El pequeño cubrebocas

Usar cubrebocas es más que una distracción a la belleza o a la propia identidad. Usarlo armoniza nuestra actitud social con las demandas sanitarias; una muestra de civilidad, obediencia o miedo. Los rebeldes ensalzan su descontento con la autoridad mostrando su sonrisa al desnudo. “Nadie nos va a tapar la boca con nada” manifiestan orgullosos, como si estuvieran resistiéndose a una terrible tiranía. (En una tiranía no podrían sonreír sin permiso). Resulta signo de buen sentido el criticar al estado, no se me malentienda que debe obedecérsele ciegamente en todas sus disposiciones. Pero las evidencias recalcan con insistencia que se daña más a nuestros vecinos por nuestra resistencia al uso del cubrebocas que a los muy criticables servidores públicos. El más débil siempre es el más propenso a los daños. A veces la rebeldía manifiesta ignorancia y la obediencia resalta la inteligencia.

Yaddir

Pan (ocha) y circo

El feminismo es malo, la brillantina también.

Tenía que decirlo, y, de paso, señalar que si hay protestas asombrosas, no están en este continente. Los Hong Konguenses están haciendo una labor formidable de ganarse la simpatía mundial y eso que la mayor parte de sus integrantes rebeldes poseen uno o más penes. ¿Cómo le hacen? Seguro son bien bárbaros a la hora de protestar y defenderse.

Podemos jugar a ser rebeldes, hacer como que señalamos las malas prácticas del gobierno, o denunciar el abuso de poder o de autoridad; Pero a final de cuentas, la violencia no se puede maquillar.

Así que si se va a hacer protesta, si se va a hacer una revolución o algún cambio de régimen, lo menos que podemos hacer es tener huevos de hacerlo bien y como la naturaleza manda. No quemando casetas de policías, o llenándonos las manos y la cara de sangre (propia). Las payasadas tienen un impacto profundo y devastador pero para la polis, nunca para el tirano.

Este muchacho por quien reza el viejo

Este muchacho por quien reza el viejo

Yo contra mi Dios no me rebelo, sino únicamente que no acepto su mundo.

Aliosha Karamazov

De cierto que mi corazón está como el vino que no tiene respiradero, y se rompe en los odres nuevos.

Eliú, hijo de Baraquel buzita, Job 32. 19

Por tres veces ha pasado este muchacho vendiendo su pan.

Por tres veces lo han visto los hombres hambrientos, buscando dentro de su gabán… roto

un par de monedas con qué comprar,

pero el muchacho se aleja y ellos no encuentran con qué pagar.

Entonces, vuelven a buscar, pero sólo encuentran palabras en su pecho.

Porfían que el otro no les fiará.

Este muchacho los mira por el rabillo del ojo;

ya el atardecer lo cubre todo de un añil tristísimo:

Para avanzar, el corazón necesita estar en despojo.

Con sentimiento agrío quisiera bajar,

pues a su mente la calcina ya un pensamiento:

¿Por qué del árbol caído todos hacen leña? ¿Por qué los niños que juegan…

harapientos, a espantarse, sonríen juntos, mientras que en casa lloran?

El muchacho que se asfixia en constricciones, de largo decide pasar…

La fiebre aumenta por la lucha que librará.

¡No, no puedo el pan regalar!, aprisiona en su quijada.

El sol detrás de las nubes lastima más.

En verdad no puede, porque lo pidió prestado.

Y no es que no sepa de caridad, pero el dinero no lo hay.

En casa lo esperan con respuesta ¿Al fiador qué dirá?

Es poco el pan y mucha el hambre.

Yo: digo que es terrible la angustia que da Caridad.

Ha seguido de largo sin advertir que el pan lo ha repartido.

Ha seguido de largo y no ve que en el recodo un viejo lo espera,

con su diáfana mirada y con la sonrisa eterna

de quien todo lo comprende, de quien todo lo dispensa.

Este muchacho ya lo ha visto,

así que más rápido pedalea,

llevando el semblante desencajado,

las manos de rabia enfermas,

latiendo el corazón desasosiego.

La voluntad de tantos vuelcos flaquea.

Al fin se encuentran un momento… El tiempo se torna claro suspiro.

La noche, fiel embustera, no lo cubre todo con su ligero abrigo.

El muchacho pide la mano al anciano

y el viejo la extiende como un amparo.

El niño descansa el rostro en la mano.

Una lágrima tibia humedece al pasado.

El muchacho se aleja pensando, así como se queda el viejo

diciendo: Volveré a ver a este muchacho

regresar cual templado guerrero

o como fino acero labrado en sí mismo,

para ayudar al hombre al dolor perdonar

o para probar su desafortunado filo descubierto.

¿Cuál de los dos peleará por la libertad?

Por lo pronto,

¡Espero y salgas victorioso del desierto!, reza el viejo.

Javel

Lo que es un corazón rebelde

Lo que es un corazón rebelde

La rebeldía no nace de otro lugar sino de la experiencia amarga de la injusticia. El rebelde no nace sin causa ni propósito alguno, su origen está en el incumplimiento de la justicia; su deseo que rebulle ahora en su pecho, lo conduce necesariamente a encontrar lo que se ha perdido,  a buscar el modo de resarcir el daño. El rebelde no es un anarquista, ya que su deseo lo lleva a restaurar el orden que sólo la justicia puede dar. El rebelde es hijo de su tiempo, puesto que en él reconoce los daños causados ahora, pero es ajeno a su destino, ya que la justicia que busca instaurar, es una justicia duradera y que viene desde siempre y para todos.

La rebeldía sólo puede darse en el hombre si es que éste reconoce que la injusticia no puede tener cabida en un mundo donde todo es bueno. Cuando la injusticia impera en el pensamiento de los hombres, cuando ésta lo inunda todo como en el diluvio inminente, ya no hay rebeldía, pues no se cree ni espera nada justo, aquí, el sentimiento de justicia hace mucho que murió ahogado. Los ahogados que intentan desde lo profundo acabar con todo, pero sin creer en la justicia, sólo son agitadores del agua. Véase cómo van agitando los  brazos, incitando a que los muertos hagan estragos dentro de su tumba de agua; véase como no llegan a ningún lugar, pues no creen en nada (y los muertos no pueden acompañarse), cuando llegan, lo destruyen. ‘¡Que todo perezca!’, gritan ellos, y se ahogan más. La muerte y la destrucción no son rebeldía, ellas buscan la nada.

Sólo el deseo fogoso por la justicia, en momentos de injusticia, puede hacernos libres o rebeldes, valga la redundancia. Pero el reconocimiento de la injusticia es peligroso si acaso no se cuenta con el consejo discreto de un buen amigo o maestro, ya que puede hundirnos en una terrible amargura, llegando ésta inclusive hasta el odio por todo y todos. La amargura de la injusticia en soledad es peligrosa. Quizás por eso el deseo de justicia y felicidad son bienes comunes, como dijo Aristóteles, ya que únicamente en el hombre podemos encontrar el mismo deseo de justicia y vivir en paz, cuando buscamos en comunidad el bien común.

Ojalá que en la injusticia todos seamos rebeldes, amigos y justos.

Javel