Aldonza

Llegó a la taberna una mujer entrada en años, se llamaba Aldonza, aunque algunos la apodaron Dulcinea, porque soñaba con dulces destinos que nunca vería consumados en su vida.

Ella tenía la costumbre de imaginar que un caballero insigne la defendía de las burlas de los comarcanos del Toboso, el cual armado ricamente por el poder de su imaginación llegaría un día para sacarla de tan vulgar lugar. Sobra decir que eso nunca pasó.

Mientras el tiempo pasaba, mucho soñaba Aldonza y mucho imaginaba cada vez que veía un abandonado quijote que se oxidaba en las caballerizas y que había pertenecido a los tiempos de María Castañas.

-Quizá fue de Amadiz de Gaula o de Florestán, o lo dejó por aquí mi caballero como prenda de amor, porque lo correcto es que sean los caballeros quienes den prendas y no las damas pobres como yo- pensaba la joven Aldonza, mientras se perdía entre los sueños de Dulcinea.

Tanto soñaba Dulcinea que un día soñó que por arte de magia daba vida a la mano de un manco, quien preso de su imaginación escribía las maromas de un insigne caballero inteligente y divinal como Ulises.

Pero el sueño se acabó, la mano del manco perdió su vida prestada y Aldonza se quedó con el deseo de ver a su caballero andante acudir montado en un hermoso rocín dispuesto a dar su vida para sacarla de tan pobre taberna.

Maigo

Andar la letra

Andar la letra

La escritura tiene géneros como muestra de que la palabra escrita rebasa la función meramente testimonial. La misma función testimonial tiene más de una dimensión, como si el testimonio del escritor no pudiera entenderse sin su propia persona, sin el acto que lo confirma como escritor. Cervantes nos enseñó a qué grado puede uno dudar sobre el testimonio de hechos que están entre la historia y lo poético. No existe necesariamente un único narrador que no pueda a su vez estar presente en una obra histórica, mientras el autor sólo existe en los prefacios, aunque sea a la vez un historiador, una obra cronológicamente caótica, y un narrador omnisciente, e incluso sus propios personajes dramáticos. Si se cree que es una obra en verdad histórica se leyó mal; si se cree que la poesía es obra ficticia, cuya dimensión reside meramente en el acto imaginativo, también se ha leído mal. Si se hace la oposición entre historia y poesía en términos de mentira y verdad se leyó mal, aunque la habilidad del escritor en este caso reside en la relación entre ambas, en que se supere la idea de la verdad como término asociado con lo “real”. Mejor dicho, en que entienda que la locura quijotesca invierte el sentido de la razón, para enseñar sensatez y verdad entendiendo la locura.

Es verdad que la escritura tiene siempre un fin pedagógico. Sin él, la censura no tendría sentido. La expresión ingeniosa se distingue no por su exquisitez o elegancia, sino por hacer de la elegancia o la vulgaridad posibilidad de conocimiento. La censura puede, por ello, ser hecho por gente que entiende a los escritores, aunque también pueda llevarse al extremo mismo de la vulgaridad: la censura de lo que nos irrita, simplemente por ello. La pedagogía de la escritura depende en buena medida de quien la realiza: tanto escritor como lector. Las obras de superación personal son exitosas porque esperamos que se nos enseñe algo sobre nuestras emociones y fracasos, algo claro. Su pedagogía triunfa porque confundimos enseñanza con apapachos. Ese es un efecto pedagógico. Incluso en ese nivel se conducen mínimamente por la “verdad”, aunque de manera deficiente, puesto que la verdad es ahí sólo consejo moral, utilidad de la autoestima, sin ser enseñanza sobre la naturaleza de la moral.

Es complicado aseverar que existe una pedagogía en el Quijote, por ejemplo, dado que el autor novelesco es siempre una sombra. Pero estamos equivocados quienes esperamos la declaración del autor para que sus ideas nos sean presentadas, porque el autor existe en su obra, y no fuera de ella. Fuera del Quijote, Miguel de Cervantes era otra persona, aunque no dejara de ser el autor de un clásico. Esa oscuridad entre los testimonios históricos, la narración de notas al pie de página, la intromisión en los pensamientos, extraña para un historiador, son parte de la obra porque en ellos consiste parte de su pedagogía: en que nuestro prejuicio (inventado por el propio autor) por la irrealidad de la obra sea el camino de la enseñanza. Es pedagogía sobre el hombre, la verdad, la palabra y el mundo que ellas forman a través de los cuestionamientos, de las paradojas y las cosas sin resolver. Como si nos enseñara que en nuestra incomprensión radica el sentido de la verdadera tontería. Una lección moral que nos enseña en los disparates y los buenos discursos, así como en las contradicciones. Nuestro idealismo se esconde en la imposibilidad de entender al amante más idealista, y confundimos la ausencia con la mentira. La pedagogía de la escritura se basa en el modo en que nos disponemos a la verdad. Por eso existen las lecturas genéricas.

Tacitus

 

Risas en la oscuridad

Risas en la oscuridad

De la comedia se dice ser espejo magno de la costumbre y la verdad sobre el hombre. Que sus alturas requieren de una mirada de mayor perspicacia que la que necesita el espíritu trágico. Es difícil explicar sensata y claramente esa observación. Lo cierto es una cosa: siempre se asocia la comedia con lo risible, por oposición visible a lo trágico, en donde todo es grave. Pero eso es apenas la periferia del problema, porque aunque lo cómico esté basado en lo risible y lo ridículo, habrá que distinguir entre la profundidad y lo llano en lo risible. Porque hay simplezas que esconden más de lo que parecen ostentar, y gracias ciertamente comunes que viven del género más sencillo del humor.

En un episodio del Quijote, Sancho Panza comete algo que a más de un lector puede mover a esa risa sencilla, que revela algo básico. En medio de la noche, sujetando la cabalgadura de su amo, el estómago lo traiciona y defeca justo al lado del más famoso caballero andante. La respuesta de don Quijote no es la risa, por verse tan cerca del acto desagradable, confirmado por obra de sus narices, considerándolo indignante en tanto ello descubre un descuido en la relación propia de amo y señor, no ya de cualquier relación. El inesperado suceso hace estallar la risa a quien no ha reparado ni en las razones de Don Quijote, sobre todo porque tal hecho desagradable no nos ocurre a nosotros; lo vemos como terceros.

Lo risible, que se alimenta de lo fortuito, brota siempre tanto del hecho como de la consideración del espectador. Pero no puede caer en simple subjetivismo. La carcajada que estalla aquí muestra algo sobre el espectador para lo que la escena misma fue hecha, cuidadosamente hecha. La melancolía y solemnidad del caballero junto a la rusticidad de una simple necesidad. Quizá la escena no provocaría lo mismo sin Don Quijote ahí. ¿Por qué es risible que la distancia que se debe guardar movido por un respeto haya sido rota por una urgencia así? ¿Consiste lo cómico sólo en que algo despierte risa así?

Creo que, en este caso, en esa mezcla que el pasaje sostiene entre la solemnidad y la simpleza por uno y otro lado está la clave. El ridículo surge así. Cuando la risa se esfuma, el regaño que da Don Quijote a Sancho es sentido como un acicate por habernos burlado de él, o como algo que le agrega leña a la hoguera de la hilaridad. Porque el respeto que le falta a Sancho, quien no ve inconveniente en liberar su deseo a oscuras y en un lugar remoto (como manda incluso la guía rústica de la necesidad), es muestra de algo muy humano. En ese espectáculo, si el ridículo persiste, lo hace junto a la seriedad. Porque quien sólo encuentra motivos para risa en el enojo de Don Quijote ha notado lo extravagante de su empresa. Pero, curiosamente, todo en él es extravagancia. Incluso su bien hablar es extravagancia, o eso le parece a todo quien lo escucha, mientras vaga en la incertidumbre por no atinar sobre su cordura o locura.

No pára todo en el atrevimiento de Sancho. Porque si él se sujetaba a su amo, era por temor y por deseo de impedir que desafiara a la suerte en medio de la noche, atreviéndose a afrentar lo desconocido. Junto a la lealtad y la precaución se nos presenta esa falta en la desigualdad pertinente. Esa mezcla es algo para lo que la tragedia no está facultada. La lealtad y la astucia pueden ser aún en quien no entiende de esas diferencias en la honra, para quien no puede retener el estómago. La honorabilidad de Don Quijote vive con la picardía de su siervo. Quien ve la falta de Sancho entiende que lo que funda la desigualdad en el trato; pero quien se ríe de ambos también puede verla, resultándole ridícula tal diferencia. El espejo de la costumbre y la naturaleza está en saber mezclar esa simplicidad y gravedad con que nos topamos siempre que hablamos de tales desigualdades. Quien exagera en el honor, fácilmente recurrirá a la tragedia: el drama de las almas aristócratas que se topan con la cruel fortuna; quien sólo ríe, burlado será por la discreción, impidiéndose el pensamiento de las diferencias virtuosas. Por ello las burlas a Don Quijote pueden ir mezcladas siempre de astucia y discreción, pero no necesariamente de buena voluntad.

Tacitus

La ambición de Sancho

La ambición de Sancho

En cierto pasaje del Quijote, Sancho cree que el bálsamo de Fierabrás sería un espléndido negocio, pues su amo le explica las infinitas bondades de éste, consabidas por los valientes caballeros andantes. Es el mismo que anda repleto de alforjas, que se entristece por que el vino se acaba, como todo manjar, y que duerme con la panza repleta de comida, mientras su amo se alimenta con los recuerdos de su Dulcinea. Sancho, que no sabe leer ni escribir siquiera, sueña con una ínsula, humo prometido con olor a rosas, sin tener idea de lo que significa gobernar una.

Lo curioso es que él fue escogido. Nunca sabemos exactamente la razón. Jamás se nos dice que Quijote vea un escudero medieval muy formidable en él, como sí ve caballeros en los rufianes con que se topa. ¿Qué lo hace el escudero ideal para un hombre como Don Quijote? No sólo nos puede ganar el romanticismo que hace del saber una maldición, y de la ignorancia el don de los hombres simples. La simpleza de Sancho, la credulidad que mana de esa lisonjera ambición por un pedazo de tierra propio, lo hacen quizás indigno para digerir el bálsamo del “Feo Blas”, pero eso nos deja en ascuas sobre su lealtad.

¿Habrá posibilidad de que esa pequeña ambición, que parece apocada en relación con el honor del que habla su amo, sea noble no sólo por ser propia de ignorantes? La ignorancia de Sancho no es una maldición. Si el escudero más famoso de la historia habla de negocio en donde su amo ve medicina para su ánimo, es porque el negocio es aquello por lo que Sancho puede disfrutar de su preciado vino. Si las ambiciones dulces del hombre que acompaña al caballero de la Mancha son tan bajas, ¿cómo pueden perdurar tanto al lado de éste? Una ínsula arrastra a Sancho más lejos de lo que nadie imaginaría.

Quijote duerme apenas, alimentándose de visiones, manteniendo a flote su enjuta pero larga figura, engañosa para la fortaleza que se esconde en él, mostrada en el furibundo golpe con que se deshace del Vizcaíno que lo ofendió; Sancho come todo lo que puede, escuchando sus tripas, jamás a ese sueño metafísico que es el amor. El mundo de villanos que rodea a Quijote muestra que, aunque hay quienes desean cosas semejantes a Sancho, nadie posee esa “ingenuidad” que le hace escuchar promesas inútiles. Para las aventuras estorba el escuchar la panza; pero los deseos más comunes tienen incluso capacidad de ser elevados. Precisamente, es la panza lo que no le hace digno de ese bálsamo precioso. Pero es también la panza lo que lo hizo dejar hijos y esposa. No es claro que sea la panza lo que lo haya mantenido tan cerca de su amo sutil.

Tacitus

Un hallazgo secreto

Mas no te importe si rueda

y pasa de mano en mano:

del oro se hace moneda.

Olvidarlo siempre ha sido un temor para mí. Conforme pasan los años no me gustaría que suceso tan curioso se perdiera. Quizá, por este afán de retenerlo, nunca pueda olvidarlo. O tal vez sea cierto lo que me dijo mi abuelo cuando le compartí mi hallazgo: «no es coincidencia que te haya ocurrido, sólo alguien como tú pudo haberlo encontrado». Era un día de primavera, uno de los primeros después del veintiuno. El calor ya se hacía presente, pero afortunadamente parecía no encontrarse colérico. El clima y viento refrescante hacían que fuera perfecto emprender una caminata. Justamente la mudanza de mi abuelo al campo se había debido a su hartazgo de la ciudad. Según él, la Ciudad de México se había degenerado al ser tomada por los fantasmas. No soportaba su atiborramiento paulatino de edificios y automóviles (aunque extrañamente llegó a componer coplas acerca de éstos), por ello, después de cincuenta años de haber residido ahí, decidió cambiar de aires. Siempre responde así cuando uno se lo pregunta. Con su jubilación y ahorros decidió levantar una casa con una pequeña caballeriza, tenía una fascinación por los equinos. De regreso en mi caminata, quise terminarla ahí. Entré por la puerta rechinante y sólo ese sonido se despidió. Los animales respondían a la naturaleza y se encontraban sosegados como su mismo alrededor. Mientras caminaba dentro presté atención a un muro y me fije que se encontraba la siguiente inscripción:

«En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…», ¿por qué el Príncipe de los Ingenios no quiso recordarlo? ¿Será que es consciente de su amnesia y por vergüenza no quiso confesarlo? ¿O intencionadamente quiso guardarlo bajo el velo? Quizá tenga que ver con lo mencionado por él mismo en el prólogo. Al no asumirse como su padre —sino su padrastro— sabe que su paternidad es parcial. Es decir, la engendración del Quijote fue por adopción, su autor no le brindó un soplo divino (como muchos artistas pseudoquijotes en su arrogancia quieren afirmar). Entonces el origen del Caballero de la Triste Figura es incierto, casi como leyenda, tan reservado que ni su apellido sabemos con exactitud. ¿Esto será que debamos cerrar el libro por el misterio que representa? ¿O podrá enseñarnos algo aunque su autoría sea incierta, como los refranes que tanto encantaban a Cervantes?

¡Aún no me abandona! Intrigado le pregunté a mi abuelo si había sido él y me respondió que no (de hecho se preocupó por algún chistosito que fue a rayar su querida caballeriza). Me pareció extraño que no estuviera firmado por alguien. Quizá era apocado y se reconocía una basura para su preciada perla. Eso sería muy simple. Indagando pensé que tampoco yo me arrogaría algo ajeno. ¿Tendría una mala memoria por no recordar quién? ¡Pobre hombre! También puede que no lo recuerde porque nunca lo supo.

La inscripción bien señala que algunos orígenes no son claros. Así como no sabemos de dónde es originario el Quijote, desconocemos la procedencia de varios refranes. Por lo mismo les llamamos dichos populares. La misma población acoge a éstos no sólo por ser ingeniosos, sino a veces por resumir verdades en tan pocas palabras. Las malas compañías podrá habituarte a malas acciones: quien se junta con lobos, a aullar se enseña. No importa si un sabio o alguien de renombre haya dictado el refrán, permanece en las posteridad por la facilidad y certeza en explicar lo que vivimos. Quizá los verdaderos sabios son quienes reconocen la sabiduría en tan pequeñas frases.

Del mismo carácter encontramos muchas historias o leyendas que van perdurando en las comunidades. Buscando a mi anónimo fui preguntando por todo el pueblo y me enteré de muchas narraciones. Entre cotilleos donde supe cómo eran algunos habitantes hasta leyendas que escondían los peores temores, me fui enterando quiénes vivían ahí: sus costumbres, preocupaciones, anhelos y lo que consideraban valioso. Pronto me vino la idea de que ellos no fabricaban esto, en realidad el modo en que pasaban sus días conformaba todo lo relatado. Sus tradiciones relucían en cada historia. Me fije que unos pocos lo contaban con mayor excitación que otros, incluso metían su propia cuchara e inspirados cambiaban el final de las historias. Sin saberlo, pude conocer algunos corazones trovadores y cuentistas.

Fatigado por andar preguntando, mi abuelo se acercó y vio mi rostro exhausto. Me preguntó si me encontraba triste por no haber conseguido lo que deseaba. Asentí la cabeza, con una mirada que encerraba decepción. En ocasiones hasta recibí malos tratos e insultos y sin tener un triunfo palpable. Tratando de animarme, mi abuelo me compartió algo que había escuchado. Dijo que el camino se hace al andar. «Seguramente tu hombre anónimo quiso compartirte su mejor hallazgo ocultándose».

Moscas. Esta semana en El Universal publicaron un caso donde, con auxilio del crimen organizado, pudieron hacer un despojo injusto. Y sí, la misma ciudad disputada por un sinfín de grupos criminales. Una historia donde se entretejen manchas nacionales: corrupción, violencia  e ilegalidad.

II. Hablando de Guerrero, también llamó la atención el bloqueo de la Autopista del Sol organizado, aparentemente, por los transportistas en protesta. Pedían dialogar con el gobernador y avanzar en que se cumplieran sus peticiones. No obstante quien porta el título de gobernador, Héctor Astudillo, afirmó suspicazmente que detrás estaba la destrucción de los campos de amapola y mariguana. Contribuyendo a esto vino los diferentes rifles y paquetes de droga encontrados a los detenidos y su incertidumbre en su consignación. Todavía más complicada fue la respuesta: la retención de 12 integrantes de la Policía Federal por los pobladores, quienes posteriormente fueron liberados (Reforma, 8,160). Y el líder de los transportistas y pueblos de la Sierra, Servando Salgado, quién sabe dónde está. Tanta extrañeza para un estado donde sólo hay paranoia cibernética.

III. Dando un vuelco, nos enteramos que los famosos Porkys puede que no sean los victimarios, sino los acosados y extorsionados.

IV. Recurrente en este blog, otra muestra de acoso y censura a periodistas.

Y la última… Tanta conmemoración del aniversario luctuoso de Cervantes y Guillermo Sheridan no podía quedarse atrás.

Nota: Paciente lector, se habrá dado cuenta que las secciones han cambiado. Así será a partir de hoy, junto con otro cambio sutil: de Señor Carmesí pasaré a Carmín. Mejores tiempos, mejores nombres. Gracias.

Amante

El amante de la verdad es un ser extraño: loco a la vista ajena, pero venturoso a la propia; impío ante los que parecen santos, y piadoso entre los pecadores; ignorante entre los sabios y soberbio ante los necios. Es un loco quijotesco, un amante solitario, que honra al ser amado con maromas y con giros; sin más testigos que la razón, siempre atenta a lo que ha de contar cuando baje de la Sierra en donde el loco girando está.

Maigo