Noche de primavera

Una disculpa por la hora. Las cortinas están abajo por semana santa y por una redacción larga que hace tiempo no he podido terminar y en la cual descansa el presente y futuro inmediato de quien escribe estas líneas.

En lugar de una entrada decente, les dejo con algunas notas de un pasado reciente.

Noche de primavera. El gobierno de la ciudad anunció la reimplementación de la Noche de Primavera en el centro histórico. En el comunicado, donde no perdieron la oportunidad de quejarse de la mala idea de retirarlas por parte del jefe de gobierno de aquél entonces y quien ahora ocupa la oficina de Relaciones exteriores, anunció que habría una cantidad nunca antes vista de conciertos (noventa) en distintas sedes comprendidas de la alameda hasta el palacio del Arzobispado.

Ya que la bilocación de la materia, es imposible (y la de la atención necesaria aún más), aquí van algunas recomendaciones de lo mejor que pude encontrar esa noche. Pablo Ahmad y su cuarteto de Tango hicieron algunos buenos arreglos a canciones ya clásicas en ese género (Piazzola, Gardel, Troilo) y a algunas más nuevas (Cacho Castaña). Su disco completo se puede escuchar aquí. Aquella noche hicieron algunos arreglos mezclando tango y rock.

En el área de las Big Band, Sociedad Acústica de Capital Variable, traía un repertorio que iba de lo etéreo en piezas como Nenúfares a lo animado. Gordixie Jazz Band también traía un ensamble interesante.

Y alguien más que merece mención fue Kaveh Parmas, Poeta Iraní que montó un espectáculo audiovisual en el cual refería la instauración de un régimen popular que posteriormente deviene tiranía. Destacó en que fue el único de los músicos que vi esa noche que no hizo grandes caravanas al gobierno que hizo posible esa noche. La proyección de imágenes propagandísticas, extractos de noticieros, y comunicados del gobierno popular de aquellas latitudes, tensó el ambiente a través de la sensación de extraña proximidad que produce escuchar discursos que se oyen al paso en un hecho de hace décadas en una latitud tan lejana. Sin duda la historia no se repite, pero vaya que rima, como escribiera alguien en cierta revista que ahora es incómoda.

Lo que se extrañó de las Noches de primavera originales fueron las proyecciones de cortometrajes y animación que se celebraban en el Atrio de San Francisco y la venta de Libros. Con algo de suerte no las vemos más, ya que si aparece en alguna edición futura muy probablemente vengan ya organizados con la dirección de algún aparato de propaganda que el benévolo general Kröll administre. Todos amamos a Kröll y a su glorioso régimen.

Con amor, niñita.

A propósito de la primavera

A propósito de la primavera

A muchos nos indigna que la política mexicana parezca el teatro del absurdo, o una novela de televisión. Nos indigna, decimos, ver que en las candidaturas haya hombres que no gozan de prestigio o de experiencia política. Ante la amargura que produce vislumbrar la famosa semejanza entre la política y los circos, ante el espectáculo, nosotros armamos muy bien otro tipo de telenovela: el drama que surge de la lamentación por la efectividad que se anhela en el ya clásico “por eso estamos como estamos”. Ello nos arrastra, no sin cierta naturalidad, a dramatizar nuestra búsqueda de identidad con el sambenito del agachado, del pobre y del subdesarrollado, todo lo cual produce bajeza moral, apego a los instintos: infelicidad.

Darse el aire de civilizado, lo cual hemos hecho más de una vez, envuelve siempre una ambigüedad que me deja absorto: el devaneo y la caricia de lo que nos otorga, según, la posición privilegiada del juicio, que es la educación progresista. El paraíso del cual provienen esos altos soplos fue moldeado a partir de un mito tan grande como el firmamento, que es el del bienestar burgués. Es decir, generalmente degradamos a los “vendepatrias” por ser inefectivos para el progreso y por estorbar, con su corrupción y su deshonestidad al florecimiento de nuestro país. El otro lado del argumento es que la paz material que buscamos no se encuentra porque lo amargo de la experiencia política proviene de lo cotidiano de nuestras relaciones más inmediatas.

Querer resolver la crisis espiritual con una revolución de tweets bañados de nuestra indignación no hace la discusión pública, sino que encubre nuestro amor al mito del bienestar burgués. La mímesis del intelectual progre destruye más de lo que podría edificar, pues está velada por un pudor más tenso, fuerte y mezquino que el de los vilipendiados puritanos: el pudor que produce el mito del bienestar burgués, lo incuestionable del progreso como meta, y del placer que promete. Con ese ritmo tan acelerado, tan vanguardista, la simulación del hombre culto se echa la soga al cuello al deplorar lo esencial para la comprensión de los problemas políticos: la experiencia de la naturaleza humana, con todas sus dimensiones; digo que destruye eso, porque, precisamente, lo que vemos con las guerras armadas de internet es, en vez de liberación intelectual, lo contrario.

El mito al que aquí hago referencia es un problema digno de pensarse, pues es nuestra máscara más grande. Es cierto: la realidad política del país no concuerda con los calores de la primavera, sino con los del más ridículo desierto. La revolución, no obstante, es otro mito burgués. La cultura no es un arma, sino una palabra que, desde su significado, está en relación con las artes de la paz y el fruto trabajado de la tierra. Ella no funciona, estoy convencido, si no se entiende, básicamente, como conversación. Y entenderla como conversación es entenderla, sobre todo, como vínculo entre hombres naturales. La queja y el lamento son vacíos cuando ellos no nos hacen llegar a notar los abismos de nuestro espíritu conformando la experiencia privada y pública que se entreteje en toda comunidad, sólo destruyen la posibilidad de dicho entramado, antes bien, la pervierten. Eso, sin embargo, no es el drama de la efectividad y la infelicidad burguesa, sino que pertenece a la posibilidad de sostener una conversación, que, hasta donde sé, no se hizo para ser práctica como los remedios caseros. No sanemos los absurdos del espectáculo con el ridículo drama del barbarismo burgués.

Tacitus

Charada

«Si los niños gobernaran al mundo
en lugar de guerra ordenaran jugar»
—Chabelo

La culpa es de Televisa rezan por ahí miles en un salmo sin final. Lo escriben y lo reescriben en esas páginas interminables, no las de la historia, esas son reescribibles según convenga a la fuerza del gobernante. No, lo teclean una y otra vez en las páginas del internet que no tienen ni principio ni fin así como el que una vez se llamó cosmos. Uno puede llegar a Tuiter y publicar su grito de genuina indignación (infundada por intereses de otros igual de perdidos) o puede escribir en ciento cuarenta caracteres una oposición a este movimiento que de ser serio lo pensarían dos veces antes de apresurase tanto en alcanzar su fin, que no es otro que el que acecha desde el futuro a todos y cada uno de los hombres.

Sí, parte de esta letanía responsorial culpa a la televisión, y yo me voy a unir, solo que en otro sentido, uno más fijo que señala a un solo culpable: Chabelo. Este personaje educó a la “Generación Equivocada” — no, yo no los nombré así, pero he visto un montón de fotos donde se llaman así mismos de esta manera, con mucho orgullo dicen “se metieron con la Generación Equivocada” (¿quiénes se metieron? Bueno, puede ser televisa, puede ser el presidente, puede ser incluso la policía o el vecino, eso es lo de menos, no importa quién sea el enemigo, en todos los casos se mantiene una constante equivocada), sin darse cuenta de lo atinado de su apodo. Yo solo le pido a la historia y a los historiadores que todavía no se titulan, que estos cuates pasen a la eternidad con este nombre, por zonzos —  y les enseñó que era mejor gozar como niños que sufrir como adultos. Y no, no es que Chabelo sea un genio que haya inventado la modernidad y su eterna alabanza al dios de la pubertad, no, simplemente fue el conductor  — sin saberlo —  de tan terrible y nueva tradición contemporánea. Si no conocen la canción que sirve de epíteto a la presente entrada, les recomendaría que la leyeran y se imaginaran la voz del intérprete antes mencionado, esto con la finalidad de evitarles el disgusto de la empalagosa tonada y varias horas de repetírsela con tedio en la gramola de su alma como yo llevo haciéndolo un buen rato.

La revolución es un término muy bonito, levanta los ánimos y embellece las causas más viles, con el mismo maquillaje que utilizan los honores para disfrazar la sangre en el rostro de los soldados; se adorna (cada que les da por Tuitear meses enteros), desas flores de primavera que tanto anhelan los Mexicanos por su tradición francesa. En un mundo donde el valor se demuestra simulando acciones, y no acciones virtuosas, mucho menos de acciones heroicas, porque de serlo así, muchos nos amputaríamos las piernas o las manos para terminar como los héroes (vivos) de cualquier guerra, evitándonos ésta y llenándonos de honores en el Teletón; ¿qué se puede esperar de la Justicia, sino que sea la pobre, representada como un monigote estirable y moldeable al antojo de un montón de adolescentes de cuarenta años o más? Tal vez en otra ocasión aborde con más profundidad esto del valor y la simulación, espero que por lo mientras baste con señalar que la valentía y los hombres más caros al pueblo son aquellos que corretean una pelota (no importa si es de fútbol o de básquetbol o de tenis, el chiste es corretearla). Si el valor está en la simulación, en el juego, ¿por qué no hacer una representación controlada de otras cosas más peligrosas? Una representación de la guerra ya existe en videojuegos, por ejemplo, una representación de la política también ya existe en escueluchas donde juegan a educar al pueblo mexicano, una representación de la revolución, bueno, ahí está Reforma o el Zócalo capitalino en días de marcha. El problema es que nos malacostumbramos (no estoy seguro de que sea preferible de la otra manera) a la simulación, a apartarnos de la fiereza de la naturaleza y a vivir bajo un montón de reglas inventadas, de órdenes absurdos de poder y de convivencia. Por órdenes absurdos estoy pensando en cosas como que es más hombre quien gana más dinero a quien tiene la valentía de buscar el Bien o la Verdad aunque muera de hambre o no tenga un peso, por ejemplo. El problema es, creo yo, que bajo una simulación de lo que sea, es muy fácil no distinguir los límites, así como los niños que comienzan jugando a las “luchitas” y terminan efectivamente luchando y encabronados, así mismo se diluyen los acontecimientos del día a día dejándonos perdidos en una ilusión sin manera de dejar de jugar.

Es muy fácil jugar, solo hace falta establecer un objetivo y llegar a él sin importar los medios, claro, hay que establecer las reglas, pero a la hora de jugar no importan mucho ya que sabemos que son reglas de un juego. ¿A qué voy con esto? Sencillo, es muy padre y muy emocionante aventarse de un avión para demostrar el valor que dormita durante las horas de oficina debajo de nuestro pecho. Total, el avión no se va a caer, no va a chocar, ni el paracaídas va a atorarse y nos va a dejar aterrizar de mala manera, no, todo está controlado en el juego del salto con paracaídas. ¿Por qué no lo estaría en las manifestaciones? Claro, ahí están las fotos del colectivo carriola, ahí están las de los policías sonrientes que patean estudiantes, que agarran como si fueran piñatas a viejitos que huyen sonrientes también con sus nietos en brazos, y de maricones que avientan bombas Molotov y se avergüenzan de ello, porque rompen las reglas del juego. La revolución se ha convertido en un deporte extremo, en un juego absurdo del cual puede participar cualquier persona sin importar la edad. Sale más barato y más rápido ir al zócalo y escupirle en la cara a un policía (total, si nos mata, el gobierno o la sociedad al igual que el paracaídas nos protegerá, ¿verdad?); que pagar un montón de dinero para brincar de un paracaídas, o bucear con tiburones, o adentrarse en cuevas inexploradas. En la Revolución, podemos tomarnos selfies, cantar, bailar y desarrollar nuestra creatividad poética y manual, haciendo sentencias bien profundas y mordaces cuyas implicaciones no comprendemos ni nos interesa comprender (como que la Revolución enamora) o hacemos piñatas y les prendemos fuego. La revolución es un juego donde todos son bienvenidos, no importa si no tienes manos o rostro, al contrario, entre más descarnado estés, tienes un papel más principal.

Estamos acostumbrados a simular la vida, tal vez por culpa de la ciudad misma y su intento de reconfigurar el día a día en la naturaleza, tal vez porque fuimos maleducados como hombres modernos y somos irresponsables y maricones, tal vez porque nos gusta culpar al otro, sin importar lo absurdo de este señalamiento, no importa si es El Rey Cirilo de Inglaterra, o Chabelo, o Televisa, siempre vamos a simular que hay un malhechor al que le debemos nuestro odio (aunque sea por dos minutos), por que si no, no hay juego, ¿verdad? Bueno, para poder señalar en cosas “serias” al mahechor, hace falta tenerlo por escrito, tal vez para que no se nos olviden las reglas, o para que no se nos olvide que no es otra cosa que una simulación lo que estamos haciendo. Los contratos nos ahorran horas de culpar gente al azar, y nos sumergen en un mundo aún más ficticio en donde la palabra vale algo. Tal vez hasta nos reconforte esta idea (la de tener control de nuestra vida a través de contratos), tal vez hasta nos tenga entretenidos mucho tiempo buscando culpables o buscando compañeros de juego que acepten los mismos contratos que nosotros y terminemos por fundar pequeñas ciudades dentro de otras más grandes, tal vez vivamos así, sin acordarnos de un contrato que nunca firmamos y que a una velocidad siempre constante llega a su fin.

En la guerra no hay contratos, en la guerra se lleva la acción hasta las últimas consecuencias, al igual que en el matrimonio, aquél original que rezaba que duraría hasta que la muerte los separe. Tal vez por eso ninguno es deseable ahora, uno puede preguntarle a cualquier niño gringo si desearía la paz mundial y dirá que sí. Con los niños mexicanos no funciona tanto así, por suerte no están adoctrinados a tal grado, pero ya no falta mucho para que esto pase. Tanto la guerra como el matrimonio ahora son contratos, contratos con fecha de vencimiento porque todo es un juego, todo es una simulación porque no somos completamente hombres o mujeres como para comprometernos con la vida, con las cosas que hacemos tal como las hacemos, mucho menos a llevarlas a las últimas consecuencias. ¡Cuánto le hubiera gustado a Edipo que al terminar su fatídico “contrato” su mal terminara allí, que no hubiera un montón de sentimientos e impotencia que movieran sus manos y le quitaran del rostro sus inútiles ojos! En la vida real, en la que tratamos de evitarnos a través de leyes y reglas que simulan un mundo que no es, por más que juguemos a que podemos hacerlo, no hay manera de escapar al Destino.

 

Quedarse mirando

“Earth laughs in flowers”

R.W.E

Iba caminando. No; corriendo. Era mucho el apremio y muy poco el tiempo. Tenía que tomar sus chochos y pastillas, un compromiso, y decidir si la quería.  Una, dos, y tres mil doscientas cosas más por hacer. Y, otra vez, ya era demasiado tarde. El calor era infernal. En cualquier momento el mundo, como su paleta de hielo o la bruja del cuento, se derretiría.  De pronto la vio. Quiso seguir pero nomás no pudo y todo le salió al revés. Se quedó mirando sin tapujos ni sutilidad. Ella no lo vería, era muy alta y nunca bajaba la mirada. Nada la inmutaba ni la incomodaba. Espigada. Toda amoratada. Radiante. Siempre tan en su lugar, bien derechita, como ni las bailarinas.  Despreocupada.  Como si no hubiera toda esa prisa, esos chochos, decisiones y pastillas qué tomar.  Como si no hiciera todo el calor. Como si el mundo no tuviera tantos ruidos y problemas. Unos días –los más grises- le chocaba, pero casi siempre envidiaba, admiraba toda esa indiferencia (pues era indiferente pero nunca fría). Sonreía, alegraba aunque  todo el mundo anduviera rotito y descompuesto, aunque el mundo pareciera el mismísimo infierno. Hacía que por un momento, ese de mirarla, de arrebato e impotencia; todo el ruido, los compromisos, las decisiones y el mismo tiempo se detuvieran. Había que detenerse y mirarla bien, porque la jacaranda –así como la vida, todos los rostros, máscaras y momentos- pronto se iría, y ni siquiera en el suelo rastro dejaría.

PARA APUNTARLE BIEN:

Estar árbol a veces, es quedarse mirando
(sin dejar de crecer) el agua humanidad
y llenarse de pájaros para poder, cantando,
reflejar en las ondas quietud y soledad.

-Carlos Pellicer

MISERERES: Las vacaciones llegaron, y también toda la violencia; tan sólo el fin de semana hubo, al menos, 65 muertos. Por otro lado, el gobierno del DF anunció un aumento a las tarifas del transporte público, pero eso sí, no habrá gasolinazo ni cobro de tenencia. Micros, autobuses y metrobús subirán un peso, y los taxis de 7.88 a 8.74. Pienso que, así como debe condenarse esto, no debe aplaudirse que se quite la tenencia, pues es parte de un mismo problema; se  está subsidiando el transporte privado (las Hummers y los coches elegantes), pero no el público que suele llevar a mucha más gente.

Rosas de Primavera.

Mi abuelo me decía que el corazón de los hombres henchidos de esperanza florece como los rosales en primavera. Yo no entendía bien por qué eso era un elogio, si las rosas primaverales son al principio pequeñas y algo tímidas, aunque no por ello carentes de aroma.

Un día aprendí sobre la importancia de estas pequeñas y casi imperceptibles flores, recuerdo que fue cuando conocí a María, una anciana de mirada dulce y cálida que conversaba con todo aquel que estuviera dispuesto a ser escuchado o bien que pretendiera escucharla. Esta mujer ya entrada en años y que sentía dificultades al caminar, siempre sonreía y agradecía a Dios por todo lo que había tenido en su vida, bueno o malo, pues comprendía que no todos los bienes del cielo son concedidos al capricho de los hombres.

Una vez me contó que desde su infancia su vida había estado marcada por diversas penurias, sus padres la dejaron sola en el mundo sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, los enterró antes de cumplir quince años y se quedó bajo la custodia de unos extraños, esto puede resultar sumamente trágico, pero María comprendió que eso le ayudó a comprender lo que ser caritativo significa.

Cada primavera, María observaba con atención los rosales del pueblo, y veía cómo la llegada de la misma se anunciaba mediante el florecimiento de unas rosas muy pequeñas a las que casi nadie prestaba atención, pero ella sí las veía y gustaba de lo que prometía su llegada, que casi siempre se traducía en cosas mucho mejores. Año con año miraba estas flores y la llegada de las mismas le ayudó a contar el tiempo y a disfrutar con esa misma cuenta.

Después María se casó, y continuó contemplando las rosas de primavera, pensando en que sus padres se habían ido cuando éstas hacían su aparición y sintiendo junto con la nostalgia por los tiempos perdidos la esperanza de tener otros mejores. Como fruto de su matrimonio llegó un niño, y la llegada de la primavera la alegraba más que nunca porque cada vez que las flores aparecían en el jardín su niño querido ganaba más fuerza e inteligencia. Cualquiera pensaría que María comenzaría a odiar esta época del año cuando en una fatídica primavera enviudó y se vio sola en el mundo, al cuidado de un chiquillo, que primavera a primavera se alejaba más de ella para vivir su propia vida, pero esto no pasó, las flores seguían alegrándola y le anunciaban siempre algo mejor al tiempo que veía que había aprendido lo que era el amor.

Años más tarde, después de la primera luna llena de primavera María tuvo que enterrar a su hijo, el muchacho murió de una manera horrible, quien lo vio pensó que el corazón de María se amargaría y que ella se dedicaría primavera a primavera a buscar venganza. Pero eso no pasó, el corazón de María siguió latiendo con la calidez de siempre y en lugar de odiar las flores de primavera que viera unos momentos antes de que su muchacho expirara el último aliento, las amó más que nunca, porque su presencia le ayudaba a recordar que ese día aprendió a perdonar.

Desde entonces cada vez que María ve las pequeñas rosas que brotan cuando comienza la primavera sonríe porque en primavera conoció el dolor que le enseñó sobre la compasión, sobre el amor y sobre el perdón, enseñanzas que no borran la sonrisa primaveral de quien espera en Dios aunque no sepa comprenderlo.

Maigo.

Revisitando a Homero

Copiando sin vergüenza las revisitaciones de Námaste Heptákis, les comparto mi traducción de un pedacito que me fascina de la Odisea (XIX, 203 – 212). Odiseo disfrazado de mendigo le cuenta a Penélope, su esposa que no se ha dado cuenta de la treta, noticias falsas sobre el destino de su marido.

Él con engaños le habló asemejando verdades:

Oyendo vertía ella su llanto, su piel derritiendo

cual nieve que ya se derrite en las altas montañas,

el Euro templado derrite y el Zéfiro lleva,

y así derretida se encauza colmando los ríos:

sus bellas mejillas así derretía con su llanto,

llorando al esposo allí junto. Y luego Odiseo,

dolióse del ánimo, por su mujer, compasivo;

mas como de cuerno o de acero selló bien sus ojos,

y sin un temblor en su rostro el sollozo detuvo.

La prima

“O what land is the Land of Dreams

What are its mountains & what are its Streams

O Father I saw my Mother there

Among the Lilies by waters fair”

W. B.

 

Ella. Tan bella. Mírala, ahí viene otra vez. Mírala, viene cantando y bailando. Ella, tan presumida ella. Llena de un calor bañado de perfecta frescura. Vela bien, siéntela. Trae ese olor que tan bien le va, con esos colores que no le van a nadie más. La envidia de todas. Tan sonriente y campante. Siempre en su mundo, desinteresada del mundo. Ponle atención, disfrútala porque –sábelo- viene pero se irá otra vez. Viene de rápido porque, como siempre, la muy grosera se aburre y se impacienta. Aventurera. Diamante de la inquietud que nos hace disfrutarla más porque sabemos bien que nos va a dejar. Pero no llores tanto, porque nos deja siempre algo. Deja su recuerdo, riega jacarandas, el olor de sus jazmines y el sabor de sus ciruelos. Nos deja con la esperanza de verla una vez más. Nos deja con la sospecha de que pronto volverá. Y,  además, esta vez nos deja algo más. Viene cantando los himnos de nuevas propagandas.  Llena de palabras renovadas. Con nuevas y originales máscaras que esconden dinosaurios y monstruos. Viene cantándole al amor y al cambio. Ahora viene regando nuevos sabores que tal vez no nos gusten tanto. Tal vez esta vez no sólo nos deje esperanza. Cuando se haya ido ahora no será lo mismo; nos dejará anunciándonos las buenas nuevas o las malas viejas. Cuidado, pues tal vez esta vez deseemos no haberla visto jamás. A ella: a la primavera.

PARA APUNTARLE BIEN: El epígrafe es de The Land of Dreams de William Blake, y lo pueden ver acá completito: http://www.bartleby.com/235/135.html. También les dejo esto de Cummings, aunque ya sé que es el papá del cliché (pero hoy no importa):

SOMEWHERE I HAVE NEVER TRAVELLED,  E. E. Cummings

somewhere i have never travelled, gladly beyond

any experience, your eyes have their silence:

in your most frail gesture are things which enclose me,

or which i cannot touch because they are too near;

 

your slightest look easily will unclose me

though i have closed myself as fingers;

you open aIways petal by petal myself as Spring opens

(touching skillfully, mysteriously) her first rose

 

or if you wish be to close me, i and

my life will shut very beautifully, suddenly,

as when the heart of this flower imagines

the snow carefully everywhere descending;

 

nothing which are to perceive in this world equals

the power of your intense fragility: whose texture

compels me with the color of its countries,

rendering death and forever with each breathing
(i do not know what it is about you that closes

and opens; only something in me understands

the voice of your eyes is deeper than all roses)

nobody, not even the rain, has such small hands.

 

MISERERES: En Francia no pinta tan bonito el futuro de Sarkozy, pero el de Hollande sí. Acá en México el candidato del PRI sigue diciendo “no, no, no” a nuevos debates (él nomás dos, él nomás con los del IFE). También dice “no” a la discusión sobre la legalización de las drogas.  Y un poquito más sobre las campañas lo pueden ver acá (escribe Sergio Aguayo): http://www.sergioaguayo.org/html/columnas/Porlatercera_180412.html