El gobernante del pueblo

Por lo regular aquellos gobernantes que dicen deberse a su pueblo acaban más locos que los que los vitoreaban cuando inician su gobierno. En poco tiempo el miedo a perder el poder conseguido tras muchos años, digamos unos dieciocho, se apodera de ellos; y con tal de afianzar su lugar como mandatarios cortan lenguas y envían a sus opositores al exilio o al cadalso.

A veces surgen defensores de aquellos que inician con un buen gobierno indicando las dificultades de una infancia difícil, llena de austeridades y privaciones, a veces las incoherencias de aquellos que se ganan el título de Gobernante del pueblo, se justifican en la presencia de fiebres.

El caso es que ya sea por dolores y estrés o por las fiebres que atacan a un cerebro débil, en ocasiones aquellos que ostentan el nombre de Gobernante del o para el pueblo, aquellos que dicen deberse a su pueblo, se convierten en seres peores que los opresores de los que supuestamente libraron a quienes los vitorearon cuando llegaron al poder.

Calígula, por ejemplo, estuvo sometido a la voluntad de Tiberio desde que era niño hasta que heredando el trono se convirtió en César. Fueron años de sospechas y de un constante encierro y también fueron años de convivencia con su antecesor Tiberio.

En siete meses se convirtió en Gobernante del Pueblo, y tres meses después de esos siete, de él se apoderaron la locura y el miedo, no quería perder el poder que en sus manos tenía y para mantenerlo se dedicó a asesinar y callar a su querido pueblo.

Ese pueblo que lo vitoreó al ver que en nada se parecía el nuevo César al anterior, especialmente cuando se habían cancelado algunas costumbres de Tiberio. Ese pueblo que se desencantó al ver que tras unos meses regresaban poco a poco las crueles y sangrientas costumbres del gobernante que no era del pueblo.

Maigo.

Los días muertos

Empieza noviembre entre flores de cempasúchil y calabazas por todos lados. En las calles el remanente de octubre queda como los restos de la fiesta de la colonia. Todavía salen los niños pidiendo su calaverita y los más grandes presumen el ingenio puesto en sus disfraces. Las ofrendas se encienden y lo colorido en ellas se tiñe de un anaranjado tenue y mortal, ese mismo anaranjado que encontramos en el atardecer vencido por la noche. Junto a las fotografías maltratadas por el tiempo, va endureciéndose el pan de muerto hasta parecer una roca. Los días también hacen lo suyo sobre la fruta, la cual lentamente pierde su bello olor natural.

En el principio del mes las personas consiguen presurosamente lo necesario para disfrazarse o montar sus altares. Las vías públicas se tornan caóticas; en sus costados pululan los vendedores ambulantes y los coches intentan avanzar en las apretadas vías. Entre éstos la gente corre sin dirección, a veces comprando lo que necesitan y otras dejándose seducir por los productos recién salidos de almacenes. Brujas, vampiros, demonios y figuras de cine resultan atractivos para los de espíritu de chiquillo, los más solemnes acuden a los puestos de flores o frutas para su ofrenda. Los últimos meses son afortunados para los vendedores. Si hubo algún momento de vacas flacas, aún queda tiempo para reponer el rancho. Al final de año la mesa del vendedor luce con alimentos inusuales, quizá como ofrenda por el esmero en el trabajo. Mientras tanto en la mesa del comprador se respira un alivio que es saboreado como paz.

El vendedor sabe que hay que aprovechar los meses de fortuna. No en vano las tiendas y comercios parecen tener urgencia por llegar a noviembre y diciembre. Parpadeamos y aparecen los adornos tenebrosos, volvemos a parpadear y éstos se han vuelto amables y cálidos. Algunos, sorprendidos, se hallan en el colofón del año, con cierta añoranza ven lo que hicieron. Situados en noviembre, sienten que el treinta y uno llegó y temen lo veloz que ha sido el tiempo. ¡El año se pasó volando! ¡Estamos en Noviembre, el año ya se acabó! Para ellos los días restantes se esfuman con presteza; pronto dejarán de ser y quizá ni puedan evitarlo.

A propósito, los días de asueto son el consuelo ante el final desazonador. Por unos momentos el tiempo incesante logra detenerse. Con las vacaciones decembrinas podemos olvidar que los meses se han ido volando, aunque sean su mismo indicador. En la agenda el año terminó, resta celebrarlo amargamente. Insatisfechos, los últimos días son incómodos y hasta fastidiosos (¿solamente los últimos?). El sol deja de ser el protagonista del amanecer para volverse el orbe que provoca el hastío en un sábado a las dos de la tarde. Caminar con la frente azotada por el calor hace maldecirlo.

Moscas. Contrario a lo que parece, el Senado sí vela por la población. Su cuidado va más allá de un sexenio, y así lo señala Salvador Camarena.

II. A propios y extraños sorprendió que el presidente rompiera el rito presidencial para lanzar una palabra atrevida. Aunque eso pudiera significar algo más.

III. En estos días un par de panistas fueron regañados por su aparición en medios. Pese a que los spots de Anaya no serán retirados, el TEPJF decidió acerca de la exposición mediática de los líderes de partidos. Por otro lado, para el INE la portada de la revista Líderes es un acto de promoción. ¿Y la revista Central no lo fue? ¿Y las portadas en Vértigo? ¿Y la promoción en cines y TV Azteca?

La Resaca Electoral

Ésta es nuestra semana de descanso. La publicidad política se detiene (supuestamente) y las campañas se terminan justo antes de la elección con la pretendida confianza de que en esos días purificaremos nuestras miradas y podremos elegir los votos con perspectiva. Sin embargo, el plan es tan ingenuo como esperar que después de un concierto de rock escuchemos con atención el silencio, en vez de la odiosa y constante campanita. El asedio implacable de los medios nos ha mareado suficiente como para estarnos contoneando no una semana, sino varios meses cuando menos. De todas maneras, es importante tratar de asirse de algo y hacer base en la tierra. El diálogo sobre nuestras posibilidades pronto será inconsecuente y la magia de la demagogia se pondrá a prueba en la verdadera política, la de las acciones públicas y no la de los desfiles partidistas.

Estos días serán nuestro profundo respiro antes de la zambullida, nuestra densa obscuridad antes del alba. Ojalá que nos sirvan para apreciar su recuerdo cuando el ruido vuelva a treparse a decibeles insoportables. Ojalá que no sea tan poco tiempo que ni cuenta nos demos de qué tan alterados estábamos cuando votamos.

Perdón, tengo insomnio

Uno intenta escribir algo. Algo que valga la pena pero lo único que puedo hacer es balbucear palabras que se aglomeran mientras los sedantes causan efecto. Mi problema es el insomnio. Y las palabras se van perdiendo mientras el cerebro se relaja y se distiende. Todo se vuelve nebuloso.

Mi problema es el insomnio, ¿ya lo dije? Pero mi verdadero problema es otro. Siempre creemos que estamos haciendo algo cuando en realidad estamos haciendo otra cosa. Yo creía que estaba intentando dormir cuando en realidad lo que intento es perdonar. Perdonar a alguien… perdonarme a mí mismo.

Mas, ¿cómo lograr eso que se llama perdón? ¿Es posible? ¿En verdad es posible quitarse el sentimiento de haber sido traicionado, humillado por la única persona de la que uno jamás se esperaría la traición? Uno perdona, ¿y luego? ¿Las cosas vuelven a ser iguales? A veces creo que la única posibilidad de superar una traición es a través de la venganza. Una vez vengado el asunto, éste queda saldado.

Sin embargo se oye hablar del perdón aquí y allá. El perdón es bueno, purifica. Perdonar y no guardar rencor, ¿cómo hacerlo? ¿Es acaso como borrar unas palabras mal escritas, o extirparse uno mismo un tumor que se extiende y se pudre cada vez más con el paso del tiempo? Pero un tumor se ve, se palpa, se localiza y se remueve. Y qué hacer con la sed de venganza, rencor y odio que quedan, que se empozan en el alma, ¿se extirpan también?

Uno intenta perdonar como intenta dormir, pero por lo menos para esto último hay calmantes. ¿Sabe alguien qué es lo que hay para el perdón?

Gazmogno