En este mundo hay muchos ojos que ven a distintas partes, y cada par de ojos revela una mirada única y al mismo tiempo legible. Hay miradas alegres, y hay otras que matan, las hay curiosas, diáfanas, ocultas, profundas y misteriosas, de todos los tipos y de todos los gustos. También hay miradas poderosas: algunas pierden al otro al invitarlo a lo que no debería hacer, y otras más le salvan al atraerlo hacia lo que resulta bueno por distintos motivos. La mirada es única, como único es cada ser humano, pero al mismo tiempo es comunicativa y nos permite sentir con el otro lo que guarda en su alma. La primera cualidad de la mirada nos puede conducir a pensar que cada cabeza es un mundo, que lo reflejado en ella nunca se podrá repetir en nada ni en nadie, pero nada está más lejos de la verdad que esta descuidada observación sobre la mirada, pues la segunda cualidad de ésta nos muestra que podemos decir mucho y hacernos entender aún más con lo que dejan ver los ojos más allá de lo que simplemente se hace presente al insensible lente de una cámara. La mirada es única e irrepetible, y mi experiencia observando miradas me lo indica todo el tiempo; sin embargo esa unidad propia al individuo que mira no nos impide que podamos ver lo mismo, cuando el caso lo amerita, como en lo tocante a la distinción entro lo malo y lo bueno. Así, decir que cada cabeza es un mundo para justificar la presencia en él de algunas miradas torcidas es aceptar que nuestros ojos y nuestra presencia son incapaces de decir algo al otro, porque captamos luz con los ojos sin detenernos a mirar.
Maigo