Notas de la información

1. Le declararon la muerte a los libros cuando la digitalización llegó a su apogeo. Ya no habría necesidad de conservar bibliotecas espaciosas, todo cabría en un dispositivo. Decían también que las páginas digitales ayudarían a preservar el medio ambiente. Emitieron la misma declaración con Wikipedia: las últimas enciclopedias tendrían que ser rematadas para ser exhibidas como antigüedades. Supuestamente la asistencia al teatro se ha vuelto inversamente proporcional a la asistencia al cine (claro, sin contar que las salas van creciendo). Los efectos especiales y los cortes de cámara han perfeccionado la representación; al escenario le ha salido óxido. Y lo mismo se anuncia del periódico. Todavía no hay un medio que lo reemplace completamente, sin embargo se anuncia que el Internet cumple con el mismo objetivo: informar.

2. Es verdad que varios periódicos han abierto portales en línea. Junto con los periódicos, otros sitios virtuales colaboran en la misma labor. Así parecería no haber controversia entre periódicos e Internet. Ambos perfectamente pueden convivir. No obstante, una opinión más radical eleva a las redes sociales como sepultadoras de los diarios. Si éstos buscan ofrecer la información novedosa y actual, aquéllas pueden informarnos incluso al momento. La celeridad en darse a conocer una noticia, supera con creces a los enviados y reporteros cubriendo el asunto. Tomamos a las redes sociales no sólo un punto de encuentro virtual (por muy extraño que suene esto), sino que es el acervo más grande que tenemos. Minuto tras minuto, revisando las actualizaciones, sabemos de los lugares más remotos. Nos sentimos enterados por saber de todo al instante. El timeline es una ráfaga de escenas que apenas podemos verlas, mas nos sentimos informados. Junto con la bóveda virtual que almacena los datos, nuestra memoria se ha prestado para fungir como registro. Entre periódicos y redes sociales, la comparación podría ser cierta si los primeros estuvieran llenos de escupitajos de información. Fácilmente puede creerse así por la brevedad de las noticias; la investigación queda reducida a indicar lo ocurrido.

3. El periodismo es un oficio. Parece improvisación porque el periodista debe estar alerta y siempre dispuesto, sin embargo no lo es. El reportero no sale a la oscuridad a ver qué puede alumbrar. Además de lo complicado de investigar, la preparación se hace evidente cuando cierra una edición. Por muy breve que sea, cada noticia tiene su importancia. Si no fuese así, no habría razón para colocar una junto a otra. Es decir, cada página no es una organización fortuita. Existe una selección para publicar las notas y dejar otras afuera. El periodismo no sólo es recopilar o almacenar información. La criba hace que los diarios sean públicos. El editor considera importante alguna noticia y decide publicarla. Piensa en su lector y lo que debería interesarle. El periodista persigue los destellos.

4. Las redes sociales no dan certeza. Nadie sabe si eso que se dice es verdadero. Se ha mostrado que cualquiera puede hablar y azuzar a una masa. No es necesaria la fuente para opinar en los rincones virtuales. Igualmente no la necesitamos para quejar y sacar toda nuestra frustración. La inconformidad brota fácilmente pero también se apaga fugazmente. La virtualidad brinda una sensación ilusoria de control y utilidad. Nos sentimos informados, aunque no sepamos qué hacer con la información. Rápidamente, sin encontrarle un sentido, las noticias se escapan hasta convertirse en bromas o bagatelas. Tal vez sin desearlo, por medio de las redes sociales banalizamos el conocimiento ofrecido en los diarios.  Nos sentimos importantes por comentar y saber algo actual; estamos entusiasmados de pertenecer a la moda (o como dice la jerga cibernética: subirnos al tren del mame). Las redes sociales nos unen, aunque evitan hacernos comunes. La ráfaga de información enturbia el ágora.

 

Diaria indiferencia

La tristeza se apodera de mi alma cada mañana cuando leo el diario: desgracia tras desgracia, balazo tras balazo, la indiferencia se apodera de mí, e indolente veo los cielos cada vez más contaminados. Ya no extraño las estrellas, que en las noches veía antaño, si el cielo está nuboso sólo me quejo, o peor aún ni lo noto. Ya no veo la grandeza en los árboles abrigada, ya no hay árboles o arbustos, sólo objetos que estorban la mirada, ya no hay amaneceres rosas sólo edificios que se iluminan a veces naturalmente a veces sólo en parte y dependiendo de quienes los habitan.

El pesar de la tristeza me ensordece y hace daño, cada vez veo menos gente, sólo encuentro nombres vacíos en los diarios, y a veces ni siquiera eso, veo números y estadísticas que no me dicen nada que no me dejan ver las vidas que se van entre los tiros y que se extinguen a mi lado.

La culpa no es el diario, pues sólo muestra lo que hay, es culpa de la lectora que no sabe ir más allá, que indolente pasa los ojos por las tragedias que le van a presentar, que cada vez necesita más ayuda para una tragedia mirar. Somos ciegos al dolor y a lo que causa pesar, en especial cuando lo creemos lejano a nosotros y no vemos que lo llevamos tan dentro que ya no lo sabemos identificar.

Parecemos anquilosados y resueltos a no mirar el dolor que siente el otro cuando lo vamos a ignorar. La respuesta a este mal no consiste en dejar a un lado la lectura de los diarios, que sólo nos traen lo que pasa día a día a veces sin reflexionar. Los malos no son los diarios, sino los miles lectores descuidados que no vemos que somos nosotros los malvados por no detenernos a pensar que el dolor que otros sienten a nosotros nos traspasa como los clavos de Cristo al corazón de María algún día habrían de traspasar.

Maigo.

Voces populares

La facilidad con la que nos indigna lo fácil demuestra nuestra propensión al escándalo y, por ende, nuestro alejamiento de los problemas. “Si ya tenemos suficientes problemas ¿por qué cargar con otros totalmente innecesarios?, ¿a mí qué me preocupan los malos gobernantes y sus víctimas? Dedícate a lo tuyo y no me des más problemas, pero ay de ti si lastimas a un indefenso perrito, porque eso sí que es un grave problema.” Y las voces suenan más, pero piensan menos. Si ya tienen una buena vida, opinan, no hay que arruinarla con eventos que ni les constan.

En el clásico libro de J.W. Goethe, Fausto, hay dos señalamientos sobre el uso del periódico (uno en el “Prólogo en el teatro” y otro en “Frente a la puerta de la ciudad”), en ambos se muestra con cierta claridad que el periódico es una herramienta para el entretenimiento. En el primer señalamiento un director, que discute con un poeta y un gracioso, se lamenta de un público tan ávido de espectáculos (ir al teatro es un espectáculo como leer el periódico); en el segundo señalamiento, las noticias bélicas que suceden en el mundo son entretenidas para dos caballeros de la clase media y además resultan reconfortantes, pues en otros lugares hay guerra y donde ellos discuten hay paz. Goethe no creía que el periódico fuera un medio de entretenimiento, pues él lo leía para darse una idea de lo que pasaba en Europa y saber de qué manera podía incidir siquiera en la vida de Weimar.

Actualmente nos sigue gustando el espectáculo y tenemos la facilidad de participar en una extensión de éste. A veces tenemos la oportunidad de participar en varios escenarios, poniéndole mayor atención al que más aplausos virtuales nos proporcione; consideramos tan importante el maltrato animal como el asesinato de un fotógrafo que creía en el buen uso de la información política. Tan extrema resulta la libertad de expresión que decimos cualquier cosa porque no sabemos qué decir ni sobre qué es mejor hablar; tan extrema es la incomprensión de nuestra sociedad que ya se sabe cómo vivir.

Yaddir