“¿Quieres ser mi esposa?”, le preguntó temeroso mientras ella asentía con la cabeza, resultado, más bien, de la distensión de los músculos de su cuello, que cedían ante la inevitable morbidez que el cáncer le había provocado luego de seis meses de confinarla a la cama del hospital donde acababa de exhalar su último aliento, frente al que en otras circunstancias sería su prometido.
Gazmogno