La buena literatura
La literatura ha sido pensada, en nuestros tiempos, como uno de los modos que tiene el hombre para expresarse. Sin embargo, dejar el lienzo en blanco, dejar a la literatura con una finalidad así de grade, sin una finalidad más concreta, es arrojarnos al infinito sin tener certeza de lo que hacemos, así como de para qué lo hacemos. La literatura pasa a ser un asunto opcional, un dato más que se puede contar, pero que al final no importa, cualquiera puede hacerlo. La genialidad de los grandes pensadores, de los escritores, se reduce a que encontraron el tiempo necesario para poder decir algo. Asunto que en verdad nos asombra a nosotros, los hombres del estrés y de la vida fugaz, solitaria, muda.
La literatura, pues, no puede ser un aterrador infinito al que entramos sin esperanza de salir, sino ¿para qué conservar libros?, ¿sólo para tener más salidas de la vida? Nuestra genialidad de anticuarios se reduce a la cobarde comodidad de no querer vivir. La literatura, si bien es la expresión escrita en verso o prosa de un hombre, no es la irresponsable suplica por ser escuchado, ni una falsa salida, es la invitación cordial, a veces brusca, para comenzar a explorar un asunto que debe ser pensado. Pensar, pues, es la actividad final de la literatura, mas no se piense en cualquier cosa, que las grandes obras literarias universales nos apuntan a repensar, o pensar por vez primera, el hacer, pensar, y sentir del hombre. ¿Por qué ahora se actúa así y antes de otro modo? ¿Qué sé de lo que pienso? ¿Cómo es posible que yo sienta empatía por éste que ni soy yo, ni es cómo yo, ni vive en mi espacio tiempo? ¿Qué me dice eso de mí? ¿Qué perdí, qué cambié, qué gané como hombre? ¿Por qué este personaje es el principal? ¿Qué de bueno o malo tiene? Y muchas más preguntas que debemos intentar resolver, sino sólo acumulamos vacíos.
La literatura puede ser la expresión de un hombre preocupado por el hombre, o de uno que sólo quiere preocupar al hombre para perderlo. Por eso hay que poner atención a la filantrópica preocupación, ya que puede ser fingida. Puede que fingiendo nos haga pensar algunas situaciones de la vida. Puede que pueda movernos guasonamente el alma. Puede que este hombre lo que quiera es admiración, poder. La escritura seguiría siendo la expresión, pero la expresión del poder banal, o del mal intencionado. Hay que tener cuidado, pues al entregarnos así nos olvidamos de que nosotros podemos vivir. No es entregar la vida y que otro nos la solucione, es ayudar a ayudarnos con la ayuda de otro, es acompañarnos. Un hombre que se preocupa por otro hombre casi siempre puede ayudarlo. La literatura nos puede ayudar a pensarnos, a sentirnos, a intentar ser buenos hombres, a ayudarnos.
Es por esto último que guardamos las palabras, los buenos libros, porque nos sabemos necesitados de ayuda para ser buenos hombres. Pero notemos dos cosas: la primera es que sólo nos vemos necesitados de ayuda cuando no nos sentimos omnipotentes, es decir, cuando no ocupamos el lugar de Dios; y lo segundo, que la ayuda no viene de la pasiva colección de palabras, sino de la actividad de leer con una actitud similar al que lo escribió, es decir, como ayudantes, así la relación entre los hombres se hace necesaria, pues no somos dioses solitarios, sino hombres que pueden ayudarse. La buena literatura es la expresión, en verso o prosa, de la ayuda entre los hombres.
Javel
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