Algún recuerdo

¿Cuándo los recuerdos comenzaron a ser más importantes que las experiencias vividas en el momento presente? Cuando faltan esas experiencias. El recuerdo tiene una ventaja frente a la vivencia que sigue aconteciendo: es completo. Pese a que lo actual sea pleno, en cualquier momento podría echarse a perder, fácilmente se puede convertir en una casi anécdota perfecta. La completitud del recuerdo, de un buen recuerdo, tiene la ventaja de no tener desventajas. Las nuevas experiencias desafían la pervivencia de una buena experiencia; la experiencia que pervive es un recuerdo; el recuerdo que sobrevive a los demás recuerdos, es un buen recuerdo. Pero recordar no es reproducir exactamente un momento segundo a segundo, es recolectar, escoger qué se va a recordar y qué se va a olvidar. No hay que olvidar al olvido al momento de recordar. La memoria trae al presente lo que se quiere traer en ese presente. Ese recuerdo no es exactamente igual si el presente se percibe como bueno o como malo. La cuarentena nos ha hecho recordar, y también nos hará olvidar. ¿Qué recordaremos de la cuarentena?, ¿qué querremos recordar de la cuarentena? Olvidaremos mucho. A los que la desgracia no nos ha afectado con una pérdida, supongo que poco recordaremos, algunos momentos difusos, nunca claros y mucho menos fechados. Tal vez el constante contacto con algunas personas que parecían desear convertirse en olvido. Casi involuntariamente compararemos nuestra dicha (o desdicha) presente para sentir que no la estamos pasando tan mal. Los recuerdos nos presentan que las cosas siempre pueden ser mejores. Por eso recordamos tanto en este encierro o semi encierro. Supongo que quien recuerda mucho quiere volver a experimentar las alegrías pasadas, aunque sea difícil conseguir alegrías semejantes. Todo recuerdo termina por olvidarse.

Yaddir

Neblina

Los pasos no se oyen, pero alguien viene allá a lo lejos. Aquí estoy yo observando cómo se acerca, pero esta neblina no me deja ver bien, intuyo una silueta, su fantasma caminando, pero, ¿no soy yo el invocado?, es su voz el recuerdo que me atrajo hasta este lugar lleno de encanto. Ya nunca estamos tan cerca.  La neblina nos disuelve, y aunque amanece, está nublado.

Javel

Memorias

El recuerdo de las obscuridades pasadas ilumina a las presentes negruras.

No vemos nada, y ante la falta de luz, hasta la esperanza desfallece.

Maigo

Evocación

Evocación

La intimidad radical no es la soledad más profunda, sino la entrega total. No la entrega a una causa: las ideologías sirven muy bien para mantener intenciones de actividad, interpretaciones del mundo que satisfagan los planes y opiniones que nos atrevemos a manifestar; tampoco el abrazo del andrógino que cura la sed mítica de unidad. Lo íntimo se difumina en las flaquezas para la entrega. Quizá la intimidad amistosa sirva para alentar la lengua de fuego que hay en el alma: los abrazos amistosos nos revelan en la sinceridad el secreto de lo reconfortante, que no puede ser el polo opuesto de la recriminación, sino su acompañante. La intimidad parece soledad porque no sabemos hablar, porque el órgano distintivo del hombre es el que más amor requiere para su uso pleno. La reclusión no produce la ausencia del género humano, porque basta abrir la ventana para difuminar esa ilusión que nos imponemos para la tranquilidad. Uno piensa con facilidad que en la intimidad amistosa confesamos nuestros motivos más ocultos, nuestra profesión de fe última y fundamental. La intimidad sería, en ese caso, el pasaje estrecho y secreto que sólo abrimos cuando lo sentimos propicio. ¿Qué pasaría si en verdad el mundo está abierto ante nosotros sólo por algo que permanece impenetrable en su presencia? Lo que aparece comúnmente como apertura máxima revela su limitación profunda: calla ante lo más importante. Ante la intimidad sucede casi siempre la inmadurez asentada en nuestro corazón. No hay intimidad, a fin de cuentas, sin deseo. No hay intimidad sin razón que nos permita intimar en el deseo común. Pudiera ser plausible que la intimidad se muestre complicada no sólo porque el mundo y la costumbre lo impiden, sino porque intimar es imposible sin ese deseo. La inteligencia de la entrega consiste en el descubrimiento de lo deseable. El roce de la intimidad nos procura la certeza de la mano ajena, una mano que se extiende como palabra, que roza el aire como una gota de agua cruza el desierto de la mirada.

 

Tacitus

Olvido y justicia

Olvido y justicia

La memoria persigue al hombre: esta mínima lección que extraje del cuarto cuento de El llano en llamas me ha hecho reflexionar sobre cierta situación incómoda. La situación vino cuando me enteré hace algunos días de ¿por qué los Zetas disolvían cuerpos? Pues para no dejar rastro de sus crímenes, y eso es obvio, pero ¿por qué no dejar rastro?, bueno, pensé, porque es un mal negocio. La memoria es un mal negocio, pues implica sobornar a más personas. El único modo en que la memoria deja de acuciarnos es si la desintegramos, si la abolimos por completo del hombre. La sangre que ahora corre fuera de nuestro hermano, lleva a preguntarnos: ¿Qué has hecho?, casi siempre la voz personal es suficiente, pero si no, la voz colectiva dirá entre estertores ¿Qué has hecho?, para impedir cualquier investigación o introspección es mejor eliminar toda evidencia.

Aquel hombre en el cuento de Rulfo que huye por haber matado a una familia entera, los Urquidi, va escondiéndose de su perseguidor, quizá de su único juez, el recuerdo. El temporal es de sequías, hay espinas y hiervas que lastiman la piel, metáfora de que es un recuerdo malo quien lo persigue o quizá la venganza. El recuerdo como bien sabemos es una marca en nuestro haber, una herida viva, punzante, casi siempre consciente. “Este peso se ha de ver por cualquier ojo que me mire; se ha de ver como si fuera una hinchazón rara. Yo así lo siento.”, el hombre de Rulfo es cainita. ¿Qué inicia la historia de estos hombres, la justicia o la venganza? Sea cual sea, vemos que este hombre no puede negarse su pasado, no disuelve a su perseguidor. El ansia lo carcome, ésa es su marca y su verdugo. El ansia de escapar o ser juzgado; vive sin querer vivir, pues sabe lo que hizo pero no quiere recordarlo. “Se conoce que lo arrastra el ansia. Y el ansia deja huella siempre.” Cualquier acto que haga ahora, después del delito, es indicio de querer escapar. Para un desesperado sólo la muerte o la locura quedan. Él se dará razones durante el camino, “No debí matarlos a todos… Después de todo, así estuvo mejor. Nadie los llorará y yo viviré en paz.” Esta paz es la de un desgraciado, un no hombre, ya que no puede compartir su pasado ni el presente: parece un fantasma, pues cuenta entre lloros que tuvo hijos y que su tierra está muy lejos, pero ni su nombre declara.

Su desgracia se nota más cuando al encontrar al borreguero, el asesino le pregunta si los animales son suyos, “No, son de quien los parió”, contesta el pastor queriendo compartir una broma. El asesino no ríe, está hambriento, ya que se ha tenido que ocultar en el cerro. Regresó a la naturaleza por su crimen, pero este retorno no lo hizo feliz. La posibilidad de compartir la sonrisa y la felicidad siempre pende del hecho de que ambas son públicas. Él regresó exiliado al estado de las necesidades básicas, pero cargado de culpa. El asesino se burla de sí en su tabuco, pero no comparte con nadie el pan ni la dicha. Quiere morir o lavar su culpa, de ahí que se arroje al río varias veces.

Para poder compartir con otros la injusticia hay que convertirlos en criminales. El crimen organizado a eso se dedica, la investigación de Vice news da cuenta de cómo después de destruir las casas de los Garza (cómplices del crimen) los Zetas llaman a la población para que saqueen lo que queda. Si a la justicia no se puede ir, sólo queda el olvido y la venganza. Es peor cuando la justicia quiere fincarse en el olvido. Para el criminal gracias, hay puerta para reincidir, para el afectado, miedo y furia. Pero la injusticia no son casos aislados, hay un deber incluso con quien no conocemos. En el cuento, quien mata al asesino es el único sobreviviente de la matanza original (todo lo mueve la venganza: el recuerdo herido), este hombre piensa en su recién nacido que también fue asesinado, pero “ni recuerdos tengo de ti” dice al hijo muerto, y sin tener recuerdo hizo el rito fúnebre, también le dio sepultura. La vida mancillada es motivo suficiente para hacer justicia.

¿Cómo perdonar cuando la justicia es sacramento del caprichoso mesías? Perdonar al corrupto viene a ser una forma de ganar adeptos; pero al mismo tiempo, la corrupción vista así, vuelve públicas a la injusticia y el olvido. No podemos ser cómplices ni dejar que se nos inculpe.

Javel

Para gastar después

El dos de octubre no se olvida, ¿tendrá su culminación en el primero de diciembre que quiere olvidar a quienes soliviantaron la impunidad?

Soltar amarras

Soltar amarras

Hay cierta fascinación por imaginarse la vida mediante barcas. La vida moderna puede vivirse confiando en la continua superación del astrolabio, en la determinada señalización de la hidrografía, creyendo acaso que las sirenas son enemigas del radar y abstracciones delirantes debidas al ausentismo mental de los debilitados por la lentitud de los viajes marinos. Las imágenes desesperantes de los naufragios se enfocan en la aridez de la boca que no puede saciarse a pesar de estar rodeada de agua, en el aburrimiento disolvente de la soledad y en el temor ante los cambios climáticos que lleva consigo la amenaza de la marea. ¿Cómo no temer ante el infinito mar en tales casos? No obstante, Conrad evidenciaba que el corazón de las tinieblas no estaba precisamente en alta mar. Lo más desolador para una vida tranquila no está en la naturaleza, siempre indiferente ante los dilemas humanos. Cuando uno adquiere los ojos para asombrarse un poco por los atractivos del agua, es doloroso aferrarse a la arena. Los barcos pueden mantenerse encallados por largo tiempo durando más que nosotros, pero inútiles. El arte de la navegación no se aprendió en la tierra. Cuando no hay principios náuticos, cuando aún lanzamos proposiciones pueriles sobre la ley de las estrellas y la posición del objetivo está nublada por el desconocimiento, no hay más que paciencia. Una búsqueda puede requerir de nuestras manos para empujar los remos (artefactos que oscilan entre el primitivismo y el arte de navegar) en el intento de continuar el movimiento, quién sabe si con entera certeza. La idea del Bien era tan difícil que, como el sol, alumbraba sin poder ser captada enteramente; así quien anda con remos sin tener el destino fijo, aunque con un motor constante. Puede uno arrojarse a la indolencia para no zarpar, llorar por la nostalgia de los nombres y puertos que se dejan o mirar fijamente su reflejo en el mar, esperando que las ondulaciones del agua decidan revelarse como espejo fidedigno. Sin embargo, cuando el sueño de arena y el anhelo maternal de la tierra despierten ante el descuido de los frutos soledosos que da la navegación, no será culpa de las dificultades del arte. A fin de cuentas, la infinitud del mar no deja de ser un mito recurrente. Quien anda errante debe recordar aquella imagen platónica del barco liderado por ambiciosos que impiden tomar el timón a quien puede hacerlo. Parece cierto que las cosas que más rumbo dan a la vida disipada se traducen en desorden cuando se ha vislumbrado en el horizonte la posibilidad de una trayectoria.

 

Tacitus

Olvido selectivo

El olvido elige lo que se lleva, aquello que guardará para siempre en su casa y aquello que dejará salir o simplemente asomarse por las ventanas, nuestra memoria difícilmente es fiel ante aquello que nos ocupa, y a veces no permite que el olvido se lleve lo que dolor nos causa.

La mayor parte del tiempo el olvido parece involuntario, no decidimos qué dejarle y qué no, simplemente ocurre y a veces para que no haga de las suyas recurrimos a artilugios que esperamos detengan su paso, pero aún así el olvido sucede, la memoria cambia y el discurso sobre lo acontecido varía conforme se aleja de lo recordado, a fuerza de recordar también se olvida.

Tal pareciera que el camino natural del olvido no puede ser tocado por nada, no voluntariamente, sin embargo, el olvido puede ser invitado a llevarse las cosas que se supone de él se guardan, sólo es cuestión de rememorar y rememorar para que a fuerza de ser tocada la memoria se enrede entre sus propias palabras, incluso el temor a olvidar ciertas cosas nos lleva a no prestar atención a otras y a olvidarlas con la facilidad con la que se pierden las acciones que se suceden siempre.

El olvido puede ser invitado a la mesa, a fuerza de usar la memoria se presenta un banquete para el olvido. A fuerza de contar y recontar con distintas palabras lo que se supone no debiera jamás olvidarse se olvida lo que se hace en octubre, y por recordar octubre se deja a un lado la sangre de septiembre; además recontando lo de septiembre se retoca el humo pasado de junio, y atendiendo a junio se trastocan los otros meses llenos de dolor.

A veces el tiempo es tirano y a fuerza de recuerdos de cosas terribles nos hace olvidar otras tantas cosas peores, otras que nos amenazan y que nos invitan a bajar la mirada ante el peligro que nos asecha.

El olvido elige lo que se lleva y a veces el que olvida elige lo que deja a fuerza de recordar o fingir que bien recuerda.

 

Maigo.