Sobre las ideologías

En mis momentos de mayor dogmatismo saludo a casi cualquier desconocido sólo porque se parece a un amigo o familiar. De la misma manera procuro no salir de casa para no toparme con las mil caras hermanas de mis enemigos, quienes se cuentan a manojos. Pero un rato de reflexión me ayuda a carcajearme de mi estado. Poco consuelo resulta saber que mi padecimiento no es un invento mío, pues muchos, casi tantos como la gente que me tiene ojeriza, se dejan llevar por sus prejuicios a un nivel científicamente imposible de demostrar. Lo que sí me da risa es escuchar los grandilocuentes discursos de quienes creen que todos somos completamente diferentes, casi tanta como los dogmáticos partidarios de la igualdad.

Los prejuicios más sólidos no son los que instaura el oscuro y viscoso sistema, aquel ser que todo lo ve, todo lo sabe, y quiere mantener el poder a toda costa, sino aquellos basados en las ideas más sofisticadas. Las ideas, como el dinero, nos permiten ver las cosas de la manera como realmente no son. Adecuan la realidad a como queremos que nos aparezca. ¿Pero de dónde surgen los disfraces ideales? Al parecer, surgen de la comodidad, de las respuestas más fáciles a las preguntas más difíciles. Pero no cualquier respuesta queda con cualquier pregunta, para que una respuesta sencilla funcione debe acomodarse de alguna manera, embonar, a la pregunta. ¿Para qué sirve el conocimiento? La mayoría respondería que para conseguir un buen trabajo y ganar una buena cantidad de dinero. Si lo que se estudia le gusta a quien se arma para el futuro y le deja buen dinero, ya respondió a la pregunta de cómo ser y sentirse exitoso. El conocimiento es poder. Pero la respuesta es tan aparente como decir que el éxito es sinónimo de la felicidad.

Que nos guiemos con el mapa de la apariencia no quiere decir que en los escombros de lo aparente no se encuentre lo real. Tampoco significa que nuestras capacidades intelectivas sean insuficientes para entender el mundo. Quizá sea mejor hacernos preguntas y preguntar: ¿nos encontramos limitados para conocer los sucesos más insólitos de la realidad?, ¿entendemos los límites de nuestro entendimiento? Si no los desafiamos, no nos interesaría entenderlos. Sin intentar la reflexión de esos límites, no hay buenas respuestas.

Υαδδιρ

Perdido entre generalidades

La muerte de Juan Gabriel capturó la atención y preocupación de muchísimos mexicanos. Un escritor con visos de sociólogo decía que el cantante juarense era algo que entraba en el alma de las personalidades más disímiles, diputados y travestis, y de los lugares más contrastantes, tugurios y loncherías. La observación llevaba a las plumas de los periódicos (donde se gestan muchas opiniones comunes) a señalar una ocurrencia bastante cuestionable: gracias a las canciones del divo de Juárez, quien era homosexual, disminuía la homofobia. A Juanga se le quiso por ser un compositor y un cantante pegadizo, no por ser homosexual. Todas estas consideraciones me llevaron a cuestionarme si existe algo que sea común y particular en todos los mexicanos. Inmediatamente pensé que el gusto por las canciones del recién fallecido artista podía ser lo que develara lo mexicano. Aunque inmediatamente topé con que un gusto no define nada característico. Además, las canciones de amor con letras y tonos adoloridos podemos encontrarlas sumamente difundidas desde el renacimiento italiano. Quizá el odio por Donald Trump podría ser una característica mexicana. Sin embargo, el comediante norteamericano no es tomado enserio por buena cantidad de mexicanos, a veces ni por él mismo. Alguna pasión común, característica del alma mexicana tampoco parece haber, pues el amor, el odio, la alegría y la tristeza son comunes a todos los hombres. Quizá lo común es que no haya nada común. México, como todos los países, se caracteriza por la multiplicidad de caracteres.

Pero la idea anterior, la indagación por lo mexicano, no me abandonaba, no me ha abandonado. Pero tal vez debí haber escogido para mi análisis no una región, sino una actividad que identifique a determinadas personas. Creo que algo que me hace común contigo que me lees, lector, es la lectura. Además del gusto por los libros, ¿hay algo más que nos caracterice a todos los lectores? Al pensar en los lectores que conozco, creo que hay más cosas que nos distinguen que cosas que nos hagan comunes, como que a unos les gustan más los libros que muestran escenas y otros piensan que son mejores aquellos textos que les mueven a inteligir conceptos; hay quienes, además de inteligir lo que imaginan, lo reflexionan. Por otro lado existe el lector con carácter melancólico que sólo se entristece con lo que lee, así como el lector alegre que sólo busca reírse con las palabras. Se pueden hacer distinciones de lectores por edades o lectores por etapas escolares. Por edades están los que prefieren las imágenes en las páginas (los famosos dibujitos), los que se atreven a leer más que a ver imágenes, y los que sólo leen palabras. De los segundos están los lectores básicos, preuniversitarios y universitarios, de estos tres, mínimo hay dos claras divisiones: los que leen por obligación y los que leen por gusto. Todavía puede dividirse al universitario en tres: licenciado, ingeniero y doctor (en el sentido de médico); de estos tres hay más de treinta carreras en las que pueden distinguirse aún más los lectores. No es fácil encontrar algo general entre tantas singularidades. ¿De qué sirve hacer tantas divisiones? Sirve para tener un panorama general de características a las cuales se pueden dirigir los escritores; para saber a quiénes les escribirán.

¿A qué clase de lector se dirige un escritor? Quizá la pregunta esté mal hecha, pues eso significa que el escritor puede tener más idea de su lector que la que éste puede tener de aquél. Mejor sería preguntar: ¿qué busca un escritor de su lector? Dicho de otro modo: ¿le puede mostrar algún aspecto importante de las pasiones, el pensamiento, o de la organización política?, ¿puede y pretende un escritor educar a su lector? Con esta última pregunta no pienso que el autor manipule o quiera manipular a sus lectores, pues eso sería indoctrinación; aunque tampoco significa que el lector busque en un autor lo que él quiere encontrar, pues eso sería un afianzamiento de prejuicios. Creo que, en un principio, todo autor busca ser bien leído, bien entendido.

Me parece haber encontrado por fin algo que nos distingue a todos los lectores: todos reconocemos nuestra tremenda y casi infinita ignorancia. Por eso vamos leyendo cada vez más, y lo hacemos sin desesperación. Quizá leyendo mucho más podamos darnos cuenta si hay algo característico de los mexicanos o de los humanos en general.

Yaddir