La corona del virus

Una epidemia lo que más contagia es el miedo. La difusión se confunde con el contagio. Hay antecedentes de pestes que debilitaron a imperios enteros, cuando esos imperios eran menos numerosos que los países en la actualidad. Hay motivos para temer. Nadie sabe exactamente de dónde surgen, ni qué tanto daño causarán, pero las epidemias nos paralizan. Tal vez sea el desconocimiento de lo que pueda pasar lo que nos mantiene tan preocupados. Tenemos tantos medicamentos para tantos padecimientos, que  se nos dificulta concebir que haya una enfermedad que se nos resista por todos los flancos. Por eso es que resultan tan atractivas las películas y series donde hay virus que se difunden y arrasan con la humanidad, porque nos muestran la actual comodidad con la ligera posibilidad de que puede acabar. Nos provocan un miedo controlable.

Pero una epidemia no es cómoda, ni controlable. El miedo no se controla. Las imágenes de Wuhan lo demuestran. Las personas viven en esa ciudad de una manera «especial». Viven en el desconocimiento absoluto, sabiendo que en cualquier momento podrían enfermar; ya enfermos se enfrentarían al desconcierto de si sobrevivirán o no. No saben quién las puede contagiar, qué les puede pasar exactamente si se contagian, cómo va a cambiar eso su vida. A diferencia de las pestes en épocas pasadas, en esta ocasión se está trabajando arduamente para evitar los contagios y encontrar alguna cura; se confía más en la medicina. Podemos tanto temer porque creíamos que ninguna enfermedad nos vendría a molestar así como sentirnos confiados en que pronto se encontrará una solución. Aunque nuestra actitud es más pasiva. Obedecemos lo que nos dicen los expertos. Confiamos en ellos. Eso los dota de un poder y una responsabilidad que tal vez en las famosas pestes pasadas nadie tenía. En dichas pestes había quienes se acercaban más a la medicina, otros a la religión, ayudando a su prójimo, y otros más se desprendían en los placeres. Pero en esas tres posibilidades cabía mayor decisión por parte de la persona que en nuestro contexto. Los virus son tan complejamente sutiles, que nadie cree que poniéndose máscaras con ciertas hierbas se podría evitar su intromisión. Algunos reconocemos nuestras limitaciones, pero si alguien encontrara una cura, una vacuna o cualquier método para evitar los contagios y las muertes, supongo que habría descubierto otros límites. Se sentiría poderoso. ¿El virus nos podría mostrar quiénes pueden curar y quiénes son curados?

Yaddir

Mefíticos días

(los malos días)

Si a Juan Carlos “N” se le acusa de todo lo que dice haber hecho sin comprobarlo, se le estará convirtiendo en una leyenda; por el contrario, si se le da un sentencia ejemplar con las pocas pruebas que hay en sus contra, tendremos un mártir. Conozco las implicaciones de lo último que digo y no es una forma de burla, pero sí una preocupación. ¿Para quién puede ser mártir Juan Carlos? Será una figura de devoción para los que son como él, ya su mito está creciendo, días después de ser detenido, una víctima más fue encontrada por esos rumbos que él profanó primero. ¿Hay un imitador? No lo sé. Pero el caso me parece por demás sensible. Ellos, los “N” recrean tan bien los asesinatos que dicen haber cometido, que no hay duda de su veracidad, pero son tan puntillosos que uno duda si no es fama lo que buscan.

La violencia también se banaliza, es el espectáculo lo que llama la atención, lo que crea la tensión, pues la vida de las víctimas se vuelve el escenario de una búsqueda y ocultamiento entre el que arroja la piedra, oculta la mano, pero deja pistas para comenzar el juego. Ahora que lo escribo, me parece un poco torpe mi argumento, pues si lo que buscan estos asesinos de la sepa de Juan Carlos es la venganza o el bien social, bien (en términos de técnica, no morales) hacen en ocultarse, pero precisamente uno duda por esa ligera teatralidad del monstruo. ¿Está nervioso? No lo creo, quizá decepcionado y desesperado por no poder seguir con su vicio. Y quizá algunos entiendan toda esa teatralidad como el llamado a la jauría, no se oculten más, que sepan que estamos entre ellos.

¿Quiénes están entre nosotros? Los enajenados. En su maravilloso libro Los cuatro amores, C. S. Lewis al hablarnos del pecado, nos invita a reconocerlo como el alejamiento por rencor en contra del Padre, es decir, del amor. Quien peca es el más alejado de la creación, es decir, del acto de amor libre, por consecuencia se aleja de los hombres y su infierno es no amar, como dice Dostoievski. Sólo quien odia puede permanecer impasible frente al dolor del otro, para el sociópata el otro no responde a su llamado, porque los Juan Carlos ni siquiera tienen palabra, no se comunican para establecer relaciones de bien, es decir, no es un hombre. Su filosofía es el egoísmo que enajena: su mal es el mal del mundo. “¡Pero lo violaron!” protesta una voz, sí y ahí nació el odio, pero el rencor (que es empodrecer el corazón) lo hace víctima de sí mismo. El perdón que hermana no aparece más. ¿Se pueden perdonar las injusticias en un país como el nuestro? Yo no sé responder, quizá estoy enfermando por el aire fétido. Pero aún creo que hay salvación.

Juan Carlos duda de todos, es el genio corrompido.

Mefíticos días en los que estamos viviendo. ¿Habrá oportunidad de algún Bocaccio para nosotros?

Javel