Cuarentena

El texto no llegó, pues no salió de casa

todo lo desinfectó, sus manos las lavó

pero su café se enfrío esperándolo en la taza.

El texto no salió, haciendo gala de paciencia

al guardarse pensó que hacía bien

para dar lugar con su silencio a la ciencia.

El texto se guardó, para no contagiar

con desesperanzas a nadie.

Para no aumentar el miedo,

o para evitar un desaire.

Por lo que haya sido: miedo,

prudencia, amor por el otro,

o por gestos de paciencia,

el texto no apareció.

Lo cierto es, que hoy le tocaba,

pero el texto no salió

porque la cuarentena guardaba

Maigo

Grito

Con cada modulación de voz su paciencia se agotaba, con cada palabra emitida sentía que su amor se marchitaba. Y es que con cada grito que emitía era menos lo que escuchaba, ya no hablaba, ya no oía, porque como una bestía gritaba.

Paciencia

La paciencia no se acaba, es la esperanza la que se extingue.

 

Maigo

Añoranza

También hace falta paciencia para no recordar.

Maigo

La carta (primera parte)

Escribir una carta es una actividad actualmente infravalorada. Antes, según veo cartas de décadas pasadas y me cuentan las personas de varias décadas, era muy común escribir cartas, así como escoger el papel adecuado para hacerlo, pensar qué se iba a decir y cómo sería la mejor manera de expresarlo; según cuentan, algunas misivas eran perfumadas amorosamente. La escritura era casi un ritual, un momento especial cuando se confiaba en que las palabras llevarían algo de una a otra persona; no era difícil usar horas enteras en dicha actividad.
En la actualidad preferimos teclear. Aunque pudiera ser más cómodo escribir en computadora, celular, tablet, etc., parece que es una tortura, pues hasta tenemos contados los caracteres para escribir. Pero esto no hace conciso nuestro recuadro tecleado, sino que lo vuelve incompleto; lo escrito con prisa está pensado con prisa y no lo podemos evitar porque presurosamente exigen, al menos así creemos, nuestra respuesta. Nuestro vicio por el tecleo breve nos dificulta el escrito extenso, pues al extender la idea de los pocos caracteres la reiteramos sin explicarla (véanse los comentarios a los escritos del periódico colgados en la red). Si no atendemos pacientemente la explicación una idea, mucho menos nos detendremos a imaginar qué sentirán las personas al leernos; nuestras palabras son escritas y leídas sin mucha pasión o con confusas pasiones. La carta también podía sufrir las mismas presurosas carencias, pero los trazos y dobleces propios de aquélla podían expresar, quizá reforzado con lo escrito, subrepticias pasiones. ¿La tecnología nos condena a la inexpresividad? ¿No más bien nos altera incontrolablemente nuestras trémulas pasiones? ¿No estará escrito todo esto sin una gota de sangre?

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Tirana cazadora

Anoche volvió a visitarme. Su ataque me tomó por sorpresa, como siempre, y aunque quise defenderme, fue inevitable rendirme. No soy su única víctima, mucho menos la primera ni la última; bien lo sé. Ataca a cualquiera que encuentre a su paso, sin importarle si se trata de un animal o un humano, de un varón o una mujer, de un joven o un viejo, si es alto o chaparro, gordo o flaco, peludo o calvo… Simplemente, no hay quien de ella pueda salvarse.

Todo lo tiene fríamente calculado. Lleva tanto tiempo robándole la paz y la calma al mundo entero que sabe a la perfección cuál es el momento idóneo para atacar a su presa; sólo es cuestión de esperar. La paciencia es su virtud y su aliada en todas y cada una de las batallas. Una vez que ha elegido a la víctima, ya no la suelta, está acechándola de cerca, muy de cerca, esperando ese momento propicio en el cual aquélla se encuentre completamente desprevenida para entonces abordarla y asestarle el golpe fatal que la dejará indefensa. Lo único imprevisible de ella es el blanco de su ataque. Nunca sabes si será uno o serán varios ni cuál o cuáles serán, pues aunque prefiere los sitios más recónditos y de difícil acceso de tu cuerpo, bien puede optar un día por el cinismo y atacarte justo frente a tus ojos sin que tú puedas siquiera verla; así de escurridiza es. Por más que uno intenta estar atento y en guardia, siempre encuentra la forma de evadirlo y una tras otra sus victorias se acumulan, dejándolo a uno sumido en su derrota perenne y con las nuevas heridas del mortal enfrentamiento.

Quien ha sufrido su ataque, no ha de olvidarlo jamás. Comienza con un pequeño cosquilleo, casi imperceptible, que de tan inocente uno termina por ignorarlo. Poco a poco nos dirige a su trampa y una vez que hemos caído, no hay vuelta atrás. La intensidad del cosquilleo aumenta hasta convertirse en algo insoportable y, en ocasiones, hasta doloroso. Es entonces cuando cedemos ante el ataque y no hay bandera blanca que valga; no nos queda más que tallar y rascar la zona afectada, ese blanco elegido, para eliminar todo rastro que haya quedado de su vil ataque. Es aquí cuando nos sabemos vencidos y la reconocemos vencedora, aunque sea a regañadientes.

¡Maldita! ¡Mil veces maldita, ella y su nombre legendario! Ése que empieza con “c” de cazadora, de canija, de cruel… Comezón se hace llamar la muy tirana.

Hiro postal