Los celulares nos muestran que escribir es más difícil de lo que parece. El descuido de un guardia que vigila el circuito cerrado de un reclusorio es apenas comparable con una palabra mal puesta en una conversación de WhatsApp. Esto no depende de nosotros. Los dispositivos móviles parecen revelarse ante lo que escribimos. La oración anterior es un ejemplo de ello. Aunque fuera del uso de la tecnología más avanzada para escribir, e intentar escribir bien, pocas veces sabemos si lo que escribimos es lo que realmente queremos decir. Tal vez exagero. La tecnología todavía no domina al hombre. Mejor reformulo: ¿la tecnología todavía no desplaza a la humanidad?
Publiqué brevemente algunas ideas semejantes a las del párrafo anterior en Twitter y un seguidor muy indignado me dijo que no somos tan estúpidos (él utilizó un adjetivo más severo) como para que el autocorrector de nuestros celulares nos sustituya. Si queremos podemos leer y releer lo que acabamos de escribir, no sólo para que el mensaje se entienda mejor y carezca de errores, sino para ser inmunes a las traiciones de nuestras extensiones digitales. Y, finalizaba su largo hilo, que tenemos tanto control sobre dichos dispositivos que contamos con la opción de eliminar el autocorrector. De alguna manera estoy de acuerdo con el desacuerdo, salvo en lo de que podemos evitar las erratas (nadie, en toda la historia de la escritura Occidental, ha sido lo suficientemente arrogante como para decir que ha vencido a las erratas). Pero su posición partía de un lugar poco frecuentado: tenemos tiempo para preocuparnos por lo que escribimos. La tecnología nos vuelve la vida más cómoda para incomodarnos con otras labores estresantes. Podemos educar desde la comodidad de nuestra sala, pero no tenemos certeza de si somos correctamente escuchados; ¿cuántos podrían afirmar que son correctamente entendidos? Como los avances tecnológicos, nunca estamos conformes con lo que tenemos, siempre queremos una nueva actualización de lo que estamos haciendo. Aunque no sepamos exactamente lo que queremos, creemos que si tenemos más, seremos más felices. La felicidad no está en lo que hacemos, está en seguir progresando para conseguir más quehacer. Es cómodo y rápido dejar que el autocorrector escriba por nosotros. El costo es dejarlo que haga de las suyas.
Nuestras labores tienen que ir tan rápido como el tiempo en el que tardamos en abrir una nueva ventana en el navegador de nuestra computadora o dispositivo con el que nos conectamos a internet. Escribir lento, dándole el peso adecuado a cada palabra, dejando que la pluma acaricie la hoja, así como queremos que la palabra dicha acaricie el oído de quién queremos que la pronuncie, pasó de moda. La moda es escribir rápido. Dejando que el autocorrector nos guíe. La moda es pensar rápido. Está de moda vivir y sentir rápido. Con tanta rapidez, ¿todavía tendremos tiempo para la felicidad?
Yaddir