De risa loca y cascadas de llantos

Todos ríen y todos lloran. Nunca he conocido a una persona carente de afecciones. Por más que nos esforcemos, no podemos permanecer indiferentes al dolor y al placer. Algunos actores intentan ser ajenos a las características más humanas, pero nunca pueden deshumanizarse completamente. Observarlos sin desconfianza es imposible. La fuerza del dolor y de la alegría se remarcan si repasamos nuestro placer por los melodramas, obras de teatro y la literatura en general. Pese al placer que nos provocan en el alma las obras donde el actuar humano se ve en sus peculiaridades más interesantes, el placer por las representaciones cambia; cambiamos nosotros, pues cambian las escenas que nos hacen reír y llorar.

No soy un experto en tragedias griegas, ni mucho menos en comedias del reputado Aristófanes; tampoco soy un asiduo asistente a las obras de teatro; como la mayoría de las personas, me he educado viendo melodramas, telenovelas estelarizadas por irreales actores en situaciones casi irreales, casi tanto como he interpretado novelas. Por eso, si pregunto ¿por qué nos causan risa las situaciones incómodas, donde una caída, un accidente imprevisto que no provoca daños graves se desarrolla en todo su esplendor? No puedo ofrecer una gran respuesta, que muestre la diferencia entre un espectador de tragedias griegas en los tiempos de Sófocles y un fanáticos de telenovelas en los tiempos de Juan Osorio. Tal vez mi falta de experiencia literaria me impide percatarme de mi propio error. ¿Me excedo en perversidad al carcajearme por ver cómo una rata, tras ser pateada, va girando hasta golpear con toda su rateidad el rostro de una niña que no pudo esquivarla? Quizá no sea tan perverso, pues no me da risa el dolor de la mejilla que acarició el veloz y audaz roedor, sino lo inverosímil de la situación; el contraste entre lo que se espera que suceda un domingo de plaza y lo que pasó. ¿Cuántas veces un conejo gris va corriendo en medio de una plaza y una persona, para alejarla cuanto antes y ahorrarle el asco de verla a su acompañante, la patea cual balón de futbol? Tal vez me ría de eso, del pobre inocente que no previó que al disparar al primo incómodo de la ardilla inevitablemente golpearía incómodamente a una niña. Probablemente me ría del egoísmo del delantero mencionado. Aunque esto ya me suena a una exageración de risa loca. La mencionada escena no es como aquella en la que Marmeladova, en Crimen y Castigo, azota dos sartenes en plena calle, e insta a sus hijos a que la acompañen, como si estuvieran tocando música en un concierto, al enterarse de que ha muerto su esposo. Estoy seguro de que la escena de la rata voladora no involucra ninguna reflexión sobre lo risible como paliativo a nuestras desgracias, principalmente no creo que busque borrar nuestras distinciones entre lo cómico y lo trágico; esperaría que la situación descrita no tuviera una confusión de lo bueno y de lo malo.

De qué nos reímos no sólo expresa nuestra inteligencia, como dicen por ahí, sino que expresa y aclara nuestra noción del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto. De qué y cómo nos reímos prefigura cómo y de qué nos lamentamos. Comedia y tragedia muestran lo que nos importa en la vida; exhiben lo importante de la vida.

Yaddir