Hay quienes dicen, que la culpa de que el hombre sea tan débil es de un tal Epimeteo, un ser incapaz de prever y de pensar lo que debe hacer con los recursos que recibe para dar la mejor defensa a las criaturas que están a su cargo.
Cuentan, que para cubrir los malos manejos realizados por Epimeteo, su hermano mayor, un tal Prometeo, robó el fuego y lo entregó a los hombres, quienes no sólo se defendieron de los ataques de los demás, los sometieron y se olvidaron de los derechos de los otros y se equipararon con dioses a los que nada les pasaría en ningún momento.
Entre estos hermanos y los receptores del fuego hubo definitivamente malos manejos, así que Zeus, como Dios iracundo que era, decidió castigar a los hermanos y a los hombres que la luz robada recibieron.
A Prometeo, Zeus, le regaló corajes y sinsabores, al menos uno cada mañana. El condenado debía estar atento a la salida del sol, encadenado a una enorme piedra, para esperar a que un águila le devorara las carnes.
Dicen, los que de esto saben, que edificaron un palacio en el que hoy día algunos voluntariamente se encadenan, aunque no saben que deben estar atentos cada mañana para que un águila les devore el hígado, mismo que se reconstruye por la tarde, para volver a ser tragado por el sagrado animal.
Al menor de los hermanos, a Epimeteo, se le dio un regalo disfrazado de bien, algunos dicen que era dinero, otros que eran aportaciones y otros, lo que vieron fue un dulce querer, ese regalo traía una cajita con muchos males, enfermedades, muerte, secretos y hasta avaricia.
Los males de la caja tocaron a los hombres, sin distinción alguna tocaron a los que adoraban o se olvidaban de los dioses, miles enfermaron, otros fallecieron y otros más bajo la inclemencia del sol los brazos se descubrieron, para trabajar más duro y esperar que pronto terminara todo eso.
El desastre fue tan grande que como se pudo se trató de cerrar la caja, con trabajos lo lograron, aunque ya no tenía sentido, pues el tiempo que había pasado ya se debía dar por perdido, los males se escaparon y sólo quedaba sortearlos.
Al final de esa cajita quedó la esperanza, de lo que muchos se aprovechan para seguir vendiendo como bien lo que en realidad no es nada.
Esperanza que toca a los pueblos sobre los que se cierne la sombra de un águila, siempre dispuesta a comerse el hígado de los encadenados y a ver cómo es que otros hacen malos manejos y se ganan su lugar en la histórica piedra de aquel que se llamó Prometeo.
Maigo