Defectuoso

Recuerdo cuando el Papa Juan Pablo segundo vino a nuestro país olvidado por Dios (y por el actual Papa). La gente llenó las calles, y como todavía no se inventaba la mamada de los espejitos, hasta me creí que era un acto solemne del representante de Dios sobre la tierra. Yo recuerdo que más de uno de mis vecinos fue a recibirlo en su tránsito por las calles de la capital. Todo era fiesta y gozo, hasta casi casi nos sentimos, por un momento, el pueblo elegido.

Algo que, como el niño que yo fui en aquél entonces, llamó demasiado mi atención, fue el nombre de sus artefactos sagrados. El papamóvil es el que más recuerdo, y no por los chistes que trajimos de que salía de la Papacueva o de que iba a lanzar sus papaboomerangs para convertir gente. No, si bien el auto era bonito y permitía a su Santidad ir saludando a la chusma emocionada por su visita, como si viajara en un bicitaxi carísimo. Lo que me llamó no fue lo estético y funcional del diseño de ese vehículo. Sino la película antibalas con la que tenía cubierta su cajita de cristal en la que viajaba. Lo recuerdo y me sorprendió en su momento porque jamás imaginé que el Santo Padre, tuviera tan poca fé como para tener que blindar sus vehículos.

En el desierto

En el desierto

Se dice que el cristianismo católico conoce mejor que cualquier doctrina la naturaleza humana, y que a partir de ese conocimiento se irguió triunfalmente. Este es parte del argumento para entender el cristianismo bajo el progreso moderno. Es una derivación de la interpretación meramente política de él; el lugar de los cristianos en la historia como congregación política con base retórica, la conformación del cristianismo como doctrina útil en el sentido actual, que requiere de la teoría a partir de las exigencias evidentes de la práctica. Del conflicto teológico reducido, surge el problema de preguntarnos por los actos cristianos con el nihilismo rondando en nuestras consciencias. La visita papal ha puesto en conflicto todas nuestras convicciones modernas, y la dificultad sutil de que ellas sean en verdad cristianas todavía.

El fantasma del progreso parece ser más notorio en países “apocados” como el nuestro, pero esa apariencia no debe engañarnos. La tragedia a que da lugar, así como las mentiras que los sostienen, permanecen en cualquiera que esté dispuesto a abrazar sus principios. Las virtudes cristianas nos parecen dignas de mirarse, pero nos quedamos atónitos en cuanto lo que ellas exigen. Confundimos fe con mera devoción interna, esperanza con ánimos para el futuro y caridad con obligación o amor fatuo. Las muestras sinceras de esas virtudes atacan fuerte y sutilmente nuestras teorías sobre el sentimiento moral, que es lo que comúnmente aceptamos como regla ética.

Con tristeza y conmoción acudimos al llamado por olvidar la exclusión y traspasar la barrera de la distancia, pero vemos difícil el superarla de verdad. Repetimos confiados que el futuro es de la gente joven, pero argumentamos falta de recursos. Afirmamos que somos conscientes de las tentaciones, pero las disolvemos en la historia, o nos importa poco aceptar lo que hemos hecho mal, buscando “sugerencias positivas”. Las virtudes cristianas no parten ni del sentimiento moral, ni de la construcción dogmática del catecismo. Los oídos y espíritu que ellas requieren se explican a partir del cambio que Cristo mismo hizo a la noción de “historia”.

No es que a partir de él haya un hito de la historia humana, es que la historia, a partir de él, dejó de explicarse sólo con el término de “humana” (lo cual no quiere decir que hizo de todos dioses). El cristianismo no acepta los historicismos modernos, hijos del progreso, por el complejo hecho de que después de la encarnación no hay nada más grande por cumplirse, en el sentido moderno de “cumplirse”. La esperanza, en esa idea, contrario a lo que podríamos creer, se llena de sentido, y no desfallece. Se mantiene uno en la esperanza, a sabiendas de dicho suceso, porque se sabe salvado. Hay razón para ella porque lo venidero puede ser dirigido al gran bien que nos fue legado, como fin de la Revelación. No es progreso material, es la dirección que el amor permite con su luz, participación en la felicidad y consolación del prójimo, bajo la Buena Nueva. Por eso el Papa pide renegar y evitar decir: “nada podemos hacer ya”, frase cincelada en la entrada a las ruinas del nihilismo, en donde todo se explica a partir de la verdad efectiva.

Las tentaciones están íntimamente ligadas con el autoconocimiento cristiano. Ese examen de consciencia que es el inicio del conocimiento de las faltas y aciertos propios llama al conocimiento del Bien. La educación y la cultura modernas pierden todo sentido de sensatez bajo la fundamentación de la axiología moderna, que conlleva inevitablemente al suicidio de la educación misma. En la tentación no hay ausencia definitiva de Dios, pero sí latencia de extravío. De hecho, no hay posibilidad de ser tentado bajo los principios modernos. Las tentaciones se vuelven necesidades o pasiones, contradicción del sentimiento con la razón. Por eso torna complicado explicar el mal en términos modernos. Las tentaciones, en cambio, son manifestación del mal a partir del pecado revelado. Orígenes las explicaba a partir de la búsqueda y la espera en el amor. Quien tiene fe no puede recelar de Dios sólo por la presencia del mal, pues eso sería dar pie al diálogo con el demonio, como lo llamó Francisco. La fe y la esperanza mantienen viva la búsqueda de la verdad ética en el autoconocimiento, y ellas trabajan para la caridad; el amor fiel aguanta tiempos oscuros.

La tentación no debe concebirse como producto de la imaginación, como prejuicio, a pesar de que los prejuicios se conviertan en tentaciones, y por ello el autoconocimiento en el bien práctico siempre se logra a partir de la presencia en nuestra consciencia de lo prohibido y su confrontación con el Bien, que no el deber. En las tentaciones uno puede notar cómo el mal que obramos da pie a un ciclo del infierno: se es tentado a caer por posibilidades a las que todo hombre puede estar sometido, y rendirse a ellas, aunque nos cueste creerlo, tiene consecuencias en los demás. Rendirse al odio es generar resentimiento; aceptar la avaricia es solapar los malos pensamientos, y mantener la distancia nos impide compadecer en la verdad. Las tentaciones son la negación de la historia moderna.

A la espera de la fundamentación moderna de la ética, pedimos principios evidentes y justificados universalmente. Se nos olvida que el mal no es una plaga o, mejor dicho, confundimos las manifestaciones del mal. Queremos que se denuncie de frente y enérgicamente al culpable, deseamos el escarnio público y político, argumentando que el mensaje papal pecó de delicadeza. Pero Francisco mejor que ninguno sabe que nadie puede tirar la primera piedra. Sabe que exhibir la cruenta evidencia no beneficia en nada a la verdad si no se buscan la sabiduría y la razón, y que no se ha de dar satisfacción a quienes hacen de la fe un instrumento retórico. Sabe que no hay solución para el mal en la inflamación del odio, sino que ello halaga el imperio de la injusticia. En el mejor de los casos, Francisco nos ha mostrado que no necesitamos señalar culpables, si ya no estamos dispuestos a velar incansablemente por el otro. Ha clamado por el conocimiento en la Ley y su fin, la encarnación, tratando de llamarnos a buscar resguardo de las tentaciones modernas cotidianas, tan cotidianas como el demonio.

Tacitus

Abarrotería de Amor

Era todo democracia
— Abarrotería del amor, Ricardo Arjona

Vamos a hacer como que tienen razón, como que la democracia es una mugre, una mentira para que los obreros no se levanten en armas o para que las mujeres no dejen de planchar nuestras ropas. ¿Ya? Bueno, ojalá les haya gustado ese ejercicio tan completo de imaginación que les acabo de proponer. Ahora, cuéntenme, ¿qué se sintió ser guatemalteco? ¿No saben? Va, de nuevo, hagamos por un momento que somos guatemaltecos y no creemos en la democracia (y decimos abarrotería en vez de tienda). ¿Ya? Bueno, ahora cuéntenme, o no, cuéntenselo a ustedes, a sus amigos, a sus familias, pero sobre todo cuéntenselo a esa bola de mexicanos que andan por el mundo Twitter pregonando que el ex-presidente de Guatemala tiene una loable autoridad moral por ser corrupto haber renunciado a su puesto.

No sé de dónde entró en la cabecita de muchos, y digo cabecita con cariño, no porque crea que las cabezas entre más grandes albergan más y mejores ideas, no, todo el mundo sabemos que las ideas son parte de la res cogitans y pos no tienen tamaño, ¡dah! El chiste es que a algún politiquillo, de esos que hacen política de a de veras, es decir, que está granjeándose borregos que vayan a pastar en sus verdes prados junto a su morena piel, se le habrá ocurrido que una manera “civilizada” de hacer revolución (ya ven que ahora entre más pasivo sea uno, más civilizado se muestra y por eso la Zona Rosa es la más civilizada de nuestro amado Distrito Federal), era exigirle nada más y nada menos que su “renuncia” a nuestro soberano presidente de México. ¡Ja! Si algo le aprendí alguna vez a un par de abogados atolondrados (de esos que arreglan los concursos de literatura para premiar a lesbianas y prostitutas por igual por su pericia en el arte), y creo que no estaban tan errados al decirlo, es que el poder no se pide, ni se cede, ni se regala, el poder se arrebata. Tal vez lo supieran por la experiencia que tienen fruto de su belicoso oficio, tal vez lo supieran porque lo leyeron en algún panfleto del Animal Político, ya ven que es bien famosa ahora esa página de Facebook que le llena de sangre las cabezas a nuestros rojos e izquierdosos conciudadanos capitalinos. Bueno, sigamos ejercitando nuestra imaginación, porque es divertido y es lo único que le aprendí a la educación que tuve de parte de la tele. Imaginemos pues, solo por un momento, porque si nos extendemos en el ejercicio tal vez provoquemos en nuestras pieles ámpulas y yagas provenientes de latigazos; que somos esclavos en el antiguo régimen egipcio de los Faraones. Imaginemos, ya encarrerados que le exigimos al Faraón su renuncia, cada vez que el capataz nos zorraja un latigazo para que empujemos esas piedrotas que serán su ataúd y nuestra perdición. Si hicieron bien el ejercicio de imaginar, cerraron sus ojitos y previsualizaron lo que les pedí, podrán ver nítidamente la respuesta del Faraón. ¿Ya la vieron? ¿No? Si no la vieron seguro es porque el capataz los dejó ciegos de un latigazo que reventó sus globos oculares. En fin, la idea es muy sencilla y no muy difícil de imaginar: ¿por qué renunciaría alguien que tiene el poder? Y cuando digo esto, no estoy pensando en cosas abstractas como que de repente le crecen los pectorales a He Man, se aprieta y ya es poderoso. Cuando digo que alguien tiene el poder me refiero que tiene un montón de hombres dispuestos a morir por él (en último y peor de los casos), ¿quién renunciaría a eso? Sean serios, si no pueden responder esa pregunta, vuelvan a imaginar, imaginen ahora lo que pueden hacer con tres hombres que no les importa morir de ser necesario por hacer lo que uno les mande; ahora imaginen eso por miles. ¿Ya lo vieron? Si no, no puedo hacer nada más por ustedes.

Ya que hemos llegado hasta acá, vamos a hacer otro ejercicio de imaginación, solo que éste, por lo menos a mí, me resulta un tanto imposible: imaginemos qué se necesita para hacer que alguien que tiene el poder, efectivamente renuncie. Porque ejemplos hay, en un primer plano está el aclamado por la multitud y por los no creyentes de la democracia, el expresidente de Guatemala (que se llama Otto Pérez Molina), que al verse desamparado por la ONU dobló las manitas y salió por donde entró, dejando un ejemplo a seguir para los borregos mexicanos. El asunto no termina ahí, hay un ejemplo más macabro y mucho más horripilante que, bueno ya se lo imaginarán. Estoy hablando de la renuncia del Papa, cuando le dio una inexplicable hambre de fama y amor por la historia, donde este hombre, no satisfecho con haber sido ya Benedicto (2)XVI quiso ser también el segundo Papa en toda la historia en renunciar a tan sacrosanto cargo. Tal vez exagere un poco, pero vaya, creo que si a alguien le valdría dos pepinos tener o no el apoyo de la ONU, o del pueblo, o de cualquier institución con autoridad humana, ése sería el representante de Dios en la tierra, ya lo decía bien mi santa abuela (y decía bien) “Dios conmigo, ¿quién contra mí?”. Bueno, ¿por qué alguien que tiene a Dios de su lado renuncia a su cargo? (la pregunta que subyace aquí es ¿Qué le hubiera pasado si no renunciaba, a él y a la Iglesia Católica?) imagínenlo, compartan sus teorías o guárdenselas para ustedes mismos, pero no dejen de intentar, que lo que  más importa en México este mundo es el intento, tratar una y otra vez hasta conseguir el éxito, porque ese siempre se consigue, porque amamos el intento. El punto es que tanto a hombres como a santos ejemplares, a veces les da por ceder, regalar, donar para la caridad su poder (¡en su cara, amigos abogados!).

Ya hemos visto a base de la dura e inequívoca autoridad que está intrínsecamente ligada a la esencia de los ejemplos, que las renuncias al poder de parte de los poderosos es posible. Ya hemos visto también que la hermana república (¿sí es Guatemala una república? Hagamos como que sí) de Guatemala, es un ejemplo a seguir para todos los países tercermundistas que no creemos en la democracia. ¿Qué? Ah, perdón, en México sí creemos en la democracia, ¿o me van a decir que todas las elecciones son una farsa y que el presidente electo por la mayoría de los ciudadanos se le puede exigir (desde una minoría) que renuncie y éste debe hacerles caso? ¿Me van a decir también que todos los votos y todo el dinero invertidos en el teatro de las elecciones no sirven para nada y se va a hacer a fin de cuentas lo que unos cuantos demandan? Déjenme romperles el corazón como lo haría una moza a un quinceañero enamorado. Para lograrlo voy a remitirme a la poderosa autoridad que se esconde a plena vista en la piedra angular de toda educación Mexicana: ¡yo convoco al poderoso Ejemplo a mi ayuda! Ya vimos que el Peje hizo su berrinche dos veces, y dos veces fracasó Q.E.D. Baste lo dicho. Si alguien ha intentado que la democracia no funcione, ha sido el peje mismo, ¿por qué creen que a estas alturas nuestro presidente iba a conceder tan absurda demanda “del pueblo”? Al pueblo ni nos interesa que renuncie, como si su sucesor fuera a ser alguien que la gente quisieramos de verdad (¿quién sería su sucesor en caso de renuncia? ¿De verdad sería mejor presidente? ¿Está más guapo o tiene una esposa más guapa?), ¿pueden imaginar por un momento al país sin presidente? ¿Cómo se lo imaginan? Se las voy a hacer un poquito más sencillo, pero poquito nomás porque nosotros no somos tan civilizados como los países tercermundistas que tenemos al sur (allá donde se rigen por la máxima: «Donde no hay honor, hay caos»). Imaginen la toma de poder sin elecciones, sin todo el sistema gigantesco y teatro colorido que es el que circunda al día de la votación. ¿Cómo se acordaría quién se queda en su lugar? ¿Qué garantiza que el nuevo presidente no va a renunciar porque a otros en tuiter se les antoja que lo haga? ¿Queremos los mexicanos vivir también en una Abarrotería de Amor, en donde prohíben por ley al reguetón, pero no a Arjona? El problema aquí es Twitter que anda convocando a la gente para que se una a exigir renuncias, pero no podemos deshacernos de él, él trasciende casi tanto como la música la política, el poder, la democracia y la tradición.

ohXDbTG

¿Ya se están imaginando cómo sería seguir el ejemplo guatemalteco? ¿No? ¿Quieren que le agregue más árboles a su imaginación, más civismo, más vegetación, más changos, más Arjona y más desamparo de la ONU? Tal vez eso ayude y puedan hacerse una imagen más clara de lo que nos espera, porque el problema no es problema que esté éste u otro presidente (como si el Leviatán no pudiera hacerse crecer otra cabeza como si fuera una hidra artificial), el problema es que me duele lo que se busca nuestro país, no es más que anarquía, y sus consecuencias no son fáciles de imaginar por nosotros el pueblo. Sigamos imaginando, imaginemos que funciona la renuncia, imaginemos quién propuso esta renuncia, y qué gana con que renuncie el entonces renunciado (y que no se ganaría con una revolución armada que es lo que se hacía en otros tiempos menos civilizados  para lograr el mismo fin), imaginemos además, porqué funcionaría en nuestros tiempos, ya de paso imaginemos por qué Guatemala hizo lo que hizo, ¿qué ganó y qué perdió además de La Orden del Quetzal y por qué no les da miedo vergüenza publicarlo como ese otro país del sur que publicó bien orgulloso que no tenía ejército? Sigamos imaginando, ya encarrerados, que hay mejores formas de gobierno que la democracia, y que podemos cambiar de uno a otro cuando se nos hinche la gana sin temer a caer en la barbarie (o como le quieran llamar a esos ratos donde no hay gobierno, ni Leviatán que nos vigile). Sigamos imaginando que la anarquía es la salida a nuestros problemas, así como también que vamos a vivir bien padre la transición una vez que nuestro actual presidente renuncie al poder y el nuevo mártir tome su lugar (la vida durante esas semanas, meses o años es lo que me interesa señalar en esta entrada). Imaginemos también que Lennon quería que anduviéramos en cuatro patas, viviéramos en el momento y comiéramos nuestro propio vómito o el de él, nomás porque le pareció bonito. E imaginemos por último que todo lo que imaginamos siempre es buena idea, además de ser realizable. ¿Ya se cansaron de imaginar? Ojalá que sí, para que de ese modo se inmunicen contra las propagandas e ideas que se andan promoviendo en Twitter y dejen ese lugar para lo que fue inventado: propagar con profundidad chistes profundos y frases profundas de reflexión profunda, como si fuese la versión electrónica del mismísimo Ricardo Arjona.

Con cariño de papá

Lo odiaba. En esos momentos verdaderamente lo odiaba. Él decía que era por su bien, pero ella sentía en el fondo que le estaba haciendo daño. Aunque después se sobrepusiera, aunque terminara olvidándolo todo. Nunca se lo había confesado a mamá, no se atrevía. A pesar de todo, esos momentos creaban un lazo, una intimidad extraña en la que ella se sometía a la voluntad de papá, a su firmeza, a su violencia… a su cariño. Y eso le gustaba. No recordaba desde hacía cuanto, pero sabía que todo había empezado desde muy niña, desde bebé. Desde aquella vez que empezó a sentir el calor y las manos del padre sujetándola firmemente, abriéndole la boca, introduciendo violentamente el tubo y descargando ese líquido viscoso y amargo que le costaba tanto trabajo tragar. Lo detestaba. Detestaba el sabor y la consistencia así como detestaba a papá por hacerle esas cosas. ¿Y si se lo dijera a mamá? Pero ella tal vez no entendería, o la obligaría, pero sin esa complicidad que sólo con papá podía darse. No, tenía que aguantarse como la niña grande que era. “Ya no eres un bebé, pórtate como niña grande,” decía papá mientras la acariciaba suavemente antes de meterle el tubo a la boca. Y ella se limitaba a cerrar los ojos, abrir la boca y esperar a que apareciera ese viscoso sabor amargo que apenas podía tragar de tan hinchada que se le ponía la garganta. El asco le subía desde el estómago y un impulso le obligaba a querer zafarse, pero las manos del padre, firmes como el tubo que le presionaba la garganta, le sostenían la nuca obligándola a tragar. “¿Ves?”, decía el padre mientras guardaba el tubo en su lugar, “no ha sido nada, ya pasó, has hecho muy feliz a tu padre.” Aunque ultrajada, se sentía orgullosa de las palabras de papá. Lo había logrado, como tantas otras veces, y ahora casi sin poner resistencia. Pero, a pesar de lo cansada y adolorida que se sentía, sabía que al día siguiente se encontraría mucho mejor, pues el jarabe para la tos que le daba papá nunca fallaba, y aunque le daba asco el sabor, siempre le quitaba las molestias de la garganta inflamada por la enfermedad.

 

Gazmogno

Segunda variación del dinosaurio

Y cuando despertó el dinosaurio ya estaba extinto.

Gazmogno