Pasando media hora de las diez, debajo del cielo nocturno, esperábamos a ingresar. Detrás de nosotros se encontraba la estación de Metrobús de Durango. La luz de los faroles era cálida sin sobrepasar la penumbra en la que estábamos. Pasaron diez minutos y llegó Luis Esquerra disculpándose por su impuntualidad. Nos dijo un tanto nervioso que era su primera vez, nunca en sus veintitrés años con cuatro meses había pisado un lugar así. Lo secundó Jorge, uno de nuestros acompañantes.
Por fuera el sitio era muy simple y pintado con un gris terracota (eso o la penumbra me estaba haciendo una mala jugada). No tenía ninguna imagen alusiva o indicio para saber qué sucedía dentro; ninguna lencería de neón o símbolo exuberante. Seguramente la discreción era lo más conveniente. El nombre estaba puesto de color blanco y con una letra elegante. Debajo de éste se encontraba la entrada al lugar, custodiada por tres hombres con traje. El servicio empezaba desde ahí, amablemente se hacían las revisiones y con la palma de la mano daban el ingreso. Otra vez, discreción y elegancia con el cliente.
Nos concedieron el paso y entramos al diez para las once. Es ingenuo creer que adentro uno estaría a salvo del ambiente tenebroso. Quizá la luz en el interior no era capaz de iluminarnos, pero al menos servía para jugar con nuestra imaginación. Por momentos el lugar pequeño se hacía azulado, por otros con tonos púrpura y rojo. Nuestros rostros empalidecían o se coloreaban según el designio de la iluminación. Aun con este juego, no abandonamos la penumbra. Alrededor del foco de atención estaban puestas unas mesas, muy bonitas, y al fondo unos sillones donde podrían caber más de cuatro personas. Seguimos la recomendación del mesero y ahí nos sentamos. Con un prurito sin admitir los primerizos aceptaron la recomendación, aunque ellos preferían estar cerca del espectáculo. No era difícil ver sus ansias por una satisfacción vivaz y novedosa (¿qué tan novedosa era?).
Las miradas masculinas no desatendían las mujeres que desfilaban en el centro. Posiblemente lo oscuro del lugar hacía difícil el deleite visual. Sin embargo había varones que, bajo la sombra, eran atraídos por los movimientos sensuales, una que otra sonrisa e incluso los perfumes emanados. Sutilmente, a veces indecoroso, iban avanzando para apresar a los hombres. Sentadas en la misma mesa, sin compartirla, jugueteaban y alegraban con una actitud almibarada. Cerca de la pista había tres chavos gringos que seguramente asistían por diversión. No sentían empacho por invitarles unas copas a dos jóvenes, acompañándolas con tragos de su botella de whiskey. A un lado de ellos estaban tres que parecían salían de trabajar, aún traían corbata y camisa. Era muy posible que fueran a librarse del estrés de la oficina. Uno más se encontraba cerca de ahí, aunque había llegado sin acompañante. Llevaba varias horas con una mujer, quién sabe cuántas copas le habrá invitado. Algunos iban a empalagarse, mientras otros querían salirse de su soledad insoportablemente insípida. Y ni siquiera sabían el nombre verdadero de ellas.
Salimos de Jalisco y no sabíamos qué hora era. A pesar de no habernos tumbado era claro —¿o muy turbio?— que el alcohol nos hacía efecto. Sobre nosotros seguía el cielo nocturno, aunque la acera estaba menos transitada. Sólo estaba pisada por los clientes que recién salían del lugar, contentos con su ilusión comprada. Con una sonrisa, deshaciéndose por el alcohol, entre nosotros hablábamos impresionados por lo que vivimos. No resistimos contagiarnos de los aires joviales. Por años inmemorables los sátiros persiguieron por los campos a las ninfas. Ahora ellas habían logrado su venganza.
Moscas. Ciudad Juárez resulta estandarte de la victoria sobre las adversidades de inseguridad (y más en tiempos electorales). Alejandro Hope señala el peligro de sólo enarbolarlo.
II. Que luego no digan que no hubo alguna advertencia sobre un posible estallido en costas del Caribe. Alerta sobre ello Becerra Costa.
Y la última… Algo traen en contra de las vacas. Primero nos recetaron mejor beber la de soya. No, ahora lo más nutritivo es la de almendra. ¿Cuál faltaba? ¡La leche de cucaracha!