Días sin ruido

Pocas veces escucho un silencio tan largo. Quieto; casi imperturbable. Vivo en una gran ciudad, así que el ruido se ha convertido en una canción de cuna. Si alguna reunión se pone muy ruidosa, comienzo a cerrar los ojos sin control.  Dormir sin ruido es difícil. ¿Qué pasa afuera que provoque tanta calma?, ¿qué estará por pasar? Algo se está tramando, parece sugerir la quietud del silencio.

La cuarentena trajo al intrusivo silencio como invitado recurrente. Acrecentó la incertidumbre del virus. Si tuviéramos ruido, actividades por hacer, discusiones que encender, tal vez sería más llevadero el encierro. Pasó así con la influenza. Pese a que contamos con una vacuna, desafiamos al virus por tener cosas más importantes que hacer en lugar de tomarnos un momento para ir a vacunarnos. Temo que así suceda con el Covid-19: cuando contemos con una vacuna, creeremos que ya lo vencimos. Volveremos a sepultar el silencio.

Niños corriendo, preocupándose por no ser alcanzados o queriendo ser los primeros en llegar a los juegos, padres vigilándolos a la distancia, contentos por lo alegres que están, disfrutando de una soleada tarde en un parque. La descripción cambia, pero debajo de la imagen siempre se recuerda lo felices que éramos y la ignorancia que sobre ello teníamos. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. La felicidad parece perderse por no saber disfrutar lo pequeño, por ambicionar lo absoluto. Pero otras imágenes, el tráfico en su apogeo, grandes concentraciones de personas, gente disputando un asiento en el subterráneo, el smog entrando tranquilamente por nuestra nariz, se burlan del estrés cotidiano; también señalan que antes éramos felices y no lo sabíamos. ¿No hay felicidad sin malos momentos como no tenemos ruido sin silencio? No es que todos fuéramos felices por poder usar de los espacios públicos, simplemente podíamos salir. No éramos libres, simplemente no estábamos encerrados.

¿Extrañaremos el silencio cuando regresemos al constante y sonante ruido?, ¿buscaremos desaparecer el silencio para olvidar las sensaciones desagradables que experimentábamos por estar involuntariamente encerrados, a veces con muchas personas, a veces totalmente solos? (Los que más extrañan el ruido presumen que beberán como si intentaran terminar con todo el alcohol del mundo y no dirán que no a nadie ni a nada). ¿Recordaremos algo en específico de los días de confinamiento o ninguno tendrá nada de especial? Tal vez, al no tener ni un momento de paz, haya quien diga: “el encierro no era tan malo, y no lo sabíamos”.

Yaddir

 

Paz

En las celebraciones decembrinas comí conejo. Y no lo disfruté. Tal vez fue porque ese día comí demasiados platillos, porque no me gusta el sabor del conejo, porque estaba mal preparado (lo cual es imposible, porque todo lo demás estaba delicioso y fue preparado por las mismas manos divinas), o porque momentos antes de comérmelo me dijeron que el conejo lo habían matado ese mismo día. Hace mucho que no tenía contacto con alguien que matara su propia comida. Lo miré como si se tratara de alguien extravagante. No me considero vegano, vegetariano o algún amigo de los animales (por más contradictorio que esto pueda sonar). Pero visualizo desde mi celular lo que me podría comer. Eso que veo me lo podría llevar rápidamente a la boca. La mayoría de las veces ni siquiera tengo que esforzarme por hacer la mínima combinación de ingredientes. Ya no cocino. Mi relación con los animales cambia por cómo como.

Las corridas de toros le parecen violentas y salvajes a una buena parte de la población. ¿Hemos progresado en nuestra relación con los animales?, ¿somos seres más bondadosos por instaurarles y defender sus derechos?, ¿podemos ser defensores de los animales por dotarlos de características humanas? Podríamos decir que una vez que no criamos a los animales para nuestra comida, empezamos a verlos de una manera diferente, como nuestra compañía. ¿Pero qué clase de compañía es un animal? No creo que un jaguar pueda sentarse a nuestro lado en el sillón para apreciar los juegos olímpicos; dudo que se conforme con comer croquetas para adulto de raza grande. A un perro no podemos pedirle consejo por un problema laboral o amoroso. Un perico no nos pude ayudar a componer una canción. Los límites de los animales parecen fácilmente reconocibles.

¿Ser mejores con los animales nos vuelve mejores con las personas? Es decir, desde que tratamos mejor a los animales, sobre todo a los que nos acompañan en nuestro hogar, ¿somos mejores seres humanos?, ¿hay una relación entre repudiar la violencia hacia las personas, por ejemplo, y el no querer comer carne? Quien evita con un gran esfuerzo golpear al perro que se orinó en su sillón, ¿repudia la violencia en cualquier caso?, ¿cree que cualquier problema se puede solucionar con palabras? En un escenario plenamente hipotético, y por ello posible, si un animal atacara al defensor de los animales y el único modo de librarse de el sería asesinando a éste, ¿lo mataría o estaría dispuesto a sacrificar su vida con tal de no dañar a un animal? La misma pregunta se podría hacer si se tratara de una persona. Más compleja se vuelve la situación si la misma persona en paz con su tiempo tiene en su poder información fidedigna que le indica que un grupo armado atentará contra su vida, ¿hablará con dicho grupo experto en el uso de las armas para llegar a un acuerdo pacífico?, ¿le harán caso si él se presenta ante ellos sólo y sin arma alguna? ¿Podrá distinguir cuándo debe usar las palabras y cuándo la violencia para, ya no digamos defenderse, sino conservar su vida?, ¿será capaz de matar un animal para comérselo si su vida depende de ello?

Yaddir

Ruido

Ruido

Ruido de frenazos,

              Ruido sin sentido,

 Ruido de arañazos,

 Ruido, ruido, ruido

Joaquín Sabina

 

Nada muestra tan claramente la decadencia de una sociedad como su ruido. Los oídos dotados del don de escuchar el lirismo de la poesía se estropean con el estrepito vehicular. La música pierde su fuerza revitalizadora al mezclarse con gritos; ponen el pie los gritos a quienes avanzan hacia la paz musical. Una sirena suena. El gemido que anuncia la violencia. Algo pasó o va a pasar; un estruendo que destruye la paz.

No basta con enunciar un problema importante, hay que enfatizarlo, repetirlo, hacerlo resonar, gritarlo para que se note. De cualquier cosa y por cualquier cosa la gente grita. Grita el vendedor en el mercado. La música pierde su melodía, empieza a gritar, al tensarse demasiado en la panza de una bocina. Un vecino invade tu lugar cuando te presume, sin que tú se lo pidas nunca, su peculiar y estridente gusto musical. Podríamos decir que un lugar te pertenece en la medida en la que forma parte de tu silencio. Si puedo dormir, mi noche me pertenece.

Jamás vemos lo importante si hay tantos ruidos sobre los que escribir. Perdemos una frase; dejamos de seguir una melodía; nos quedamos a medias con una historia ante tantas voces, ante tantas historias gritadas más fuertemente. No nos extrañamos si en una calle citadina preguntamos (o nos preguntan): “¿qué te estaba diciendo?” y respondemos (o nos responden) “Nada, olvídalo. No era importante”. Vaya que suele pasar. Entre tanto ruido nos perdemos. El ruido es el peor laberinto cuando nuestra musicalidad se encuentra arruinada. Pero “¿en qué estaba? ¡Claro!, ¡lo importante!” Un funcionario puede insultar a las esposas, hijas y familiares de las personas a las que representa sin que tenga consecuencias. Hay un poco de ruido, pero el nuevo ruido destrona al viejo ruido (¿cuántos se alarman en este momento de los ruidos de la semana anterior?). Una piloto puede compartir su deseo por que mueran miles de personas sin que nadie diga nada hasta que se haga mucho ruido. El ruido dominante es el del más fuerte, la voz que calla a todas las voces; el ruido que decide qué hacer. El ruido seguirá, piloto y funcionario aprenderán a no escucharse (¿podrán escuchar algo bueno?). Pero ninguno podrá escuchar lo que no alcance a ver.

Yaddir

La política maniquea no es política

La política maniquea no es en realidad política. Se les confunde fácilmente, eso sí. La fuente de confusión es quizá la naturaleza discursiva de la política. La comunicación es la actividad indispensable de la que se nutre la vida práctica. Esto se hace obvio en cuanto uno nota que las personas que conviven están dirigidas hacia un bien común. La formación del carácter es lúcido ejemplo de esto: en la educación de los niños buscamos que lleguen a placerse de perseguir y conseguir lo que a los adultos nos parece digno de elección en la vida, y esto suele coincidir mayormente con lo que nos parece digno de elogio en público; además, lo contrario es igualmente visible: buscamos formar personas que sientan repulsión ante eso que nos parece deleznable y censurable en público. Si esta explicación es abultada, se debe nomás a que expone lo que de por sí se experimenta con obviedad. Somos capaces de percibir en la acción propia y ajena un sentido, que no es sino aspecto natural de la constante persecución de un fin, y éste es un bien. Es un bien aparente, dicho sin denostar, porque la apariencia no es necesariamente el truco que engaña al ojo ni la mentira que embauca al pazguato. Mucho más que eso, es la vida abierta en toda su profundidad, que indefectiblemente se presenta en innumerables superficies. Es vida que invita a los seres de palabra a decir; ante el primer vistazo, invita a preguntar (y no únicamente ante el primero); y en la vida pública invita a discutir. Si bien es verdad que el necio se queda satisfecho con lo evidente de las apariencias, el que rechaza lo evidente sin razón está enloquecido, por enfermedad o por dogmatismo. El bien en la vida práctica, llámesele aparente o superficial, por comprensible, es también comunicable, y por comunicable, puede ser digno de buscarse en comunión y de examinarse más a fondo. También, y por las mismas razones, puede ser digno de rechazo.

La profundidad, empero, es desalentadora para la mayoría de las personas. Espanta por el prospecto de lo desconocido inmensurable. Y eso ha sido así, igual en los rincones más sombríos del llamado Oscurantismo medieval, que en los más sobrios del llamado Clasicismo antiguo, que en los más luminosos de la llamada Ilustración moderna. No escapaba esto, ni con todo el disentimiento que hay entre ellos, a Dante cuando exclamó «¡Bienaventurados aquellos pocos que se sientan a la mesa en que el pan de los ángeles se come!»1; ni a Jenofonte al decir de la mayoría de sus contemporáneos que «si dios les hubiera concedido a ellos elegir entre llevar la vida entera que vieron llevar a Sócrates y morir, por mucho hubieran preferido morir»2; ni siquiera al ilusionado Kant, cuando notó con algo de resignación que los hombres comunes «están más cerca de la dirección del simple instinto natural, y sus razones no influyen mucho sobre su hacer o dejar hacer»3. Es y ha sido, pues, desalentadora esta profundidad. Específicamente, a los enamorados de la promesa del progreso (casi toda persona viva hoy), les produce una repulsión macabra. Causa de esto es la necesidad de ruptura con el pasado para incentivar el ánimo revolucionario, que tanto conviene al prospecto de construirnos con nuestros propios medios y sin ayuda, nuestra felicidad. Toda revolución progresiva es evolución, y toda evolución es conquista. La profundidad de la vida práctica sugiere una continuidad en la que el ocioso sospecha un orden tan vasto, tan abrumador, que todo lo abarca, y que desafía cualquier jactancia de totalidad o dominio. En cambio, el rompimiento –efectivo o ilusorio–, es la condición necesaria para que sea perceptible lo nuevo, base del sentido evolucionista del progreso. Poder decidir sobre el orden, en vez de ser incluido por él, emociona al sediento de dominio. Le ofrece fuerza donde él presiente debilidad. En la superficialidad constante del camino evolucionista, las sutilezas desaparecen y lo diferente se combina. No es posible, por ejemplo, distinguir entre la demanda por evolución de las instituciones públicas y la demanda por mejora de las instituciones públicas. La profundidad del bien que invita al examen en comunidad escuece el alma del amante de progreso porque implica detenerse donde a él le urge avanzar. Pero el detenimiento (o como se dice también, darle vueltas a los asuntos) es necesario en toda actividad discursiva si lo que avanza no es la naturaleza de la palabra, sino la comprensión del que dialoga. ¿Cómo habría bien común sin amistad, amistad sin convivencia y convivencia sin detenimiento? Estas preguntas las pasa de largo el que necesita respuestas inmediatas y efectos notorios, visibles hasta para el más ciego: la imagen maniquea no es sino una fácil y atractiva reducción que ofrece sabiduría al más lerdo. A cambio de satisfacer el deseo de poder, exige el sacrificio de la profundidad vital.

Si, como decía, examinar profundamente las cosas nunca ha sido potestad de la mayoría de las personas, es pertinente preguntar qué ocasiona que nuestra vida política sufra especialmente de vista maniquea. No debe omitirse decir que tal simplificación, incluso al punto infantil moralino de los buenos contra los malos, ha tenido sus escandalosos defensores siempre, y éstos mismos han sido escandalosamente defendidos siempre también. Difícilmente se encontrará una calamidad sanguinaria en la historia en la que no haya circulado la sangre que bombea esta simplificación. La diferencia en nuestros días, sin embargo, es que allí donde había lugar para pocos que confiaban en que los detalles eran resguardo y recompensa del esfuerzo ocioso, ahora no queda, o está cerca de no quedar, sino la mala reputación de un sueño imposible4. Esto se debe a que la ideología intelectual predominante, que es el cuerpo temático de la minoría que se ocupa de la teoría, se erige ella misma sobre el dogma del progreso prometido. Todo lo que digo aquí ya lo dijeron otros; pero precisamente en ello encuentro alegría y esperanza, aunque poco valga tal cosa para el que se ha formado con la imaginación al servicio de la prisa. En su ansia por ya subir a donde acompañará a los exitosos, desespera. Como la condición del avance del progreso está garantizada en su promesa, en las ansias del futuro exitoso, allí están también las semillas del ultraje a la memoria. Hoy ese ultraje no es solamente descuido de la mayoría sino competencia de los ungidos intelectuales. El efecto igualador de la divulgación científica engloba, por supuesto, a las ciencias sociales, y si bien ha tenido resultados muy provechosos para una cantidad antes impensable de personas, ha devaluado también la calidad de ese provecho. La academia infunde bríos a este proyecto mientras hace del saber, mercancía, y de los sapientes, expertos vendedores. El título profesional es fe de bautismo en la capilla de la vida administrativa. Tan hondo es el amor por las proezas técnicas que ha logrado su método, que estiman más las estadísticas que las conversaciones, el mobiliario electrónico que las lecciones escolares y las bases de datos que las comunidades. Siempre emula el amante a quien ama y se nota el cortejo apasionado que éstos le hacen a la computadora, porque no pierden tiempo para ejercitarse en el arte de entender todo en binario. Así, lo nuevo ha de exigir en el discurso oficial, avalado por los expertos, la ficción de que su camino siempre ha sido el único y su bondad pura; mientras que el mal nunca ha tenido más que una cara. La consecuencia es una visión que, aunque surja de la naturaleza política del hombre, está por hábito castrada; que tiende a la premura intelectual, a la devaluación de la razón y a la simplificación por procedimiento. Y por eso aunque la política siempre se dé en el ir y venir del diálogo, como no hay medio que comunique dos polos contradictorios, la política maniquea no es en realidad política; pero quien lo note en público difícilmente sonará como algo más que el miembro de uno de dos bandos. Haciendo guerra contra los contrarios, y así acusando, según ellos, se hará perfecta y humana política.


1 Dante Alighieri, «Tratado I», §7 en El Convivio. Dicho de paso, no me parece necesario traducir el título de este libro por «Convite» como se hace tradicionalmente, pues la palabra española convivio no presenta ningún inconveniente.

2 Jenofonte, Memorabilia, I.2.16.

3 Immanuel Kant, «Primer capítulo», §6 (4:396) en Fundamentación de la metafísica de la moral.

4 Quería escribir aquí «sueño guajiro», pero desistí al constatar que ni el Diccionario de la Lengua Española, ni el de la Academia Mexicana de la Lengua tienen la acepción, frecuente en el español de la Ciudad de México, de pretensión o anhelo deseado pero utópico, imposible, y por lo tanto desdeñado por alguien juicioso.

El espectáculo de la paz

El espectáculo de la paz

 

La guerra no es visible por su fuerza, sino porque es política. El odio, en cambio, puede salir a la vista tanto como permanecer oculto. El odio público se reconoce sin agotarse en una sola manifestación. El odio privado puede esconderse incluso al más minucioso de los autoexámenes. Sin embargo, la paz es tan invisible como de visibilidad requiere la justicia.

         ¿Es invisible la paz? Fue el cristianismo quien exhibió la invisibilidad de la paz en contraste con la visibilidad de la pax. La pax de los romanos fue una sustitución de la justicia: la indeterminación ante la Ley inauguró la tolerancia. El gobernante declaraba la pax por la supervivencia del Estado. La justicia, ya no siendo fundamento del orden político, fue relegada al ámbito de los acuerdos personales: el Estado como garante de la legalidad de los acuerdos entre los particulares. El Estado renunciando a lo político, construyendo lo publicitario. La fuerza de coacción, disuasión y persuasión como fundamento del orden público. La pax como un acuerdo público y publicitado; la paz como un estado interior e individual, tranquilidad desgajada de la gracia. Aparición del orden burgués y reconvención a la espiritualidad moderna. El sujeto como tensión entre las leyes del Estado y del Espíritu: el sujeto desgarrado de nuestra crisis: aúlla la nostalgia de la fraternidad fracturada.

         ¿Puede entonces declararse la paz desde la administración del Estado? Puede, claro, convocarse a las víctimas, consultarse a los líderes religiosos, aglutinar a los bandos políticos y legislarse la amnistía, pero no podrá pasar de ser una declaración de pax, un instrumento público y publicitario. Sin duda que la posibilidad de declarar la pax confirma la fuerza del convocante. Sin duda que tener la fuerza para convocar a la declaratoria de pax da cuenta de una práctica pública diferente. Sin duda que la pax podría poner a todos de acuerdo. Pero la justicia no es solamente un acuerdo, ni la diferencia es por sí misma la dignidad. La diferencia y el acuerdo serán ejercicios indudables de la fuerza en tanto la justicia no sea su fundamento, en tanto la paz no sea posible.

         Para que la paz sea posible, nos hizo ver Javier Sicilia, se requiere la justicia. Si algo puede hacer el Estado para la reconciliación es propiciar la justicia. Sin justicia, sin el cuidado de la dignidad de las víctimas, toda acción del Estado será mera manifestación de la fuerza, simulación, inmoral utilización del dolor de las víctimas para el reposicionamiento moral del nuevo régimen. El Estado ha de garantizar la justicia porque es política, porque es visible. Es al individuo a quien corresponde la paz; es la víctima a quien la paz ha sido prometida. Aspirar a visibilizar la paz es un engaño, una simulación, fuerza pura de la propaganda.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Hacia el pensamiento único. Uno, en carta en La Jornada un grupo de académicos inició la presión para la sustitución de los directivos del IPN a fin de trabajar para que la institución sea acorde a los lineamientos del nuevo gobierno. Dos, el secretario general de la UNAM declaró que la institución analiza apegarse al plan económico del nuevo gobierno. Tres, la futura secretaria de Gobernación federal afirmó que revisará el nombramiento del Fiscal Anticorrupción de Veracruz. Cuarto, la futura secretaria de Energía declaró que el resultado de los análisis y los estudios de los especialistas sobre el sector energético concluye lo mismo que la propuesta inicial de AMLO. Quinto, los foros para la pacificación, que se llamarán «Foros para la Reconciliación Nacional»,  iniciarán en Ciudad Juárez el 7 de agosto. Ahí se delinearán las acciones a seguir, que coincidirán «reconciliadoramente» con los designios del futuro presidente. Sexto, el futuro presidente contestó que las críticas a su incuestionable decisión de nombrar a Manuel Bartlett al frente de CFE son normales, pero contrarias a su movimiento, por lo que Bartlett se queda. Séptimo, en torno al nombramiento de Manuel Bartlett, el otrora líder de anarcos y próximo diputado evangelista Gerardo Fernández Noroña acusa desmemoria histórica: a la gente se le olvida que es fundador de Morena y por tanto todo un patriota. Octavo, segunda cabeza editorial que se le entrega al nuevo régimen. Ahora fue Carlos Marín. ¿Le sigo o ya se entendió el cambio? 2. El Frente Nacional por la Familia no está preocupado por la desaparición del PES, pues para confirmar su condición confesional el partido resucitará… quizá no al tercer día, pero lo hará. ¿Cómo? Hoy se reúnen los ideólogos de la “defensa de la familia” para platicarlo.

Coletilla. ¡La filosofía al servicio de la patria! El señor Enrique Dussel ha presentado un escrito quedabien, o lo que también podríamos llamar el artículo de dos caras, o el alegato de la razón a fuerzas. Para que no le digan que se entrega al nuevo sátrapa, don Enrique aparenta una crítica a la prepotencia del liderazgo; pero para no desaprovechar los nuevos tiempos, propone «socializar» los cambios impulsados por el líder, es decir unirse a los nuevos tiempos, participar activamente en ellos. Si el líder falla, ya dirá que lo advirtió y que por eso comenzó a criticarlo; si el líder no falla, ya dirá que lo advirtió y que por eso propuso apoyarlo. ¿Qué anda buscando don Enrique? ¿Será que los violentos prohijados por la liberación y el morenaje no han encontrado lugar en la nueva distribución de puestos?

 

Los motivos de la paz

Los motivos de la paz

 

Para una sociedad en guerra quizás el perdón sea una buena noticia, en tanto suele considerarse benéfico el término de la guerra. A quién beneficie el término sólo dependerá de lo justo o lo injusto de la guerra, de si el término también trae justicia a las víctimas del conflicto. Si la justicia no está en el panorama, en cambio, el término de la guerra puede ser “benéfico” para muchos intereses, pero también es políticamente irresponsable. Supongamos, pues, que los intereses son legítimos: prosperidad económica, recomposición del tejido social, cambio de régimen. ¿Eso haría aceptable que las víctimas renuncien a su afán de justicia y acepten una amnistía burocrática? ¿La justicia se subordina al cambio histórico? ¿Qué es prioritario en lo político: la justicia o la paz?

         Hace sesenta años José Revueltas publicó su incómoda novela Los motivos de Caín. Incómoda porque nos coloca frente al problema del perdón y la justicia, de la paz imposible y la guerra intolerable, de la persona evaporada en la gigantomaquia de las ideologías… Una novela, pues, incómoda para los años 50, incómoda para nuestros tiempos.

         De manera general, Los motivos de Caín narra la conversión de un hombre moderno en una imposibilidad humana. Jack, el personaje principal, desertó del ejército estadounidense en la guerra de Corea tras ser arrastrado por el deber profesional a un crimen barbárico. Tras la deserción, Jack vaga por las callejas de Tijuana intentando comprender su situación. La incomprensión de la propia vida es paralela a la necesidad de perdón, a un arrepentimiento insatisfecho que anula el sentido de la vida. El otrora responsable soldado termina en medio de la podredumbre humana envidiando para sí el sentido de la vida que todavía tienen los criminales y las prostitutas de Tijuana, pues el arrepentimiento que él mismo ha experimentado por sus actos no le da la satisfacción de la justicia. El planteamiento de Revueltas es impecable: un criminal arrepentido es un criminal que ha perdido el sentido de su vida, sin justicia es imposible que la vida del arrepentido tenga algún sentido nuevamente. ¿Qué impide la justicia?

         El primer impedimento para la justicia del arrepentido se encuentra en la falsificación humana de la modernidad: el crimen no es mera inclinación a la maldad, sino resignificación del sentido propio en los límites de la heteronomía. Finalmente cristiano, el trotskista Revueltas interpreta el origen del crimen no sólo en la convención social, sino en la falta de sentido natural de la organización humana: el hombre caído no reconoce ley natural alguna, de ahí que la supervivencia de su situación económica lo conduzca con facilidad al crimen. Sin resolver el asunto de la ley natural, el novelista nos muestra que el crimen de Jack es tan inevitable como involuntario: el hombre moderno no sólo carece de una orientación natural respecto a lo bueno, sino que su condición histórica lo impele a cumplir con lo correcto, aunque lo correcto sea criminal. ¿Acaso es un crimen que un soldado en plena guerra torture y mate al enemigo? Desde la corrección burocrática no lo es; desde la ley natural dependería de la justicia de la guerra. Si el mundo moderno no puede determinar guerras justas, todo asesinato bélico es correcto en tanto se ampare en un reglamento; el crimen siempre será imperdonable.

         El planteamiento literario de la novela le da un giro interesante al problema del perdón y la justicia, y con ello nos muestra el segundo impedimento. El autor se nos presenta como aquel que transmite algo semejante a unas memorias incompletas, fraguadas en la mesa de un bar tijuanense, o a una confesión insatisfecha, nacida en la solitaria oscuridad de la culpa. El relato de la historia de Jack es deliberadamente incompleto: el autor no juzgará al personaje. Ni el culpable, ni el que nos cuenta la culpa, ni el lector, juzgan plenamente al personaje. La vida del criminal aparece tan carente de límites como las personas nos aparecen muchas veces en la vida cotidiana. Sabemos lo que pasó, conocemos nuestras propias culpas, pero no siempre imaginamos a dónde llegarán las consecuencias de nuestras acciones. Los hombres modernos estamos, como Jack, siendo contados por novelistas que no conocen toda nuestra historia. Ir más allá, advierte Revueltas, sería poetizar… Las posibilidades de la justicia no están tan sencillamente en nuestras manos. Lo que ha quedado en nuestras manos carga culpas inevitablemente. ¿Qué hacemos con ellas?

         Los motivos de Caín es una novela recomendable para una sociedad en guerra que no sabe qué hacer con sus culpas. Cuando un conjunto social se alista a disputar ideológicamente su propia fisonomía, vale pensar a dónde nos llevan las ideologías, cómo nos enceguecen, de qué manera enardecen los ánimos para pelear, por qué nos inculpan, para qué nos llaman a olvidar. Creo que es bueno perdonar criminales, pero la injusticia no se acaba con un decreto, sino con el resarcimiento del daño. Las víctimas piden justicia en este mundo, el mundo de siempre, el mundo en el que andamos nuestra historia incompleta. Las ideologías creen en el poder de cambiar al mundo, creen conocer la historia completa.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El pasado miércoles, Rodrigo Aguilar Martínez tomó posesión de la diócesis de San Cristóbal. Aguilar Martínez se enfrentó al grupo que protegió a Nicolás Aguilar en Tehuacán, al grupo de Norberto Rivera. ¿Así o más solo el cardenal Rivera? 2. De risa loca. Así nuestro periodismo crítico. La señora Dolia Estévez, recordada por inventar el contenido de una conversación presidencial, publicó una «crítica» a la tesis de doctorado en Economía de José Antonio Meade. La «crítica» fue escrita sólo para agradar a las audiencias, hacer escandalito y dar material a los de siempre. En la crítica se pueden encontrar juicios como «nerd obsesionado con un tema esotérico», que por provenir de una representante del periodismo «libre» está fuera de duda su dejo discriminatorio. O sentencias de sintaxis caprichosa como «Meade pudo haber aprovechado su estancia en Yale para abrir una grieta sobre su opacidad a través de la cual filtrar una tesis que hablara de su compromiso con México», que seguro tendrá que ver con algo (quizás una grieta), aunque la pobre redactora no sepa ni con qué (ni de la grieta). La mayor «crítica» a la tesis es que no habla de México y que el sustentante no previó que los reglamentos discutidos en la tesis serían derogados años después. Obviamente, el mexicano debe hablar siempre de México y tomar tequila y llorar como Pedro Infante. Obviamente, para ser presidente se requiere conocer el futuro, de lo contrario ¿cómo sabría qué decisiones tomar? La combativa periodista denuncia, además, que Meade recibió mucha ayuda de su asesor (¡tómenla, tesistas!). Vaya, una «crítica» de antología. Si usted es periodista urgida de atención, no deje de leer a Estévez, que algo le aprenderá. 3. Es un rumor popular: este año hubo otro gasolinazo. El rumor se preparó desde noviembre, cuando algunos seguidores de cierto político dijeron que habría un gasolinazo. En vacaciones, como siempre, ciertos medios aliados a un cierto político confirmaron que en enero habría un gasolinazo. Ahora, se ha difundido el rumor de que hay gasolinazo. ¡Pero no aumentó el precio de la gasolina! ¿A quién conviene el rumor? Responde Enrique Quintana. 4. Vaya semana para ser agorero. El jueves, en una entrevista con El Universal, el expriista, exparmista, experredista, exfoxista, expetista, exmancerista y actual morenista, Porfirio Muñoz Ledo previó un «golpe de Estado» en la elección de julio próximo. ¿En qué funda su previsión? En nada. Junta la Ley de Seguridad Interior con el alegato lopezobradorista de fraude y a eso le llama golpe de Estado. Según Porfirio, si hay compra del voto, habrá fraude; si no hay fraude, habrá golpe de Estado, y si miran sus sandalias, habrá tabla. ¡Ah, qué sencillo! Todo antes que aceptar la derrota. Así ha sido la vida de Muñoz Ledo, saltimbanqui profesional. Y el mismo día, pero en Reforma, el doctor Lorenzo Meyer lanzó el siguiente huesito para beneplácito de los carroñeros: «El régimen político actual no es el de hace medio siglo, pero tampoco es el democrático que demandaron los entusiastas inconformes del 68. El de hoy es un híbrido disfuncional y que mantiene vivas en su esencia, muchas de las razones que dieron origen a las movilizaciones del 68 y a su desenlace. Hay pues que reexaminar el 68 para profundizar en la naturaleza de ese conflicto so pena de volver a tropezar con la misma piedra en su cincuentenario». Ah, qué memoria tan veleidosa, don Lorenzo. ¿No se acuerda que algunos de esos inconformes han estado en cargos públicos en los últimos 25 años (como el culiatornillado a una curul, nunca ganador de una elección, Pablo Gómez, quien tomó su primera curul en 1979 y desde entonces no ha dejado de «ser gobierno»)? ¿No se acuerda que muchos de ellos hicieron las paces con el priismo a cambio de una plaza en el sector público (esas plazas ahora incosteables para el ISSSTE)? ¿No se acuerda que los priistas de entonces ahora andan en Morena? Cierto, hay que reexaminar el 68, pero como advirtió Luis González de Alba: para reconocer que hace mucho se ha perdido el verdadero espíritu de alegría del movimiento. Qué tiempos para ser agorero. 5. Cuestionada por la campaña contra El Colegio Nacional, Concepción Company Company respondió certera: «Si me dicen que entré a El Colegio Nacional, a la Academia Mexicana de la Lengua, o que me hicieron emérita en la UNAM por una cuota de sexo, en este momento yo, automáticamente, regreso los nombramientos porque me insulta como mujer».

Coletilla. Un día como hoy, pero hace 9 años, me tocó iniciar las publicaciones del blog. ¡Ya son nueve años! Que siga tocando la banda…

En las manos de la fortuna

La formidable precisión entre lo que queremos que suceda luego de realizar una acción y la consecuencia de dicha acción es semejante a una lista de reproducción musical aleatoria. Entre más elementos haya en juego, más variable será lo que aparezca. Comer cereal y perdonar a un amigo que tenía intenciones de perjudicarnos son acciones en distintos sentidos y con distintas consecuencias. En ambos casos tenemos previstas las posibles cosas que sucederán luego de realizar la acción, pero el perdón es algo tan complejo para los hombres que casi debemos saber qué siente quien nos perdona para saber qué hará luego de ser sorpresivamente perdonado. Si nos quería perjudicar porque él creía que hacía algo bueno, su reacción será radicalmente distinta a si nos quería perjudicar por venganza o porque así conseguía un puesto que ambicionaba y sólo lo obtendría al perjudicar. Ante un acto poco común ¿cuál es la mejor manera de reaccionar?

Montaigne nos cuenta en su ensayo XXV la historia de dos príncipes que perdonaron dos conspiraciones contra ellos con distintos resultados; uno vivió mucho tiempo después del indulto y el otro poco, pero no fue asesinado por la persona perdonada. Para el reflexivo francés es evidente que hay asuntos que se escapan a nuestro poder, por eso hace uso del ejemplo de dos hombres notoriamente poderosos, y que la fortuna es aún más poderosa que el acto más meditado. La insignificancia del hombre lo lleva a proponer que es mejor actuar basándonos en la temeridad que en la reflexión cuando no se sabe con precisión qué podrá ocurrir, pero se debe actuar. La respuesta no es nada previsible y nos obliga a pensar si es mejor no actuar que hacer algo sin meditación. Es casi como dejar pasar, pues se está dejando en manos de la fortuna lo que se hace y tendrá necesariamente consecuencias, aunque en ningún caso consecuencias necesarias. ¿Es una acción aquello de lo que no se puede siquiera vislumbrar un posible escenario después de actuar? Me parece que Montaigne quiere cuestionarse esto y afirmar que es preferible una resolución basada en una ciega intuición.

Los dos ejemplos referidos tienen más diferencias que similitudes pese a que explícitamente se quieran recalcar las similitudes. La diferencia más importante es que uno de esos príncipes sabe lo que el otro quiere y lo que constantemente lo mueve, por eso sobrevive a diferencia del que cree saber lo que los demás quieren. ¿Pero qué es preferible, una vida riesgosa, a manos de la fortuna, a una más sencilla, donde la fortuna pueda interferir menos? Implícitamente ésta es la pregunta general del ensayo. Somos más felices en la paz que en la guerra; somos más felices con amigos que con competidores.

Yaddir