Política: razón y ocio

Política: razón y ocio

 

La política es la actividad de los hombres libres. O al menos eso pensaron los filósofos políticos de la Antigüedad. Actividad propia de los libres no por un prejuicio de clase, como usualmente se supone, sino porque su ejercicio es voluntario. Sólo los hombres libres pueden decidir dedicarse a la política. Sólo los hombres libres pueden elegir alejarse de la política. Por ello la política no podría ser una profesión. Al profesional de la política se le llamaba sicofante, y su fama –como ahora- no era buena. El hombre libre decidía dedicar su tiempo a la política. No dedicaba el tiempo libre, lo que algunos llaman ocio, sino que a la política dedicaba su tiempo libremente. La libertad del hombre dedicado a la política no era una libertad económica, sino absolutamente política. Sólo a nosotros los modernos, quienes hemos perdido de vista lo político, se nos vuelve económico el problema del ocio y, por ello, se nos plantea como progreso la posibilidad de la política: solucionar el problema económico para garantizar la libertad política. Pero el hombre libre también puede elegir no dedicarse a la política. La solución económica no es necesariamente solución política.

         La solución económica no puede garantizar la libertad, porque la libertad sólo es política. La solución económica sólo puede garantizar la manumisión (sobre todo ahora que ya no tenemos –formalmente- Circo Romano). El liberto no es político, simplemente ya no es esclavo. ¿Puede ser político un esclavo? ¡No vayamos por ahí, que se nos cuela la esencia de la rebelión! (Compárese la salida de los judíos de Egipto con la revolución económica de los Gracos). La libertad sólo se garantiza con la política. Una política que no vela por la libertad será alguna forma de ejercer el poder, pero no una forma de la política. Un ejercicio del poder fundado en la necesidad no es un ejercicio político, pero puede ser un efectivo ejercicio económico. Podemos tener prosperidad económica y no ser políticos. Sin política, pero con economía, podemos aspirar a la prosperidad de los libertos y los sicofantes: prosperidad de la crueldad y la delación.

         Cuando los profesionales de la política, y quienes ejercen el poder por su influencia económica, justifican sus decisiones, propuestas y programas, por la necesidad y la fuerza, ponen en riesgo la posibilidad de la política. Cuando un aumento de impuestos (supongamos que a la gasolina) sólo se justifica por la necesidad (turbulencia económica extranjera, alza de los precios del petróleo o estabilidad del mercado), se pone en riesgo la posibilidad de la política. Cuando la oposición al aumento de impuestos sólo toma la forma de ejercicio de la fuerza (que el presidente decrete inválida la ley que produce el aumento, que va a despertar el México bronco, que tomemos las gasolineras), se pone en riesgo la posibilidad de la política. Cuando una sociedad, ante su posibilidad política en riesgo, no puede ponerse de acuerdo, sólo le quedan la delación y la crueldad.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El lunes pasado, en la conmemoración de los 27 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, los padres de los desaparecidos fueron encapsulados por la fuerza pública durante su visita a la Basílica de la Virgen de Guadalupe. Se impidió a los padres participar en la misa en el altar central y fueron conducidos a una sala alterna, donde el obispo Raúl Vera ofició sin que los funcionarios del centro mariano facilitaran lo necesario para la ceremonia religiosa. Hace dos semanas comenté aquí que el Cardenal Norberto Rivera quería oficiar la misa como parte de su estrategia de reposicionamiento público y reinvención política -estrategia generada tras el nombramiento del nuevo Cardenal-, pero ante las dudas de los padres sobre las nuevas intenciones de Rivera, el Cardenal Primado -quien ahora se inventa el discurso de combatiente de la pederastia-decidió bloquear la misa de conmemoración por los 27 meses de la desaparición. Rivera Carrera está nervioso, su tiempo se acaba. El año siguiente la jerarquía católica estará muy activa. 2. Luis Miguel González reflexiona, en El Economista, sobre los efectos a corto, mediano y largo plazo del aumento en el precio de las gasolinas. 3. El IFT contribuye a la formación del Estado totalitario. Dentro de los lineamientos que entrarán en vigor a finales de febrero, se considera crear un Comité (¿de salud pública?) que tenga la facultad de dictaminar la suspensión «precautoria» de las transmisiones de algún medio que, a juicio de los miembros del Comité, viole los derechos de la audiencia. Si los conductores de los noticieros de radio y televisión no «distinguen» entre la opinión y la información, es decir si editorializan, se podría suspender la transmisión de su medio. Y todavía no hay nadie protestando. Mensaje para los  bolivarianos nacionales: la reforma también incluye a Carmen, pues también aplica para radio y tv restringidas. ¿Ahora sí van a protestar?

Coletilla. “Nuestro tiempo, por mucho que hable de economía, es un despilfarrador: despilfarra lo más valioso, el espíritu”. Nietzsche

 

Amor y ocio

Amor y ocio*

En algunos de sus escritos Oscar Wilde sugirió que sería provechoso indicar qué libros no valía la pena leer. A diferencia de críticos y un sinfín de revistas literarias, Wilde creía que los conteos de los mejores libros deberían ser reemplazados por los peores. Con ello los lectores novatos, principalmente, podrían dedicar su tiempo a obras valiosas y no bagatelas miserables que han sobrevivido a la historia (llama la atención que dentro de ellas se encuentren las obras de los Santos Padres con excepción de San Agustín). La medida se hacía necesaria por algo de lo cual se quejaba recurrentemente el dandi irlandés: en tiempos modernos se lee tanto que no se puede admirar y se escribe tanto que no se logra pensar. Para liberarnos de las premuras industriales y elevarnos sobre la vulgaridad, conviene demorarse en alimentar el espíritu. En ese sentido la condena a la hoguera es una selección justa; los libros perversos merecen arder como si estuvieran en el infierno.

A pesar de que esa medida fue propuesta hace más de un siglo y para algunos es extraña, hoy está muy viva la tentación de adaptarse o parecer razonable. Actualmente se publica y lee de manera inversamente proporcional; no hay quien lea los caudales de libros publicados. Una razón para ello podría estar en la falta de tiempo, como sugería Wilde, y lo dominante de nuestras ocupaciones modernas. En nuestro mundo productivo actividades como la  lectura y la reflexión son aspectos secundarios en la vida humana. Si bien no son abiertamente menospreciados o censurados, solamente llegan ser tolerados. Bajo los principios productivos, el ocio queda relegado como contrapeso al trabajo. Parece paradoja afirmar que los quehaceres de ocio son actividades verdaderas, igualmente que requieran denuedo y empeño. Con el sudor de nuestra frente ganamos el pan de cada día y después de gozarlo está el momento para leer o pensar.

Hacer la separación entre lo intelectual y práctico desvirtúa el ocio. En las mal llamadas humanidades jamás habrá razón alguna para tener prioridad. En particular con la filosofía, sus divagaciones aparentemente inútiles parecen discursos fastidiosos y hasta peligrosos para la ciudad. Fácilmente podemos imaginar la ridiculización simple del filósofos: el hombre que camina absorto viendo el cielo y repentinamente cae en un agujero. Así, a partir del cariz productivo, la filosofía conduce al fracaso o la caída más estrepitosa.

Buscamos afanosamente lo que deseamos. La pulsión erótica en el hombre es quizá el impulso más impetuoso y vital. Si es cierto que ésta es máxima y plena, debe satisfacer todas las facultades y partes del hombre. Igualmente si es la mejor, no debe violar el orden natural; el amor es bello por no ser injusto ni un arrebato silvestre. Para conseguir el mayor bien resulta ineludible la pregunta por la situación en este orden, es decir, qué es lo propio y lo que mejor conviene al hombre. Justamente esta pregunta incesante conduce las acciones humanas, éstas recurren siempre a la reflexión por lo justo en la vida humana. Si bien el ocio no parece producir ninguna ganancia, al menos permite—sin garantizar— la búsqueda libre por la justicia. Gracias al ocio la acción y la inteligencia logran unirse; logramos ver que ambas comparten el mismo terreno: la vida del hombre.

La reflexión puede no tener una respuesta clara y certera, aunque no por eso llega ser dispersa. Su sentido viene trazado al recordar que la inteligencia ilumina las acciones humanas. Cristo no rechazó el pan en el desierto por saberse inmortal o incorpóreo, lo hizo al saber lo superior del espíritu sobre la carne. Cuando leer y pensar se vuelven pasatiempos, pretextos para socializar o encomios exquisitos de los escritores, ambas actividades se tornan realmente inútiles. Para reivindicar esas actividades ociosas, entre otras, sería menester retomar su importancia en la vida cotidiana. Su utilidad radica en que a través de ellas visitamos y descubrimos el día a día.  Al no reconocer esta comunión, con mucha justificación, la marcha del progreso fácilmente puede pisotearlas. Las ocupaciones rutinarias terminan por absorber los placeres ociosos. Y bajo esta escisión fatal toda contemplación y creación artística se torna extraordinaria; no es sorpresa por qué Wilde afirmaba que la apreciación literaria era cuestión de temperamento y no raciocinio.

*Entrada basada en una y otra.

 

Tiempo para algo

Casi nunca disponemos de tiempo. Vivimos a las carreras y pocas veces nos detenemos. Por desgracia cuando cesamos de movernos en medio del torbellino de cosas que siempre tenemos pendientes, la mayor parte de las veces, llegamos a la misma conclusión, no disponemos de tiempo, y lo mejor es seguir moviéndonos. Hacia dónde, y con qué propósito nos movemos, no lo tenemos muy claro, sabemos que vamos hacia adelante, siempre hacia adelante, qué es lo que hay allá, no importa, lo realmente importante es avanzar siempre, aunque en la avanzada se pierda el tiempo que podríamos malgastar en preguntar qué eso a lo que llamamos tiempo.

La pregunta es sumamente ociosa, hace falta tiempo para preguntar por lo que hacemos todos los días, también hace falta tiempo para intentar responder sin apelar a lo que dicen algunos eruditos, citando a los sabios. Pero, justo eso que falta es de lo que más carecemos, nos obligamos a movernos y a dejar rastro de que lo hemos hecho. Comprensible es esta obligación cuando vemos que la disposición para el ocio depende de que veamos en nosotros necesidades que no se limitan a la supervivencia, es decir, depende de que nos veamos como algo más que meros cuerpos, necesitados de más tiempo y ávidos de tener un confort que sólo se encuentra mediante la ceguera del progreso.

Todos los días nos falta tiempo, pero quizá esa falta no se deba a fallas administrativas, tal y como algunos lo señalan con frecuencia, me parece que es más acertado decir que nos falta tiempo, porque carecemos de un alma que dé cuenta del movimiento que improductivamente hacemos.

Maigo

Trabajo y comunidad.

El trabajador tiene fe en que su hacer diario dará fruto, y por eso ofrenda lo que es todos los días. El emprendedor, en cambio, de crédito a la idea de que algún día dejará de trabajar y por eso se guarda de la vista de los demás.

Maigo.

Buenas noches…

Para una sociedad productiva no hay nada peor que dormir, sólo los perezosos y faltos de ambiciones duermen. Ahí, quienes no tienen ingenio son incapaces de aprovechar los grandes avances de la tecnología; de modo que, no ven cómo hacer de la noche una pobre imitación del día, ni saben cómo romper el silencio que gobierna en las sombras y que se adentra en el pecho. En una sociedad productiva dormir o estar en silencio es algo peor que la muerte misma, lo importante es estar siempre en vigilia, siempre hablando y siempre haciendo algo que dé muestra clara de nuestro paso por el mundo.

Creo que soy floja en medio de una sociedad productiva, me gusta el silencio nocturno, y a veces duermo después de contemplar en silencio la belleza de un cielo tachonado de estrellas. No estoy en contra de la vigilia, pero creo que ésta se debe prolongar sólo cuando el asunto lo amerita y no nada más para atender a deseos mezquinos que lleven al hombre a una cadena de producción interminable, la cual por ser cadena le impide detenerse en medio de la noche para ver el brillo de la luna llena o la belleza de un amanecer largamente esperado.

Estar en vigilia es hermoso cuando de estar despiertos depende el ser o salvación del alma o todo lo que nos hace dejar de movernos y detenernos en silencio antes de cruzar una puerta, pero la buena vigilia exige del hombre el cansancio sin lamentos que la vida productiva no es capaz de brindar. Quien mucho produce, mucho se queja y más necesita por lo que no puede detenerse ni para dormir. En el seno de una sociedad productiva dormir es algo nefasto, pero, la vigilia de un buen vigilante pretende proteger lo que es mejor que él y no exige de ninguna manera que la noche se convierta en una mala imitación del día, o que el silencio nocturno sea profanado con ruidos ajenos y carentes de sentido.

Para una buena sociedad productiva dormir es un estorbo, mientras que para la vida que gusta de observar el cielo, dormir es una necesidad que sólo puede vencer la esperanza que trae consigo el amanecer de un nuevo día.

Buenas noches…

Maigo

Prisas.

Vivimos en tiempos en los que predominan las prisas. A la gran mayoría de la gente siempre se le hace tarde para algo, para crecer, para ser productivo o bien para dormirse frente a la televisión, una vez que se han sorteado las dificultades del tránsito vehicular. Este es el mundo de la prisa, un mundo en el que nos olvidamos de que somos tiempo y que el tiempo es un número más, relacionado más con el movimiento de nuestra alma que con el movimiento que hacemos por cubrir quién sabe cuántas expectativas, lo peor del caso, es que parece que no podemos hacer nada por evitarlo.

El olvido de que somos tiempo y que podemos vivir sin tanta prisa, no es gratuito, creo que más bien es el resultado de un olvido más grave, olvidamos que somos alma, y que el movimiento de la misma no se aprecia en todo momento con facilidad, olvidamos que pensamos y sentimos, pues sólo vemos lo sensible y a veces pensamos que esto lo vemos porque choca contra nosotros sin que podamos hacer algo al respecto, en pocas palabras, olvidamos que vivimos y en lugar de vivir nos dejamos llevar por las prisas, esas criaturas juguetonas que nos arrastran de un lado para otro y que nos avientan sin ton ni son para entretenerse a nuestras costillas.

Quizá por ese carácter juguetón, es que las prisas encuentran tantos defensores, no faltará quien diga que es mejor vivir con prisa y hacer mucho, aunque lo hecho sea algo descuidado y por ende maltrecho, que vivir calmadamente y hacer muy poco en la vida, aunque eso poco brille por su excelencia. Hacer mucho es lo que importa al industrioso defensor de la prisa, ese que gusta de ser jalado por el mal humor que las prisas traen consigo y que no dan tiempo ni para sonreír, a menos que la sonrisa esté agendada y que no dure más de lo que indica la agenda.

Supongo que hay muchos de estos defensores en el mundo, porque de no ser así, este no sería un mundo de prisas, en donde los reportes de tránsito son noticia y lo más bello del mundo comienza cada día más a ser menos llamativo. Y supongo que el lector tiene mucho qué hacer, por lo que no debo ser descortés y evitar que las prisas continúen con su eterno juego de jalar, empujar, presionar  y aventar al hombre a donde más les place verlo.

Maigo.

 

Pérdida de tiempo.

Hay quien gusta de perder el tiempo siendo sumamente productivo, haciendo mucho sin hacer nada, y no haciendo nada bajo la apariencia de haber hecho mucho. En nuestro tiempo se nos exige constantemente ser productivos, no es productivo quien pasa su día apostando al ocio y a las reflexiones que de éste se pueden obtener, somos enemigos del ocio tanto como lo somos del silencio. Todo lo hacemos rápido, sin cuidado y de ser posible acompañando el movimiento con un ruido estridente, ya sea de cosas al ser movidas o de música que retire lo monótono a lo que solemos hacer.

Siempre debemos estar ocupados con algo, y si es posible, estar haciendo dos o tres cosas a la vez, como si eso garantizara que lo hecho está bien hecho y que la falta de atención a lo que se hace no implicara riesgos y peligros. Desde este punto de vista no es de extrañar que quien pasa su tiempo pensando en silencio sea un ser raro a nuestras inútiles prisas, un ser criticable por no gritar y moverse de manera vistosa ante cualquier acontecimiento.

Así, por ejemplo, ante una injusticia los productivos e inquietos defensores de lo justo atinan y desatinan con sus múltiples movimientos y formas de hacerse productivamente visibles. En cambio, aquellos que se preocupan ante lo injusto sin la finalidad de ser productivos, piensan en lo que es la justicia antes de dar un paso, que siendo lento y bien pensado atiende a lo que es mejor, es decir, atiende a lo que puede sanar a las heridas sufridas por una injusticia sin que en el intento de sanar tal se cometan otras tantas.

Por desgracia, nos gusta ser productivos, y ante los problemas e injusticias solemos apelar a respuestas rápidas e inmediatas, sin reflexión alguna que nos muestre el mejor camino para resolver tales, al contrario buscamos los placebos que calman el dolor aunque su presencia agrave la enfermedad.

Maigo.