Certero abrazo

Certero abrazo

 

un alfiler atrás del corazón

Adolfo Castañón

Anudados los ojos, nublada la garganta, la memoria acecha a punto de llorar. Cavilación y duda. Conoce uno al amigo, sabe cómo lo está pasando. Certeza en lo que se tiene que decir; incertidumbre de la posibilidad de decirlo. No, nuestra amistad, nuestro compartido amor por la palabra, no está renunciando a decir, a decirnos. Certeza en que lo dicho antes puede ser vivido ahora; incertidumbre de que la vida ―no tú ni yo, la vida― nos alcance para decirlo todo. No claudica la fe, en ella nos encontramos: el rezo de la noche amaina la distancia. No claudica el afecto, el cariño que hace desear que el amigo sea reconfortado: el aliento es un pálpito suspenso, la preocupación hormiguea en los brazos, tu ausencia es la esperanza del abrazo. Claridad: mi ilusión a veces aspira a proteger la vida. Incertidumbre: ¿seré suficiente para acompañarte? Certeza: sin esta cavilación y duda seríamos extraños. Acechamos nuestra fe, a veces desnublamos las palabras y vivimos la amistad con nuestras vidas anudadas.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. A mi juicio, esta es una de las mejores interpretaciones de Montserrat Caballé, que descanse en paz.

Claridad de la palabra

Claridad de la palabra

 

Cualquiera que haya leído a Alfonso Reyes sabrá que el cuidado de las palabras es el cuidado del hombre. Lo humano se apalabra. Las palabras descuidadas arriesgan al hombre. Cuidar la palabra es el esmero de la lectura y el diálogo. Y siempre es deleitoso el esmero en lo mejor del hombre. Por ello, Mil palabras, el nuevo libro de Gabriel Zaid, es un deleite lujoso de oído refinado entre el ruido y la bastedad, escritura elegante entre la rusticidad del post y ordinariez del panfleto, testimonio lector de quien quiere saberlo todo.

         Mil palabras reúne en sesenta ensayos una investigación de más de cuarenta años sobre las palabras, su origen, sus sentidos y sus finalidades. Sesenta ensayos que, publicados previamente, han sido revisados y actualizados por el autor a fin de que no sólo testimonien la publicación original, sino continúen el diálogo entre quienes quieren cuidar las palabras, cuidar al hombre. Zaid enseña -porque, como bien dijo Salvador Elizondo en un famoso ensayo, don Gabriel es ante todo un pedante, en el sentido propio y original del término- el amor a la palabra. El lector puede observar en la obra el arte de hacer un libro, de construirlo como un todo a partir de partes independientes articuladas en función del lector, de la finalidad natural de todo libro. El lector puede advertir la necesidad de escuchar con agudeza lo que decimos, escribimos y leemos, para encontrar en la propia lengua -y en la voz ajena- los sentidos y matices de los movimientos del alma que habla. El lector puede notar la pericia de quien consulta las fuentes de información (que bien puede aprender aquí el tecnócrata académico el uso correcto de las enciclopedias -incluyendo Wikipedia-, los diccionarios y las bases de datos que la metodología profesional enseña a desdeñar, abusar o ignorar), de quien se orienta en medio de la aparente confusión de los demasiados datos y encuentra creativamente el camino a las respuestas de su pregunta. Mil palabras puede contagiar al lector el gusto de leerlo todo, de leer para entender, para entenderse, de leer para entender la propia vida, vivirla entendiendo: ser real.

         Quizás el aspecto más velado de la nueva obra de Gabriel Zaid sea su pertinencia, pues cualquiera que piense en un libro sobre palabras, etimologías y diccionarios podría suponer que se trata de una ostentación impúdica de erudición, de un irresponsable despliegue de palabras que se abstraen del diario acontecer, de la afectación de un intelectual que ofrece a su público cautivo sesenta pretextos para atrincherarse en un escolasticismo caduco o un intelectualismo vano. Nada más lejos de la realidad. Zaid creó su nueva obra con la sabiduría del hombre que sabe escuchar sus tiempos. El libro de palabras de Gabriel Zaid no reúne palabras al azar o al tanteo: pone en claro las palabras que necesitamos para dialogar en la plaza pública. La heurística de la etimología zaidiana se llama sabiduría política. Mil palabras cuida al hombre con la claridad de la palabra.

 

Námaste Heptákis

 

La letra yerta. El pasado lunes, Cantumimbra planteó que el concepto usual de lo «políticamente correcto» no denota la ironía con el que lo mentamos, por lo que vale pensar en la necesidad de un neologismo. Él propuso tres: flexiortodoxia, ortopolítico y doxinestesia. He de confesar que el primero es el más cercano conceptualmente, pero que es feo, por ser demasiado largo y tener una doble «x» que dificulta su pronunciación; no lo imagino en una copla satírica. Ortopolítico no me gusta, pues puede ocultar lo que se intenta decir y puede servir para cosas peores. Doxinestesia suena bien, principalmente por el carácter sensible del asunto, pero requiere el deslinde de la actividad sinestésica y su distinción de la publicidad. Propongo timagogia, que nos recuerda que en el caso de lo «políticamente correcto» estamos ante una psicagogia centrada únicamente en un elemento –lo thymos-, que -distinta a la demagogia- se orienta a sectores específicos de la población y no siempre con intenciones políticas, y que sus llamados a la indignación recurrente son -en alguna ocasión- entimemas. ¿Cómo ven?

Coletilla. Qué belleza ante el horror.

Políticamente correcto

Hay asuntos de los que nos es conveniente hablar en público. El racismo, el feminismo y el maltrato animal son temas que, si se ponen a debate, los racistas, los antifeministas y los que consideran que los animales son inferiores a los humanos, siempre serán duramente criticados. Por el contrario, sus defensores, siempre serán bien vistos. El racismo ni siquiera debería ser un asunto polémico, pues sus premisas son endebles y denigrantes. El problema surge si se considera un acto racista una queja de un extranjero hacia la higiene de una ciudad. Los defensores de la ciudad supondrán que la queja se hace porque son de tal ciudad y blandirán sus afilados tuis hacia quien expresó el comentario. La persona que evidenció la higiene de tal lugar podría decir que no los criticó por ser de determinada ciudad, sino por lo que hacen, o dejan de hacer, con la basura de sus calles. Hay asuntos de los que no conviene hablar porque no se quieren pensar.

¿Qué tan fácilmente aceptamos las críticas hacia lo que hacemos? La pregunta podría plantearse de otra manera: ¿qué tan dispuestos estamos a saber si hacemos bien o mal? Nadie pondría en duda que Donald Trump se volvió en el villano favorito del año 2016 para los mexicanos (donde se desbancó, sorprendentemente, al presidente) y para los latinoamericanos. Sus virulentas acusaciones se volvieron exageradas y, aunque dijera algo cierto, no lo podíamos aceptar. Su tono y sus intenciones alejan de la discusión pública (si es que existe algo semejante) los problemas de los que nos acusó; la indignación no debió alejarnos de los problemas, aunque qué sea importante discutir parece indicado por las azarosas redes sociales. Su golpe hirió más porque era extranjero; hay compatriotas que dañan más el país y se dijeron ofendidos; hay quienes fueron exageradamente igual de nacionalistas en el contrataque. Ni el ataque ni la defensa nos ayudan a entender los temas más complejos de nuestros regímenes.

Pero entre los temas polémicos hay uno del cual ni siquiera sabemos cómo abordar: nuestra experiencia erótica. Nos da miedo decir cualquier cosa o decimos lo que se nos venga en gana. Creemos que un coqueteo tiene como última finalidad el sexo; no distinguimos entre acoso y un coqueteo. Suponemos que el clímax de dicha experiencia es el sexo y que éste es una descarga de algo sobre alguien para conseguir un cierto tipo de felicidad. Creemos que el sexo es una competencia, donde siempre hay algún ganador; creemos que tiene una vida más plena quien se acuesta con más personas que quien lo hace con una sola. El problema de todos estos prejuicios, así como los que tienen que ver con los temas denominados políticamente incorrectos, es que si no se discuten nunca los podremos entender y hablar de ellos siempre se entenderá como un ataque. Creo que no sería políticamente incorrecto decir que no sabemos discutir y sufriremos de lo políticamente incorrecto en la medida en la que no queramos aprender a hacerlo.

Yaddir

Letras en una burbuja

Letras en una burbuja

 

Siguen los retos cayendo; que no callen. Además de la segunda contribución de Tacitus al reto de Javel, Maigo nos propuso algunas palabras para armar una calaverita. ¿Y si reunimos el reto de Maigo con el reto de Javel? Pues salió lo siguiente (y con notas pertinentes) intitulado “Las trescientas letras emburbujadas”. Faltará reunir a la rana, las cuentas y la burbuja.

 

 

Tinaca, mujer de Tinaco,             19

llamaba a la Parca demulce          21

a que por su voluntá fulce            21

liberándola del bellaco.                20

“Se metió con la Margarita.           21

Malos hombres, infieles serán        25

con hambre, no sólo de pan”.        20

“Veo que usté sí me necesita         22

y que no me llamó en vano;           18

también se fue con la Maruja         23

y en un tiempo no muy lejano”.     22

“Ah, si será puro granuja                     19

quien trescientas entre su mano        27

letrillas reúne en burbuja”.                 22

                                                                ______

                                                                  300

 

Notas. a) Los versos segundo y tercero de la segunda cuarteta tienen una sílaba menos porque es verso oxítono y en el conteo silábico del ritmo aumenta una sílaba. b) Se considera como una sola letra a la “elle”, que existe formalmente aunque no la pronunciemos. c) El DLE tiene “emulcente” como participio de “emulcir”, voz que refiere en desuso. Se puede formar adjetivo, que es como aquí aparece. d) “Fulce” es conjugación del verbo “fulcir”, que el DLE da con un significado erróneo. Fulcire latino proviene de la palabra griega para guardia, por lo que su sentido correcto es “apoyar”. e) ¿Sólo a mí me pareció que la burbuja debía ser bruja?

 

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Preocupante el panorama de la violencia en Guerrero. 2. En abril pasado, Fernando García Ramírez advirtió sobre la posibilidad de que las agencias de manipulación política, espionaje y hackeo de Rusia intervengan en la elección del año entrante. Ahora, García Ramírez reitera su advertencia. 3. No conformes con las calaveritas, los diarios Reforma, La Jornada y Heraldo de México decidieron iniciar una nueva tradición para el «día de muertos»: revivieron una nota vieja y la colocaron como la nota principal del día. O sólo así se explica que llevaran en sus portadas del día de muertos información divulgada ya hace meses, sin relación con ningún hecho reciente pero sí con la insidia adecuada a los tiempos: ninguno dejó de mencionar, como para relacionarlo a fuerza, a un exdirector de Pemex. ¿Hay gato encerrado o bruja celosa? 4. Y el presidente nos aseguró ayer que volveremos a administrar la abundancia. ¡Chin!

Coletilla. Se cumplen 100 años de la publicación de «el libro más maravilloso que el español ofreció durante el siglo XX», nos recuerda el crítico literario Christopher Domínguez Michael, quien merecidamente ingresó ayer a El Colegio Nacional.

 

El espejo roto

¿Se puede capturar una acción en una imagen y ser comprendida por los amigos? Mi pregunta, por más incompleta que parezca, proviene de una situación común en la vida alterna que casi todos vivimos, es decir, las redes sociales. Ahí vemos cientos de situaciones que se intentaron capturar y que quieren expresar algo. Dejando de lado el supuesto de que las redes sociales son una calca vacía de nuestra vida, cuya complejidad se elude al manifestarla en bits y pixeles, suposición que muchos afirman con pocos argumentos, pensemos qué nos quieren decir quienes comparten una fotografía en la red.

Como el internet es un sitio al que millones pueden acceder, y dado que Facebook, Twitter, Instagram y otras páginas semejantes se usan para compartir ideas con otros usuarios, no podemos aceptar que las redes sean un collage para sí mismo, es decir, las redes sociales son públicas, no individuales. Toda fotografía tiene un discurso, por eso podemos entenderla, por eso expresa. Si tenemos en mente la famosa fotografía de “El Buitre” de Kevin Carter, podemos sintetizar la idea de la fotografía así: “la situación política de Sudán devora la vida”. Aunque la idea no se queda en esta frase, pues ésta nos puede llevar a investigar las causas políticas de la hambruna de dicho país y saber quiénes son los responsables de tal situación. Podemos contrastar la situación del niño con la nuestra, sentirnos afligidos por no ser incapaces de evitar la destrucción del hombre o querer evitarla de cualquier manera. Podemos simplemente impactarnos, decir qué mal está el mundo, y nada más. Las fotografías que compartimos en la red también tienen un discurso. Dado que no todas las imágenes tienen una idea clara, las acompañamos con más palabras aclaratorias. La foto que muestra a dos amigos y está precedida por “hoy fue un gran día” más o menos quiere decir que la presencia del amigo hizo genial ese día, que quiere compartir con los demás esa felicidad para que se alegren por él o simplemente vean que él es feliz; dependiendo la personalidad de quién comparte dicha imagen, se puede entender su intención. Por ello, quien sólo comparte fotos ensalzando algún ángulo de sí, podría simplemente presumir eso. Como en redes sólo compartimos lo que queremos que vean los demás, estamos intentando engañarnos al compartir no un aspecto, sino sólo un sesgo de nosotros, es decir, usamos a los demás para engañarnos a nosotros mismos. Es más difícil tomar buenas fotos de nosotros que de los demás. Las redes sociales impiden el autoconocimiento.

Yaddir

Dilemas políticos

La labor política no sólo se limita a lo que decidan los gobernantes, aunque quizá sean ellos los que tomen las decisiones de mayor resonancia. ¿Qué hacen los súbditos, aquellos que trabajan para los gobernantes?, ¿obedecerlos plenamente o mezclar su criterio con las ordenes que se les dan? La respuesta que se dé evidencia el interés político de los principales participantes políticos. La política puede ser una carrera individual, semejante a las vidas empresariales, o un trabajo colectivo.

Un problema dentro de la práctica política, cuando todavía la hay, es si conviene decir todo los que se cuenta en una embajada. Es decir, si un mandatario de alto nivel lanza una provocación hacia el país representado por algún o algunos embajadores, ¿conviene que los embajadores no le cuenten todo al mandatario al que representan o importa más la obediencia que le tienen hacia su jefe? Si es una provocación, no se puede tomar como una declaración seria, por más influyente que sea quien lo haya dicho. Si así habla, ¿cómo se dispondrá para actuar? El embajador debe funcionar como filtro, saber qué quiso decir con su declaración quien la profirió, pues por tratarse de un mandatario no se puede tomar como si no la hubiera dicho. Tal vez sea sólo una prueba para ver qué hace el país afectado o podría tratarse de una demostración de poder la polémica declaración, incluso podría tratarse de una señal de debilidad y con las palabras quisiera empoderarse. Antes de obedecer a su jefe, el embajador debe ver por el bien de su comunidad.

La obediencia ciega funciona y es conveniente en una tiranía, régimen en el cual deja de haber política. Dado que cualquier decisión política es complicada, no puede dejarse a la voluntad de una sola persona el tomarla. El poder posibilita y dificulta las acciones. La buena vida no se aleja del poder, pero tampoco lo toma.

Yaddir

Dichosa la cosa

Dichosa la cosa

 

Las palabras nunca nos convencen por exactas, pues no hay cosa que quepa en las palabras; el convencimiento, más bien, viene de una cosa verbal que se da cuando hablamos, siempre en plural, siempre hacia el otro, siempre en una voz alta (al menos para uno mismo). Por eso a veces las palabras nos parecen sabrosas: nos deleitamos con las palabras bien dichas, con escucharlas y decirlas, con leerlas y releerlas. Hablar, hablar bien, tiene algo de gastronómico, algo de ese deseo de compartir y vivir conjuntamente que nos da el placer de comer a la mesa, con charlas de sobremesa y amigos. Se me antoja, para ilustrar lo anterior, un poema de Alejandro Aura intitulado “Sal y pimienta”.

No describo la cosa cuando nombro
y en rombos de sonido en espirales en volutas digo
pues la cosa es pastel

muchacha

zanahoria

y así la cosa dicha me provoca en la boca
una humedad un charco un chorro

y tal viene a quedar la cosa ya descrita
con la sola apetitosa forma de la cosa verbal que palabreo.

Se corre el riesgo de leer el verso inicial como una proposición, pues ahí está “la cosa”, la actividad y la objetualidad. La cosa, empero, es diferente con este verso. La cosa es el verso: está escrito para decirse, no para nombrarse. Está escrito para llenarse la boca de endecasílabo. Y la boca llena de endecasílabo padece los versos siguientes: un poema que se degusta. El segundo verso, por ejemplo, llena la boca con la solidez de los “rombos de sonido” que se licúa en “espirales” y nos deja con los restos del bocado que nombramos “volutas”. El segundo verso es la degustación de un sonido diluyente. Distinto es lo que pasa con la cosa verbal que une al “pastel”, la “muchacha” y la “zanahoria”. El pastel se enuncia con la dulzura pegajosa de la cosa; la muchacha con los pasos de su acompasado caminar; al llegar a la zanahoria ya estamos acostumbrados, el verso va, la boca está llena y atrapada en esa h intermedia: perseguimos la zanahoria como vemos a la muchacha como se antoja el pastel. Por eso, la cosa dicha reacciona (provoca-boca) en la boca: humedad-charco-chorro. ¿No se combinan las tres palabras que llenan la boca con lo que cada una nombra cuando se les dice? El verso “una humedad un charco un chorro” sólo se presenta en su potencialidad expresiva si la boca se nos llena de una humedad un charco un chorro; el verso sólo funciona si nos llena la boca. Porque la cosa sólo viene a quedar descrita cuando la boca que pronuncia “una humedad un charco un chorro” se nos llena con una humedad un charco un chorro cuando nombra: cuando nombro describo la cosa. Por ello, al final, el poeta concluye con la cosa descrita: lo apetitoso de las palabras. Palabrear es llenarse la boca: hablar bien es un antojo sabroso. Llenarse la boca sentado a la mesa, rodeado de amigos, ya es palabra dichosa. Dichosa la cosa, que por eso es sabrosa.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. La semana pasada erré un dato: no son dos sino siete los años cumplidos del asesinato de dos posgraduantes del Tec a manos del ejército; sí, ese ejército que en la semana dio una conferencia de prensa afirmando que respeta los derechos humanos. 2. Mañana se cumplen 30 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Los funcionarios reconocen que no hay más que la verdad histórica, la débil y tambaleante verdad histórica. 3. Alejandro Hope revisa los números de la violencia en febrero: sólo quedan ganas de administrar el desastre. 4. En la semana, atípicamente, el ejército salió a los medios para asegurar que no hay pruebas de que sus elementos hayan violado los derechos humanos. El Sabueso muestra la falsedad de la frase.

Coletilla. “Me gustan los placeres de la mesa, pero como no puedo sufrir la molestia de la buena compañía, ni de la crápula de la taberna, no puedo saborearlos más que con un amigo; porque solo no me es posible, pues mi imaginación se ocupa entonces de otra cosa y no tengo el placer de comer”. Jean-Jacques Rousseau