchas personas, a veces totalmente solos? (Los que más extrañan el ruido presumen que beberán como si intentaran terminar con todo el alcohol del mundo y no dirán que no a nadie ni a nada). ¿Recordaremos algo en específico de los días de confinamiento o ninguno tendrá nada de especial? Tal vez, al no tener ni un momento de paz, haya quien diga: “el encierro no era tan malo, y no lo sabíamos”.

Yaddir

 

Tiempo libre de responsabilidad

 

¿Cómo saberlo, cómo sacarte de la multitud
del tiempo, de los apretados espacios, ponerte frente a mis ojos como un discurso impreso,
como una tinta fluvial en las venas del mediodía?
–David Huerta, Incurable

Uno, primero, no puede realizar una actividad significativa en sí misma,
excepto con una actitud de apertura receptiva y de silencio atento.
–Josef Pieper, Trabajo, tiempo libre, ocio

Vive en la vanidad quien se abandona. Para éste, la vida es sólo para sí misma, como si no fuera él mismo. Deja que ella, aparte, se viva sola. La vanidad está hinchada en el mundo del mercado, donde la dedicación predilecta es negar al ocio. Se le niega por principio. Aparte, no concede discusión porque lleva prisa. Asunto decidido, a lo que viene. Claro, el mundo del trabajo no es el mismo que el mundo del mercado, aunque lo incluya. Se trabaja por necesidad, pero no es necesidad que lo único que haya en la vida sea trabajo. Quien comercia incluso con su vida es presa de la necesidad y por eso no puede ver otra cosa sino lo trágico: hasta la decisión está en manos del destino. La vida es un solo viaje efímero: nacimos cuando se soltó la catapulta. Pero se engaña quien piensa que, una vez observado este problema, es fácil vivir el ocio estando inmersos en el mundo del mercado.

El que pronto quiere escapar de la fatiga del trabajo recurre al tiempo libre como si fuera ocio; pero no lo es. El tiempo libre es la sombra del ocio que el mundo del mercado ofrece al que tiene la liquidez económica para consumirlo. Hay de varios tipos, tamaños, colores y presentaciones según el gusto (cuya infinita variedad es culpable de haber roto miríadas de géneros), y según las posibilidades del bolsillo: gimnasios, balnearios, cuadernos para dibujar mandalas, vueltas al mundo, guías turísticas, libros, paquetes de masajes, futbol en la tele… Es una sección del mercado, una muy importante, muy útil. Sin tiempo libre, el que negocia truena. No sólo eso, el negocio truena también, lo que es mucho peor para el mercado. El que trabaja todo el día requiere tiempo libre para descansar, relajarse, divertirse y distraerse. En suma, necesita preparar sus fuerzas para seguir trabajando. El tiempo libre es requisito laboral, entonces es para el trabajo, para el negocio. Es subordinado, es parte del mundo del mercado. El ocio, en cambio, no está dedicado a nada que no sea la vida. En este sentido, el ocio se dedica a sí. El ocio no es un estado, ni siquiera si queremos revestirlo de honores y decir que es el estado propicio para, con él, dedicarse a los asuntos más elevados del espíritu. Esto es un engaño: el ocio no es para nada más, no es útil. El profesional que se hace un cachito en su agenda para tener el ocio que necesita para reflexionar hondamente, sigue confundiendo ocio y tiempo libre, buenas intenciones aparte. Vive en la vanidad. ¿No es su agenda sino un reflejo a escala del peso trágico de la necesidad?

¿Dónde ve uno, entonces, al ocio? Josef Pieper piensa que se encuentra en la creación artística. Tiene sentido, porque en la dedicación artística el ser humano reconoce, y celebra, la vida por cuanto ésta es mucho más que el día de trabajo; en ello, él mismo se celebra como mucho más que trabajador. Me gustaría pensar en otra posibilidad también: la responsabilidad. Responde sólo alguien que puede vivir entre palabras, o dicho de otro modo, responde el ser de la palabra. Sólo éste pregunta. Si miramos al otro como responsable es porque nos responde, y esto es únicamente porque es nuestro interés y a su palabra podemos dirigir nuestra pregunta. Hay algo que queremos saber de él. Sin juicio nadie puede ser responsable ni esperar respuesta tampoco. Sin palabras no tienen caso las preguntas. Las bestias «no son responsables de sus actos», como solemos decir: no tiene caso preguntarles nada. Más aún, nos sabemos implicados, tanto en lo que se pregunta de nosotros cuanto en lo que respondemos. Hay modos peculiares de preguntar y responder en toda comunidad, distintos por multitud de causas. Con los otros nos damos en la palabra. ¿Y qué tiene todo esto que ver con el ocio? Que el obscurecimiento, cada día más profundo, entre el ocio y el tiempo libre, depende de que creamos que hay tiempo que es únicamente nuestro, que es nuestra potestad administrarlo, y que en su neutralidad ejercemos la libertad de recrearnos como nos dé la gana. Nos sentimos poderosos viendo en nuestras manos el cuchillo para repartir las cronométricas rebanadas. El ocio, en cambio, debe pensarse de otro modo: se vive el tiempo, no se le usa como lote o como predio. Interesarse en el otro se hace a su tiempo, y en ello es que no se puede uno hacer responsable ni de sí mismo ni de otros sin ocio. No es susceptible de prisa ni de aceleradores. No es una reacción que requiere catalistas. Nadie puede apurar la amistad. La responsabilidad es admisión de la razón; como tal, sólo puede encontrarse en el cuidado mesurado por la palabra. El trabajo nos distrae de nosotros mismos, pierde la palabra, y en su exceso la tergiversa, desprecia la razón. Estas cosas son invisibles para el que está trabajando porque su atención está en lo que tiene a la mano, en la tarea enfilada, en la secuencia del producto. El hombre responsable se encuentra a sí mismo en los otros, y viceversa, a su tiempo.

En la responsabilidad puede uno encontrar el ocio porque es una forma de la vida en la palabra, del encuentro con que uno es más que uno solo. Esto, por su parte, ilumina que el ocio sólo puede vivirse si no estamos solos. En la acción de la razón nos presentamos: por un lado, dándonos a quien se pregunta por nosotros y por el otro, preguntando por el otro. Sería atrabancado pensar que la responsabilidad es cosa fácil en el mundo del mercado, claro. Si a algo nos ha acostumbrado el mundo del mercado es a rehuir de la responsabilidad, aunque sea la que así se entiende hoy, y aunque sea fugazmente, en la ilusiva desconexión de la vida durante el tiempo libre que tanto bien le hace a nuestra salud. «Responsable del área de recursos humanos», le decimos al que tiene el puesto en la compañía. «Fulano es responsable de esto, nos encargaremos de encontrarlo donde sea que se esconde para que enfrente la justicia», se dice del criminal que no tiene la entereza de mirar a nadie a los ojos, pero que bien que hizo lo que sabemos que hizo. «Menganito es muy responsable» se ufana la mamá de Menganito porque hace todo lo que le dicen los profes en la escuela, sin rechistar. Estos días es fácil llamar responsable al que puede llevar a cabo una tarea eficazmente. No olvidemos, sin embargo, que nada especialmente digno hay en esto, que para lo mismo se inventó la palanca. Y la palanca tan bien puede prensar los tipos entintados para hacer libros, cuando puede cimentar una fatal catapulta.

Que siga el juego

Que siga el juego

El principio: En el número 86 de la extinta revista Vuelta, Gabriel Zaid presenta una investigación ociosa respecto de una curiosa cantina que lleva por nombre “Las quince letras”, advirtiendo que esa oración es autorreferencial. Además de señalar esta peculiaridad, comienza a investigar si se pueden formar más oraciones de este tipo, encontrando que tanto “Las dieciocho letras”, como “Las diecinueve letras” son igualmente referentes de sí mismas. Termina aquel artículo diciendo que esto, seguramente fue encontrado por “un ocioso entretenido en este enigma. Como tú, mi querido lector.” Como si tratara de decirnos que el ocio es ocasión para comenzar a poetizar, aunque sea de una manera que pudiera parecer simple.

Simples también son los juegos, pero con una carga de seriedad y responsabilidad en ellos, porque hay reglas que seguir. En respuesta a esto, Ululame Gonzales de León, escribe referente al artículo de Zaid en el número 88 de la misma revista, una respuesta a la investigación de su compañero, que llama Con ganas de jugar. En ella expone cómo el ocio de Zaid, la llevó a intentar otras formas en las que las letras que hacen las palabras, fueran autorreferenciales, encontrando fórmulas como: En doce letras; Mis letras son veintiuna; Escribo veintidós letras; Me forman veinte letras; Aquí leerás veintiséis letras. Termina diciéndonos que seguramente hay más casos, pero que se siente satisfecha de haber encontrado éstos y otros que ya no cito. El ocio también implica esfuerzo y satisfacción, nos sugiere Ululame Gonzales de León.

Este juego ocioso se va extendiendo por más números de la revista. En cada uno, poniendo reglas más estrictas; primero toma la forma de un soneto que compone muy bien el ocioso instigador (Gabriel Zaid). Ese soneto se llama Las 400 letras (número 89 de la revista). Zaid invita al final de esa entrada a escribir una décima, arguyendo que por su estricta figura, es màs difícil. Ya para estas alturas el deseo pide tomar el lápiz e intentarlo. Ululame le contesta primero con dos sonetos que contienen 300 letras cada uno y otras tantas letras en verso, que hacen referencia a la cantidad de letras que los componen, pasando por las 300, 100, 80 40 y 37 letras. A partir de las revistas 91 a 97, la revista ofrece las respuestas que lectores y colaboradores dan al reto zaidiano.

Zaid nos mostró en la práctica, que, como él mismo dice: La inspiración creadora no sólo hace versossopla y lo mueve todo.

El otro inicio: Todo lo que te he contado, lector, lo supe por gracia de la amistad. Namaste Heptakis me enteró de todo esto, pues fue él quien me presentó los artículos donde vienen tan emocionantes juegos. Y yo, queriendo participar de ellos, he intentado hacer una décima y éste fue el resultado:

1   En doscientas letras poso    22

2   alguna breve ofrenda           18

3   que doy para que se entienda 23

4   que en verdad el ingenioso  22

5   mueve todo con un verso.   19

6   Hablo del sabio Gabriel     20

7   Zaid, que bondadoso él     18

8   creó un ocioso reto           16

9   que mueve los intelectos  21

10  para pulirlos con pincel.    21

                                                    200

 

Ahora te invito a ti a participar con una décima autorreferencial. He de confesar que yo comencé al revés, pues Zaid sugiere que la última línea sea la referencial y diga algo así como: “y verás que son doscientas”.

Javel 

Rutina

La rutina no es cansada, lo que cansa es la falta de alimento para el alma.

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El ocio de los amantes o tres veces el ocio

El ocio de los amantes o tres veces el ocio

Hay que notar que el ocio es, ante todo, un momento en el que se desarrolla el amor hacia la libertad –y quizá más pedagógicamente, el momento en el que se descubre el amor conducido por lo bello, bueno y verdadero. Incluso hoy, en toda la parafernalia de las iniciativas a favor de la recreación moderna, está como su columna de apoyo la idea del ocio como posibilidad de desarrollar la libertad. Libertad que ellos adornan con el adjetivo de “creadora”. Esta última palabra es la que más engrosa las filas de los ociosos hoy en día, pero también es la que más problemas ha causado en el ejercicio del ocio. Si bien es cierto que es muy común pensar en el artista como el mejor logro de la ociosidad, no es agotable en él esta actividad.

Pensar al ocio en los términos anteriores, nos lleva a exigirnos tres planteamientos que tendrán que desembocar en un solo cauce. A saber, estas cuestiones son: el ocio, la libertad y la creación. El remanso es la vida contemplativa, y la desembocadura, la buena vida; que muy seguramente son sinónimos. Hay que notar una característica más que nos ayude. El ocio como ejercicio de libertad y de creación, está envuelto hoy en día por una particularidad del espíritu humano: la autonomía y el deseo de poder, o en otras palabras, por lo que se busca recurrir al ocio es por el progreso individual. Así, aparece el gran problema:

El motor que impulsa al hombre a dedicarse profesionalmente al ocio, es la economía. Pero acaso aún no es notoria la contradicción de estas almas embebidas en el deseo de lujo y poder. Terrible es que aún no hayan notado que todo asunto, hoy día al menos, que involucre dinero, puede ser agrietado por la corrupción. ¿Cómo se puede corromper al ocio? Alejándolo de su fin rector: Formar hombres que amen la libertad. La libertad ha sido el ideal de todos los hombres, al que la mayoría le dice vida justa o feliz. Todos los antiguos mostraron que estos asuntos son difíciles, pero bellos y buenos. ¡Qué maldición para nosotros que deseamos todo sin hacer mucho, o mejor, nada! No es difícil ver desde aquí por qué el temperamento del hombre ocioso ha de ser parecido al de un amante que no consigue del todo a su amada. Pues un hombre así no flaquearía de su intención, ni tampoco la buscaría por caminos por los que desmerezca su amor, y que, lo más importante, denigren la imagen de la bien amada. La vida del ocioso ha de estar llena de esta inflamación en el pecho y la cabeza, para que le atormente dulcemente la búsqueda; y para que le endulce virilmente el encuentro. Pero hoy más que nunca, el hombre está dispuesto a vender al amor de su vida por el poder que da el dinero. El hombre que haga esto y se diga ocioso, ha de ser llamado perverso. Cuando la creación se prostituye, no sólo la libertad, también la posibilidad de la felicidad muere con ella. Cuando el ocio se corrompe, el hombre deja de ser digno de la creación.

El dolor que causa esta indignidad en los hombres aún preocupados por la felicidad (que somos todos), los lleva a preguntarse lo que todo hombre se cuestiona –o debería preguntase– alguna vez en su vida ¿Estaré haciendo bien las cosas? ¿No será que vivir se trata de algo más que el poder? Esta crisis moral de la que nos percatamos en un momento de ocio o de reflexión, es la prueba más patente de que éste no es un asunto de los artistas solamente, pues todos buscamos ser buenos y felices, o como si dijéramos, todos queremos ser partícipes de la bondad de la vida. El ocio permite esto. Así, el actuar del mejor de los ociosos nos muestra que el alma de los hombres no logra alcanzar la felicidad si no consigue armonizar a los dos caballos que conducen al alma. Sócrates nos ayuda a ver que el ocio no es un momento en el que se desahoga la actividad intelectual, sino la ocupación más importante del alma, que es encontrar la verdad. Por ello, la armonía a que nos conduce el ocio es el logro de las mejores disposiciones del alma humana. El hombre libre, ocioso, no crea su vida ni su felicidad, sino que va perfeccionando su carácter al ejercitar las virtudes intelectuales y morales que se le han dado, se va humanizando más. Al hacer esto ayuda a otros hombres que buscan la felicidad, la sabiduría y el bien en el ocio.

En el momento en que nos percatamos que lo que más amamos es la libertad, en ese momento comienza nuestra búsqueda por la mejor vida. En ese momento comienza el ocio. Ocio que no es una parte de la vida, sino toda ella, pues no buscamos por momentos ser felices, sino en todo momento. Así como no buscamos ser felices solos, sino en compañía de amigos, familiares, la pareja. Por esto la actividad del ocioso repercute en todos aquellos que lo frecuentan. Por eso la ociosidad o Filosofía debe ser un asunto de hombres libres y responsables de su libertad creadora. Por eso el ocioso debe amar la vida libre, justa y buena, tanto como a los hombres, ¿pues de qué otra manera el ocio sería un bien para todos?

También creo que el ocioso ha de tener mucho de vagabundo.

Javel

Para comenzar a gastar: El saqueo a las tiendas que ha venido ocurriendo demuestra que no buscamos dignidad al vivir, sino posibilidad de aprovecharnos del otro en momentos de debilidad. Buscamos ser villanos en la villanía y la dignidad se quedó en los deseos del año pasado.

Política: razón y ocio

Política: razón y ocio

 

La política es la actividad de los hombres libres. O al menos eso pensaron los filósofos políticos de la Antigüedad. Actividad propia de los libres no por un prejuicio de clase, como usualmente se supone, sino porque su ejercicio es voluntario. Sólo los hombres libres pueden decidir dedicarse a la política. Sólo los hombres libres pueden elegir alejarse de la política. Por ello la política no podría ser una profesión. Al profesional de la política se le llamaba sicofante, y su fama –como ahora- no era buena. El hombre libre decidía dedicar su tiempo a la política. No dedicaba el tiempo libre, lo que algunos llaman ocio, sino que a la política dedicaba su tiempo libremente. La libertad del hombre dedicado a la política no era una libertad económica, sino absolutamente política. Sólo a nosotros los modernos, quienes hemos perdido de vista lo político, se nos vuelve económico el problema del ocio y, por ello, se nos plantea como progreso la posibilidad de la política: solucionar el problema económico para garantizar la libertad política. Pero el hombre libre también puede elegir no dedicarse a la política. La solución económica no es necesariamente solución política.

         La solución económica no puede garantizar la libertad, porque la libertad sólo es política. La solución económica sólo puede garantizar la manumisión (sobre todo ahora que ya no tenemos –formalmente- Circo Romano). El liberto no es político, simplemente ya no es esclavo. ¿Puede ser político un esclavo? ¡No vayamos por ahí, que se nos cuela la esencia de la rebelión! (Compárese la salida de los judíos de Egipto con la revolución económica de los Gracos). La libertad sólo se garantiza con la política. Una política que no vela por la libertad será alguna forma de ejercer el poder, pero no una forma de la política. Un ejercicio del poder fundado en la necesidad no es un ejercicio político, pero puede ser un efectivo ejercicio económico. Podemos tener prosperidad económica y no ser políticos. Sin política, pero con economía, podemos aspirar a la prosperidad de los libertos y los sicofantes: prosperidad de la crueldad y la delación.

         Cuando los profesionales de la política, y quienes ejercen el poder por su influencia económica, justifican sus decisiones, propuestas y programas, por la necesidad y la fuerza, ponen en riesgo la posibilidad de la política. Cuando un aumento de impuestos (supongamos que a la gasolina) sólo se justifica por la necesidad (turbulencia económica extranjera, alza de los precios del petróleo o estabilidad del mercado), se pone en riesgo la posibilidad de la política. Cuando la oposición al aumento de impuestos sólo toma la forma de ejercicio de la fuerza (que el presidente decrete inválida la ley que produce el aumento, que va a despertar el México bronco, que tomemos las gasolineras), se pone en riesgo la posibilidad de la política. Cuando una sociedad, ante su posibilidad política en riesgo, no puede ponerse de acuerdo, sólo le quedan la delación y la crueldad.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El lunes pasado, en la conmemoración de los 27 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, los padres de los desaparecidos fueron encapsulados por la fuerza pública durante su visita a la Basílica de la Virgen de Guadalupe. Se impidió a los padres participar en la misa en el altar central y fueron conducidos a una sala alterna, donde el obispo Raúl Vera ofició sin que los funcionarios del centro mariano facilitaran lo necesario para la ceremonia religiosa. Hace dos semanas comenté aquí que el Cardenal Norberto Rivera quería oficiar la misa como parte de su estrategia de reposicionamiento público y reinvención política -estrategia generada tras el nombramiento del nuevo Cardenal-, pero ante las dudas de los padres sobre las nuevas intenciones de Rivera, el Cardenal Primado -quien ahora se inventa el discurso de combatiente de la pederastia-decidió bloquear la misa de conmemoración por los 27 meses de la desaparición. Rivera Carrera está nervioso, su tiempo se acaba. El año siguiente la jerarquía católica estará muy activa. 2. Luis Miguel González reflexiona, en El Economista, sobre los efectos a corto, mediano y largo plazo del aumento en el precio de las gasolinas. 3. El IFT contribuye a la formación del Estado totalitario. Dentro de los lineamientos que entrarán en vigor a finales de febrero, se considera crear un Comité (¿de salud pública?) que tenga la facultad de dictaminar la suspensión «precautoria» de las transmisiones de algún medio que, a juicio de los miembros del Comité, viole los derechos de la audiencia. Si los conductores de los noticieros de radio y televisión no «distinguen» entre la opinión y la información, es decir si editorializan, se podría suspender la transmisión de su medio. Y todavía no hay nadie protestando. Mensaje para los  bolivarianos nacionales: la reforma también incluye a Carmen, pues también aplica para radio y tv restringidas. ¿Ahora sí van a protestar?

Coletilla. “Nuestro tiempo, por mucho que hable de economía, es un despilfarrador: despilfarra lo más valioso, el espíritu”. Nietzsche

 

Amor y ocio

Amor y ocio*

En algunos de sus escritos Oscar Wilde sugirió que sería provechoso indicar qué libros no valía la pena leer. A diferencia de críticos y un sinfín de revistas literarias, Wilde creía que los conteos de los mejores libros deberían ser reemplazados por los peores. Con ello los lectores novatos, principalmente, podrían dedicar su tiempo a obras valiosas y no bagatelas miserables que han sobrevivido a la historia (llama la atención que dentro de ellas se encuentren las obras de los Santos Padres con excepción de San Agustín). La medida se hacía necesaria por algo de lo cual se quejaba recurrentemente el dandi irlandés: en tiempos modernos se lee tanto que no se puede admirar y se escribe tanto que no se logra pensar. Para liberarnos de las premuras industriales y elevarnos sobre la vulgaridad, conviene demorarse en alimentar el espíritu. En ese sentido la condena a la hoguera es una selección justa; los libros perversos merecen arder como si estuvieran en el infierno.

A pesar de que esa medida fue propuesta hace más de un siglo y para algunos es extraña, hoy está muy viva la tentación de adaptarse o parecer razonable. Actualmente se publica y lee de manera inversamente proporcional; no hay quien lea los caudales de libros publicados. Una razón para ello podría estar en la falta de tiempo, como sugería Wilde, y lo dominante de nuestras ocupaciones modernas. En nuestro mundo productivo actividades como la  lectura y la reflexión son aspectos secundarios en la vida humana. Si bien no son abiertamente menospreciados o censurados, solamente llegan ser tolerados. Bajo los principios productivos, el ocio queda relegado como contrapeso al trabajo. Parece paradoja afirmar que los quehaceres de ocio son actividades verdaderas, igualmente que requieran denuedo y empeño. Con el sudor de nuestra frente ganamos el pan de cada día y después de gozarlo está el momento para leer o pensar.

Hacer la separación entre lo intelectual y práctico desvirtúa el ocio. En las mal llamadas humanidades jamás habrá razón alguna para tener prioridad. En particular con la filosofía, sus divagaciones aparentemente inútiles parecen discursos fastidiosos y hasta peligrosos para la ciudad. Fácilmente podemos imaginar la ridiculización simple del filósofos: el hombre que camina absorto viendo el cielo y repentinamente cae en un agujero. Así, a partir del cariz productivo, la filosofía conduce al fracaso o la caída más estrepitosa.

Buscamos afanosamente lo que deseamos. La pulsión erótica en el hombre es quizá el impulso más impetuoso y vital. Si es cierto que ésta es máxima y plena, debe satisfacer todas las facultades y partes del hombre. Igualmente si es la mejor, no debe violar el orden natural; el amor es bello por no ser injusto ni un arrebato silvestre. Para conseguir el mayor bien resulta ineludible la pregunta por la situación en este orden, es decir, qué es lo propio y lo que mejor conviene al hombre. Justamente esta pregunta incesante conduce las acciones humanas, éstas recurren siempre a la reflexión por lo justo en la vida humana. Si bien el ocio no parece producir ninguna ganancia, al menos permite—sin garantizar— la búsqueda libre por la justicia. Gracias al ocio la acción y la inteligencia logran unirse; logramos ver que ambas comparten el mismo terreno: la vida del hombre.

La reflexión puede no tener una respuesta clara y certera, aunque no por eso llega ser dispersa. Su sentido viene trazado al recordar que la inteligencia ilumina las acciones humanas. Cristo no rechazó el pan en el desierto por saberse inmortal o incorpóreo, lo hizo al saber lo superior del espíritu sobre la carne. Cuando leer y pensar se vuelven pasatiempos, pretextos para socializar o encomios exquisitos de los escritores, ambas actividades se tornan realmente inútiles. Para reivindicar esas actividades ociosas, entre otras, sería menester retomar su importancia en la vida cotidiana. Su utilidad radica en que a través de ellas visitamos y descubrimos el día a día.  Al no reconocer esta comunión, con mucha justificación, la marcha del progreso fácilmente puede pisotearlas. Las ocupaciones rutinarias terminan por absorber los placeres ociosos. Y bajo esta escisión fatal toda contemplación y creación artística se torna extraordinaria; no es sorpresa por qué Wilde afirmaba que la apreciación literaria era cuestión de temperamento y no raciocinio.

*Entrada basada en una y otra.