Brevísimas notas sobre si la lengua española debe tener criterios que establezcan su propiedad y corrección así como que contribuyan a su esplendor

Las palabras son el medio por excelencia.

Negarse a pensar la lengua es un acto de arrogancia.

Escribir es la acción del pensamiento.

¿Creer que nuestras acciones carecen de bondad o de maldad será análogo a creer que el lenguaje es cosa exclusiva de los hablantes?

Yaddir

El carácter en las palabras

Hablamos y revelamos quiénes somos. De dónde venimos (a dónde vamos), qué nos agrada, qué nos disgusta, qué clase de personas somos (qué clase de personas queremos ser), se manifiesta en las palabras que usamos y el modo en el que las usamos. Ponerle atención a las palabras que usa una persona es más que un acto de cortesía.

Tantos detalles que podemos escrutar en las palabras que usan nuestros semejantes serían difíciles de enumerar. Uno de los más interesantes es las palabras que más repiten. En una caricatura japonesa (cuyo nombre no recuerdo ahorita) un villano encerraba en un jarrón a sus enemigos si estos, en el transcurso de la batalla, pronunciaban la palabra que más usaban. Para ganar una batalla se necesita de estrategia. Qué impresionante el que no sepamos cuál palabra usamos más, dejando de lado artículos o pronombres. ¿Qué palabra usaremos menos o dejaremos de usar intencionalmente? ¿Qué dice de nosotros el que no seamos conscientes de nuestro uso del lenguaje?

Creo que el uso que hacemos de las palabras, o cómo las usamos, o cómo creemos que las estamos usando, se relaciona más con el carácter que con su significado preciso. Al menos en la mayoría de las ocasiones. Pero imprimimos carácter y significado al charlar. Por ejemplo, cuando los anti feministas o machistas (no sé cuál sea el termino preciso), usan la palabra feminazi, lo hacen con la intención de ofender, porque ellos a su vez se sintieron ofendidos por algo que dijeron las feministas. No usan la palabra porque entiendan con precisión enciclopédica lo que es un nazi, lo usan sólo porque les suena ofensivo y quieren reflejar con su ofensa el descontento que sienten hacia las feministas. Además quieren evidenciar que ellos son los buenos y las feministas las malas, pues nadie pone en entredicho que los nazis sean malos. ¿Qué clase de personas usan la palabra feminazi? Personas ofensivas, que podrían ser agresivos con facilidad. No sé si serían violentos, capaces de dañar o lesionar a otra persona físicamente. Por otro lado, las feministas usan un verbo, casi siempre en infinitivo, al referirse a su actividad contra el patriarcado. La frase reza más o menos así: no se va a caer, lo vamos a tirar. Aquí es manifiesto el uso de la fuerza. Un uso que parece más a la defensiva que a la ofensiva. Pues, hasta donde entiendo lo que dicen las feministas, el patriarcado ha sido injusto con las mujeres y en justicia deben tirarlo. A diferencia de los ofensivos, las feministas están unidas. Por eso enfatizan la palabra «vamos». Es una acción, no una reacción. Es más difícil hablar de carácter con ese sentido de la unidad. Además, hay grupos feministas que no comulgan con otros y algunos discuten entre sí. Para tirar se necesita resolución más que nada. Aunque en este caso se sepa qué se quiere tirar y haya estratagemas para tirarlo, también se expresa el carácter en el verbo. Las palabras son más que significados, el lenguaje tiene alma.

Yaddir

El poder de las palabras

Cierto día, creo que durante una conferencia, me sorprendí por conocer a un eminente, grande y reconocido maestro. Estaba enfrente de mí. ¡Me tendió la mano para dirigirme un breve saludo! Cuál no sería mi sorpresa al percatarme que el sabio, insigne y reconocido profesor no era más inteligente que mi compañero el impuntual. La segunda sorpresa venció a la primera porque ésta se basaba en las palabras con las que destacaban los títulos y la trayectoria del famoso catedrático. La primera sorpresa era una vacía impresión que los socios (cómplices) del funcionario se esmeraban en construir para que los jóvenes supieran quiénes eran los buenos, a quiénes debía seguirse. No me avergüenza decir que tardé bastantes clases en notar que el falso sabio no sabía mucho, pues los datos, anécdotas y chismes me sorprendían en la misma medida en la que me entretenían. Lo que más me sorprendió fue percatarme de hasta qué punto las palabras pudieron moldear mi disposición a escuchar y aceptar sin chistar cualquier cosa que dijera una persona vitoreada y afamada. Las palabras convencen rápidamente.

Quienes somos ajenos al funcionamiento de las instituciones sabemos más de política por lo que escuchamos que por el funcionamiento mismo de la política. Quizá no sabemos nada y suponemos mucho. Creo que por eso adoptamos un partido con viva vehemencia. No específicamente un partido político, sino un lado entre la mayoría de funcionarios electa democráticamente y la minoría (aunque en la mayoría también hay secciones con sus respectivas divisiones). En el caso de México, el partido que ostenta el poder es el del presidente, quien con discursos floridos, aunque bastante claros, intenta convencer día a día que él es una de las mejores cosas que le ha pasado al país; la cuarta mejor, según sugiere con la falsa modestia que nunca abandona a los políticos. Para no colgarle generalidades a una persona tan importante en la vida política de los últimos años en el referido país, conviene ponerle atención a unas breves frases que, desde mi opinión, resume el estilo de sus discursos: “Antes yo pensaba que el estrés era pues una exquisitez de la pequeña burguesía. Pero no, este, sí existe. Este, eh. Y no todos estamos hechos para resistir presiones.” El contexto, para no juzgar con unas pocas palabras al uso vano de las palabras, fue su respuesta sobre un cuestionamiento de un reportero por la renuncia de uno de sus funcionarios federales. La frase más llamativa fue la “exquisitez de la pequeña burguesía” (hay varios memes en la red con ella). Pero la idea de que el estrés era un invento, y de que el presidente descubrió que no era un invento hasta que no le pasó a uno de los suyos, es un reflejo de qué tan fuerte cree que él es y qué tan débiles son los demás, sobre todo los pequeños burgueses (que, según entiendo una de sus ideas más populares, son una parte la población que no lo quiere). Los pequeños burgueses, según ha sugerido en otras ocasiones el mandatario federal, no son el pueblo bueno, quienes lo apoyan y a quienes parece que mayormente habla en sus discursos.  Aunque en sus actos, no en sus palabras, ha afectado al disminuirles la cantidad de medicamentos a los niños con cáncer, principalmente, y a otras personas que no pueden costearse sus medicamentos sin la ayuda de los servicios de salud públicos. Con sus palabras principalmente, el actual presidente pudo hacerse de su actual poder. En sus actos y omisiones es donde principalmente se ve el alcance de su fuerza. Pero sus peculiares palabras, vertidas en más de diez horas semanales, lo blindan de los ataques que debilitaron a su predecesor. ¿Las palabras son más peligrosas que las acciones?

“Es un instrumento inventado para manejar y agitar turbamultas y a plebes alborotadas, y un instrumento que, como la Medicina, sólo se utiliza en los Estados enfermos: a aquellos donde el vulgo, donde los ignorantes, donde todos lo pudieron todo, como los de Atenas, Rodas y Roma, y donde las cosas estuvieron en perpetua turbulencia, allá fluyeron los oradores.” Sentencia como en pocas ocasiones Michel de Montaigne. Tan fluctuante y ambiguo como el poder son las palabras. Dan dirección, fijeza, a aquello que no se puede asir con facilidad. Las palabras bien dirigidas, con base en lo bueno, fundamentan la autoridad. Pero las mismas palabras se pueden utilizar para justificar el mando de un régimen o imperio, como en los golpes de estado o en las traiciones políticas. Tal vez la pregunta por el mejor régimen sólo pueda responderse con pocas palabras.

Yaddir

Uso de las palabras

Surgen las palabras en la pantalla desde el teclado para darle forma a lo que estoy pensando. Escribo y leo lo que voy escribiendo: qué palabra uso primero, cuál me tiene descontento, cuál o cuáles constantemente repito. Descubro lo que quiero decir y descubro la maravilla de las palabras para decirlo. Casi siempre las palabras son las que me permiten descubrir lo que estoy pensando; sigo las relaciones que las palabras me ayudan a trazar, vislumbro los entramados que cada tema tiene entre sí, cómo cada cosa se muestra y ayuda a mostrar a las demás. A tientas creo ver algo, veo cómo se va acercando o cómo me estoy acercando a ello, cómo lo veo con más claridad. Pero no todo es tan racional, no sólo pienso al escribir y el escribir y leer me ayudan a pensar, pues me emociono con una idea e intento perseguirla con esta o aquella palabra, con una u otra frase. A veces comprendo que estaba alegre cuando escribía sobre las preguntas y lo que queremos decir al preguntar o recuerdo que me enojé al escribir de política. Recientemente descubro que hablar de las redes sociales me ayuda a no estar tan a disgusto con ellas.

¿Qué sentirá el que insulta a los usuarios de Twitter por estar en contra de su postura política? No hablo de aquellos mercenarios que cobran por insultar, pienso en quien, quizás empujado por la ola de insultos, concibe como un deber cívico usar groserías contra quienes insultaron a sus ídolos. Supongo que sentirá alguna clase de orgullo, como el soldado que defiende a su patria. Tal vez se enoje porque su representante político es parte de él, él es parte de su representante político e insultar a éste, como resulta claro, es insultarlo a él mismo. En ese sentido se está defendiendo del directísimo ataque que le hacen a él. Pienso que no sería delirar demasiado si el insultador de Twitter (o de cualquier otra red donde se pueda comentar sobre posturas políticas) se imagina a sus adversarios ideológicos como seres a los que se les da lo que a él se le quito. Insultar, para el sujeto mencionado, es una exigencia, una retribución. Me rio de creerlo (aunque en alguna ocasión leí en una crónica periodística que algunas personas tocaban las ropas del más alto funcionario público en espera de un milagro), pero podrían existir personas que crean que el mentado ente político sea en realidad una especie de ser divino, alguien que tiene, quién sabe cómo, comunicación con Dios. Las palabras como reforzadoras del orgullo, usadas para la defensa o la exigencia, o que legitiman la defensa entre la Divinidad y los hombres. ¿Cómo saber quién de ellos tiene razón? Ellos asumen que la tienen, así que no es una pregunta para ellos. Estoy seguro que si se les cuestiona si sus palabras carecen de veracidad, los insultos caerían sobre el cuestionador. Tal vez ninguno la tenga si defienden por todo a su líder. Aunque tampoco podría tenerla en todo momento el que critica, pues criticar no es señal de entender completamente lo que se critica. Creo que simplemente hay que entender por qué hacen lo que hacen los políticos, por qué se les critica, por qué se les defiende y cuándo merecen ser defendidos y cuándo criticados. Pero si lo que predomina en redes son los insultos antes que las ideas y los argumentos, si los auténticos insultadores se vuelven infelices por insultar, esos espacios perjudican más de lo que pueden beneficiar.

Yaddir

Algunas notas sobre la libertad de expresión

No todos podemos decir lo que sea cuando queramos y como queramos. Estaría dispuesto a afirmar que nadie puede hacerlo. Al menos nadie puede hacerlo sin que medien consecuencias. Las frases no se quedan en letras escritas, voces o señas. Hablar por hablar muestra un trasfondo vacío.

Las polémicas son parte de la natural disensión que encarna y permite un régimen con rasgos democráticos. Ninguna postura va a satisfacer a todos los ciudadanos. Mucho menos una provocación. La provocación concentra la atención, pero también la disuelve.

El disenso nace de la libertad de expresión. Pero si no se disiente con razón en los temas importantes, la libertad de expresión se transforma en libertad de provocar, en libertad de insultar. En las redes sociales parece que todos tienen la razón; por eso nadie la tiene.

Las posturas, las enseñanzas y las doctrinas son vitales. Las palabras pueden llevarnos a entender la justicia, a vivir mejor. Pero con palabras el orador se hace fuerte. El que convence para ser fuerte cree domar a la justicia. De ahí la importancia en reflexionar en la verdad de lo que se dice. Por una mentira han muerto millones de injustamente.

Yaddir

Insultos

¿Puede una palabra incitar al odio?, ¿repetir constantemente una sola palabra podría provocar que muchos sintieran odio hacia las personas a quienes se dirige el insulto? Quizá habría que contextualizar la pregunta, pues en la historia alemana hay casos en los que una sola palabra incitaba al odio y este sentimiento fue conducido para dañar a millones de inocentes. Muchos años antes, un árabe escritor narraba las más insólitas peripecias de un valeroso y sin par caballero; entre sus muchas historias, el caballero se encontró con que una guerra podía causarse por un rebuzno. Si un rebuzno es más complejo de entender que una palabra, no creo que sea un asunto fácil de discernir, por lo que dilucidarlo me llevaría a otras largas orillas; aunque sí habría que precisar que el primero que rebuznó en la referida historia no lo hizo con una intención bélica ni mucho menos para incitar al odio. Pero sería pertinente precisar ¿la palabra escrita en una red social podría incitar al odio?

Una palabra puede condensar el enojo, explicarlo, verterlo. Pero la palabra no se queda en su significado, también hay algo que nos hace sentir al escribirla, al proferirla y al leerla. Un insulto de una persona cercana nos duele más que el de quien sólo sabemos de su existencia hasta que nos insulta en redes. Un insulto de un hombre con muchísimos y fieles seguidores afecta más que el de un desconocido en el transporte público. Las redes sociales se han transformado en un cuadrilátero con luchadores anónimos, solitarios o en grupo. Esto no es nuevo. Cualquiera de los insultos que han perdurado en redes podrían incitar a su réplica, transitar con facilidad del seguidor fiel de una ideología al niño que comparte memes de los Avengers. Pero eso no hace al niño transformarse en un ciego defensor de la recién conocida ideología por una sola palabra, de admirar nuevas ideas y nuevos líderes, de prepararse para actuar en defensa de algo que quizá no conozca. Aunque inevitablemente habrá quienes compartan esas ideas, que expandan más de un solo insulto y gracias a las redes puedan conocerse, juntarse y planear. Pero las redes no podrían detener esta clase de grupos, me parece, sin que sean vistos como censores retrógrados. Claro, otros usuarios podrían denunciar los grupos de odio para que sean cerrados temporal o definitivamente. Aunque no todos los grupos son tan diáfanos en sus objetivos como para asumirse como anti algo; el concentrar sus ataques a sus enemigos usando una sola palabra sería absurdo si lo que quieren es sumar adeptos. Tal vez una palabra les ayude a sembrar discordia en distintos grupos de las redes para identificar a potenciales aliados y conocer a sus potenciales enemigos. Los líderes populistas abusan de sus reflectores para mostrar o probar su fuerza mediante los insultos (¿sería capaz Facebook de censurar a algún líder mundial?). El insulto vertido en una palabra es el primer paso para un plan claramente trazado. El mayor peligro está en quienes socializan astutamente en las redes.

Yaddir

Sobre las democráticas redes

A veces, sin querer, me gusta escuchar conversaciones ajenas. En ocasiones son tan sabrosos los diálogos de los demás que invitan a que los extraños participen y discutan como si se tratara de un debate público. ¿Por qué si no están hablando de eso (cualquier tema) en el transporte? Por algo éste es público. Si no quieren ser escuchados ni interrumpidos deberían tomar un taxi o irse a una cafetería en una zona libre de interrupciones. Claro, alguien me podría objetar que las condiciones del transporte público son pésimas y no dan el espacio ni la privacidad adecuada para conversaciones inaplazables. Pero ese objetador (¿por qué en español no tenemos registrada la palabra objete como sustantivo para distinguir a aquellos que objetan si parece ser tan precisa?) no aprecia ni tiene el gusto por una buena conversación ajena. Además, si hablan de cosas de dominio público, como la familia, los amigos, el amor, ¿por qué resulta inadecuado entrometerse? Pero algo me detiene a interrumpir pese a lo común de los temas. Aunque tenga una opinión a punto de saltar de mi lengua no dejo que salga. Quizá sea el no querer interrumpir a los interlocutores, pues nada hay tan fastidioso como ser detenido cuando una idea comienza a tomar buena velocidad.

“El diálogo convoca a la democracia”. Fue una buena frase que atrape en una de las tantas conversaciones dejadas al aire. Lamentablemente el resto de la conversación era tan repetitivo como el aire. Pero la frase comenzó a rondar en mi cabeza hasta que uno de los interlocutores dijo que ninguna herramienta posibilita el diálogo tanto como el internet. En ese momento más que querer interrumpir al interlocutor quería darle un zape para ver si así se le ordenaban las ideas. Preferí dejarlo que continuara, si no, quizá yo hubiera sido el revirado, y todo por andar de objete. Su argumento sugería que ningún lugar nos posibilitaba tanto conocimiento (político y de las personas) como el internet; ahí se podían encontrar libros, noticias, disertaciones y miles de puntos de vista. Por un momento me convenció la idea; pensé “qué bueno que no objeté”. Pero la idea era limitada, pensé, mas no por ello me puse a objetar, pues en las redes el usuario difícilmente se compromete con lo que escribe; no hay ninguna clase de filtro, ni una sola autoridad a la cual responder si se dice algo falso, medio cierto, escandaloso o grosero. En consecuencia, las opiniones lanzadas a las redes y a sus fieras podrían con mucha facilidad no ser la verdadera opinión de los usuarios. Esto nos hace dudar ¿para qué opina las personas en las redes?, ¿buscan solidificar la democracia?, ¿buscan socavarla al propalar opiniones desvinculadas de los opinólogos (otra palabra cuya precisión hace falta registrar en la RAE)?, ¿simplemente buscarán entretenerse, como cuando ven un meme, cuando opinan? Si no se sabe para qué teclean los billones de usuarios en redes, no puede haber consenso, ni siquiera disenso; no hay democracia posible.

Yaddir