Dichosa la cosa
Las palabras nunca nos convencen por exactas, pues no hay cosa que quepa en las palabras; el convencimiento, más bien, viene de una cosa verbal que se da cuando hablamos, siempre en plural, siempre hacia el otro, siempre en una voz alta (al menos para uno mismo). Por eso a veces las palabras nos parecen sabrosas: nos deleitamos con las palabras bien dichas, con escucharlas y decirlas, con leerlas y releerlas. Hablar, hablar bien, tiene algo de gastronómico, algo de ese deseo de compartir y vivir conjuntamente que nos da el placer de comer a la mesa, con charlas de sobremesa y amigos. Se me antoja, para ilustrar lo anterior, un poema de Alejandro Aura intitulado “Sal y pimienta”.
No describo la cosa cuando nombro
y en rombos de sonido en espirales en volutas digo
pues la cosa es pastel
muchacha
zanahoria
y así la cosa dicha me provoca en la boca
una humedad un charco un chorro
y tal viene a quedar la cosa ya descrita
con la sola apetitosa forma de la cosa verbal que palabreo.
Se corre el riesgo de leer el verso inicial como una proposición, pues ahí está “la cosa”, la actividad y la objetualidad. La cosa, empero, es diferente con este verso. La cosa es el verso: está escrito para decirse, no para nombrarse. Está escrito para llenarse la boca de endecasílabo. Y la boca llena de endecasílabo padece los versos siguientes: un poema que se degusta. El segundo verso, por ejemplo, llena la boca con la solidez de los “rombos de sonido” que se licúa en “espirales” y nos deja con los restos del bocado que nombramos “volutas”. El segundo verso es la degustación de un sonido diluyente. Distinto es lo que pasa con la cosa verbal que une al “pastel”, la “muchacha” y la “zanahoria”. El pastel se enuncia con la dulzura pegajosa de la cosa; la muchacha con los pasos de su acompasado caminar; al llegar a la zanahoria ya estamos acostumbrados, el verso va, la boca está llena y atrapada en esa h intermedia: perseguimos la zanahoria como vemos a la muchacha como se antoja el pastel. Por eso, la cosa dicha reacciona (provoca-boca) en la boca: humedad-charco-chorro. ¿No se combinan las tres palabras que llenan la boca con lo que cada una nombra cuando se les dice? El verso “una humedad un charco un chorro” sólo se presenta en su potencialidad expresiva si la boca se nos llena de una humedad un charco un chorro; el verso sólo funciona si nos llena la boca. Porque la cosa sólo viene a quedar descrita cuando la boca que pronuncia “una humedad un charco un chorro” se nos llena con una humedad un charco un chorro cuando nombra: cuando nombro describo la cosa. Por ello, al final, el poeta concluye con la cosa descrita: lo apetitoso de las palabras. Palabrear es llenarse la boca: hablar bien es un antojo sabroso. Llenarse la boca sentado a la mesa, rodeado de amigos, ya es palabra dichosa. Dichosa la cosa, que por eso es sabrosa.
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. 1. La semana pasada erré un dato: no son dos sino siete los años cumplidos del asesinato de dos posgraduantes del Tec a manos del ejército; sí, ese ejército que en la semana dio una conferencia de prensa afirmando que respeta los derechos humanos. 2. Mañana se cumplen 30 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Los funcionarios reconocen que no hay más que la verdad histórica, la débil y tambaleante verdad histórica. 3. Alejandro Hope revisa los números de la violencia en febrero: sólo quedan ganas de administrar el desastre. 4. En la semana, atípicamente, el ejército salió a los medios para asegurar que no hay pruebas de que sus elementos hayan violado los derechos humanos. El Sabueso muestra la falsedad de la frase.
Coletilla. “Me gustan los placeres de la mesa, pero como no puedo sufrir la molestia de la buena compañía, ni de la crápula de la taberna, no puedo saborearlos más que con un amigo; porque solo no me es posible, pues mi imaginación se ocupa entonces de otra cosa y no tengo el placer de comer”. Jean-Jacques Rousseau
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