Problemas de ser pobre

Temo que mi reflexión sea pobre para dar una definición generalizadora sobre la pobreza. Pobre sería creer que es fácil encontrar dicha definición. La pobreza no es sólo material, y lo material no se reduce a lo perceptible mediante los sentidos. Decimos de un platillo que sabe rico cuando nos gusta, que una expresión es rica en acepciones; en contraposición hablamos de ideas pobres (aunque no de ideas ricas) y de pobreza del alma (aunque tampoco de riqueza del alma). No es que nuestras expresiones sean pobres, ni la comprensión de la realidad que nos rodea también lo sea. Pero no es fácil desvincularnos de la materialidad del mundo. El deseo nace de los sentidos. El dinero es el deseo en extremo porque con él, creemos, satisfacemos todos nuestros deseos. Por eso la riqueza se vincula con la abundancia. ¿Qué mejor modo de entender la abundancia que materializándola?

La felicidad no la da el dinero. Pero no hay felicidad sin dinero. ¿Todas nuestras preocupaciones podrían desaparecer con unos millones de dólares? La salud no la da el dinero. Pero el dinero te permite acceder a los mejores tratamientos médicos, no estar años en filas de espera, viajar a otros países a probar tratamientos nuevos, acceder a los medicamentos más novedosos, hacerte pruebas por un dolorcito o molestia, y otra larga lista de beneficios. El adinerado no muere de hambre. La persona con dinero no se libra de la violencia, pero puede pagar por seguridad. ¿Todos estos motivos serán los que estimulan el deseo de progreso económico?, ¿el adinerado busca sólo el poder?, ¿desea conquistar y doblegar a la fortuna? Tal vez el afortunado no haya conquistado a la suerte. Pero sin duda está en paz con ella.

Yaddir

Defectos filantrópicos

“El pobre es pobre porque quiere” es una frase de manipulación. Nadie cree en ella sin que quiera dar a entender algo. “Mi voluntad es superior, por eso soy rico”, se dice a sí mismo el manipulador. “La suerte es como el hierro, sólo el que lo sabe doblegar puede escapar de la miseria”, afirma satisfecho el miserable. Una ilógica conexión de yoes se separan del resto; existen los ricos y existen los pobres. En el medio más preciso habitan los que, con la absurdidad de una trama kafkiana, no saben dónde ubicarse. ¿Pero y si el pobre es pobre no porque así lo quiera, sino porque así lo quiso el rico?

La filantropía es el adinerado que le toma fotos al niño que vende dulces en la calle. El filántropo necesita a ese niño para demostrar que, sin importar las escalas sociales, le preocupan las personas. Se asume que lo está ayudando, tal vez le dio algo de dinero en ese determinado momento por ser usado de adorno, aunque no sabemos si el dinero perjudique más de lo que ayuda al niño (no insinúo que éste consuma drogas o cualquier otra sustancia estimulante, intento sugerir que ese niño está siendo usado, que las ganancias de su venta de dulces se van a las manos de un miserable adulto). Pero su preocupación por las personas se queda ahí, en ese gesto momentáneo, casi tan superficial como la foto que subirá a sus redes sociales; le sirve más a él que al niño o al necesitado. Por supuesto que es diferente la labor de una asociación; ahí lo más importante es ayudar a resolver los problemas de las personas. Ayudar a quien lo necesita es más difícil que desprenderse de unos cuantos miles de pesos. ¿Qué se requiere para ayudar a una persona?

En Pobres gentes, Dostoyevski parece sugerir que hay quienes necesitan la pobreza humana. Los necesitan para demostrar que son buenos; para reafirmar su poder; para imponer su voluntad. El exitoso busca su éxito, no el éxito de los demás, eso es secundario. La filantropía le hace quedar bien. No le alcanza el tiempo para hacer amistad de la persona a la que ayuda y para hacerse una persona influyente. Pero su imagen brilla con las muestras de aparente buena voluntad que tiene hacia los más necesitados. ¿Por qué no impulsa a esas personas a conseguir su mismo éxito, o de mínimo a repartirse el éxito?, ¿por qué no se afana en buscar maneras con las que disminuir la brecha de la desigualdad? Porque su voluntad no es tan fuerte. El pobre es pobre, mayormente, porque el rico quiere.

Yaddir

Nosotros los pobrecitos

Los pobres somos bien chingones, ¿a poco no? Sabemos vivir con dos pesos en la bolsa, nos enorgullecemos cuando logramos hacer algún negocio que requiriera poco o nulo dinero, podemos arreglar todas las cosas de la casa nosotros mismos, y tener todo lo del internet sin pagar por los derechos de autor. Sabemos también apreciar las cosas que tienen valor en la vida, las que no se pueden comprar, las que podemos compartir y que no dependen del valor del dólar o el petróleo (que se saca bien fácil, igual que sacar agua). Sabemos, también, por sobre todas las cosas, elegir a los mejores presidentes para que nos gobiernen.

Hay una postura que volvió discurso del día a día, esta forzada costumbre de llamar fifí al que no es prole. Expandiendo esta creencia aldeana de que tener dinero está mal, y de que los ricos son malos. El problema es que al igual que definir quién es justo y quién no lo es, saber quién es rico y quién no, es una complicación. Basta con que el vecino traiga unos Jordan, para que sea más rico que uno que no los tiene, y de ese modo, podemos señalarlo y apedrearlo como “fifí” y pendejo. ¿A poco crees que tu jefe es fifí, solo porque tiene mejor puesto que tú en la empresa? No pretendo defender en esta entrada a la clase media o alta o media alta, sino a la baja y más baja y medio baja. Porque este discurso de que existe algún grupo de la sociedad que son los “fifís” (que son bien fáciles de identificar) y que además por eso deben ser rechazados y, por si fuera poco “nos quitan nuestras cosas” y por ende es bueno y recomendable que nosotros les quitemos sus cosas (que eran nuestras) es un desmadre que no lleva a ningún otro lugar más que al infierno.

Nosotros los pobres tenemos el complejo de no tener nada, de no poseer otra cosa más que la sabiduría de las calles. Nos sentimos orgullosos por saber andar en tepito y porque en nuestra colonia no nos roban (los otros pobres, no los fifís, esos no entran a nuestra colonia ni saben andar en tepito porque los roban). Nos reímos de quienes no saben andar en metro, de quienes necesitan más de treinta varos para vivir al día, y de quien no ha probado una guajolota o no gusta de comer tacos de tres varos. Sabemos divertirnos, beber hasta caernos al suelo con menos de doscientos varos, y por supuesto disfrutar de lo bueno de la vida. Nos burlamos de los ricos porque necesitan que todo les hagan, les arreglen el grifo de la cocina, les destapen el baño, les cambien las chapas de las puertas, y para ello tienen que pagar (¡qué tontos!) a los pobres por cosas tan sencillas y tan básicas. En ese sentido somos superiores infinitamente. Los pobres poseemos el único recurso que tiene valor de verdad porque nosotros “sí nos la sabemos”.

Luego, podemos pensar sin mucho problema que los fifís (que no necesariamente son ricos) son mucho más tontos que nosotros, porque gastan en cosas que no deberían gastar porque son muy sencillas de hacer. Y es que ellos no poseen la sabiduría ni el tiempo para desarrollarla, se la pasan trabajando, mientras que nosotros los pobres, al mismo tiempo que buscamos chamba, podemos (además de divertirnos y darnos la buena vida sin gastar) pensar y reflexionar sobre la vida. La necesidad nos obliga a tener esta sabiduría, los fifís (cómo odio la manera tan forzada en la que revivieron esta palabra) no están obligados por la necesidad (como si fueran otro tipo de ser, uno no humano) y por lo tanto no tienen que desarrollar las mañas (ninguna), ni aprender, ni ser sabios. Simplemente pueden resolver sus problemas pagando (a los pobres que sí son sabios).

Por supuesto nosotros los pobres somos muchos, y somos sabios. Somos el pueblo sabio, idea que ya nos vendió el naco ése que tan bien nos gobierna y que está tan empeñado en quitarle a los fifís para quedárselo él (que no es fifí), digo para dárselo a los pobres, porque nosotros somos primero (y él es de los nuestros, ¿no?). Ahora que el pueblo sabio por fin hizo su voluntad y puso al poder a alguien que sí puede defender sus intereses (los de él, que dice que son los nuestros, aunque a mí no me interese ni un tren maya ni una refinería), podrá sentarse a rascar su panza y ver cómo despojan a los fifís de sus bienes malhabidos (que eran nuestros). Ahora que pusieron a un presidente que no es corrupto y que le va a quitar lo corrupto a los fifís (y nos lo va a dejar a nosotros) ahora sí, podemos sentirnos felices, felices, felices.

Y ahora que hemos concordado en que los pobres somos los más (porque nos hicimos escuchar) y que los ricos son los menos (porque les están quitando sus intereses corruptos). ¿De dónde verga sacas, pueblo sabio que los presidentes anteriores los votaron los ricos (que siempre fueron menos y más pendejos)? ¿De dónde sacas que los ricos impusieron sus presidentes “corruptos” y que “destruyeron el país” (aquellas veces y ésta por única ocasión no fue así)? ¿Qué no los ricos son pendejos? ¿Qué no los fifís son mucho más tontos que nosotros? (y por supuesto menores en número). ¿Por qué chingados piensas que el dinero y el saber tienen algo que ver, y que el hecho de que tú seas sabio depende de no tener dinero, y de que los fifís sean pendejos y no se den cuenta de que nuestro presidente está haciendo las cosas bien se debe a que tienen más dinero que nosotros?

Nosotros los pobres sabemos regatear, sabemos talonear, si el güey de los chicharrones nos echa poquita salsa, le exigimos que le eche más, de la que pica y le exprima un limón nuevo o le rompemos su puta madre, porque a nosotros no nos va a ver la cara. Si el güey que le cambia las suelas de tus zapatos te los deja mal, vamos y le armamos un desmadre para que nos los deje chidos y además les cambie el color. Sabemos hacer valer nuestro dinero entre los nuestros, y entre los que se quieren pasar de verga. Porque eso sí, con nosotros los pobres nadie se puede pasar de verga, porque les enseñamos la ley del barrio. Esto lo hacemos día con día, ¿por qué chingados ahora resulta que le aplauden al pendejo del presidente el que se esté pasando de verga con nosotros? A poco además de infinita sabiduría tenemos infinita envidia, y nos basta con que se chinguen a los ricos, aunque también nos chinguen a nosotros. Ahora sí, eso si es que de verdad se están chingando a los ricos. Como les mencionaba hace rato, saber quién es rico y quién no, es un pedo. Yo sé que eres sabio, pueblo sabio, pero distinguir a los ricos requiere más sabiduría que la del barrio. Mientras el resentimiento nos nuble el juicio, no vamos a poder saberlo.

Me emputa que nosotros el pueblo sabio aplaudamos las crisis económicas, porque ahora sí, el rico será tan pobre como nosotros, y nosotros seremos tan pobres como los muertos. Me emputa que se crea que somos tan chingones que necesitamos a un fifí naco que dice que no es rico y que es del pueblo, para defender nuestros intereses de los imbéciles fifís.

Déjame decirte, pueblo sabio chingón y pobre. Los fifís son tan pueblo como nosotros, que tengan más dinero no los hace más pendejos, tampoco más listos. Guardemos la sana costumbre que tuvimos en tiempos pasados, de aceptar una sencilla y simple verdad: el pueblo es el pueblo, el gobernante nos quiere y nos va a chingar, nunca va a ser nuestro amigo, ni nos va a hacer ricos, ni nos va a repartir las riquezas, tampoco va a bajar el precio de la gasolina, ni a estabilizar el precio del dólar por nosotros. Creo que entre más rápido comencemos a desligar nuestra chingonería y sabiduría del hecho de tener o no dinero; más rápido vamos a poder defendernos del gobernante y dejar de aplaudirle sus pendejadas. O no.

Sin verbos

El calor del sol sobre las yerbas,

los insectos entre las plantas.

Lluvia de estío,

en los ojos lágrimas.

El viento entre tus cabellos,

blancas hebras del tiempo.

Manos nudosas,

del trabajo sellos.

La humedad del verano,

la sequía del otoño,

el frío de los inviernos.

Una vida, una estación,

una hora, un suspiro.

Un breve sueño…

Maigo

Inocente preguntilla: ¿Por qué en un régimen en el que gobiernan los pobres, nadie puede ganar más que el mandatario principal, eso no convierte al régimen de pobreza en una oligarquía, en la que terminan gobernando los más adinerados?

Pobres empresarios y terroristas

Pobres empresarios y terroristas

Un océano de mal

Que la pobreza no es una vileza, es verdad. Lo que es vil es la miseria que han construido los poderosos, desear que el otro siga siendo pobre y más pobre todavía si es posible. El pobre es el que no tiene. El miserable es el que no deja que el otro tenga algo. El infeliz es el que le quita todo al hombre en nombre de la justicia; el que da razones para enajenar a las personas. Los pobres son un negocio y una fantasía en la mirada del empresario capo o del terrorista. Son un negocio, porque los obliga a estar vulnerables para pedir migas. Son una fantasía porque le muestran cuán poderoso es, que sólo a él acuden diciendo ¡Tú tienes la verdad!

El empresario y el terrorista se degustan haciendo ver que la humanidad está sola como los huérfanos, indefensos, así es más fácil venderles la mentira del progreso o de la lucha por la justicia a cambio de su libertad, pues ellos saben que el hombre siempre está en busca de un lugar al que pueda llegar. El hombre nace con el corazón ardiendo por encontrar su lugar en el mundo, pero las respuestas son tan obscuras, que al escuchar una explosión o al sentir el poder que da el progreso, los aceptan con vivo entusiasmo.

Tanto el filántropo empresario y liberal, como el terrorista, escuchan bajo sus pies a los pobres gritando: Líbranos del hambre, de la peste, del dolor, de la incomodidad, de la injusticia. El hombre padece esto y ve que no hay más respuesta que la del maldito dinero. Pero lo malo con el dinero, que es al mismo tiempo el mayor problema para la avaricia, es que éste es efímero. El dinero se esfuma de las manos cual el bocado de la lengua, y en las fauces del desenfreno ruge la exigencia de más y más, cada vez más. Y ya sabemos qué pasa con el glotón que no sacia su hambre, todo se le vuelve alimento. Procesa todo cuanto hay a su alcance para convertirlo en artículo de consumo. Por eso es necesario que Dios muera, para saciar el hambre de los otros y ver que no sufran, para tener el dominio de lo eterno, frente a lo perecedero del bien terreno y ser un mejor dios.

-¡A esos liberales y burgueses hay que matarlos!, grita el terrorista mientras acaricia a su bomba humana.

La demanda es el derecho de los pobres para ser glotones. Pero al mismo tiempo es lo que engorda al que les imposibilita esto. La demanda es el lobo disfrazado de oveja, pues creemos que la consumimos, cuando es ella quien nos devora. Es bien sabido que el mundo se convirtió en un lugar de hambrientos después de la segunda mitad del siglo XIX. Los adelantos en la tecnología no han hecho más que aumentar el hambre, es decir, la pobreza. Pues somos pobres, ya que sólo nos alimentamos de un pan que se acaba, dejándonos incompletos al final del día. Si pensamos en la novela de Huxley en términos de avidez, es decir, de deseo de consumo total, veremos que ahí se presentan las dos grandes hambrunas que ha padecido todo nuestro siglo XX y lo que va del XXI, es decir, el hambre de progreso y de carne o deseo sexual, ¿o qué otra explicación habría para hablar de “la era de Ford, que a veces se hacía llamar también Freud” , es decir, del padre de la industria moderna y de la revolución sexual?

-Por­ eso, sigue el guerrillero, tú derrumbarás sus torres, a fin de que el hombre sienta otra vez la necesidad de Dios.

La supuesta igualdad que nos ofrece la cultura del consumo, no es otra más que ésta: sabernos cada vez más pobres, más hambrientos. Pero de esta pobreza nacida de la avaricia (adultez del hombre inaugurada por el siglo de las luces), no nacen más que rencores y deudas imposibles de pagar, ya que la codicia del hombre no tiene límites. Por esto la pobreza no puede ser resuelta en términos de economía, ya que esto termina matando al ideal de la justicia (parricidio por un dólar), como un perro que mata al amo para poder devorar a las ovejas y alimentar a su jauría.

-Y eso sólo es justo para quien tiene fuerza para defenderse, pero nosotros mataremos a los fuertes en nombre del bien para todos.

-Pero, por fin habla el pobre, ¿Es preferible el fuego y la sangre como lugar común y fundador de la felicidad? Hacer más pobre al hombre, o de otra forma, dejarlo indefenso diciéndole que es huérfano y que está solo en el mundo, es, quizá, la mayor de las injusticias. La industria hace soberbio y desconfiado al hambriento, al punto que éste muestra el dorso de la mano cuando se le ayuda. Quizá con razón se diga “era tan pobre, que sólo tenía dinero”. El terrorismo busca fundar una nueva fe, que se base en la fuerza; la economía se avocará al desarrollo de armas y de estructuras que aíslen a los países unos de otros por temor a que la bolsa caiga. Ni la alquimia de las piedras a panes, ni la tercera tentación nos han salvado. ¿El misterio del milagro será la nueva trampa?

Javel

Este muchacho por quien reza el viejo

Este muchacho por quien reza el viejo

Yo contra mi Dios no me rebelo, sino únicamente que no acepto su mundo.

Aliosha Karamazov

De cierto que mi corazón está como el vino que no tiene respiradero, y se rompe en los odres nuevos.

Eliú, hijo de Baraquel buzita, Job 32. 19

Por tres veces ha pasado este muchacho vendiendo su pan.

Por tres veces lo han visto los hombres hambrientos, buscando dentro de su gabán… roto

un par de monedas con qué comprar,

pero el muchacho se aleja y ellos no encuentran con qué pagar.

Entonces, vuelven a buscar, pero sólo encuentran palabras en su pecho.

Porfían que el otro no les fiará.

Este muchacho los mira por el rabillo del ojo;

ya el atardecer lo cubre todo de un añil tristísimo:

Para avanzar, el corazón necesita estar en despojo.

Con sentimiento agrío quisiera bajar,

pues a su mente la calcina ya un pensamiento:

¿Por qué del árbol caído todos hacen leña? ¿Por qué los niños que juegan…

harapientos, a espantarse, sonríen juntos, mientras que en casa lloran?

El muchacho que se asfixia en constricciones, de largo decide pasar…

La fiebre aumenta por la lucha que librará.

¡No, no puedo el pan regalar!, aprisiona en su quijada.

El sol detrás de las nubes lastima más.

En verdad no puede, porque lo pidió prestado.

Y no es que no sepa de caridad, pero el dinero no lo hay.

En casa lo esperan con respuesta ¿Al fiador qué dirá?

Es poco el pan y mucha el hambre.

Yo: digo que es terrible la angustia que da Caridad.

Ha seguido de largo sin advertir que el pan lo ha repartido.

Ha seguido de largo y no ve que en el recodo un viejo lo espera,

con su diáfana mirada y con la sonrisa eterna

de quien todo lo comprende, de quien todo lo dispensa.

Este muchacho ya lo ha visto,

así que más rápido pedalea,

llevando el semblante desencajado,

las manos de rabia enfermas,

latiendo el corazón desasosiego.

La voluntad de tantos vuelcos flaquea.

Al fin se encuentran un momento… El tiempo se torna claro suspiro.

La noche, fiel embustera, no lo cubre todo con su ligero abrigo.

El muchacho pide la mano al anciano

y el viejo la extiende como un amparo.

El niño descansa el rostro en la mano.

Una lágrima tibia humedece al pasado.

El muchacho se aleja pensando, así como se queda el viejo

diciendo: Volveré a ver a este muchacho

regresar cual templado guerrero

o como fino acero labrado en sí mismo,

para ayudar al hombre al dolor perdonar

o para probar su desafortunado filo descubierto.

¿Cuál de los dos peleará por la libertad?

Por lo pronto,

¡Espero y salgas victorioso del desierto!, reza el viejo.

Javel

Mendicidad

Mendicidad

Nos acucian los pobres. No porque seamos demasiado benévolos, sino porque no sabemos qué hacer con ellos, o al menos eso parece. Nos debatimos entre las apelaciones a la justicia en el sentimiento moral y sus miles de caras, o entre imprecaciones sobre la necesidad de la productividad para el bien común y la felicidad sana de la comunidad política. La palabra con la que nos gusta llenarnos la boca de buenos sentimientos, siendo enemigos del “régimen capitalista”, es la caridad. Es interesante la manera en que, en todos los escaparates y miradores que alzamos para otear a la pobreza, se nos esconde otra manera de pensar el amor al prójimo, convirtiéndose éste, en nuestras versiones, en la filantropía moderna.

El cuento más grande al respecto de la pobreza es su asociación inmediata con la falta de “crecimiento económico”. La pobreza, decimos, es un dato esencial en los medidores de bienestar político. Si la ciudad no tiene suficiencia para solventar los estirones de la oferta y la demanda, y si no todos contribuyen al erario, existe un signo evidente de fracaso social. En la palestra de la competencia moderna, los pobres son la incómoda presencia que preferiríamos no mirar. ¿Será que los pobres son los que demuestran su incompetencia para acoplarse al ritmo del nuevo mundo? A mí me parece que no es así del todo. Creo que, en muchos casos, y dejando fuera los romanticismos burgueses, el desarrollo económico más bien ya no soporta que se hable en otros términos que nos sean los de la producción. Es decir, que ya no puede entender la posibilidad de ser feliz aún con medios modestos. Es el mito de la pobreza, como lo llamó en alguna ocasión Javier Sicilia.

Un error común, causante en gran medida del fariseísmo filantrópico moderno, es el asociar a la virtud de la caridad con las obras de magnificencia: es creer que la caridad sólo sirve como remedio de la condición material de la pobreza. Es un problema porque lo fundamental de la caridad está en amar, no sólo a quien lo pueda merecer, o a los amigos, sino también al enemigo y a quien no lo merezca. La caridad moderna no entiende, ni tiene por qué entender en realidad, nada de estas intenciones. No lo entiende porque, fundamentalmente, cree que existen individuos libres, no criaturas conscientes. No lo entiende porque, cree, la beneficencia salvadora la dan sólo los medios. No lo entiende porque cree que la verdad es un concepto necesariamente efectivo, útil en el sentido en el que todos los conocemos ahora. Si tengo que exagerar, no lo entiende porque no cree que haya un alma que se ha salvado.

Con caridad no se trata de procurar el confort. Con caridad lo que se hace, en conexión con las otras dos virtudes, es imitar un misterio. Lo que hace grande a esa virtud no es el hecho de que quien actúa bajo su luz podría actuar de otra manera; el amor al bien la hace grande. Con ello no se le trata de quitar, en el caso de los actos hacia la pobreza, la pobreza entera, sino que se trata de amar incondicionalmente. Ese es el ejemplo de la virtud en la caridad, y de su mensaje derivado de la cruz. Ese, y no otro, es el reflejo de la alegría universal por el acto de amor más inusitado, y por la salvación en el amor del Dios hecho carne. Eso es lo que la paz burguesa niega, hundiéndose en el frío abismo de su amor “pacato”.

Tacitus