Robando palabras

En mis múltiples investigaciones citadinas, cuyo principal marco de estudio es el STCM (mejor conocido como el metro), he notado una fanática renuencia a hablar. Ahí la interacción humana funciona a base de gestos y empujones de diversa y variable magnitud; exceptuando a los amables vendedores, gente dispuesta siempre a la charla. El ruido del transporte mismo, el cansancio colectivo o el individuo enorme compuesto por las almas de todos los usuarios convierten a ese lugar en un sitio muy poco conveniente para charlar. Los usuarios del metro en su tumultuosa interacción se ven obligados a practicar una hermenéutica corporal que les indique cuando conviene empujar quedamente, muy fuerte o verse impelidos, después de una tortura interna, a pedir permiso con palabras. Lamentablemente los gestos y empujones son habitualmente mal interpretables y mal interpretados, lo cual provoca innecesarias agresiones. Por el contrario, he notado que el uso adecuado de las palabras suscita la buena convivencia.

La renuencia colectiva a esforzarse por hacer un buen uso de las palabras nos vuelve presa fácil de los depredadores, de quienes sí saben usarlas y las usan con astucia. El engaño, esa práctica de afilar las palabras, sólo es posible sobre quienes renuncian a entender en toda su complejidad la realidad, pensarla y explicarla. Tampoco es sorprendente que no entendamos las ideas complejas de un libro cuando queremos engañarnos o no podemos autocomprendernos, es decir, cuando fingimos que entendemos dichas ideas o que nos entendemos, sea por vanidad o porque las acomodamos a las ideas que sí nos gustan. No es raro, pues, afirmar la inefabilidad de los sentimientos humanos más complejos.

El STCM nos sirve principalmente de transporte, por lo cual no vemos importante el disponernos a una buena convivencia en ese lugar. Pero la buena es inherente a todo hombre que quiera ser hombre, del mismo modo como le es inherente el perfeccionar su lenguaje. No sólo se trata de hacer un uso perfumado de las palabras, sino de entenderlas, querer explicarlas y querer entenderse.

Yaddir

Brindis con copas repletas

El saber popular, tan accesible, tan común, califica de víbora a quien ose decir algo falso buscando afectar a alguien y pretendiendo un beneficio propio. El calificativo, aunque algunos lo duden, se adecua perfectamente a nuestra experiencia cotidiana, pues el veneno de la serpiente vertido en palabras destruye letalmente. Antes de atacar, la serpiente se desliza suave y lentamente, reconoce a su presa y, en el momento oportuno, ataca. El veneno tiene un efecto más letal cuando está disfrazado de algo gustoso, como el vino. A quien se le ofrezca una copa rebosante del astuto elíxir, puede detenerse a observarlo, quizá ponga en duda si es vino auténtico o alguna otra substancia, aunque le será difícil rechazar el obsequio por haber sido ofrecido con mano de aparente amistad. La duda será disuelta cuando el veneno haya hecho su efecto destructivo. Eva y Adán no se dan cuenta del error de haberse dejado seducir por la serpiente astuta hasta que se los muestra Dios.

La pronunciación de las palabras venenosas la encontramos en diversos ámbitos y múltiples circunstancias de la cotidianidad. Aunque un ejemplo concreto podría clarificarnos cómo se va expandiendo el veneno. Supongamos la existencia de una persona molesta y quizá la molestia que sienten algunos sea por un buen número de razones. Como siempre sucede con una persona odiada, hay quienes se muestran más adversos hacia ella, hay quienes son sus enemigos. Algunos enemigos siempre están al acecho de la ocasión oportuna para hacerle daño. La ocasión surge: el odiado recibirá la visita de un amigo para él y muchos otros muy querido, y no sin motivo, pues es una persona buena, a tal grado que le gusta ayudar desinteresadamente. Los enemigos del odiado hacen una fiesta donde todos sus compañeros de odio están invitados; la fiesta es excesivamente grande, está planeada para recibir no sólo a los partidarios, sino también a quienes quieran unirse a su causa. El culmen de la fiesta se da cuando todos están hablando mal sobre el odiado e, increíblemente, sobre su amigo a quien ni siquiera conocen. Todos se han convencido entre sí de la maldad de ambos sujetos. Los organizadores hacen un brindis, entre todos se quieren convencer de lo positivo de destruir al odiado, su amigo, y todos los amigos de estos. El vino es bebido. El veneno se ha regado.

Yaddir

La conspiración en contra de las mesas redondas

¿Han advertido que va en decremento las mesas redondas? No trato de referirme a los eventos académicos o políticos donde los integrantes debaten acerca de un tema. Por lo menos en las universidades privadas prolifera cada vez más el ejercicio crítico. En realidad quería señalar algo mucho más simple: misteriosamente van desapareciendo las mesas circulares en los sitios para comer.

En nuestros días se va haciendo menos frecuente encontrarse con una mesa donde los asistentes puedan reunirse cómodamente en torno a lo que saciará su apetito. En ocasiones esta circunferencia llega a ser improvisada y las personas se aglomeran constriñendo como boa a la mesa. Sin embargo nunca falta el incómodo relegado a una esquina y, junto con sus platos, mantiene una lucha por el espacio. Peor aún si los involucrados son varios: deciden juntar las mesas y dos o cuatro terminan desterrados de la convivencia general.

Puede parecer una exageración o una insignificancia este hecho. Varios comensales ni lo advierten ni se alarman, sea cuadrada o redonda la mesa las personas continúan nutriéndose o deleitándose con los alimentos servidos. Unos con dicho propósito saben que lo importante llega con el mesero, por lo mismo entre los cambios de platillo puede revisar sus periódicos, redes sociales o, incluso, seguir con su pasatiempo preferido. A veces esta idea se encuentra tan firmemente alojada en los comensales que no importa si tienen compañía, a lo que se dedican es a devorar el pan.

Tal vez la solución resida en los bares. Como distracción a la semana de ajetreo, los asistentes hacen las llamadas necesarias para reunirse allegados queridos. Los días calurosos y fatigosos se resarcen con la efervescencia fría del alcohol. Y sí, acontecen risas, palabras y desvergüenzas en torno a una mesita circular. A pesar de ello, otras circunstancias del lugar alteran esta aparente convivencia. El alcohol se derrama a raudales deshaciendo las palabras, sus restos son los balbuceos de madrugada. Todavía la situación puede complicarse con la añadidura del ruido, la estridencia desgasta los intentos por conversar. Así, la supuesta música ambiental termina por volver árido el ambiente. Cabe recordar una anécdota que alguna vez me relataron. En una fiesta de cumpleaños, pasadas varias horas, muchos invitados estaban tan ebrios que eran víctimas de una euforia tremenda. El escándalo era seguro, risas y gritos que incluso rebasaban la música reproduciéndose. En medio de ese alboroto había un par de jovencitas reservadas que sentían extrañeza ante el espectáculo (cuando menos era claro que no estaban cómodas). Alguien se acercó a saludarlas, ellas respondieron, aunque una tuvo que levantarse para auxiliar a su hermana. Al preguntarle el nombre a la restante, ese nueva persona notó que respondía con cierta vergüenza. Parecía que la jovencita no disfrutaba su nombre, encontraba excéntrico que alguien pudiese llamarse Atenea. La nueva persona sabía algo del mundo clásico, por lo mismo se interesó en iniciar una conversación con ella. Conforme avanzaba el tiempo a la jovencita le nacía una sonrisa llena de sorpresa y una que otra vez se animó a realizar preguntas. Todo esto fue interrumpido debido a que otros dos invitados hicieron un mal intercambio de miradas y ambos se acercaron peligrosamente. Aquella conversación nunca concluyó, cada interlocutor tuvo que tomar su camino ante la petición por abandonar la casa. Imagen paradigmática de nuestros días.

¿Quiénes podrían ser responsables de la desaparición por las mesas susodichas? Puede que sean los carpinteros o los fabricantes, quizá resulta más caro y laborioso brindar la forma circular a la mesa. Ahora no podemos darnos el lujo por desperdiciar, y mucho menos en algo baladí. Algunos también guardan esta poca estimación por las conversaciones, afirman que no tienen ningún sentido y resultan desperdicios fonéticos. Por lo mismo las palabras parecen no tener alguna legitimidad. Quizá entre menos confiemos en nuestras conversaciones nos volvemos más escépticos e indiferentes a nuestro prójimo. De este modo los conspiracionistas no logran prender fuego a nuestros hogares, sin embargo podrían hacerlo en nosotros mismos.

Bocadillo de la plaza pública. En medio de la polémica y la indignación social, muchos esperaban las palabras del gobernador de Veracruz acerca del multihomicidio en la Narvarte. Decepcionantes.

Señor Carmesí

El arte de la abogacía

En el Especial de Noche de Brujas IV  de Los Simpsons  (or Treehouse of Horror IV) podemos encontrar el despliegue perfecto de un abogado. Obviamente éste ocurre en un juicio —realizado a Homero Simpson, mismo en donde fácilmente puede robar nuestra atención su primera y única intervención. En realidad no sé si la escena pudo alojarse en mi memoria por despertarme una que otra carcajada o por sentir el ejemplo muy cercano a mí (en ocasiones ese licenciado se hace llamar Leobaldo Luna… ¿o puede haber otra cercanía registrada en mí, lector?). Sea el caso que sea, creo que resultaría interesante que platicáramos un poco de ella*.

Tratando de defender a su cliente de la acusación de incumplimiento de contrato (el Diablo le prometió una dona al atolondrado padre de familia a cambio de su alma), el licenciado responde:

Ah, muy bonito discurso, señor, pero yo me preguntó qué es un contrato. El diccionario lo define como un acuerdo legal que no se puede romper… que no se puede romper.

Al escuchar esas palabras uno termina contrario al malévolo jurado del proceso: es imposible permanecer perplejo, atónito o indiferente. La ineptitud del defensor fue capaz de motivarnos un estallido de risa, a veces discreto, a veces sonoro. En vez de ayudar, sus palabras acaban por hundir a su cliente. No hay objeción que valga, Homero no puede evadir ese compromiso, ninguna eludición es posible. La escena todavía resulta más hilarante si recordamos algún abogado o anécdota en especial. Ya sea por inocencia o torpeza, ¿quién no ha conocido alguien que resulta tan distraído que ni atiende a lo que dice? Así, el licenciado Hutz solo no huye, lleva consigo el sosiego de su espectador.

Dando rienda suelta a nuestra curiosidad, podemos remitirnos al diálogo original de la caricatura. El interés proviene en que tal vez esas palabras sean arbitrarias y el actor de doblaje decidió insertarlas. Recurrentemente quienes prestan sus voces deciden ser muy benévolos con su audiencia o ser demasiado jactanciosos al remediar los diálogos originales. Por un lado saben que ciertas frases no podrán ser comprendidas por sus oyentes, así que resulta mejor familiarizarlas a su público. Por ejemplo, nunca falta el actor sudamericano de doblaje que tropicaliza las obras importadas. Cabe señalar que esto indicado va más allá de la adaptación o traslado (Los Simpsons es un ejemplo de un buen trabajo en estos ejercicios), aquí trato de indicar cuando uno desconfía de la genialidad del escritor o guionista: en este sentido parece otra versión del remedio de diálogos.

Con dicha advertencia, es pertinente que demos palabra otra vez al licenciado Hutz:

That was a right-pretty speech, sir. But I ask you, what is a contract? Webster’s defines it as an agreement under the law which is unbreakable. Which is unbreakable!

Al volver a escucharlo nos damos cuenta que parece haber una variación, habiendo puesto atención fruncimos el ceño ante la extrañeza. En la versión original no se dice que un contrato no se puede romper, sino que es irrompible. Deteniéndonos en la expresión del mismo abogado, percibimos que ejerce una mayor acentuación en una segunda parte de la palabra. De este modo el juego de palabras intenta mañosamente convencernos de que el contrato puede ser rompible (which is un… breakable). Con ello, nuevamente (¿o inicialmente?) no logra defensa alguna. Quien tradujo esta escena para la población ibérica comprendió esto y realizó un intento decente por trasladarlo:

Sin duda un discurso muy convincente, señor. Pero yo pregunto qué es un contrato. Según el diccionario, un contrato es un acuerdo legal irrompible. ¿No lo cogen? I-rrompible.  

Siendo bien pensados, imaginamos que este actor de doblaje quedó tan maravillado por el juego de palabras que decidió hacer énfasis en él. Quiso indicarle a su público que prestaran atención ante el fabuloso chiste. Si bien estas palabras no lograron la defensa, ellas pudieron brindarnos otra visión de este licenciado: en el doblaje ofrecido a nosotros Leobaldo Luna es un tonto descuidado de lo que dice, ahora —en el ibérico y original— Lionel Hutz es un licenciado astuto y engañoso. ¿Cuál será el verdadero? ¿Quién puede representar mejor al gremio? ¿O en realidad son dos visiones que se complementan? Muchas preguntas nos invaden, al menos agradezcamos a Lionel Hutz que pudo mostrar que no siempre hablamos como si estuviéramos escribiendo contratos.

*Antes debo pedir una disculpa. Alguna vez un amigo mío me comentó que un hombre muy refinado le había dicho que era una grosería aclarar un truco de magia o explicar un chiste. Lo siento si alguno se siente ofendido por tal razón. Quizá pueda indemnizarlos ofreciendo una recompensa si terminan de leerme sin considerarlo una pérdida de tiempo.

Bocadillo de la plaza pública. En estos días corrió un chismezaso en nuestra gran vecindad: la querella entre el comentarista deportivo Christian Martinoli y el ex técnico de la Selección Nacional Miguel Herrera. Sería redundante volver a contar lo sucedido, ya que al inicio de esta semana el pleito ocupó los titulares y algunas discusiones de los periódicos y noticieros (tanto que varios consideraron el hecho como una cortina de humo). Entre los que comentaron el suceso, hubo algunos que estaban fuertemente indignados por la falta cometida a la libertad de expresión. Por un lado son comprensibles estas palabras. No es secreto que México es un lugar muy inseguro para el periodismo, sea que lo demostremos por estadísticas o registrando los nombres de periodistas asesinados, desaparecidos o exiliados. Siendo todavía más específicos, situaciones como la de Veracruz resultan preocupantes para el gremio: la actual administración ha destacado por su incomodidad o desinterés por la libertad de expresión. Prueba de ello la encontramos, por ejemplo, en el cruel asesinato de Regina Martínez, corresponsal de Proceso en la entidad. Después de 1190 días de opacidad, aún es incierto lo que ocurrió en torno a la periodista. ¿Cuál fue su error? No haber tenido un noticiero matutino en radio, así varios seguidores hubieran ejercido presión en las calles. Al menos un gordito megalómano sí hubiera sido sancionado.

Mondadientes. ¿Qué? ¿Los entretuvo? De todos modos no había pizza o recompensa alguna.

La historia del tejón escondido

La historia del tejón escondido

¿Un tejón? Pamplinas,
debe ser Milhouse.

 

No hay término en griego antiguo para nombrar al tejón. Aristóteles parece no mencionarlo en su Historia de los animales, sin embargo creo que la última mención que el Filósofo hace de la zorra (610a12) es más bien una referencia al tejón, que seguramente por la ausencia de término para nombrarlo se ha venido creyendo que habla de la zorra. El pasaje afirma que la zorra y la serpiente son amigos porque ambos viven en madrigueras subterráneas. En el otro pasaje donde Aristóteles habla de la habitación de la serpiente, la cita junto al lagarto (488a24). A la serpiente la describe como pérfida y vil; a la zorra como astuta y malvada (488b16 y 21, respectivamente). Según Aristóteles, el otro amigo de la zorra es el cuervo (609b32), quien se distingue por su continencia (488b6). Digamos que la escala “moral” de la serpiente, la zorra y el cuervo corresponde con el lugar que habitan y su modo de desplazarse.

De la serpiente, es el Génesis el que nos cuenta la historia más conocida. De la zorra y el cuervo, en cambio, está la conocida fábula de Esopo, pero quizá no hay ninguna historia semítica que los relacione a ambos. En hebreo, el nombre de la serpiente es del mismo grupo de palabras que nombra a la buena interpretación y a la adivinación. Al cuervo se le denomina oreb, que tiene la carga semántica de armar o tejer mezclando (como fabricar su nido), pero también de comerciar (o salir a cazar) o hacer algo al anochecer (que en la imaginación popular no sólo viene bien al cuervo por su color, sino por la ceguera producida por su ataque). Armar proviene del radical indoeuropeo *ard, que produce palabras del mundo bélico como arma, armario, armisticio (arma + statio: detener las armas), gendarme (gens + arma) y alarma. Además da el término latino para el hombro: armus, de donde viene armella; que traduce el griego armós, nombre de las junturas y articulaciones (y de donde proviene armonía). A la producción de junturas y arsenales los latinos la denominaron ars que nosotros decimos arte en español. De la misma *ard también provienen los términos griegos ártios, árthron y áristos. Ártios nombra a la producción ajustada y proporcionada de una juntura, y de él derivan términos como jarcia y artículo. Árthron, de donde provienen artritis y otros términos médicos, añade el movimiento a esa producción proporcionada y ajustada. Áristos nombra al que ajusta mejor o mejor proporciona. En la segunda forma de esta raíz indoeuropea (*or-dh-) se producen los latinos: ordo (de donde viene nuestro orden), ordior (de donde vienen urdimbre, exordio, primordial y orzoyo), orno (de donde vienen ornar y el tan mexicano sobornar), reor (de donde viene ratio que produce ración y después razón, y que al llegar al mundo semítico produjo raza), ritus (de donde viene ritual) y numero (que junto a la raíz indoeuropea para nombrar [nem] produce nuestro número. Así nem + or-dh-: nombrar un orden. El arithmós griego se forma del mismo modo). Cuervo, sin embargo, en la tradición grecolatina no se nombra por su capacidad para armar un nido tejido, sino que se nombra desde su sonido: corvus y korax son vocalización en o de la segunda forma de la raíz indoeuropea ker, de donde vienen quebrar, crujir y grieta.

La zorra, en cambio, sí toma su nombre semítico del ámbito sonoro, específicamente del pedir auxilio. En griego, el nombre de la zorra (alopex) parece un genérico derivado del nombre sánscrito para el chacal (lopasa) y otras formas cánidas. El término en inglés para zorra puede ser fox, que proviene, vía el nórdico antiguo thox, del antiguo germánico thahsu que significa “el animal que construye” y que proviene, mediante dehsa, del eslavo antiguo tesq, que comparte la raíz indoeuropea teks con el sánscrito taksati y el persa tas, nombrando ambos la acción de construir. La raíz teks produce el latino texo, que significa tejer y de donde provienen nuestras palabras tesitura y texto. Con sufijo femenino produce tela y con prefijo añadido al tela produce subtilis, que nombra a la tela o al tejido sutil, suave, fino y delicado. Con sufijo de actividad produce el griego tékton, que toma la forma abstracta techne, que también traducimos por arte. Tékton (que primero nombra al carpintero y después a todo constructor en general) es el origen de la palabra tejón, animal que se distingue por ser el constructor habilidoso de su morada subterránea. Por ello creo que ese pasaje aristotélico citado al inicio no nombra a la zorra, sino al tejón (Léalo el lector así y compruébelo). La amistad entre el cuervo y el tejón, además de los enemigos en común que reconoció Aristóteles, viene de su habilidad en la producción. La fábula de Esopo que los pone en la misma escena quizá sea la imagen de la diferencia entre ars y techne. La escena no se completa hasta que reconsideramos a la serpiente. La escala “moral” de la serpiente, el tejón y el cuervo también nos ayuda a pensar la moralidad de la producción humana; al menos en la tradición semítica la perdición ocasionada por la serpiente es mucho mayor que el “todavía no” anunciado por el cuervo en el diluvio. No hay, en la Biblia, referencia alguna al tejón. No conozco representación poética que ponga a los tres animales en la misma historia; quizás esa fábula sería necesaria.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El plan más sencillo es un enroque: José Narro a Educación y Fernando Serrano Migallón a Rectoría. Problema: a Serrano se le puede aparecer el fantasma de la AGP y hasta el del 99. Otros dicen que todavía es posible que Rosario Robles llegue a CU, con lo que el gobierno federal tendrá una pieza que sabe jugar en la política universitaria y que mantendría las tensiones con los grupos de izquierda. Pero Narro no la quiere como sucesora y por eso galardonó a un exrector. Otros más dicen que conviene el diálogo con la izquierda desde la torre de Rectoría, y por ello –un grupo de perredistas y buena parte del STUNAM- tienen como candidata a Rosaura Ruiz; el problema es que tras la elección la izquierda está disminuida y el gobierno federal puede prescindir de ese diálogo. Por ello, tampoco, tiene posibilidades el candidato de Morena: Fernando Pérez Correa. En mi opinión, hasta ahora sólo dos candidatos tienen posibilidades: Sergio Alcocer y Eduardo Bárzana. Si no hay otro candidato, se decidiría entre ellos de acuerdo al lugar que obtenga José Narro en el gobierno federal. En Educación, Narro deberá preparar la siguiente parte de la reforma educativa, lo que pide un rector que tenga todo bajo control en su institución, la brújula apunta a Bárzana. En Salud, en cambio, Narro no sólo estaría al frente de la más importante de las reformas –que será muy lucidora-, sino que prepararía las bases para una candidatura “ciudadana” que será contrapeso de la que se perfilaría desde la UNAM, claro, sólo si la elección del 2018 pide “ciudadanos” y no “políticos”. ¿Juan Ramón y José Antonio candidatos? Es la vía más sutil para una posible alianza de amarillos y azules bajo la bendición de los tricolores.
2. Hoy se cumple un año de la detención de José Manuel Mireles, ayer se cumplieron nueve meses de los hechos de Iguala y el próximo día 30 se cumple un año de las muertes de Tlatlaya; ninguno de los tres casos ha ofrecido las razones públicas que permitan la reconciliación.
3. ¿Qué pasó en la renuncia de Luis Linares Zapata a la gerencia La Jornada? ¿Dónde están los llamados a tomar las calles de parte de los revolucionarios del pajarito? ¿Por qué no se escuchan las voces siempre morales del círculo rojo? ¿Por qué Proceso no le dedica la portada? Ah, claro, la indignación es selectiva.

Coletilla. “Leer una novela es como rascarse la cabeza con el dedo cordial ante la estupefacción de las ideologías intentando comprender la condición humana” se lo escuché a Álvaro Enrigue el pasado 25 de junio en el marco del homenaje que el Colegio Nacional rinde a José Emilio Pacheco.

PARA QUIEN SE ALEJA DE CASA

Para quien se aleja de casa

Te recuerdo callada, soñando el pasado difuso.  El presente que te daba un beso, y que sin darte cuenta comenzaste a amar, ya se había ido cuando quisiste corresponderle, sin embargo, otro amante ya te besaba. Besaste tantas bocas que nunca me pudiste hablar. Ellos sólo subían para acallar tus labios, tú, a veces, no querías abrazarlos, pero siempre estabas sentadita en tu balcón,  ¿así cuándo se irán?… con una sonrisa veías a esos extraños alejarse… nunca amaste a nadie, sólo al primero, y era él a quien esperabas. Ahora, todo lo confundes con el pasado, nada sabes del presente. Levántate y sal de tu casa que da de cara al sol; usa tu voz para gritar su nombre, para que los falsos amantes se alejen. Tal vez él siempre ha estado rondando tu esquina, pero tú, arriba, con el sol deslumbrante, con la boca en otras bocas, ni lo has visto, ni podías llamarle. En tus piernas aún hay fuerzas, baja las escaleras hacia la calle, ¿ya lo viste?, está junto al prado que colinda con tu casa. Ahora que lo puedes abrazar sonríes a borbotones. Arriba estabas callada, y cualquiera podía aprovecharse de ti, ya que todos decían ‘ocuparse de tu persona’, pero  ahora que dices su nombre entre risas, los amantes parecen enfermos, no tienen el valor de bajar por ti, se ven como sombras que van desapareciendo con el sol que se declina, sol  de luces perfectas, pues ya no te golpea en la cara, ahora los acaricia a los dos mostrándoles un posible sendero. Por cierto, te recuerdo caminando por la calle, platicando del amor.

Javel

La carta (primera parte)

Escribir una carta es una actividad actualmente infravalorada. Antes, según veo cartas de décadas pasadas y me cuentan las personas de varias décadas, era muy común escribir cartas, así como escoger el papel adecuado para hacerlo, pensar qué se iba a decir y cómo sería la mejor manera de expresarlo; según cuentan, algunas misivas eran perfumadas amorosamente. La escritura era casi un ritual, un momento especial cuando se confiaba en que las palabras llevarían algo de una a otra persona; no era difícil usar horas enteras en dicha actividad.
En la actualidad preferimos teclear. Aunque pudiera ser más cómodo escribir en computadora, celular, tablet, etc., parece que es una tortura, pues hasta tenemos contados los caracteres para escribir. Pero esto no hace conciso nuestro recuadro tecleado, sino que lo vuelve incompleto; lo escrito con prisa está pensado con prisa y no lo podemos evitar porque presurosamente exigen, al menos así creemos, nuestra respuesta. Nuestro vicio por el tecleo breve nos dificulta el escrito extenso, pues al extender la idea de los pocos caracteres la reiteramos sin explicarla (véanse los comentarios a los escritos del periódico colgados en la red). Si no atendemos pacientemente la explicación una idea, mucho menos nos detendremos a imaginar qué sentirán las personas al leernos; nuestras palabras son escritas y leídas sin mucha pasión o con confusas pasiones. La carta también podía sufrir las mismas presurosas carencias, pero los trazos y dobleces propios de aquélla podían expresar, quizá reforzado con lo escrito, subrepticias pasiones. ¿La tecnología nos condena a la inexpresividad? ¿No más bien nos altera incontrolablemente nuestras trémulas pasiones? ¿No estará escrito todo esto sin una gota de sangre?

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