José de la Colina, colorista

 

José de la Colina, colorista

 

Él ha dicho que la literatura es una libertad imaginaria, que su escritura es como la práctica del surf o que la actividad del escritor es un juego: ¡como si la creatividad del artesano de las palabras fuese plena!; pero él sabe que los juegos —establecidos, programados o espontáneos— tienen reglas, que el mar picado tumba al surfista o el apacible lo aburre, que al escribir la imaginación se piensa libre… sin que nadie sepa bien a bien qué sea eso de la libertad —que siempre es cosa de imaginaciones. La caracterización de la literatura como un acto recreativo, como la liberación imaginaria de quien decide jugar con las letras, es una presentación deliberada del anarquista José de la Colina para no ensuciar el panorama con molotovs, sino estallar la realidad con las metáforas; para huir de las ruindades de las ruinas hasta alcanzar lo risueño de las risas; para que la lectura sea el acto imaginario por el que hacemos frente al absurdo habitual de nuestros ensueños y obsesiones. Deliberadamente, insisto, el colorista José de la Colina resalta los matices más vivos de la experiencia para hacer de la huida del feísmo estético una libertad imaginaria, para propiciar la creatividad lectora. ¿O no es eso la experiencia: la vida de la lectura y la experiencia de leer?

         Ahora que José de la Colina cumple 85 años y en tiempos en que la obsesión historicista hace que todo sea memorable —falsamente memorable, pues cuando cada cosa tiene su tiempo de celebración, la celebración misma calla y se empequeñece; todo tendrá su tiempo de grandeza cuando sólo aspiremos a la altura mínima—, sin duda se presentará por todos lados el listado de sus olvidadas (perdón, pero es lo cierto; raro sería que en un ambiente como el nuestro tan cautivado por la catástrofe, emplazado por la tetratransformación histórica y extenuado al compromiso ideológico sea lo más común leer un cuento sin signos de puntuación —no porque así se le lea al mood cente, sino porque deliberadamente así fue compuesto—, barajar las versiones —contadas y recontadas; Sherezada que hace de Penélope— de un cuento juguetón o divertirse con las nasalidades de un sonetillo agripado y agripino —¿en qué país estamos, Agripina?—: no señor, estos tiempos no hacen que lo más común sea el juego) obras, no faltará quien desde Wikipedia cifre su labor editorial o quien le dé valía por su “contribución” a la historia del cine —¿no sonaría muy de él aquello de “Quiero portarme bien, pero no sé cómo”?—. Pocos serán los que —y en una genuina y divagadora (porque claro que don José es un divagador, quizás un muy preciso divagador más que un divagador preciso; la diferencia, dicho sea de paso, es muy importante y no sólo un juego de palabras [¿acaso de la Colina compartirá el podio de los palabreros juguetones mexicanos con Ulalume y Deniz?], pues divagar con precisión es como la elegancia de la plática, la gracia en la conversación, la danza en torno a una taza de café, mientras que ser un divagador preciso es como la técnica del reportero, el arte del espía o la habilidad del psicoanalista [¿será entonces el reportero un psicoanalista de la sociedad?, ¿o acaso el terapeuta reportea la intimidad?, ¿o serán los traumas la nota roja del alma? ¡Alto, que así descubriremos a ciertos profesionales como la prensa rosa de nuestra personalidad! Y yo respeto a todos los progresistas], y de la Colina escribe más bien como alambicado, ingenioso y divagante conversador, que como un puntilloso, taxidermístico y bistúrico predicador) experiencia de lectura— escriban de su encuentro literario con el escritor, es decir pocos serán los que entiendan con la precisión imprecisa de su estilo o la exagerada sencillez de sus letras, la poderosa e imponente rapidez estupefacta de ciertas certeras líneas del autor, o la jubilosa y juguetona jiribilla que es jolgorio en don José, o que al menos retoce disfrutando el ruido rubicundo de su risa. ¿Quién nos explicará su afición al ramonismo y su adhesión a las oraciones largas? ¿Quién hará notar que la admiración que se extiende por el cuento de hasta mil noches produce cuentos mínimos de hasta una línea? Quizás entre tantas celebraciones, historias, recuentos, valoraciones, desplegados, denuncias, alusiones, deslindes, afinidades, declaraciones, críticas, réplicas, complotes, conferencias, estudios, investigaciones, protocolos, consultas, aclaraciones, repeticiones, mañaneras, balbuceos y tetratransformaciones históricas no haya tiempo de jugar con la literatura. ¡Quién celebrará a de la Colina jugando!

         Yo, y tú lo sabes, lector, no puedo señalar a nadie responsabilidades. Pero también sabes, lector (y no creas, en absoluto —¿notado has el uso enantiosémico de la expresión “en absoluto”? Etimológicamente nombra una libertad plena, la plena libertad de lo no abarcable; como Dios en la teología escolástica [¿la teología escolástica en un ensayo {¿o será una divagación?} sobre José de la Colina?]. Mientras que en su uso actual casi refiere a una privación absoluta, casi como negación; como el absoluto indeterminado de Hegel [bueno, ya no te has de sorprender, lector. ¿En este ensayo {¿o será una divagación?} cabe cualquier cosa? Sépalo Hegel]—, que presumo saber suficiente de ti, sino que supongo que aquí nos reúne la lectura, ahí donde nos conocemos y desconocemos, somos y nos olvidamos, el lugar de la libertad imaginaria), que creo es nuestra responsabilidad celebrar los 85 años de José de la Colina platicando, leyendo y escribiendo con el gusto que su lectura nos produce. Como cuando uno mira un cuadro colorista, leer a José de la Colina debería permitirnos conversar tranquilamente con los tonos de la alegría que se ilustran con su pluma. Para afirmar que en la literatura todo es posible, la literatura debe ser plenamente posible y José de la Colina ha sido el surfista que colorea las posibilidades.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Importante observación de Ricardo Raphael: «Fifilandia está pagando por los pecados, las desigualdades y las equivocaciones del Mirreynato». 2. Interesante la anécdota que narra Martha Anaya: el comisionado para la paz en Chiapas palideció al recibir la noticia. Inmediatamente fue a reunirse con el obispo. Dialogaron solos. El ejército vigiló al comisionado. Todo eso aquel atardecer shakespereano del 23 de marzo de 1994. 3. Hablando de los intelectuales que se han unido al régimen para linchar a Enrique Krauze, el periodista Humberto Padgett atinó la descripción de la transformación de la intelectualidad, cuyos miembros pasaron «de furiosos opositores a recalcitrantes oficialistas».

Coletilla. Impresionante el trabajo de Ángel Gilberto Adame. El sustantivo con mayor número de apariciones en la obra de Octavio Paz es «tiempo», con 4350 apariciones. El segundo lugar lo tiene «poesía», con 4332 apariciones. El tercer lugar es para «mundo», con 4182 apariciones. Impresionante.

Mirada de Paz V

Mirada de Paz V

 

A veinte años del fallecimiento

de Octavio Paz

 

Leyéndola, la poesía canta a la vida. No es que la vida se adorne con poemas. Tampoco es que la poesía incremente la experiencia vital. Es, simplemente, que al leer poesía una cierta claridad rodea a la vida y lo vivo se presenta por primera vez en canto. Dice Octavio Paz: “La poesía es siempre un más. La experiencia del poeta no es distinta de la de los demás hombres y, además, es otra cosa. Ese además, esa otra cosa, es lo que distingue al poema del relato, la crónica, la anécdota o el discurso. La poesía de Montes de Oca es una tentativa por internarse en ese más […] La realidad está más allá, siempre más allá. Entre el poeta y su palabra, entre la imagen y la realidad hay una zona de ausencia. ¿Qué hacer? Iluminar la tiniebla, acribillar la nada, dar forma a lo que todavía oscila entre ser pájaro o mujer: conjurar a la realidad para que al fin encarne en unas cuantas palabras”. Oigamos el canto de Marco Antonio Montes de Oca.

Leo el poema “Luz en ristre”.

 

La creación está de pie,

su espíritu surge entre blancas dunas

o baña con hisopos inagotables

los huertos oprimidos por la bota de pedernal

y la fría insolencia de la noche.

Los colores celestes, firmemente posados en los vitrales,

esponjan siluetas de santos;

un resorte de yeso alza sobre el piso miserable

sombras que bracean con angustioso denuedo.

Entre tanto, el cuerno mágico llama a las creaturas gastadas en el dolor,

para que el vértigo instaure su hora de resarcimiento

y la ceniza despierte animada en grises borbotones.

La única, espléndida, irresistible creación

está de pie como una osamenta enardecida

y sobrepasa todas las esclusas, toca en cada llama la puerta del incendio,

ensilla galaxias que un gran mago ha de montar,

cuando el espíritu patrulle por el alba

hasta encontrar los pilares del tiempo vivo.

 

 

Pletórico el poeta, pletórica la existencia, pletórica la vida. ¿Por qué tan plena? Montes de Oca canta un cuadro en que lo vivo se presenta en su movimiento insuperable, en su inigualable coloración, de pie frente al ojo, entre los sonidos, para la palabra. Todo en el poema es floración: de la hierba aplastada por las pisadas cotidianas, de los restos de la productividad diaria, de lo que queda en el diario transcurrir, de ahí emerge la vida, desde ahí se levanta la vida, por ahí se muestra la Creación. ¿Cómo?

         El primer verso alumbra a nuestra mirada a la Creación toda. Por sus palabras, las partes caen levantadas ante nuestros ojos en aparentes oposiciones sólo posibles por la Creación toda: así el espíritu surge, así el espíritu baña. El surgimiento, primero, es toda claridad, las blancas dunas transpiran transparencia. El baño, después, sumerge la mirada al espacio mínimo desde el que el huerto puede florecer, ahí donde la noche combate la insolencia: la experiencia de la Creación en pie aminora el frío del solitario, lo acompaña cálida ante el florecimiento del todo. La Creación está de pie.

         Del campo al templo, la luz floreciente de la vida inflama la visión de los vitrales. La ejemplaridad del hombre santo, más allá de su acción, resalta en los contornos de colores celestiales: no es el santo un hombre alejado del mundo, sino —como San Francisco— el hombre que más plenamente desborda en el mundo. La claridad y la sombra, los fulgentes vitrales del templo aparecen contrarios a los pisos deslustrados. La fragilidad del yeso, empero, exhibe la fortaleza del piso: sólo miramos al cielo buscando el milagro de la santidad cuando nuestros pies están bien firmes sobre la tierra. Dentro del templo, la Creación está de pie: el hombre intenta avizorar lo eterno.

         Más allá del templo, las creaturas se reúnen desde las cenizas: la transfiguración de los restos de la vida se inflama y florece en vida nueva cuando la Creación se pone de pie ante el canto. La poesía resarce el dolor. El poema exhibe la justicia de la existencia: somos creaturas y nos reunimos en el canto. El hombre encuentra nuevamente los colores entre los borbotones grises de la tristeza. La poesía florece como la Creación: si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza (Job 14:7).

         Espléndida e irresistible, encantadora y encantada, seductora y seducida, la Creación está de pie para el canto del poeta, en el canto del poeta, por el canto del poeta. ¡Cantemos la vida! La vida llueve con el canto. Las nubes cantan la nueva vida. La Creación está de pie recibiendo el rocío de la palabra. La palabra está de pie frente al surtidor de la creaturas. La Creación está de pie y en las llamas de su incendio se ilumina la vida. Por ello dijo Octavio Paz: “En la poesía de Montes de Oca el diálogo del fuego y el agua, la chispa y el rocío, se resuelven en un surtidor de presencias enigmáticas y sorprendentes: tigres en cuya piel trazan las constelaciones sus caminos circulares, teléfonos que cantan las siete notas del arco iris, mujeres que cortan flores incandescentes en los valles submarinos. Agua y fuego: incesante brotar de mariposas o de elefantes, olas o rocas, alas o raíces. A veces, por un instante, aparece un espejo roto y en sus pedazos contemplamos el rostro de la verdadera vida”. La poesía canta a la vida. Al leer, el lector canta de pie ante el tiempo por vivir. El poema nos enciende la mirada para vivir de pie la vida.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. En dos semanas sus seguidores pudieron: evitar que se transmitiera un documental sobre el populismo, suspender la difusión de un comercial sobre la reforma educativa, el despido de un periodista en dos televisoras y su renuncia a un periódico, además del ciberataque a dos sitios en internet (La Otra Opinión y etcétera). Al final, convocaron enjundiosos a boicotear el estreno de una película cuyo actor principal declaró que AMLO no le parecía el mejor candidato. ¡Y todavía no inicia la dictadura moral!

Mirada de Paz IV

Mirada de Paz IV

 

A veinte años del fallecimiento

de Octavio Paz

 

Algunos poemas parecen demasiado claros. Ceñidos grácilmente a su forma, cumpliendo cabales el eco de sus acentos o puntuando precisos los modos de su rima, hay poemas que parecen demasiado fáciles para el lector. Poemas que parecen tan sencillos, quizá tan perfectos, que en ellos parece que nada se mueve. Poemas parmenídeos. Parecería que no le basta al lector más que mirar de frente al poema y ver el claro. Claro, pura apariencia. Precisamente por ello es tan importante pensar cómo aparece el poema. Y la aparición del poema sólo torna visible cuando se piensa en ella.

         Pensando la aparición de los poemas de Alí Chumacero, Octavio Paz dijo lo siguiente: “Hay poemas que me seducen por su hechura estricta y por las súbitas revelaciones que entregan al lector, como si el poema fuese un objeto verbal construido conforme a las leyes de una geometría fantástica y que, al girar en el espacio mental, se entreabriese hacia territorios vertiginosos, masas de oscuridad y precipicios por donde la luz se despeña […] Los poemas de Alí Chumacero son sucesos de la carne o del espíritu que ocurren en un tiempo sin fechas y en alcobas sin historia. Es el tiempo cotidiano de nuestras vidas cotidianas recreado por un oficio estricto que se resuelve en un diáfano equilibrio. No encuentro mejor palabra para definir este arte exquisito que la palabra cristalización”. La apariencia de claridad de los poemas de Chumacero pide del lector la puesta en movimiento de los perfectos versos para que por sus filamentos se refracte la luz de la razón, que es palabra, que es inteligencia.  Poner en movimiento los versos no es la representación dramática de los mismos (un tiempo sin fecha, alcobas sin historia), sino la oportunidad de percibir la transparencia que cristaliza en el poema. La exacta geometría del poema chumaceriano talla en vidrio nuestras vidas. ¿Será?

         Leo el poema “Ojos que te vieron” del poemario Imágenes desterradas.

¿Dónde poner la vista? Si levanto

el rostro, la mirada te apresura;

suspendida persistes en la impura

diafanidad salobre de mi llanto.

 

Si naufraga mi voz, el labio inicia

tu nombre sin cesar, y ahí germina

pues no soy sino sueño, lirio, ruina,

designio de tu lánguida caricia.

 

Desmayas en mis brazos y agoniza

tu casto amor de corazón en celo,

y lágrima y palabra son ceniza

 

cuando a tus ojos miro, porque un velo

de sombra a mí desciende y eterniza

la aspiración amarga de mi duelo.

Un soneto perfecto. Rimas claras, ritmos y acentos en norma. Un poema que parece demasiado claro. En los extremos del poema está la vista, al centro de él aparece la caricia. Los ojos anticipan el tacto, el deseo es un camino del espíritu a la carne. El camino, empero, nunca lo empieza uno a andar: en él se encuentra. De ahí el desconcierto de la pregunta inicial. ¿Está el personaje del poema ante la persona amada? ¿Acaso el personaje sólo está evocando al amor ido? Imposibles ambas, sólo posibles juntas. La presencia y la ausencia piden de un tiempo que el poema reúne bajo un mismo haz: el instante del poema. ¿Cómo se presenta, cómo se llega a, cómo cristaliza el instante?

         El poema presenta cuatro momentos de claridad, filtra cuatro formas de la luz, cristaliza. Primero, “diafanidad salobre de mi llanto”. Si bien se trata de una sensación del gusto, la persistencia es visual: vemos entre las lágrimas lo amado, lo añoramos, pues se aleja y vuelve, inexorable, como el mar. Segundo, “designio de tu lánguida caricia”. No es evocación, no es recuerdo, no es la sensación que una caricia pasada ha dejado. Se trata de la claridad con que crece, germina, la aceptación de la ida, del abandono, de la ruptura. El separado del amor se reconoce sueño, lirio, ruina: la caricia avanza sigilosa como el sueño, irisa como el lirio, torna terrible aceptación de la ausencia: despertar al desamor es marchitarse. Tercero, “lágrima y palabra son ceniza”. ¿Las lágrimas apagan el desamor? ¿Acaso no lo encienden, lo incendian? La palabra, como la lágrima, escapa al enamorado, lo sorprende: no hay superación del desamor, cada separación es una herida. Mas las heridas sanan, ceniza eres. ¿Quién aquí permite la transfiguración? Y cuarto, “un velo de sombra a mí desciende”. En correspondencia exacta con la primera de las claridades, aquí lo visual es táctil: el velo de sombra no oscurece, oprime, rodea, quita el aliento: aspiración amarga. El hombre frente al mar: el drama del amor. De ahí que la segunda y la tercera claridades reduzcan la distancia del espectador de uno mismo, ya no viendo al mar, sino empapado en la tormenta interna. El hombre ante la inmensidad del amor encarna un desamor terrible: el cristal tallado de la vida se quiebra en llanto, el llanto hiere con sus cristales pequeñitos los rincones del alma. La salvación del amor no aparece en las manos del hombre. De ahí que afirme Paz que a Chumacero “lo fascina la encarnación de las imágenes, no su disolución. Su cristianismo es el cristianismo desesperado de la conciencia moderna, en la que la ausencia divina hace más punzante la presencia del mal. Sólo aquel que ha perdido la certeza de la eternidad puede saber realmente el significado de la palabra mortal. Somos nosotros los modernos los que hemos perdido la esperanza”. El solitario se adentra en el mar ahogado de sí mismo. Ante el desamor, como en Homero ante la crueldad, ni el mar puede lavar tantas penas. Quien renunció al amor ni siquiera puede, como Edipo, perder estos “ojos que te vieron”. El instante del poema cristaliza en la última mirada. ¿Para quién es clara alguna despedida?

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. Historia del metro. Iba de pie frente a dos lectores. Uno, leía a Stephen King. Otro leía a Stephen Hawking. Yo me preguntaba por los límites de los libros de terror.

Mirada de Paz III

Mirada de Paz III

 

A veinte años del fallecimiento

de Octavio Paz

 

Nunca volvemos al mismo sitio tras leer un buen poema. Leer poesía colorea heraclítea la realidad, de ahí que nos sorprendan los nombres que da el poeta. En el poema se nombra lo real aparentando algo más y mirando en la apariencia refulge misterioso lo que de real se había olvidado: la mirada del poeta es espejo del hombre que refleja y especula, que muestra y demuestra, que al decir nos dice y diciendo nos enseña a decir. De ahí que el buen poeta que dirige bien su mirada a otros buenos poetas nos resulte tan clarificador. De ahí que sea indudable la vocación magistral del poeta Octavio Paz leyendo a otros poetas. La mirada de Paz se posa en las obras, atraviesa los versos, entona los acentos, especula, muestra, señala y nombra; nosotros, lectores del lector, nos la habemos entre nombres, entre señales, miramos el juego de miradas en la casa de espejos que son los grandes libros esperando que quizás alguna nos vea de modo tal que algo se nos haga claro. Del buen poema, quizá, volvemos con alguna claridad.

         Octavio Paz describió del siguiente modo al joven poeta José Carlos Becerra: “Me sorprendieron su calor, su capacidad para admirar y maravillarse, la inocencia de su mirada y sus facciones un poco infantiles. A veces la pasión centelleaba en sus ojos y lo transformaba. Hombre combustible, el entusiasmo lo encendía y la indiferencia lo apagaba. […] José Carlos lo oía todo con los ojos brillantes. Descubría el mundo ―y el mundo lo descubría. […] No el mundo, sino el yo: la marea verbal mece al joven poeta que, en un estado de duermevela, se dice a sí mismo más que a la realidad que tiene enfrente”. La mirada de Paz se posa en la mirada de Becerra para reconocer entre sus versos la incandescencia del mundo; el lector, mirando la mirada que mira la mirada, recorre el mundo de José Carlos Becerra admirándose de un fuego nunca visto, guiado sólo por un humo sospechado, confrontado con el recuerdo y la nostalgia del entusiasmo.

         Leo el poema intitulado El otoño recorre las islas:

A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,

mis manos contienen la lejanía de las tuyas

y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.

 

A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías,

a veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,

mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón y un movimiento de la noche.

 

A veces tu ausencia aparece lentamente en tu sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua,

y es la hora de encender ciertas luces

y caminar por la casa

evitando el estallido de ciertos rincones.

 

En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas,

en tu pecho hubo tardes que al final del verano

todavía miré encenderse.

 

Y éstas son aún mis reuniones contigo,

el deshielo que en la noche

deshace tu máscara y la pierde.

Poema de nostalgia y serenidad. José Carlos Becerra señala a la soledad con el nombre del otoño y transfigura en ello el drama de la ruptura amorosa en la contemplación sosegada del orden. A nuestras vidas, afanadas y surtas, señeras y habitables, de amor y desamor, las recorre el otoño: vemos resquebrajarse las hojas de la costumbre, los vientos barriendo nuestras seguridades, en su desnudo las ramas intimidando la esperanza y la luna coqueta de octubre asoma con un sediento sabor a promesa. El poeta nos brinda un espejo orleando nuestra nostalgia.

         Al inicio del poema miramos la mirada del poeta reconociendo en su luz la soledad. El solitario mira al mundo desde la ausencia del amado. No puede asirlo, el mundo escapa: lejanía contenida, recuerdo que roza las manos hormigueantes. El otoño es la postura que anticipa los días fríos de soledad, la fragilidad triste de las ramas resecas, el encorvado dolor de quien extraña. Miramos al poeta viendo al mundo con su soledad a cuestas. De ahí que encuentre ese rostro entre los rostros, tal apariencia entre las apariciones, los lugares del nunca, los tiempos truncos del futuro, las noches en que late fosca la soledad presente.

         En mejores días, el poeta se mira sonriente, cristalino; ahí la ausencia lánguida se filtra amenazando ignición. El poeta lo sabe, por ello lo acepta: “es la hora de encender ciertas luces”. Recorre cuidadoso los espacios, escabulle los vistazos entre escondrijos, puntos ciegos y resguardos. Pasa lista de lo hallado, inventario de lo que sigue en pie. Finalmente acepta: nunca más hacerse al amor como a la mar. El ausente ha dejado de ser puerto seguro. Se mira hacia lo lejos la señal de las naves encendidas. ¡Somos islas!

         Concluye José Carlos Becerra con una sabía ironía: “éstas son aún mis reuniones contigo”. Que las islas se sepan islas, que se prevengan de la inundación en el deshielo de la noche. Ya perderán su seguridad, su confianza. Ya despertarán cuando amaine para encontrar su máscara deshecha. Ya mirarán la ausencia en la mirada, el otoño recorriendo las islas.

         Octavio Paz miró en la poesía de José Carlos Becerra un humor incendiario. Becerra no negó la realidad del mundo, sino que la vio para iluminarla con su mirada, para encender lo sombrío de la experiencia, para incendiar la experiencia de lo sombrío. Sombras iluminadas entre la certidumbre y la duda. “La certidumbre se alimenta de la duda ―mejor dicho, la duda es la prueba, la llama, donde se quema la certidumbre. Los dedos en la llama”. Becerra mira al fuego e incendia, al incendiar ilumina: la claridad del lector es un incendio que permea por los recovecos del alma. Concluye Paz que los poemas de Becerra “lo revelan como un hombre que vivió cara a la muerte y que, frente a ella, quiso rescatar los misterios del tiempo humano y oír el rumor de los cuerpos encontrados en la memoria, en el chasquido de la nada”. ¿No es precisamente la soledad un misterio del tiempo en que la nada sorprende a la memoria? En el juego de miradas de los poetas el fuego ha mostrado su orden.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El jueves siguiente se cumplen 43 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Tras la revelación, por Roberto Zamarripa, de las conversaciones de miembros de Guerreros Unidos, la discusión sobre el tema ha sido nula. ¿Será que algunos están callando en la esperanza de que se olvide y vuelvan en un par de meses con el puño en alto a culpar al Estado? 2. Las unanimidades políticas siempre son sospechosas. Me extraña, por ello, que nadie se pregunte cómo fue posible el «consenso» en la propuesta de eliminación del fuero en la Cámara de Diputados. Más que afán celebratorio, sospecho afán persecutorio. Creo que surge de la adicción a los escándalos mediáticos. 3.  Importante atender a las modificaciones a la Ley de Asociaciones Religiosas. Piénsese que se beneficiarán principalmente los grupos reunidos en torno al Frente por la Familia y al PES. 4. Buena nota de La Jornada: los jóvenes prefieren las dictaduras. ¿Será que eso explica la reacción de la juventud en redes ante la encuesta entre jóvenes que Reforma publicó en la semana? 5. No tengo pruebas, pero la presurosa lectura que se ha hecho de los dichos no me cuadra con los hechos pasados. No creo que el adinerado ingeniero juegue tan mal con el que las encuestas ponen tan arriba. No creo que el candidato necesitado de apoyo decida pelearse con uno de sus promotores tradicionales. Creo que en realidad fue un teatrito para las galeras y que nos lo dice el único punto en que ambos estuvieron de acuerdo. Según Carlos Slim, el problema del nuevo aeropuerto es que el modelo de inversión no fue una concesión al sector privado, por lo que la posible cancelación del proyecto genera incertidumbre; según López Obrador, el nuevo aeropuerto no sería problema si fuera una concesión al sector privado. Especulando, porque especular es bien sabroso (Jorge G. Castañeda dixit), si gana Andrés Manuel y sigue adelante con la idea de cancelar la construcción del nuevo aeropuerto se planteará una solución negociada por la que Carlos Slim se quedará con la concesión. ¿No tiene eso más sentido?

Coletilla. Julio Hubard recuerda a Octavio Paz: el hombre en crisis.

Mirada de Paz II

Mirada de Paz II

 

A veinte años del fallecimiento

de Octavio Paz

 

La crítica es, lo sabemos desde Jorge Cuesta, la actividad política de la inteligencia. La crítica literaria, de modo semejante, siempre es una posición pública sobre el hecho literario. El poeta que lee a otros poetas presenta lo poético públicamente, políticamente. En la mirada del poeta que lee a otros poetas encontramos también una crítica política. Así podemos verlo, por ejemplo, en la lectura que el poeta Octavio Paz hizo de la poesía de Efraín Huerta.

         Dice Paz: “A mi generación, que fue la de Efraín Huerta, le tocó vivir el crecimiento de nuestra ciudad hasta, en menos de cuarenta años, verla convertida en lo que ahora es: una realidad que desafía a la realidad […] Fuimos amigos y nunca dejamos de serlo […] Más tarde las pasiones políticas nos separaron y nos opusieron pero no lograron enemistarnos. Vi en él siempre al Efraín de nuestra adolescencia: al poeta apasionado e irónico, al amigo un poco silencioso y afable. En su trato Efraín era cortés y discreto, como buen mexicano. La violencia de algunos de sus poemas y epigramas contrastaba con su finura personal […] Hay un Efraín Huerta poco conocido, oculto por lecturas más fervorosas que atentas”. La crítica literaria de Paz busca hacer visible al poeta apasionado. La fama de Huerta creció como la ciudad: distorsionando la realidad. La lectura del amigo debería darnos ojos para leer bien a Huerta. ¿Será?

         Leo el poema “Ternura”, del poemario Estrella en alto de 1956.

Lo que más breve sea:

la paloma, la flor,

la luna en las pupilas;

lo que tenga la nota más suave:

el ala con la rosa,

los ojos de la estrella;

lo tierno, lo sencillo,

lo que al mirarse tiembla,

lo que se toca y salva

como salvan los ángeles,

como salva el verano

a las almas impuras;

lo que nos da ventura e igualdad

y hace que nuestra vida

tenga el mismo sabor

del cielo y la montaña.

Eso que si besa purifica.

Eso, amiga: tus manos.

El poema todo proviene de la vista. Quien habla en el poema mira unas manos. Manos son, pero no por su materia, tampoco por su acción, sino por una posibilidad propia de ellas: la ternura. Lo tierno aparece en la tercera de las cinco partes del poema. La tercera parte, y central, articula la mirada y el alma, lo que mira y lo que no se mira, con un toque inmaterial. Las manos son el medio inmediato del toque; las manos tiernas son ángeles.

         Visto en su conjunto, el poema desciende por un camino que conduce a las manos en que se mira la ternura invisible. Los pasos del camino descendente son lo breve, lo suave, lo que salva, la vida, las manos. Sólo las manos carecen de la levedad de breve, suave, salva y vida. Pero se trata de aliviadas manos que en ternura purifican. Huerta llega a la tierna caricia de las manos por un camino silencioso y afable.

         La caricia tierna siempre es breve: como el mensaje en la paloma, que apenas vuelve confirma en su pequeñez la inmensidad del mundo; como la vida de la flor, que apenas esplendente se marchita inapelable; como esa mirada atónita de los amantes en la desvelada noche. La caricia tierna siempre es suave: decidida y natural como el chupamirto, expectante y sorprendida como quien con la mirada confirma su entrega. La caricia tierna salva estremeciendo, como el espíritu sobre las aguas, como la pila del bautismo, como cuando los amantes son una misma nota… De ahí la vida, de ahí que la caricia tierna nos iguale en ventura. En el amor, la pareja de amantes se aventura a la vida. Sólo así volvemos a las manos, tras recorrerlas recorriendo en la imaginación su camino. Volvemos a las manos a admirarlas, a desearlas. Volvemos por fin a las manos puras.

         Octavio Paz consideró que Efraín Huerta era en realidad un poeta fino al que es necesario rescatar de la batahola antipoética. Si bien el influjo infrarrealista tiene una constancia en la arena política, eso no significa que el lector de poesía deba aceptar el canon antipoético de una postura política. Afirma Paz: “Nada más alejado de los gustos poéticos y del temperamento de Huerta que el didactismo de la literatura doctrinaria […] El poeta acaba siempre por vencer al ideólogo”. Manos impuras las del ideólogo que distorsiona la mirada para hacerse de un lugar en la plaza pública. Manos impuras las del lector que permite que su ideología anuble su experiencia del poema. Manos puras las del amante entregado, las del lector cuidadoso, las que acompañan a la mirada en la ternura apasionada de los mejores días.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. A continuación un enigma. Primero. El jueves 12 de abril, en Reforma, Roberto Zamarripa presentó un reportaje en que se revela el contenido de conversaciones privadas entre miembros de Guerreros Unidos en torno a los hechos de la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala. Entre los datos se tiene que: no serían 43, sino hasta 60 desaparecidos aquella noche; que los normalistas de Ayotzinapa fueron confundidos con miembros de Los Rojos por los sicarios de Guerreros Unidos; que Guerreros Unidos recibió la ayuda de policías de Iguala, Cocula y Huitzuco. Además, se añadió que la PGR y la CIDH ya habían recibido la información. Segundo. El viernes 13 de abril, en Reforma, Sergio Sarmiento apuntó en torno al reportaje de Zamarripa: “Esos mensajes confirman en lo esencial la llamada verdad histórica. Los normalistas fueron identificados como integrantes de Los Rojos. Fueron privados de la libertad con apoyo de policías municipales y entregados a Guerreros Unidos. Al parecer fueron asesinados”. Tercero. También el viernes 13 de abril, también en Reforma, Carmen Aristegui también escribió sobre el reportaje de Zamarripa, afirmando: “En el expediente quedaron registradas comunicaciones en las que se muestra la manera en que coordinaron, desde allá, la intervención de policías en Guerrero para frenar el presunto avance, para tomar la plaza, de otro grupo delictivo conocido como Los Rojos. En una trágica confusión, dieron por hecho que los jóvenes estudiantes formaban parte de una operación comandada por Los Rojos que pretendía tomar la plaza. Estas comunicaciones muestran de qué manera se ordenó la actuación de policías para atacar con armas de fuego a los estudiantes”. Y ahora el misterio. ¿Por qué habrá olvidado la señora Aristegui ponerle sujeto a quienes “dieron por hecho que los jóvenes estudiantes formaban parte…”? ¿Por qué dejó en la vaguedad el “se ordenó la actuación de policías”? ¿De dónde sale su acusación de complicidad “desde las altas esferas”? Claro, doña Carmen cree que si la realidad no corresponde con sus prejuicios, peor para la realidad.

Obituario. Dijo ayer Enrique Krauze: “Ha muerto Joy Laville. Llenó de belleza y luz la pintura de México. Llenó de amor la vida de nosotros, sus amigos. Ahora se reencuentra con Jorge Ibargüengoitia, en algún lugar”. Hoy la recuerda bellísimamente Jorge F. Hernández.

Coletilla. “La redacción no tiende a intensificar la vida; la escritura tiene como finalidad esa tarea. La redacción difícilmente permitirá que la palabra posea más de un sentido; para la escritura la palabra es por naturaleza polisemántica: dice y calla a la vez; revela y oculta. La redacción es confiable y previsible; la escritura nunca lo es, se goza en el delirio, en la oscuridad, en el misterio y el desorden, por más transparente que parezca”. Sergio Pitol, el hombre salvado por los libros.

Mirada de Paz I

Mirada de Paz I

 

 

A veinte años del fallecimiento

de Octavio Paz

 

Aprendemos a leer poesía leyéndola. Los poetas son los maestros de lectura de la poesía. Los poemas son el lugar en que los poetas enseñan. El poeta lector de poetas es maestro de lectura de la poesía en su sentido más público, más político, más crítico. Octavio Paz, poeta, meditador sobre la poesía y crítico, fue un gran lector de poetas y con su mirada a la poesía de los otros también nos enseña sobre eso que es poético.

         Leyendo la poesía de Ulalume González de León, Paz afirma: “para ella el lenguaje no es un océano, sino una arquitectura de líneas y transparencias […] sus poemas son objetos hechos de sonido, pero el ritmo poético que los mueve no es un oleaje sino un preciso mecanismo de correspondencias y oposiciones. Al oírlos, los vemos: son geometría etérea. No obstante, si queremos tocarlos, se desvanecen. La poesía de Ulalume no se toca: se ve. Poesía para ver”.

         Leo el poema Huellas:

Tu ausencia

se espesa si la pienso:

huella visible de tu cuerpo

 

Tu presencia

borra todas las huellas

quiere ser recordada como luz

 

La huella de la luz está en un sitio

donde tú

no estás ni presente ni ausente

Si nos ceñimos a la oposición señalada por Paz, el poema presenta claramente la diferencia entre lo que se puede tocar y lo que se puede ver. Lo que puede ser tocado, empero, no es meramente táctil: tocar no es dinamismo automático de los cuerpos en el espacio, sino actividad libre de los hombres en el tiempo. Sólo el hombre toca porque evoca. Lo visible, en cambio, sólo se evoca porque provoca: ver es la provocación imaginaria del deseo. “El poeta ve al tiempo mismo en el momento de su desvanecimiento”, añade Octavio Paz. Las huellas, en Ulalume, en Paz y en la vida diaria, son siempre una tensión entre lo visible y lo tocable. Ni cualquier marca es una huella, ni todo lo que deja huella se ve fácilmente. De ahí que reconozcamos imprevistas huellas insospechadas, de allí la dificultad para borrar nuestras huellas.

         El poema tiene una huella inquietante: los dos puntos. ¿Qué dibuja Ulalume con esos solitarios dos puntos? Primera respuesta, y sencilla, Ulalume dibuja la soledad que se presenta en el poema. Los dos puntos son la pareja equidistante cuya separación se sabe y se comprende huella. No es huella por el mero pasado compartido, que el pasado no es necesariamente equidistante; sólo equidista el pasado que nos importa, el que nos hace ser lo que todavía somos. No es huella como la marca indeleble que identificaría un psicologismo romántico, que eso es empobrecimiento del presente. Ni es huella como el desgarre a futuro de lo insatisfecho, que eso es una vana obsesión. Hay que pensar la huella de la pareja equidistante.

         Los dos puntos del poema tensan la correspondencia y oposición entre el pensamiento y lo corpóreo. El pensamiento espeso no es solamente una metáfora, sino una descripción precisa del sentimiento de la ausencia. Caemos en la cuenta de la ausencia cuando la espesura de los pensamientos, como la del bosque, no permite claridad alguna. Mientras que en la ausencia, lo corpóreo es lo plenamente claro: queda en la mano el vacío de la caricia, entre los dedos sopla la vacante del juego, los brazos se alivianan de abrazos, entre las piernas vahea un desértico silencio… La claridad de lo corpóreo contrapuesta a la emboscadura del pensamiento: la huella de la ausencia.

         La huella de la presencia, en cambio, sólo sale a la luz en la evocación. “Tu presencia borra todas las huellas” no habla de la presencia material, sino de la presencia corpórea, de ese cuerpo que es materia evocada, tiempo vivido (Xirau dixit), caricia pasada. La presencia que borra todas las huellas es la del recuerdo de la persona amada que viene a la presencia por el amor mismo, por los caminos tantas veces recorridos. En la evocación amante, el cuerpo hace presencia en los labios anhelantes, en la inhalación fragante, en esa suspensión de la vida que llamamos suspiro. La presencia “quiere ser recordada como luz”, no como una imagen, no como un recuerdo, sino como esa experiencia cegadora que nos hace cerrar los ojos ante la totalidad corpórea y presente de quien ama. La luz no es, por tanto, un instante que sólo pueda ser recordado, no es un punto desvanecido en el tiempo. La luz es un lugar: el lugar en que se encuentran los amantes. Por ello en la luz “tú no estás”: estamos. La falta de luz, ahí donde el amor no enceguece, es donde no es posible vernos y sólo puede verse cada uno, donde cualquier marca es una huella, donde toda huella se ve fácilmente.

         Concluye Paz su lectura de Ulalume González de León: “la poesía no es ni puede ser sino el parpadeo del tiempo, el signo que nos hace el tiempo en el momento de su desaparición”. Octavio Paz señaló los signos de la construcción ulalumeana, los parpadeos que son difíciles de notar para el lector primerizo. El lector, encaminado por la mirada de Paz, puede andar entre los signos para orientar su vida. El lector, de la mano de Paz, puede descubrir que a veces el poema es un guiño del pensamiento.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. ¡Bravo! Por primera vez alguien le escribió un discurso bien planeado al presidente. Tan bien estuvo el discurso sobre la decisión de Donald Trump de enviar a la Guardia Nacional a la frontera con México que los críticos de Peña Nieto tuvieron que amenazar a una nube (Jorge G. Castañeda), apurar la intemperancia (Julio Hernández), o simplemente inventar un chisme (el directivo de Reforma tras F. Bartolomé). Claro, hay que entender que entre los críticos, quienes no están en campaña, juegan su propio juego de periodismo ficción.

Coletilla. “Quien lee de modo superficial palabras maravillosas, hace que también su corazón se vuelva superficial”. Isaac de Nínive

Procreación

La alcoba es santuario para los amantes. La rebeldía pusilánime, irreverencia forzada, observa el conservadurismo implícito en pensar una noche y una recámara para imaginar el amor. Se acusa de escrúpulos morales opresivos, falta de madurez en el espíritu de quien llega a imaginarlo. Despierta un sonrisa condescendiente al ver la supuesta candidez. El amor es un arrebato que en cualquier lugar, en cualquiera hora del día, nos posee. La alcoba puede ser una prisión al limitar la efusión pasional de los amantes. El sitio se alza como efigie para defender las buenas costumbres y la vida comúnmente aburrida.

En Antes del comienzo de Octavio Paz no encontramos ningún elemento categórico para imaginar una alcoba. Sin embargo tampoco nada lo niega; es más: ayuda a interpretarlo. Alborea y uno de los cuerpos humanos abre sus ojos. No distingue lo que oye y la penumbra no favorece alguna distinción visual. Sólo sabe que otro día comienza. La desnudez no abona a la claridad; el supuesto estado natural, la libertad de nacimiento, nada dice. En el horizonte visual se despliega una extensión donde poco se conoce. Únicamente puede afirmarse, anegado en incertidumbre, su soledad que lo hace borrarse (En mi frente me pierdo/por un llano sin nadie). Con dicho reconocimiento un calosfrío existencialista recorre la única certeza del individuo. El día comienza sin tener compasión del individuo, el cual sabe que está solo frente a la voracidad del tiempo (Ya las horas afilan sus navajas). Con este reconocimiento fatal empieza o concluye su muerte.

No obstante en la siguiente parte del poema hay un cambio radical. El individuo reconoce a otro. Tiernamente el amante escucha respirar al otro aún dormido. No cruzan palabra, no se encuentra despierto. El cuerpo dormido, inmóvil, aparentemente se pierde como materia en la oscuridad. Sin embargo lo que vive uno de los amantes le da vida y luz (Pero a mi lado tú respiras;/entrañable y remota, fluyes y no te mueves). Aquello que el pensamiento no alcanza dilucidar, por ser todo oscuridad, extrañamente los sentidos lo perciben una vez que la luz del amor se hace presente. Difusamente se mira, pero logra mirarse. No se ase, pero se palpa. A pesar de las tinieblas, uno estando despierto, el otro dormido, hay una evidencia muy clara: un río de latidos. El curso erótico conduce la sangre y reanima los cuerpos. Uno con ojos cerrados, otros con ojos cegados. En el mundo informe, en el que aguarda el sol para florecer, en el que los versos no logran afianzarse al renglón, la única evidencia es el calor de la piel, eso escurridizo, placentero y misterioso que experimenta el amante en vigilia.

Así como hay Creación en las tinieblas, dos humanos amándose dan sentido a lo difuso. Cada sé muy hondo establece orden en un mundo irreal. La vida en los cuerpos principia al reconocer su comunión en el amor. Es el beso el que conduce a la procreación y no el inerte cuerpo, con su tejido y poros vacíos. En las ventanas irrumpe un fulgor; el amor se manifiesta en un lecho. El paralelismo con la Creación muestra que el amor puede llegar a ser lo más libre posible, un acto inesperado y capaz de quebrar los límites de la nada. Asumir la alcoba como efigie del conservadurismo es ser el conservador más cerrado posible.