Maravilla y esperanza

Leí un par de maravillantes ensayos de Josef Pieper: El ocio, la base de la cultura y El acto filosófico. Él piensa que el alma humana está abierta al mundo y que los dos nombres de esta apertura son maravilla y esperanza. ¿Cómo saber de qué está hablando? ¿Por qué nos interesa? La segunda pregunta enchina la piel, así que tomemos mejor la primera. Para saberlo se requiere que podamos notar qué tiene de extraordinaria la vida cotidiana. La rutina, el esparcimiento y el cumplimiento de nuestras funciones, fundidas en una misma existencia instrumental, se administran con un balance más o menos bien logrado de placeres y dolores que extienden nuestra duración útil. Éste es el objetivo de la agenda individual, la logística de la dedicación. El cálculo termina en el humano poder, o sea el que tiene quien puede máximamente hacer bien a quienes quiere, mal a quienes desprecia y defenderse sin miedo de los que a él querrán dañar (incluso cuando esto se logra, como escuché decir una vez a un profesor de ética, cuando la sociedad puede garantizarle a todo individuo que es libre de hacer en paz lo que se le antoje). Ahí está el éxito. «¡Sé profesional! ¡Triunfa!». En nuestro mundo contemporáneo, todo esto parece consistir en no mucho más que la supervivencia más fácil y cómoda posible; pero el ascenso progresivo hacia ello requiere que uno se entregue a dificultades e incomodidades ineludibles. Virtud del hombre de nuestro tiempo es ser chambeador. No, no virtud: valor agregado. Todo ello conforma nuestra cotidianeidad, incluso en el tedio constante del fracaso, en la afirmación desinteresada de la pereza, o hasta en la inusual satisfacción del deseo de dominar a otros y ser rey, como dice la canción, aun sin trono, reina o comprensión. Las fantasías vacacionales y los sueños de vigilia laboral lo delatan.

En la posibilidad de encontrar que esta cotidianeidad no refleja la verdad de la vida es que está la maravilla. No se trata de una profundidad obscura, de un secreto indecible, místico, que está en un mundo sin conexiones con éste; se trata más bien de la posibilidad de notar lo extraordinario en lo ordinario. La maravilla es este mundo. La vida humana es mucho más que el canal corriente de la profesión, mucho más que el ajetreo del mercado. El mundo del trabajo, que incluye los ciclos que permiten las vacaciones y el entretenimiento relajante antiestrés, es una superficie solamente. Es una cara de algo más grande. Pero esto sólo puede descubrirse en el ocio. ¿Por qué en el ocio? Porque sólo fuera de la carrera en la que todo es útil o instrumento, en la que el desprecio a la palabra es la forma de intercambio, en la que todo fin está en un difuso ya casi; sólo fuera de ella es posible la oportunidad de que las cosas se contemplen como son sin ser para otras cosas. Y cómo se relacionan entre sí, cuando no estamos pensando en dominarlas para progresar, resulta ser mucho más rico, complicado, y extraordinario de lo que se dejaba ver en el negocio. El ruido del negocio no deja escuchar el sentido de las palabras. Sólo el ocio permite la reflexión. Y por eso, sólo en el ocio podemos vernos a nosotros mismos; aunque sea nomás un poco, porque nunca nos vemos completos y de golpe, como no vemos tampoco completa y de golpe la totalidad de todas las cosas del cosmos. La maravilla, dice Pieper, no «aparece» en el ocio, como si fuera un evento. Esto invitaría la falsa noción de que hay que hacer cita para alcanzarla; abriría las puertas a buscar la sabiduría apretando un cachito en la agenda de 18:00 a 19:00 para hacer yoga. La maravilla es más bien la forma en la que estamos conectados con la totalidad de la que somos una parte. Cuando la contemplamos, lo que creíamos que sabíamos se revela como superficial: no sabíamos nada.

Lo que dio pie a las objeciones de la Modernidad temprana contra los esfuerzos que a tientas hacen los llamados «filósofos», es que ante tal observación misteriosa, «no sabíamos nada», o se cambia completamente el rumbo o se sigue a tientas. Después de saber que no se sabe nada, parecería que uno desespera porque es imposible, entonces, después de tanto preguntar, saber. La objeción, por decirlo de manera reducida (aunque creo, precisa), consiste en decir que no tiene sentido preguntar tanto si después hay tanto más que preguntar. Mejor sería encontrar cómo hacerle para no maravillarnos más y, mejor, dejar de ignorar. Eso me recuerda el cuentito chistoso en el que se supone que Menón va a cenar a casa de Gorgias. Gorgias afirma que nada es, que si es nadie lo sabe, y que si alguien lo sabe, no puede comunicárselo a nadie; Menón le objeta a su anfitrión que no podría saber eso, porque para haberse dado cuenta de que ello es así, tuvo que haberlo aprendido. Pero no puede haber aprendido nada porque si al principio sabía qué estaba buscando, entonces ya sabía desde antes lo que ignoraba, y si por el contrario ignoraba qué buscar, entonces seguramente nunca lo encontró. Gorgias, ofuscado, replica que aunque suene bonita esa objeción, es totalmente infundada; pero como nada puede comunicarse, no importa ni tiene sentido tratar de explicarle cómo aprendió lo que aprendió. Menón entonces le dice que concuerda y con ello canta victoria –antes de tiempo–, señalando que todas esas cosas que Gorgias dice, y muchas más impresionantes, Menón ya las sabía desde antes de haberlo conocido: si las estaba pensando, y era imposible aprenderlas y comunicarlas, entonces no pueden haber venido de otra sabiduría fuera de su cabeza. Gorgias palidece de coraje, pero recobra la compostura contestando que todo lo que dice su invitado son disparates imposibles, porque como finalmente nada es, no hay nada que saber. Con eso vuelven a empezar, y así siguen hasta que se les enfría la comida y da la hora de que Menón se regrese a su casa.

En el malentendido está precisamente el punto que Pieper resalta al decir que la misma cosa es la que recibe el nombre de maravilla y de esperanza. La Modernidad, fuente arquitectónica de la vida sacrificada al progreso, pregonera del valor supremo del trabajo y enemiga por principio de la sabiduría, se confunde al pensar que la maravilla es lo mismo que la duda. Pero en efecto, sin esperanza, no parece que difieran mucho entre sí la experiencia de maravillarse y la de dudar. Decir que la distinción está en el grado, en la intensidad, es decir algo trivial pues ambas admiten lo más y lo menos. Ambas pueden ser íntimamente placenteras, jubilosas incluso. Al dudar, al mismo tiempo uno se percata de que creía saber, de que pensaba que algo era certero, sin asegurarse antes de que lo fuera; la maravilla hace eso también. La duda, sin embargo, mira sólo hacia dentro. La duda no se ha abierto en la afirmación de la parte, seguramente ínfima, que es quien duda en la totalidad. No confía en que detrás de la revelación misteriosa del desconocimiento, vive la sabiduría. Por esta convicción de que se ha ganado mucho al saber cuán poco se sabía, y que se ganará al aprenderlo de nuevo, y de nuevo, es que habla Pieper de esperanza. La vida extraordinaria muestra, en lo ordinario, que no estábamos viendo la vida incluso cuando pensábamos que la teníamos enfrente. Pero no deja de ser vida; de hecho se revela más viva que nunca. Por eso esta observación no quiere decir que la vida del ocio sea invisible y que mejor hay que encontrarnos un método para cuadrar nuestras sombras interiores según nuestros deseos más abundantes, a fin de que no perdamos tiempo en otras cosas que no eran visibles, que no estaban a nuestro alcance, que no caían bajo nuestro dominio; quiere decir, o acaso eso sugiere Pieper, que la vida humana siempre ha sido visible, máximamente, tan colorida como no sabíamos que fuera posible. Y por eso, de un modo que no deja de ser maravillante, en ser humana es que es divina.

El sello en el alma

El sello en el alma

El amor es la realidad más clara del alma, aunque al mismo tiempo se muestre en forma laberíntica. ¿Puede el hombre dejar de amar? Esa posibilidad sólo es imaginable en la medida en que el amor no forme parte de la experiencia de lo humano. Cuando concebimos que el amor desaparece de los actos humanos, pensamos en términos morales los efectos del amor. ¿Es natural esa relación entre lo moral y el amor? La respuesta que demos es importante en tanto que por ella (podemos asignar cierto conocimiento ligado a la experiencia de lo amoroso como benéfico en su presencia, o que, incluso estando presente, pueda trastornar nuestro acercamiento a lo moral. Lo fundamental de la pasión para el hombre moderno estriba en que forma parte de la concepción que damos del amor como pasión fundamental. La razón se opone a ella como guía porque no puede decidir sobre ellas. El mero hecho de afirmar que la razón tenga o no tenga que decidir sobre la pasión muestra la escisión que sirve de base a nuestra autoafirmación como individuos. El amor es patencia de lo individual, diríamos, en tanto que es él la fuerza que nos mueve a desear prácticamente todo. No obstante, es evidente que la naturaleza pasional del hombre no se muestra para nosotros en el amor, pues muestra mejor de la humanidad en tanto universal es, diríamos, el deseo de conservarse.

¿Cómo el amor puede hacernos conducir mejor la vida? ¿No es, en tanto pasión, siempre problemática, aunque sea natural? ¿Cuál es el valor del amor, por expresarlo en nuestras palabras cotidianas? Si el valor proviene de lo placentero, no queda claro realmente en qué sentido el placer puede a veces mostrarnos nuestra equivocación: a veces nos complacemos en lo vano. Claro que, bajo la discusión de estos tiempos, decir que hay cosas vanas es haber atribuido un valor. Al amor, se dirá, no tiene que atribuírsele valor alguno porque no requiere de juicio alguno para ser experimentado. Puede esquematizarse su conocimiento en los flujos del cuerpo, pero su existencia no es algo que dependa de que se le atribuya un valor. Que no decidamos sobre su existencia, no obstante, funda su carácter problemático, más allá del valor; carácter que se basa en comprender al hombre como un ser esencialmente erótico. Esa naturaleza del hombre no se muestra en el esquematismo de las reacciones físicas, porque no es meramente pasional: en todo momento es oscuro saber qué es lo que produce el movimiento si no existe un contacto. El amor no es estrictamente pasional, entendiendo por pasión el movimiento del “cuerpo”. La aceleración del pulso cardiaco y el flujo de las sustancias cerebrales dependen, en última instancia, de la posibilidad de que la belleza me atraiga.

Lo bello no puede ser subjetivo, porque nuestra experiencia fundamental de lo bello proviene por igual de la percepción de la belleza en la apariencia y de su manifestación en los actos y palabras. Lo bello es idea en tanto inteligible, no en tanto configuración arbitraria. Sospecho que la inteligibilidad de lo bello, que no es lo mismo que decir que es “racional” en el sentido moderno, no corresponde con la división de un cuerpo y sus proporciones, porque involucra a la imaginación más allá de las dimensiones materiales. La belleza de una acción se observa en la totalidad de ella. La belleza de un rostro es deseable porque no se puede descomponer. El espoleo del alma a partir del deseo muestra la inteligibilidad de la experiencia erótica. El amor (Eros) es, platónicamente, el que otorga los más grandes bienes, y su presencia no puede dividir el hecho de que la belleza le infunde verdad, actualidad en todas sus gradaciones, haciendo del hombre distinto de acuerdo al amor. El más grande bien que otorga no sólo está en la presencia de lo bello en el acompañamiento de dos, sino que éste es apenas la presentación primordial. El erotismo socrático, por ejemplo, no es comprensible sin un logos que ilumine esa naturaleza primordial, a pesar de ser Sócrates un hombre muy distinto a otros hombres. No es cierto que sólo los mejores deseen lo bello. Los que se equivocan al desear lo peor no dejan de ser eróticos: los injustos se encuentran en la parte más baja de la escala platónica del mito de la palinodia, lo cual indica que forman parte de ella.

Bajo esa gradación, ¿cómo es posible interpretar nuestra experiencia erótica a partir de ese mito? La conclusión de la palinodia es, en buena parte, dirigida a establecer que el hombre más erótico es el filósofo. Es complicado, sobre todo, saber en qué radica esa superioridad erótica, sin llegar a confundir a los extremos de la escala: el tirano y el filósofo. El erotismo del filósofo no se muestra en la persecución febril de lo bello en los cuerpos, y esa negación no ilumina de inmediato la actividad de éste como alguien dedicado a lo que se llama la belleza de lo inmaterial, rótulo que se presta fácilmente al sofisma, porque en realidad toda belleza es inmaterial. Nuestra experiencia erótica se articula mejor a partir de lo mejor; lo mejor permite atisbar no una idealidad, sino bosquejar a partir de nuestra persecución de lo bello lo que por naturaleza somos. El filósofo es el hombre más erótico en la escala socrática a partir de la naturaleza del alma inmortal, cuya prueba es la anámnesis, puesta aquí como vinculo. La felicidad del amor como naturaleza presente en todo hombre permite explicaciones de ese deseo de lo bello. Es verdad: la palinodia no nos habla del mal. ¿Es verdad? ¿No dijimos que los hombres más bajo en la escala eran los tiranos? No nos describe la presencia del mal en los actos humanos, pero puede colegirse su relación con el erotismo natural: el tirano es el más lejano de lo eterno en la vuelta de las almas porque es el que se place en la injusticia. La escala no es el instrumento de la determinación divina, porque aunque el filósofo no pueda ser producido, nuestra experiencia amorosa puede todavía, gracias al mito, ser comprendida en relación con dicha escala. Esa comprensión implica que nos preguntemos ¿qué es el alma y por qué es amante por naturaleza?

No queda claro, no obstante, en qué sentido uno pueda afirmar todavía que el filósofo es el más erótico por amar lo eterno, lo cual suena en parte a la comprensión popular del sentido de lo platónico. Amor de lo eterno y práctica de muerte parecen ideas contradictorias. La piedad del filósofo podría diluirse en un rito privado que quizás sólo se aclara para sus amigos. Pero ni para sus amigos es del todo evidente. Amar lo eterno es un modo de referirse al deseo; la muerte es práctica en tanto el alma es inmortal. Acercarse a lo inmortal requiere muerte. El amor socrático no es suicidio premeditado, sino vida alumbrada a partir de lo inteligible. La segunda navegación es fruto y expresión de un racionalismo que no termina en melancolía, porque cumple con la máxima del dios: conócete a ti mismo. Conocerse a sí mismo es problema porque sin esa exigencia, la piedad es apenas satisfacción pública y privada del nómos. Conocerse a sí mismo no implica destrucción de la polis y sus costumbres (aunque sí cuestionamiento de sus dogmas), pues Sócrates, a pesar de demostrar la falsedad de lo que se le imputaba, acató la sentencia, no obstante el carácter injusto de ella. Al final tenemos que pensar si vemos la piedad socrática en la hora de su muerte, sin martirios falsos, o si lloramos como todos sus amigos ante un cadáver mudo. La piedad quizá sea lo único que nos diga por qué es mejor padecer una injusticia que cometerla.

 

 

Tacitus

 

 

De la adivinación

La pregunta que se perfila, se arma y deshace a lo largo del ensayo XI de Montaigne es: ¿para qué conviene preguntar por la adivinación? La primera respuesta que se puede colegir es que es inútil esforzarse un poco en responder por dos motivos: la religión lo prohíbe y conducir la vida mediante los augurios es perjudicial. Inteligentemente el maestro ensayista le dedica bastante espacio a la segunda respuesta, contando el relato de un Marques que por guiarse según pronósticos y actuando traicioneramente perdió una batalla decisiva, con lo cual sugiere que las acciones políticas deben realizarse sobre bases sólidas, posibles; también nos sugiere que ante la incertidumbre, el hombre naturalmente buscará la manera de consolar su temor. Para concretizar bien las acciones políticas, es indispensable no guiarse por augurios.

Sin terminar el primer punto, sin decir que la frase es de Cicerón, y sin abandonar tampoco el segundo tema, el ensayista dice lo siguiente: “Y, por el contrario, los que creen esta afirmación erradamente la creen: Hay en esto reciprocidad: si existe la adivinación, existen los dioses; si existen los dioses, existe la adivinación.” Ya nos dijo cómo no debe ser escuchada la adivinación, ¿ahora llevará el asunto hacia un problema auténtico? El problema es: ¿cuál es la relación que hay entre los dioses y los hombres? Cuestionado de otra manera: ¿la adivinación es el modo adecuado de ver la relación entre hombres y dioses? O ¿no hay que creer en la afirmación, sino pensarla para encontrar la adecuada relación entre hombres y seres divinos? Al menos la manera inadecuada es creer que la adivinación es algo que se negocia con los dioses y que estos quieren hacer sufrir a los hombres mostrándoles su terrible suerte o que los quieren ayudar en todo. Inadecuado es considerar que los dioses le dicen al hombre fácilmente lo que debe hacer. Por ello me refiero a que los dioses no le van a decir al hombre exactamente qué hacer para que consiga el éxito.

Intentando rechazar el segundo punto, Montaigne señala que el azar es más confiable que cualquier augurio, mucho más un azar al estilo de la República de Platón, donde se eligen a los hijos de los más virtuosos para que permanezcan en la república justa y se exilia a los hijos de los viciosos; si estos son virtuosos, se les reincorpora, si los primeros son viciosos se les expulsa. Irónicamente se nos señala que los augurios no deben conducirnos, cual legislador de la república, sino que debemos aprovechar el azar; aunque es falso pensar que podemos controlar totalmente al azar. Pensar sólo el azar deja de lado a los dioses y entroniza al hombre.

Sin concluir si la adivinación todavía es inválida una vez que Jesús vino al mundo, es decir, sin cancelar la relación entre el hombre y Dios, Montaigne nos habla, sin mencionarlo, del Dáimon de Sócrates. Piensa que esa inspiración, realizada por quien ha reflexionado mucho y actuado virtuosamente, quizá sea poco inspirada. Visto así, Montaigne y sus ensayos, principalmente el de la oscura superchería, serían las velas de la ilustración. Pero pensando con más cuidado el accidentado ensayo XI, podemos comenzar a ver la relación entre Dios y el hombre en lo que distingue al hombre: su entendimiento. No se nos precisa si hay que pensar los sentidos, la imaginación o la intelección para ver que quizá la relación entre el hombre y Dios sólo pueda ser pensada adecuadamente a partir de lo que permite que el hombre actúe bien y pueda seguir los auténticos mandatos divinos.

Yaddir

Incomodidad

Incomodidad

 

ya no dedico

 

¿Podría depender la amistad del régimen político en que se vive? A primera vista la pregunta es absurda: el régimen político responde a una condición histórica; la amistad responde a una disposición personal. Pero mirando más fijamente a la pregunta ya no parece tan absurda, sino incómoda. Quienes más claramente han pensado la amistad, seguro intentarán encontrar alguna ayuda aristotélica en algún pasaje olvidado de la Ética; darán vueltas, revisarán y se preguntarán por qué cuando leyeron la más clara explicación de la amistad creyeron en una amistad virtuosa y despolitizaron la virtud. ¿Acaso el efecto inevitable de la lectura de la Ética nicomaquea es sólo la persuasión por la importancia de la virtud? ¿Acaso es sólo un texto suasorio? ¿Acaso leerla así no es convertirla en un texto maquiavélico? Porque el recurso asiduo a ubicarse del lado de quien con facilidad reconoce la amistad virtuosa -aunque pueda preferir alguna otra- no salva el problema, pues no explica la preferencia amistosa. Pensar que dicha preferencia es completamente individual, que no es política, ya es un falseamiento del asunto. La amistad individual es la amistad burguesa. La amistad burguesa necesita del contacto de los amigos para mantener los “contactos”, necesita del trato cotidiano para enriquecer la “práctica”, necesita satisfacer sus “necesidades”. La amistad burguesa es una fábula de la necesidad, pero no es amistad. La amistad burguesa es la cara amable del progreso moderno. Lo entendió perfectamente Flaubert y lo plasmó para la eternidad en la escena final de La educación sentimental: sólo los amigos modernos, hastiados de su modernidad, necesitan “compartir” sus sentimientos. La amistad sentimental, la amistad que descubrió el romanticismo, es producto de la saturación del progreso. El amigo sentimental se ha hastiado de modernidad hasta derramar la miel para los amargados. El amigo sentimental desciende a la intimidad para predicar al hombre nuevo. La amistad sentimental es la fábula que oculta la destrucción de lo moderno. Podría pensarse que la amistad cristiana -si acaso es posible- también es individual y apolítica; pero eso es no entender la Iglesia. Pretender que es posible la amistad virtuosa donde no es posible la virtud es engañarnos. Pretender que sin política es posible la virtud es olvidar qué es la virtud. Si la amistad es posible de algún modo, parece que es necesario que la amistad dependa del régimen político. Quizá por ello, en Fusul al-Madani, Alfarabi sólo habla de la amistad en relación con la justicia. Quizá por ello, en la más profunda explicación sobre la amistad, los jovencitos con los que habla Sócrates deben ser libres y su conversación debe liberar. Quizá por ello, la pregunta inicial es realmente desconcertante. Afirmarse en el cuidado de la amistad, parece, sólo sería posible cuando uno se afirma en el cuidado de lo político. Aislarse, bajo cualquier pretexto de superioridad o inferioridad, del cuidado de lo político es un descuido inevitable de la amistad. Si esto es cierto, la amistad sólo se cuida genuinamente como Cicerón lo enseñó a Ático. Lo demás, nuestros “cuidados” cotidianos, es un modo discreto de traicionarnos. O la política es posible, o la amistad sólo puede ser maquiavélica. Por eso es una pregunta incómoda.

 

Námaste Heptákis

 

Para no olvidar. 1. Han pasado 21 meses de la desaparición forzada de los normalistas de Ayotzinapa. Durante la semana, los padres de los desaparecidos se reunieron en tres ocasiones con funcionarios federales. El miércoles se reunieron en el Secretaría de Relaciones Exteriores, donde no recibieron respuesta a su planteamiento del mecanismo de seguimiento internacional de la investigación del caso. Es importante recordar que los funcionarios federales se habían comprometido en la Corte Interamericana de Derechos Humanos a formar dicho mecanismo. El jueves se reunieron en la Secretaría de Gobernación, donde reiteraron la petición de destituir a Tomás Zerón. Además se les confirmó que no hay copia de los videos borrados del ataque a los normalistas a las afueras del Palacio de Justicia; por increíble que suene. El viernes, en las instalaciones del Centro Pro, el subsecretario de Derechos Humanos de la Segob se reunió con los padres y se acordó la creación del mecanismo de seguimiento, que los titulares del mecanismo serán nombrados por la CIDH y que el lunes 11 anunciarán los detalles del mismo. A ver… 2. El próximo lunes 11 se cumplen seis meses de la desaparición forzada de los jóvenes de Tierra Blanca, Veracruz (José Benítez de la O, Mario Arturo Orozco Sánchez, Alfredo González Díaz y Susana Tapia Garibo). En la reunión más reciente de los padres de los desaparecidos con los funcionarios federales se les comunicó que no hay más restos qué analizar y que a excepción de los posibles autores intelectuales de la desaparición, no hay más qué investigar. Sin vías de investigación y sin pruebas para concluirla. ¿Y entonces?

 

Escenas del terruño. 1. Héctor de Mauleón comenta los cambios en el estado de la criminalidad en Iguala tras los acontecimientos del 26 de septiembre de 2014. Resume: después de tanta muerte, el horror seguirá. 2. Animal Político presentó el caso de una madre que perdió la custodia de su hijo porque, a dicho del juez, no cumplía el rol tradicional que debe imperar en toda familia, así como no expresaba los valores de las tradiciones mexicanas. Quiere el juez en su corazoncito, no la justicia, sino pura madre mexicana.

Coletilla. Fue el martes 4 de junio de 1991 cuando se comenzó a transmitir en televisión abierta nacional la caricatura “Los Simpson”. El pasado lunes 4 de julio de 2016 el programa de televisión más importante para mi generación se dejó de transmitir en televisión abierta nacional. Dato inútil, dirán algunos. Quejicas de viejito, dirán otros. Para mí, un dato importante sobre los cambios generacionales en nuestro país.

Contra la ilusión familiar

Contra la ilusión familiar

 

Para Gerardo Ordaz,
quien está preocupado.

Entre burlas y veras, Platón ha escrito en su República que la eliminación de las familias es completamente necesaria para la formación de la ciudad perfectamente justa. No es del todo claro si la renuncia a las familias es también requisito para favorecer el surgimiento del filósofo, o sólo es una política pública de control poblacional. Lo que sí queda claro es que las cuatro religiones políticas modernas que permean en nuestro ambiente cancelan a las familias sin que evidentemente favorezcan a la filosofía. Tampoco son suficientemente claros los signos de un mundo futuro sin familias y sin filosofía que hagan ligeramente justificable la preocupación por el tema, sino que la única justificación posible (al menos la mía) es que entre los hombres que todavía me quedan al trato se confunden los hábitos y las posturas sobre el tema y se van decidiendo las vidas como si todo esto fuese tan evidentemente claro que ya nadie confunde las burlas con las veras por ser sus vidas tan serias, o ya todos son mucho más filósofos y sabios que ese aprendiz de todos y todo llamado Platón.

En la tiranía de la ganancia, la familia es una inversión de tan alto riesgo y largo plazo que hasta resulta un mal negocio. En primer lugar, la familia sólo tiene margen de inversión cuando puede retribuir al progreso personal sin arriesgar el nivel de consumo. No es que la familia sea un progreso, sino que para progresar puede utilizarse a la familia: si se tienen hijos estos han de ser talentosos y poco horribles como para que valga la pena presumirlos en público; si esposa, ha de ser tan productiva como para asegurar el consumo y tan presentable como para no elevar los costos de producción de la belleza. En segundo lugar, la familia es una evidente restricción de la libertad, con plan de pago incluido, en las posibilidades propias del consumo; de ahí que quienes comienzan a progresar prefieran progresar en independencia económica que en una unidad financiera familiar, que les sea más atractiva la oferta de una relación abierta de gastos compartidos que un matrimonio ortodoxo de endeudamientos ad vitam. En tercer lugar, las familias son un lastre en el progreso de la industria geriátrica, y por tanto una perturbación del mercado de atención a los viejos que tan promitente futuro podría llegar a tener. Plantear a la familia como mal negocio en la religión capitalista libera al futuro filósofo de las sublunares preocupaciones mundanas y le posibilita el pensar metafísico como una actividad crítica y versátil independiente de su talento de convertir el lucro en logro para asegurar su libertad.

En la tiranía de la igualdad, la familia es un resabio del individualismo burgués que asegura la explotación de los pobres y la opresión de los débiles a fin de consolidar la vigencia de las condiciones materiales que la hacen posible. En primer lugar, la familia es una estructura de organización de la propiedad que produce diferencias a partir de la acumulación, empleando a los miembros de la misma en labores que los distraen de la actividad política. La familia nos hace mano de obra dentro de una estructura económica patriarcal fundada en la opresión del diferente y difiriendo la función del oprimido. En segundo lugar, la familia es una evidente restricción a la libertad humana que afinca en el hombre roles de producción y autoproducción con los que se obstruye la visión de las posibilidades de cambio y se obtura la conciencia que por sí misma desea ser libre. Si queremos superar el estadio familiar, debemos tender a un Estado igualitario sin familias y en ejercicio de la libertad garantizada por el trabajo. Plantear a la familia como un modelo caduco en la religión socialista promete al futuro filósofo la liberación de las condiciones materiales que lo encadenan por todos lados y el pronto ejercicio crítico de su conciencia en la conformación de un nuevo Estado: progreso como conciencia social, promiscuidad como reapropiación del cuerpo y la voluntad general como explosión libertaria.

En la tiranía de las buenas costumbres, la familia es un mal necesario: mecanismo de control para quienes no son lo suficientemente inteligentes para ser llamados libres, dique superable para las conciencias superiores. En primer lugar, la familia es resguardo seguro y tradicional para todos los hombres de cualidades regulares e inferiores que garantiza un desarrollo pleno del individuo. Como no todos son genios y hace falta mano de obra, las familias son un mecanismo necesario para el trabajo básico de una sociedad que tiende a ser mejor. En la familia los mediocres aprenden los valores básicos de convivencia social, los medios legítimos de actividad laboral, las cualidades mínimas que debe tener todo ciudadano de una comunidad decente: probidad, honradez, misericordia, integridad y obediencia. En segundo lugar, la familia es el lugar original de los grandes hombres, el cenáculo en que reconocen su superioridad y al que necesariamente deben trascender. Para ello, el Estado ha de garantizar la existencia de las familias y su sumisión al Estado: existen para propiciar la grandeza, pero pasan de largo cuando la grandeza ha de aspirar a algo más. La familia es la crisálida del hombre genuinamente libre. En tercer lugar, el hombre superior tiene el derecho de separarse de su familia para cumplir con los altos designios que el espíritu ha dictado. El hombre superior se distingue del progre capitalista por su buen gusto, porque la educación estética le ha exhibido la fetidez de los valores burgueses, porque su moralidad superior le hace simplemente inaceptable el amor libre de compromiso de los mediocres con dinero. El Estado que garantiza al hombre superior se distingue de la dictadura del proletariado porque reconoce en la igualdad la injusticia originaria y en la estatalización el ocultamiento del poderío de una sociedad de cerdos. Plantear a la familia como un mal necesario en la religión antimoderna es el discurso oculto de la defensa hipócrita de la familia a nombre de las buenas costumbres, así como la máscara de la simiente de destrucción que engloba su postura filosófica: el filósofo ha de ser un heterodoxo con apariencia ortodoxa que atuendará de astucia su inmoralidad y de libertad su negligencia; a nombre de la filosofía destruye para construir su poder, a nombre del poder construye para inventar su nobleza; su familia es el mal necesario de quien no puede creer en el mal, pero de quien tampoco puede avizorar su fracaso. Un hombre así es la conquista de la poderosa libertad de su propio mito.

En la tiranía de la libertad, la familia es un mito más entre todos los posibles, y por tanto una ilusión más de quienes todavía creen en el poder. Aquí el amor, los hijos o la vida en pareja no son problema, son mitos. La autenticidad de la existencia, la estructura económica o la acumulación de capital son esquemas de control que impiden ver el caos originario. No hay estructura metafísica del mundo que justifique a la filosofía, así como no hay sentido de la historia que valide la praxis revolucionaria. La guerra es una máscara de la violencia como la familia es un enmascaramiento de la sumisión. La acción directa es la única manera de despojar las máscaras, la única praxis posible, la filosofía toda que por fin es totalmente práctica. La violencia como única libertad: aniquilación que es liberación, desencanto que es suicidio, exterminio de los días que son nuestros últimos días…

Amor contractual, orgía burocratizada, violación disfrazada o violación a secas, las religiones políticas modernas que permean nuestro ambiente cancelan a las familias con la promesa de la libertad. Mal haríamos en renunciar a la libertad por no poder refutar la promesa. Peor haríamos en confundir a la filosofía con el pensar metafísico libre de política, la concientización de las masas, la superación de las ilusiones o la acción directa. El problema de la libertad, como al parecer también el de la filosofía, algo tiene que ver con las familias, e incluso parece que algo tiene que ver con ese anhelo mayoritario de una vida feliz junto a las personas que uno quiere. La pregunta ahora, como en Platón, sigue siendo la pregunta por la felicidad. La respuesta ahora, y sin Platón, parece necesaria infelicidad. Lo dicho: con estas vidas tan serias confundimos las burlas con las veras.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El pasado 28 de julio una revista literaria hizo lo inusitado: reconoció un plagio entre sus páginas y pidió disculpas a sus lectores por un evidente error editorial. Todavía hay valientes.
2. Al parecer se ha sumado a la sucesión en la UNAM la candidatura de Francisco Bolívar Zapata, el principal promotor científico de los organismos genéticamente modificados. Aunque no creo que tenga posibilidades reales de llegar a la rectoría, su candidatura sería una dura prueba para los universitarios, quienes sin duda se verán tentados a hacer campaña en su contra desde la oposición ignorante criticando su actividad científica. Hace un lustro el doctor Bolívar me dijo que a su juicio la universidad no podía tener un debate de calidad sobre los organismos genéticamente modificados porque los detractores no saben de ciencia y los científicos no saben de política. ¿Acaso su candidatura podría elevar el nivel de discusión en la UNAM?
3. El pasado miércoles, en El Universal, Carlos Loret de Mola publicó información muy importante sobre la ejecución extrajudicial en Tanhuato. La lectura de su artículo es necesaria.
4. Tanto la revista Proceso como Sergio Sarmiento en su columna de ayer en Reforma han dado cuenta de que la madre de una las jóvenes asesinadas en la colonia Narvarte la semana pasada es poeta y que en 2011 publicó en el Periódico de poesía de la UNAM (número 37, marzo de 2011) un poema dedicado a su hija. Leámoslo.
5. Y ya que la poesía nos puede acompañar en el recorrido de esta patria adolorida, también sugiero la lectura de un poema por Ayotzinapa que se ha publicado en la revista electrónica Salto al reverso, en la que colaboran algunos de nuestros lectores frecuentes. El caso de los normalistas desaparecidos no debe olvidarse.

Coletilla. “Bucolito, niño campesino, llegó tarde a la escuela. El maestro le preguntó por qué. «La vaca está en celo —respondió el pequeño—, y tuve que llevarle al toro». Inquirió el mentor: «¿Y qué eso no lo puede hacer tu papá?». «No, profesor —contestó el niño—. Tiene que ser el toro»”. Catón (Armando Fuentes Aguirre)

Fiebre roussoniana.

Para poder dejar de lado el llanto, para no hacer caso de las sonrisas y, para no sentir que el alma se me congela al sentir el calor de la fiebre invadiendo un cuerpo que no es el mío, necesario sería negar la presencia de un alma que me mueve y que mueve a dicho cuerpo, habría que negar a Eros y comenzar a hablar de amor de sí y de amor propio como aquello que me mueve y que mueve al otro, habría que olvidarse del olvido de sí que implica el amor para pensar en la compasión como un deseo de no estar tan mal como aquel al que tengo en frente. En pocas palabras tendría que aislarme más que Rousseau sentado en su barca.

Maigo.